Esa convención de comparar a los libros con hijos siempre me ha resultado incómoda. Por lo regular viene de personas que no tienen hijos y sí varios libros publicados o, en su caso, unas ganas inmensas de ver pronto un inédito suyo en caracteres de imprenta. Creo que la principal diferencia entre ser padre y ser autor estriba en el sentido de responsabilidad. Con los hijos, uno suele sentirse responsable en grados superlativos. Aunque llegará un momento en que todo cuanto hagamos o dejemos de hacer será inútil, puesto que el hijo asumirá su propia potestad, y a uno no le restará sino atestiguarlo. Y, si el hijo falla, el padre sentirá que es su culpa: si cae, no lo preparó bien; si se equivoca, no lo enseñó a elegir; si carece de ambiciones, lo educó al conformismo. Un padre no escurre el bulto. Al contrario. Sabe que él es responsable, aun si las consecuencias no lo alcanzan de frente.
En cambio, pareciera que ciertos autores esperan que nadie los culpe por lo que han hecho. Para muestra mil botones: prólogos y epílogos (propios o ajenos), presentaciones, notas aclaratorias, postscriptum. Cuando uno termina la escritura, espera que no lo persigan sus fantasmas, que nadie vaya a malentenderlo, y se cubre las espaldas, declara motivos, da explicaciones no solicitadas, asume culpas para que se tenga en cuenta su honestidad. Si alguien pregunta, ahí están los anexos (algo así como la sección de “Preguntas más frecuentes sobre la presente obra”). ¿Nada que agregar?: sólo un manual de lectura. Si alguien no entiende, es que no leyó bien, pues todas las pistas, las piezas, estaban dadas. Claro, hay carencias, fallas, flaquezas, pero todo eso se explica en el epílogo, en el exordio, en la nota preliminar. La culpa no es del autor, sino del mundo, que no ha sabido escucharlo.
Los padres quisieran siempre ser más responsables por sus hijos. Los escritores a veces desearían serlo menos por sus libros.
Pero libros e hijos no son iguales; ni siquiera creo que se encuentren en campos afines de existencia. Los libros tienen mil oportunidades sobre la tierra. O dos mil, o quinientas, según el tiraje. Y uno siempre puede escribir otro, olvidar, o aprender del error, que nunca es de muerte. Los hijos —y aquí respiro hondo— tienen una sola oportunidad. Y nosotros con ellos.
– Luis Jorge Boone