Al no ser un experto militar, me abstendré de juzgar si los bombardeos israelíes sobre Gaza pudieran estar mejor dirigidos, ser menos intensos. Al no ser capaz, desde hace décadas, de distinguir entre los buenos muertos y los malos muertos o, como solía decir Camus, entre las “víctimas sospechosas” y los “verdugos privilegiados”, a mí también me perturban profundamente las imágenes de los niños palestinos muertos.
Dicho lo anterior, y tomando en cuenta que ciertos medios se han dejado arrastrar una vez más por los vientos de la insensatez –como sucede siempre que se trata de Israel–, quisiera recordar a todos algunos hechos:
1. Ningún gobierno en el mundo, ningún otro país más que el vilipendiado Israel –arrastrado por el lodo, satanizado– toleraría que miles de proyectiles caigan sobre sus ciudades, año tras año. Lo más sorprendente de este asunto, la verdadera sorpresa, no es la “brutalidad” de Israel sino, precisamente, su contención.
2. El hecho de que los misiles de Hamás, los Qassam y ahora los Grad, hayan causado pocas muertes no prueba que sean artesanales, inofensivos, sino que los israelíes se protegen, viven encerrados en las cuevas de sus edificios, bajo resguardo: una existencia de pesadilla, suspendida entre el sonido de las sirenas y las explosiones. He ido a Sderot: yo sé.
3. El hecho de que, a la inversa, los misiles israelíes produzcan tantas víctimas no significa, como han exclamado los opositores, que Israel esté enfrascado en una “masacre” deliberada, sino que los líderes de Gaza han elegido la actitud opuesta y exponen a su población, recurren a la vieja táctica del “escudo humano”. Lo que significa que Hamás, como Hezbolá hace dos años, instala sus centros de mando, sus arsenales, sus búnkeres en los sótanos de edificios, hospitales, escuelas, mezquitas. Eficiente, pero repugnante.
4. Hay una diferencia capital entre los combatientes que quienes desean tener una idea “correcta” de la tragedia, y de los medios para ponerle fin, deben entender: los palestinos han disparado sobre ciudades, en otras palabras, sobre civiles (lo que en derecho criminal internacional se llama “un crimen de guerra”); los israelíes apuntan hacia objetivos militares y causan, sin buscarlo, fatalidades civiles terribles (lo que en el lenguaje de la guerra se llama “daño colateral” –algo que, aun cuando es detestable, apunta hacia una asimetría real de estrategia y moral).
5. Porque tenemos que poner los puntos sobre las íes, traeremos a cuento un hecho que, extrañamente, la prensa francesa rara vez ha reportado y del que no conozco antecedente en ninguna otra guerra o en ningún otro ejército: durante la ofensiva aérea, el ejército israelí sistemáticamente avisó a los residentes de Gaza que vivían cerca de objetivos militares y los conminó a evacuar –un ministro israelí dijo que realizaron cien mil llamadas telefónicas. Es obvio que esto no aligera la desesperación de las familias cuyas vidas han sido devastadas por la matanza, pero es un detalle no totalmente desprovisto de sentido.
6. Por último, acerca del famoso bloqueo total impuesto sobre una población hambrienta y desprovista de todo en esta crisis humanitaria “sin precedentes”: de nuevo, esto no se apega a los hechos. Desde el principio de la ofensiva terrestre, los convoyes humanitarios han cruzado sin parar el pasaje Kerem Shalom. De acuerdo con The New York Times, el 31 de diciembre casi cien camiones cargados con comida, enseres y medicinas entraron al territorio. Y reparo, sólo para dejar constancia de ello, en el hecho de que los hospitales israelíes continúan, incluso ahora mientras escribo, aceptando y cuidando a palestinos heridos a diario.
Esperemos que los combates terminen pronto. Y, más pronto aún, esperemos que los comentaristas regresen a sus cabales. Descubrirán, cuando lo hagan, que Israel ha cometido muchos errores a lo largo de muchos años (oportunidades perdidas, una larga negativa a reconocer las demandas nacionales palestinas, unilateralidad), pero descubrirán también que los peores enemigos de los palestinos son los líderes extremistas que nunca han querido la paz, nunca han querido un Estado y nunca han concebido a sus seguidores como otra cosa que instrumentos y rehenes. (Considere la siniestra imagen del líder supremo de Hamás, Khaled Meshal, quien el sábado 27 de diciembre, cuando la escala de la anhelada respuesta israelí quedaba clara, sólo atinó a declarar un regreso a las misiones suicidas –todo esto desde su cómodo exilio, en su mullido trabajo en Damasco.) ~
© The New York Times Syndicate
Traducción de Pablo Duarte