Ilustraciรณn: Manuel Monroy

Incidente en primera

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So people are upset because he’s crying over his dead mother?

David Sedaris, “Journey into night”

De todos los pequeรฑos lujos que me ha permitido mi vida de escritor, hospedarme en un asiento de primera clase de un aviรณn ha sido uno de los mรกs bienvenidos e inesperados. Por no sรฉ quรฉ motivo, algunas de las instituciones que me han invitado a viajar a Europa รบltimamente han agregado a la lista de sus amabilidades la de ubicarme en ese espacio aรฉreo privilegiado, ese santuario hecho de bandejas de champaรฑa y sillones reclinables de cuero que hasta hace unos aรฑos yo apenas habรญa visto de reojo. El dudoso privilegio de no ser joven quizรก contribuya a que algรบn corazรณn burocrรกtico haya optado por trasladarme en ese hotel ambulante de cinco estrellas, la mรกxima expresiรณn del lujo espacial.

Esa tarde me encontraba en la antesala de ese privilegio, arrellanado en la sala vip del aeropuerto de Barajas, poco antes de emprender el viaje de regreso a Lima. Leรญa periรณdicos mientras tomaba un jugo de tomate y especulaba con la posibilidad de acercarme a la barra para pedir un vodka. Lo hice, aun sabiendo que a bordo tendrรญa a mi disposiciรณn una nueva variedad de licores. Creo que mรกs que el sabor de los tragos me atraรญa la sensaciรณn de que todos eran gratuitos, un privilegio de mi fugaz condiciรณn de pasajero de primera.

Por fin llegรณ la hora de partir. Me acerquรฉ a la puerta de embarque, escuchรฉ la primera llamada y tratรฉ de pasar rรกpidamente, frente a los ojos del resto de los pasajeros.

Me recibiรณ una aeromoza alta, madura, de pelo rubio, de la que colgaban unos enormes aretes negros. Su voz era un susurro firme que parecรญa calibrado por el perfume en el aire.

–Buenas noches, seรฑor –me dijo–. ¿Le sirvo una copa de jerez?

Puse el maletรญn en el compartimiento, y saquรฉ dos de los libros que habรญa llevado conmigo. (Me sentรญa feliz por las horas que me esperaban de lectura y habรญa escrito sobre el tema en algรบn artรญculo. Los aviones son el paraรญso del lector: un charco de luz, un asiento, alguien que nos sirve algo de comer. Nada que hacer excepto leer, comer, dormir y seguir leyendo.)

El aviรณn empezรณ a avanzar por la pista mientras la aeromoza iba haciendo, con una sonrisa, la demostraciรณn del uso del chaleco y otras irรณnicas medidas de seguridad. Abrรญ el libro y pensรฉ cuรกnto tiempo debรญa esperar antes de que el aviรณn despegara y se estabilizara. Me sentรญa un tipo afortunado: todos los asientos en primera estaban ocupados excepto el que estaba a mi lado. La aeromoza pasรณ con una bandeja de revistas y diarios. Algo en su aspecto me hizo pensar que en su vida privada era una esposa sรกdica que en sus ratos libres ataba a su marido a la cama.

Despuรฉs del despegue, cuando nos hundimos en una tranquila oscuridad sin forma, terminรฉ mi vaso de jerez. La aeromoza me ofreciรณ otro, que aceptรฉ. Estรกbamos como inmovilizados, en una recรกmara perfumada. Algunos rayos de luz blanca caรญan sobre las cabeceras. Tuve la misma sensaciรณn de otros vuelos: la de ser parte de una manada de extraรฑos que se reรบne para cumplir el trรกmite obligatorio de pasar el rato encerrados a muchos kilรณmetros sobre tierra. Por otro lado, yo no pensaba en los demรกs. Me sentรญa muy bien allรญ: libros, champaรฑa, y algunas pelรญculas en la pantalla personal. Me perdรญ en la lectura de la novela. Mientas leรญa, la aeromoza me trajo un recipiente con nueces, una nueva copa de jerez y las opciones del menรบ de la cena.

–Aquรญ tiene –me sonriรณ.

