El juego no se detuvo para mayores ceremonias, apenas unas palmadas y abrazos en el dugout. Así arribó Derek Jeter a sus tres mil hits, un récord de enormes proporciones que confirma al pelotero más regular, de mejores condiciones y notable talento (quizá, junto a Albert Pujols) en la primera década de este siglo en las ligas mayores.
Jeter es emblema de los Yankees, el indiscutible capitán. Pero ante la fanaticada no parece tener la estatura de un Alex Rodríguez; no llegó a ser un fenómeno como el problemático Manny Ramírez, el mago que rompió a batazos la “maldición del bambino” para Boston en 2004; su regularidad no le hizo siquiera sombra a las altas expectativas (pronto rotas) por la primera temporada de Daisuke Matsuzaka. Jeter ha sido regular, honorable, efectivo, pero sus logros no le han alcanzado para ganar el carácter heroico de los antes mencionados.
Curioso asunto: otro atleta de grandes capacidades, por mucho tiempo considerado como el más completo en su disciplina, siempre ha sido más repudiado que admirado. Floyd “Money” Mayweather se retiró voluntariamente del boxeo al admitir que no había rivales de su estatura, con lo que fijó su fama en la acera de la infamia. Pero más allá de la petulancia, la afirmación de "Money" ponía sobre la mesa que la posibilidad de ser un héroe deportivo en esta época es cosa elemental: no hay más titanes, no hay más historias de esfuerzo. Ya no es mágico el mundo, diría Borges. En una época dominada por los incalculables avances en medicina deportiva y las performance enhancing drugs, los logros personales parecen cosa de cálculo frío, preciso, más que de voluntades expresadas de manera insólita.
La grandeza de Roger Federer parece forjada justamente en ese marco: falta de rivales, ocaso de los maestros y una ciencia imbatible. Cuando Pete Sampras (acaso el espejo en el que mejor podemos mirar al prodigio de Federer) y John McEnroe declararon al suizo “el mejor jugador de todos los tiempos”, no pocos mostraron una exultante desconfianza. El tenis, en su receptividad, contiene cierto carácter solemne y mayor atención, además de una serie de tácitas reglas de etiqueta para sus ejecutantes. Allí, Federer lució siempre como el tenista ideal: elegante, preciso en el juego y templado en sus emociones. Pero ese carácter ideal y la solemnidad del público pueden derrumbarse fácilmente ante un jugador como Djokovic que solo ha perdido un juego en lo que va del año, que se ha comido un trozo de césped del main court de Wimbledon tras coronarse; o ante el carisma y los fáciles desplazamientos faranduleros de Rafael Nadal. Ambos grandes tenistas, con talentos en ascenso y confirmación, pero aún lejos de la regularidad del suizo.
La oportunidad de heroísmo para Federer, Mayweather y Jeter parece sobrevenir hasta ahora que las condiciones están dadas para sus inevitables derrotas. Con Federer ya inició el proceso hace un par de años –y el meteoro Djokovic parece estarlo consumando. El de Mayweather se llama Manny Pacquiao, el rival de altura que antes le faltó, la sombra que se cierne sobre su autoconstruida villanía. Allí, con sus habilidades propias (extraordinarias, según los comentadores del pugilismo) Pacquiao luce como el guerrero llamado a vengar la afrenta que "Money" infligió al boxeo mismo al delatar la falta de talentos. Y "Money" parece resistir ese combate, en atención a aquel verso del poeta Bonifaz, “Más vale sufrir que ser vencido”.
Jeter hoy tiene 37 años. La sombra del retiro se proyecta sobre sus hombros. Su regularidad y talentos empequeñecieron ante la conjura de los Red Sox del 2004, que les arrebataron una serie (la final de la Liga Americana) en la que vencían 3-0. Sus tres mil hits no tienen la magia de ese bate dirigido al cielo, la impronta de Babe Ruth. Quizá reciba la insignia de héroe hasta años después de su retiro, cuando su número sea colgado en Cooperstown.
Lo que hoy tienen en común estos tres es el reconocimiento de sus pares, indudablemente más honroso que el de una fanaticada a menudo veleidosa y poco razonable en sus exigencias. Federer es declarado “el mejor jugador de tenis en la historia” por los antiguos dominadores. Mayweather se corona en la indudable confirmación de las ausencias que puso en evidencia. En su hit tres mil, contra las Rays, Jeter recibió un aplauso de pie por parte de Johnny Damon, rival de aquella final del 2004 y compañero Yankee en 2007; Casey Kotchman, primera base de los Rays, se quitó la gorra, en franca reverencia, al ver a Jeter pasar frente al dugout.
Son lo mejor que tenemos en sus disciplinas. Son el ideal. ¿Podrán ser perdonados por ello?