A Hรฉctor Ballesteros
A los diecinueve aรฑos las hojas del calendario caรญan tan rรกpido como el segundero que avanzaba en el reloj de mi burรณ. El tiempo no goteaba, se iba a chorros. Y yo estaba tumbado sobre la cama sin saber quรฉ hacer.
A diferencia de mis contemporรกneos, habรญa desperdiciado cuatro aรฑos en el CCH y ni siquiera lo habรญa terminado, debรญa dos materias. La vaga idea de un tรญtulo —Licenciado en Administraciรณn de Empresas— no significaba nada para mรญ, mucho menos servรญa de motivaciรณn. Mi hermano mayor tenรญa una prรณspera agencia de viajes y pensaba que algรบn dรญa yo podrรญa hacerme cargo de la misma. Pero reprobar Matemรกticas II y IV y Estadรญstica I y II, auguraba lo que serรญa el resto de mi vida en caso de dedicarme a la Administraciรณn: un fracaso.
Lo รบnico que me hacรญa sentir vivo era la mรบsica, el cine, los libros de arte y el consumo de otras sustancias. En algรบn momento, quizรก tumbado sobre la cama en la que solรญa pasar horas, tuve una epifanรญa: iba a ser rockstar. Asรญ, como cualquier rapaz intentรฉ con la mรบsica: baterรญa, canto, guitarra. Pero nunca entendรญ cuรกnto duraba un medio, un cuarto ni un octavo. Luego, en la colonia donde vivรญa, me encontrรฉ a un amigo de la primaria, Hรฉctor Ballesteros. Le vi las greรฑas largas, la camisa desfajada y los pantalones raรญdos, motivos suficientes para que cualquier patrulla te detuviera en cualquier esquina en esa รฉpoca.
Hรฉctor estudiaba arquitectura pero tenรญa cierta trayectoria como artista plรกstico. Me enseรฑรณ nociones bรกsicas de dibujo: punto de luz, punto de fuga, proporciones. Y quedรฉ sorprendido de tener buena mano. Podรญa dibujar una licuadora con relativa facilidad. Pero no pasaba de ser una licuadora. No decรญa mรกs de ella, ni decรญa nada de mรญ.
Por esos dรญas Hรฉctor me mostrรณ que podรญamos acceder sin problema a la biblioteca de la Ibero (antes de que un sismo la derrumbara), justo al lado de la secundaria 95 donde tambiรฉn fuimos compaรฑeros. Me mostrรณ el รกrea de literatura y me recomendรณ, entre muchos otros, a Juan Josรฉ Arreola y a Josรฉ Agustรญn. Me dijo: por acรก estรก la Novela de la Revoluciรณn.
Por la maรฑana leรญa como poseso en la Ibero, sobre todo a Dostoievski y a Kafka. Por la tarde y noche, en la cama, me devoraba los tomos de ediciones Aguilar de la Novela de la Revoluciรณn. Mi dieta consistรญa en bolillos dorados con mantequilla y azรบcar, y cafรฉ de olla. Con canela, eso sรญ. En aquel entonces no habรญa becas del FONCA.
Asรญ me encontrรฉ con Los bandidos de Rรญo Frรญo. No sabรญa si era importante en la literatura mexicana o en la universal: lo era para mรญ. Porque mis padres, provenientes de Chignahuapan —del centro (mi madre) y de un rancho en las afueras (mi padre)—, me llevaron varias veces allรก cuando niรฑo, a la sierra de Puebla. Un viaje larguรญsimo en ese entonces y con mil escalas. Pero mientras estabas despierto, veรญas que el camiรณn hacรญa una parada en Rรญo Frรญo para que almorzรกramos algo y para recoger pasajeros. Leer sobre balazos y caรฑonazos en un sitio en donde habรญas almorzado y que no era un lugar de La Mancha, ni Baden-Baden, ni la Troya de la escuela, fue como una descarga elรฉctrica para mรญ.