Poco despuรฉs, me puso un mantel y unos cubiertos. Yo habรญa elegido una ensalada, pescado, pastel de papas y un postre de chocolate, todo lo cual resultรณ bastante bien.

Estรกbamos viajando en direcciรณn a la luz, y se habรญa producido una especie de dรญa permanente. Me habรญa embarcado con sol, a las seis de la tarde, y aรบn varias horas despuรฉs habรญa luz en las ventanas. Casi todos los pasajeros optaron por cerrarlas.

Aunque me sentรญa bastante lejos de sus personajes, la novela me resultรณ entretenida y despuรฉs de comer la leรญ hasta el final.

Apaguรฉ el foco, que parecรญa estarme seรฑalando.

Una penumbra de calma habรญa invadido el lugar. Delante de mรญ, los pasajeros estaban empezando a dormir su noche. Optรฉ por revisar la lista de las pelรญculas. Estaba a punto de escoger una cuando la aeromoza se me acercรณ.

–Disculpe, seรฑor. Quisiera pedirle un favor.

–Sรญ.

–Es un favor especial. Pero solo si usted acepta.

–¿Cuรกl serรญa?

Mirรณ hacia la parte de atrรกs.

–Tenemos un problema en la clase econรณmica –dijo en voz baja.

–¿Quรฉ pasa?

–Es un pasajero que estรก llorando mucho. Me parece que se le ha muerto alguien, creo que su madre. Estรก regresando a Lima, para el entierro. Los pasajeros se han quejado, y me pregunto si podrรญamos traerlo a este asiento. Las aeromozas de atrรกs estรกn muy ocupadas, pero si viene aquรญ, yo voy a ocuparme de รฉl, no se preocupe.

La perspectiva de tener a mi lado a un seรฑor que lloraba no era la mรกs prometedora. Aun asรญ, tratรกndose de un favor y siendo yo tambiรฉn un invitado en primera clase, me parecรญa difรญcil negarme. Por supuesto que solo pensรฉ en los trucos a los que algunos pasajeros recurren para ser promovidos.

Al poco rato la aeromoza volviรณ con un hombre de unos cuarenta aรฑos. Era de estatura mediana, complexiรณn gruesa y mechones negros sobre la frente. Su piel estaba iluminada por los restos del llanto. Me hizo una venia, como pidiendo disculpas anticipadas. La aeromoza le dijo que podรญa quedarse allรญ, a condiciรณn de que estuviera tranquilo.

–Bueno –contestรณ.

Apretรฉ el botรณn de la pelรญcula que habรญa elegido. De pronto, mientras las imรกgenes empezaban, sin que ningรบn sonido me lo indicara, me di cuenta de que algo ocurrรญa a mi costado.

El hombre acababa de hundirse en un llanto silencioso, apretado, hecho de arrugas, un llanto de manos en la cara y de pelos caรญdos y de cabeza inclinada hasta las rodillas.

No supe quรฉ hacer, quizรกs habrรญa sido necesario llamar a la aeromoza.

Sintiรฉndome bastante ridรญculo, le puse una mano en el hombro y le dije algo asรญ como “no se preocupe” o “tranquilo”, no recuerdo bien. Era alguna frase extraรญda del diccionario de lugares comunes, el manual de autoayuda para casos de emergencia.

No me contestรณ. Quizรก no me habรญa oรญdo.

Pensรฉ que lo mejor serรญa, como en todos los llantos, permitir que cumpliera su curso. En algรบn momento debรญa llegar a ese estado de gracia despuรฉs del llanto, el descanso en los desahogos finales, los รบltimos suspiros y las pequeรฑas exclamaciones y las toses que indican el regreso al mundo real. Mientras no hiciera mucho ruido, no era un problema de verdad. De pronto vi su cara frente a mรญ. Una cara redonda, de piel marrรณn, iluminada por unos ojos grandes.

–Se me ha muerto anoche –me dijo–. Usted no sabe.

Me imaginรฉ que se referรญa a su madre, al menos eso era lo que me habรญa dicho la azafata.

