Análisis del terreno, estudios de impacto medioambiental elaborados por una compañía gubernamental, permisos cuya tramitación llega a durar veinte años, inversiones de hasta 13 millones de dólares sin aceptar patrocinios ni donaciones, controversia en los parlamentos en torno a la aceptación de cada proyecto, e incluso un par de fallecidos durante la elaboración y la exposición de una de las obras… Las cifras y las dimensiones manejadas por los artistas Christo (Gabrovo, Bulgaria, 1935) y Jeanne-Claude (Casablanca, 1935) parecen corresponder más a una empresa de construcción que a una iniciativa artística. Y sin embargo, un gesto decisivo los separa de otro tipo de proyectos –como podría ser, por ejemplo, la edificación de un inmueble–, confiriendo a los suyos –o al menos a la actitud que subyace– el calificativo de “artísticos”: sus obras sólo permanecen montadas un máximo de catorce días. El carácter efímero de la obra revierte cada una de las acciones que llevaron a su realización –eso que Christo llama el software de su trabajo– de una inutilidad que suele asociarse al arte. Aunque además de ser una decisión estética, podría tratarse de una estrategia infalible para atraer al público. Como bien reconoce el propio Christo, “el hecho de que la obra no permanezca crea una urgencia por verla. Si alguien te dice ‘mira a la derecha, hay un arco iris’, nunca contestarás ‘iré a verlo mañana’”. En cualquier caso, por si no bastase con ello, el resultado suele ser bastante atractivo a la vista, al menos en la medida en que se crean paisajes indiscutiblemente oníricos.
Usualmente clasificados dentro del land art –aunque ellos prefieren el uso del término environmental art–, dados a conocer primero bajo el nombre artístico de Christo, y luego, a partir del 96, añadiendo a la “marca” el nombre de la esposa y colaboradora de éste, se hicieron famosos por “empaquetar” cosas. Y eso es lo que han hecho durante más de cuarenta años. Desde botellas (Wrapped Bottle, 1959) hasta monumentos y edificios (Wrapped Monument to Leonardo da Vinci, 1970; Wrapped Reichstag, 1971-1995), esta pareja ha empaquetado cosas de todos los tamaños en paisajes urbanos y rurales a lo largo de todo el mundo.
Doctos a estas alturas en el arte del ocultamiento, Christo y Jeanne-Claude saben que la mejor forma de llamar la atención sobre algo es velándolo, y llevan hasta sus más descomunales consecuencias esta fórmula, compartida, en una escala más íntima, por el teatro de máscaras y el erotismo.
Además de la curiosidad técnica que sus obras suelen despertar (“¿Cómo habrán conseguido empaquetar un fragmento de costa australiana con 90,000 m2 de tejido sintético?”), otra de las preguntas ineludibles es ¿qué hace con eso el mercado del arte? o, para dejarlo más claro, ¿cómo se vende? La exposición retrospectiva que presenta la Fundación Canal ayuda a responder a esa pregunta, y la respuesta es más bien decepcionante. Una serie de bocetos preparatorios, integrados posteriormente en collages levemente maquillados en los que pervive la intención estratégica del dibujo, son, junto con la venta de objetos “menores” empaquetados durante los años cincuenta y sesenta, la única fuente de ingresos de estos dos artistas que desembolsan todo el capital para sus descomunales ocurrencias. O al menos eso es lo que afirman ellos (y yo me pregunto entonces qué precio pagan los museos por una revista embalada y su retrato correspondiente, si con eso deben financiar el empaquetamiento del Pont Neuf).
Pero a pesar de la insistencia de Christo en la autonomía artística de los dibujos y collages, el interés de éstos no pasa de ser el de un “fetiche”. Conocidos por empaquetar cosas, y no por dibujar cosas empaquetadas, Christo y Jeanne-Claude se han convertido en uno de esos casos excepcionales en los que el trabajo del artista, bien recibido por el gran público, se convierte en una marca tan reconocible como irrenunciable (junto con Spencer Tunick, “el que fotografía desnudos multitudinarios” o, más modestamente, Vick Muniz, “el que dibuja con juguetes y sirope de chocolate”).
El conjunto de dibujos, fotografías, bocetos y collages presente en la exposición, difícilmente hace pensar en una retrospectiva de 45 años. Y es que la curiosidad técnica antes aludida (“¿Cómo habrán dispuesto 3,100 paraguas azules y amarillos en Japón y California, simultáneamente?”) se repliega ante los uniformes y reiterativos bocetos, dando paso a otra pregunta (“¿Cómo puede alguien repetir un mismo gesto durante toda su vida?”) que desplaza la cuestión estética desde el objeto hacia la acción; la acción obstinadamente repetida.
Según la crítica e historiadora del arte Anna Maria Guasch (Arte último del siglo XX, Alianza editorial, 2000), el trabajo de Christo y Jeanne-Claude se inscribe dentro del proceso de desmaterialización de la obra de arte que dominó buena parte del panorama artístico de la segunda mitad del siglo XX. Cabe añadir que el problema es que la “rematerialización” de la obra, su forzada adaptación al entorno museístico, no funciona tan bien en ellos como en otros artistas, y los bocetos de Christo, irreprochables desde el punto de vista técnico, fracasan como “piezas” separadas no sólo de la obra correspondiente, sino también del “fenómeno Christo y Jeanne-Claude”. Eso sin negar que los bocetos fueron, tal como afirma su autor, “extremadamente importantes para clarificar y cristalizar la idea”.
Tal vez las fotografías de las obras (hechas siempre por un tercero, y no consideradas por Christo parte del hardware o resultado artístico) ayudan mejor a la recreación del ambiente original, pero aun así, una exposición como ésta deja de tener sentido si se pierde de vista el hecho de que estamos frente a meros vestigios o símbolos que apuntan a un ambiente o situación que, por un breve periodo de tiempo, fascinó a muchos miles de espectadores. La verdadera experiencia estética del trabajo de Christo y Jeanne-Claude está constituida por la interrelación del público con el ambiente creado. Su importancia histórica en este sentido, así como la original belleza alcanzada con algunas de sus obras (su Running Fence, de 1976, por ejemplo), es indiscutible.
La nostalgia en este punto se hace inevitable. Envidio la suerte de aquellos que visitaron las monumentales obras de Christo y Jeanne-Claude mientras duraron. A mí, por lo pronto, no me basta con que me las cuenten. ~
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).