Con la literatura mexicana de los 60 y 70, un vaquetรณn como yo vio que se podรญa escribir sobre la Glorieta de los Insurgentes, el Sanborns de Los Azulejos, la colonia Roma, sitios recurrentes en sus pรกginas y que yo conocรญa muy bien. Que podรญamos hacerlo con nuestro lenguaje y no con el espaรฑol impostado de las traducciones. El poderoso ensueรฑo de la literatura y el inaprensible mundo real podรญan unirse. Podรญa escribir sobre el Barrio Chino de mi infancia y los tranvรญas que tomaba para ir al kรญnder. Mรกs aรบn: podรญa ser nuevamente el niรฑo que disfrutaba de pasear tardes enteras, en total soledad, por el patio de la vecindad donde nacรญ, hablando conmigo mismo, inventรกndome historias, disfrutando del embeleso de las palabras: sus sonidos, significados, sus dobles sentidos, su grito, su amenaza, su poderรญo.
Debรญa intentarlo.
Sin un centavo para comprar cuadernos armรฉ unos con hojas reciclables para escribir una sarta de lugares comunes con influencias tan evidentes que cualquiera podrรญa haberme acusado de plagio, de no ser por su pรฉsima calidad. Hasta que un dรญa, Conchis, una amiga, me invitรณ a su fiesta. Ella se caracterizaba por regalar algo, por pequeรฑo que fuera, a cada uno de sus amigos en sus cumpleaรฑos, asรญ que todos nos sentรญamos comprometidos a darle un obsequio. Como no tenรญa ni una tuerca en el bolsillo se me ocurriรณ escribirle un cuento y encuadernรกrselo a manera de librito, “a caballo”, lo cual tenรญa su chiste. Se lo entreguรฉ al llegar y al igual que los demรกs me lancรฉ sobre las cubas y las cervezas.
Rondando por la sala notรฉ que no habรญa libros, mi nueva pasiรณn, y que la colecciรณn musical era como la de cualquier familia mexicana: Juan Gabriel, Josรฉ-Josรฉ, rancheras, tropicales…
Un buen rato despuรฉs, atarantado por los humos del alcohol se me acercรณ una seรฑora y me preguntรณ: ¿Tรบ le regalaste esto a mi hija? Vi mi librito y, sintiendo que el suelo se abrรญa bajo mis pies, admitรญ que sรญ. ¿Y es cierto que tรบ lo escribiste? Sรญ. ¿Puedes venir conmigo? La seguรญ hacia la cocina. Allรญ estaba Conchis con varias versiones de ella misma: sus dos hermanas, dos tรญas y su hermano. A ver, delante de todos, ¿tรบ escribiste esto? Suponiendo lo peor, apechuguรฉ. Sรญ (sin saberlo, estaba aprendiendo el significado de firmar algo). Pues queremos felicitarte, esto es muy bueno. El suelo no se abriรณ, una carcajada resonรณ en mi interior (ni Conchis ni su familia lucรญan como crรญticos confiables) y algo se inflamรณ en mi pecho (¿el orgullo, el ego?), todo al mismo tiempo. Aรบn medio paralizado, entendรญ que bien podรญan haberme recriminado por el texto, como habรญa supuesto, eso no importaba. Que un escrito no es algo que colocas entre el lector y tรบ (como mi dibujo de la licuadora), sino algo que nace dentro de ti y se abre paso dentro del lector. Y que podรญa tener un efecto tan tremendo como aquรฉl, favorable o desfavorable.
Aรฑos despuรฉs, al llegar a vagar a รmsterdam, la primera palabra holandesa que aprendรญ fue escritor: schrijver.
Autor de Streamline 98, Sobredosis, Ya no quiero ser mexicano, La vida es una telenovela, Apuntes de un escritor malo y del libro de ensayos Posthumano. Dirige Nitro/Press.