–Bueno, cรกlmese –le contestรฉ, mientras me arrepentรญa.

De pronto habรญa dejado de llorar. Me hablaba con una voz aguda pero serena.

–Mi madre Dora. Mi hermana Marรญa. Y mi padre. No queda nadie. Nadie. Y yo allรก. Yo allรก y ellos arriba.

Lo seguรญ escuchando. Tenรญa una voz ronca que salรญa entrecortada.

–Mi papรก –me dijo–. Mi papรก. Lo estoy viendo, tenรญa su sombrero para el frรญo. Y su pantalรณn largo de yute. Vivรญamos allรญ, en las afueras, en una chacra, mis padres trabajaban todo el dรญa, traรญan papa, yuca, pero no alcanzaba nunca, y ellos tenรญan que trabajar. Todo el dรญa trabajaban en la chacra, pero despuรฉs resultรณ que se enfermaron. Era tan helado todo, tanto frรญo siempre. Y mi hermana y yo con mi madre los esperรกbamos. Ellos se murieron con una helada, mis dos padres, los agarrรณ la noche y regresaron enfermos y se murieron. Y ahora mi hermana y mi madre… tan sola mi madre, tan sola, todas las noches tan sola. Enferma y sola, enferma y sola, nadie la veรญa, asรญ se ha muerto, un vecino la encontrรณ, asรญ, en su casa. No sรฉ quรฉ hacer. ¿Quรฉ puedo hacer?

De pronto se quedรณ en silencio. Yo estaba incomodado, apenado y con ganas de escapar. No sabรญa quรฉ contestarle. Creo que dije algo asรญ como “lo siento”. ร‰l bajรณ la cabeza otra vez. Tenรญa la piel inflamada.

Imaginรฉ lo que habรญa ocurrido.

ร‰l habรญa dejado el Perรบ, quizรก gracias a alguna oportunidad de trabajo, y habรญa ido a algรบn paรญs europeo. Quizรก, debido a que no contaba con un trabajo legal, no habรญa podido regresar para ver a su familia. A lo largo de los aรฑos su madre le habรญa escrito. Quizรก le habรญa contado que su hermana tambiรฉn habrรญa partido o se habrรญa muerto, y su madre se habรญa quedado viviendo sola. Ahora รฉl regresaba para el entierro.

–Usted cree que todo es tan fรกcil –me dijo como si adivinara lo que yo estaba pensando–. Todo muy sencillo, ¿no? Mi madre muerta y todo parece tan fรกcil para usted.

–No se ponga asรญ –contestรฉ.

Alzรณ los brazos.

–¿Quรฉ no me ponga asรญ? ¿No se da cuenta? Se me ha muerto anoche. Anoche. Una persona estรก viva y de pronto se muere. Es la historia mรกs sencilla y la mรกs triste de todas. ¿Por quรฉ no me voy a poner asรญ? ¿Usted se da cuenta de lo que es que se me haya muerto mi madre Dora? ¿Puede entender eso, seรฑor?

El hombre hablaba en voz baja, como en un silbido grave. La azafata no lo habรญa oรญdo, pero para mรญ el efecto de su voz era similar al de un grito.

–Cรกlmese, por favor.

–Usted me dice que me calme porque no entiende –murmurรณ.

–No entiendo quรฉ.

–No entiende nada. Porque usted y todos los que son como usted son unas mierdas de personas, unas mierdas, eso es lo que son, ¿no?

–Oiga, seรฑor, por favor tranquilรญcese o voy a tener que llamar a la seรฑorita para que lo saque de aquรญ.

Bajรณ la cabeza. Empezรณ a llorar en silencio, golpeando las rodillas con las manos.

–Usted no sabe –me dijo–. No sabe.

–No sรฉ de quรฉ me habla.

–El dolor –me contestรณ–. El verdadero dolor. El dolor que cruza el cuerpo, como una lanza, siempre, siempre allรญ.

–Ya le dije que lo siento. Ahora si no se calma…

De pronto sacรณ una llave.

–¿Sabe lo que es esto? –me silbรณ.

Hacรญa sonar la llave como un manojo de piedras.

