Qué quieren ustedes, se dice este cronista dirigiéndose a sus lectores (es decir a unos seres más bien hipotéticos), uno nació para ser bicho raro y ni siquiera en sus tiempos de escuela primaria, allá en los también primeros tiempos del Colegio Madrid, se aficionó al futbol, o el “balompié”, como decían los dizque casticizantes, engendrando un palabrejo tan poco castizo como ridículo, y tampoco conoció rostros ni hazañas de personajes cuyos apellidos: Lángara, Casarín, Valtonrá (¿o Vantolrá?), etc., le sonaban “por doquier”. Ese desinterés, que, no es voluntario ni significa una “política antifutbolística” por parte del cronista, sino algo que sencillamente así se le dio, le ha durado hasta el presente, de modo que poco más conoce del asunto que la primera definición propuesta por el Diccionario de la Real Academia Española:
fútbol o futbol. Del ingl. football. m. Juego entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuya finalidad es hacer entrar un balón por una portería conforme a reglas determinadas, de las que la más característica es que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos.
(¿Pero se vale “la mano de Dios”, que creo que indirectamente y en unos relampageuantes segundos intervino a través de la mano del astro Diego Maradona, el Argentino Universal?)
Y, aunque el cronista se desinterese del “balompié”, confiesa que durante cada nuevo fiestón futbolístico, como el que comenzó hace unos días desde la lejana Sudáfrica, él, a su vez, no puede menos de sentir que su vida cotidiana está siendo invadida por el actual tema nº 1, pues durante unas semanas (para el caso infinitas) habrá de oír, aun sin querer escucharlo, el rumor, el griterío, el estruendo futbolístico en todas partes y en todos los medios, tanto en la tertulia del café o del bar o en cualquier restaurante como en la radio y la televisión, es decir que Esmógico City lo está envolviendo a uno en ese ruido monotemático añadido al global ruido de siempre, y los nervios del cronista citadino no tardarán en estallar cada vez que en cualquier sobresonorizado lugar público un locutor y/o el gentío de los fans aúlle ese grito de ¡goooooooooool! que, me dicen, inventó el talentoso narrador deportivo Ángel (“Angelgrito”) Fernández.
Y el cronista de Esmógico City está en busca de un par de taponcitos para las orejas, de esos que atenúan aunque nunca anulan el esforzado y sublimador ¡goooooooool! que “aspira a la eternidad” (Emilio García Riera dixit).
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.