–¿Quรฉ?

–Estas son las llaves del candado de mi casa, y estas son las de nuestra casita en Abancay. Y estas son las que tenรญamos en la avenida Iquitos. Estas son las llaves. ¿Sabe cรณmo se sienten estas llaves?

De pronto, antes de que yo pudiera atinar a moverme, el hombre me cogiรณ del antebrazo y me rasgรณ la mano con una de ellas.

–Esto –me dijo.

Sentรญ una quemazรณn rรกpida y ahoguรฉ un grito. Vi la sangre. No era una herida profunda.

La aeromoza estaba en uno de los asientos delanteros, atendiendo a una pareja de seรฑores mayores. El hombre a mi lado me miraba con un gesto de terror.

–Lo siento –me dijo–. No sรฉ quรฉ fue. No sรฉ cรณmo pedirle disculpas. Ay, lo siento, seรฑor. No sรฉ quรฉ me pasรณ.

Recordรฉ un recurso de mis aรฑos infantiles cuando tenรญa alguna herida. Acerquรฉ los labios y absorbรญ toda la sangre que pude. Vi que salรญa cada vez menos. Era una herida leve y al poco rato iba a cicatrizar. El hombre seguรญa pidiendo disculpas.

De pronto, sin saber cรณmo, logrรฉ alzar una mano y asestarle un puรฑete en la cabeza. Se lo di de golpe, en la frente, y el tipo cayรณ hacia atrรกs sin decir nada.

Saquรฉ un paรฑuelo. El tipo se lo puso sobre la cara.

La aeromoza se acercรณ a nosotros con una sonrisa.

–¿Desea que le sirva otro trago, seรฑor? –me dijo.

–Sรญ –contestรฉ–. Un vodka, por favor.

El tipo se incorporรณ. Me asombrรณ que la aeromoza no hubiera notado nada. Nos quedamos en silencio.

–Perdรณneme por el golpe –le dije.

No me contestรณ.

Cuando me trajeron el trago, se lo ofrecรญ. Tomรณ un poco.

–Gracias –me dijo.

Tomรณ otro sorbo largo. Se puso la cabeza entre las manos.

–No sรฉ cรณmo voy a hacer con esto –dijo.

–¿Hacer con quรฉ?

–Con el velorio.

–¿Dรณnde es?

–En su departamento, en la avenida Iquitos. Por Isabel la Catรณlica, allรญ.

–Estarรก con sus parientes, supongo.

–Sรญ, allรญ estarรกn todos. Todos. Pero no sรฉ.

De pronto me sentรญ agotado. Fue como si de repente el tipo ya no estuviera allรญ. Lo que recuerdo son algunos sollozos mรกs. Luego todo se nublรณ.

En la oscuridad, sentรญ algunas voces de la azafata y algo moviรฉndose a mi costado. Cuando me despertรฉ, el asiento de al lado estaba vacรญo. Vi las luces de algunos barcos pequeรฑos.

–Justo a tiempo –me dijo la aeromoza. Ya vamos a aterrizar.

–¿Y el hombre que estaba aquรญ? –le preguntรฉ.

–Regresรณ atrรกs. Pobre seรฑor.

–¿A dรณnde fue?

–A su asiento. Pรณngase el cinturรณn, seรฑor, por favor.

En la cola de migraciones no lo vi, pero mientras esperaba la maleta de pronto apareciรณ a mi lado. Me sonreรญa, o eso fue lo que me pareciรณ. No habรญa trazas del golpe en su mejilla.

En ese instante vi mi maleta negra y adivinรฉ que la suya era la que estaba al lado, una maleta gris. Cuando lo vi acercarse lentamente a recoger su equipaje, sentรญ que debรญa ayudarlo.

–No se moleste –me dijo.

En ese instante, me sentรญa absolutamente despierto, como si hubiera descansado muchas horas. No tenรญa ningรบn deseo de volver a mi departamento vacรญo. Lo รบnico que me esperaba en mi edificio era montones de cuentas y folletos de propaganda. Sentรญ curiosidad por ver cรณmo serรญa el velorio de su madre.

Le di la mano.

–Nos vemos –le dije.

–Sรญ.

–¿Alguien viene a recogerlo?

–No –sonriรณ–. ¿Quiรฉn va a recogerme a mรญ?

Mirรณ hacia el cielo negro. Una jaurรญa de taxistas se acercaba a los pasajeros.

–Bueno, he dejado mi carro aquรญ, en el estacionamiento del aeropuerto –le informรฉ. Y despuรฉs de una pausa, aรฑadรญ–: Lo puedo llevar.

–¿No serรญa una molestia?

–No. No se preocupe.

Caminamos hasta el estacionamiento. Encontrรฉ el Nissan algo sucio pero tal como lo habรญa dejado. El hombre guardรณ su equipaje. Aรบn estaba oscuro. Eran como las cinco de la maรฑana, y yo estaba yendo a dejarlo en casa de su madre.

En el camino me contรณ algunas historias de ella. Me dijo que habรญa vivido hasta los noventa aรฑos. Siempre bien, siempre soportando todo. Y siempre de pie. Incluso el รบltimo dรญa, se habรญa preparado el desayuno, antes de caer privada.

Yo pensรฉ en mi propia madre. Habรญa muerto tanto tiempo antes. Yo trabajaba en un periรณdico por entonces.

Hacรญa mucho que no pensaba en ella. La vi durante muchos aรฑos. Incluso cuando trabajaba seguรญa siendo un niรฑo que iba a su casa y a veces almorzaba allรญ. Me gustaba tanto llegar. A veces, mientras veรญa la televisiรณn en su casa ella me acariciaba el pelo haciendo cรญrculos con una mano, como batiendo algo en mi cabeza. Con su moรฑo gris, sus labios delgados y sus largos trajes blancos. Fue ella quien me regalรณ mis primeros libros.

El dรญa en el que mi madre tuvo un infarto me avisaron por telรฉfono. Ella aรบn estaba viva cuando contestรฉ la llamada. Pero yo trabajaba en un periรณdico. Debรญa cerrar una ediciรณn. No habรญa llegado a la clรญnica hasta esa noche, cuando ya habรญa sido demasiado tarde.

Llegamos a La Victoria. Cuadrรฉ el carro en una cochera. Habรญa pensado dejar al hombre en la puerta del edificio donde me habรญa dicho que era el velorio, pero la verdad es que para entonces ya tenรญa una curiosidad inmensa por saber cรณmo serรญa el encuentro con sus parientes.

Caminรฉ con รฉl por la avenida. Llegamos a la puerta de barrotes de un edificio. ร‰l tenรญa la llave.

–Siempre supe que iba a usarla de nuevo –me dijo.

Entramos a un corredor. Subimos por unas escaleras de madera crujiente. Sentรญ una pestilencia. Me pareciรณ oรญr voces en las cercanรญas.

De pronto llegamos a una puerta.

El hombre tocรณ. Oรญ unos pasos al otro lado. Un tipo alto, de aspecto cansado, le abriรณ.

–Quรฉ bueno que has llegado –le dijo, y se fue, cerrando la puerta.

Estรกbamos en una habitaciรณn enorme, con paredes de quincha. Habรญa grietas largas, que formaban una especie de diseรฑo. El aire era ligeramente frรญo pero las ventanas de madera estaban cerradas. Dimos unos pasos sobre la madera astillada.

El inmenso salรณn estaba desierto. Pero dos sillas blancas estaban dispuestas cerca del ataรบd.

Me acerquรฉ y la vi. Tuve que retroceder un paso. Me llevรฉ una mano a la boca.

La mujer que estaba en el ataรบd era idรฉntica a mi madre: el moรฑo gris, el traje blanco, los labios largos y delgados.

Nos sentamos, uno al lado del otro. ร‰l empezรณ a llorar otra vez. Me parรฉ a mirarla de nuevo, y puse la cabeza entre las manos. Sรญ, era ella. Habรญa llegado tarde. ~

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(Lima, 1954) es narrador y ensayista. Su libro mรกs reciente es Otras caricias (Penguin Random House, 2021).


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