Kirguizistán para principiantes

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Si usted consulta “Kyrgysztan” en la guía Lonely Planet, se encontrará con una hermosa galería de paisajes montañosos y pobladores de ojos rasgados. Encontrará que la recomendación final es que este pequeño país es “el más atractivo y asequible de Asia Central”. Y también leerá una discreta advertencia: “La situación política en el país se ha tranquilizado desde Abril de 2010, pero se les advierte a los viajeros que mantengan precaución al visitar este destino”.

Ocurre que Kyrgysztan, o Kirguizistán en su nombre castellanizado, ha sido escenario de una tensa situación política que ha causado 191 muertos, casi dos mil heridos y por lo menos 400,000 desplazados, según la ONU. Y eso, si se tiene en cuenta que hablamos de un país de apenas cinco millones y medio de personas, es bastante.

Si bien los problemas vienen de lejos, los últimos conflictos estallaron en Osh, la segunda ciudad más importante del país: situada al sur, cercana a la frontera con Uzbekistán y hogar del ex presidente kirguizo Kurmambek Bakíev, exiliado desde que estalló el conflicto, cuya explicación es confusa como pocas.

Para muestra, un incidente ocurrido días antes de que estallara la violencia: una turba incendió una casa en Osh que era propiedad de Bakíev. Hay muchas versiones sobre lo que ocurrió. Una afirma que la propiedad fue destruida por una multitud enfurecida, alentada por los opositores a Bakíev. Otra, que el daño había sido cometido por un grupo de uzbekos residentes en el país, para desafiar al entonces todavía en funciones presidente kirguizo. Y una más, que los actos vandálicos habían sido orquestados por el propio Gobierno, para culpar a los uzbekos de los daños y justificar las posteriores acciones violentas en su contra. ¿Cree que la política kirguiza es confusa? Hay más. Edward Stourton, articulista de The Guardian, opina que las tres versiones tienen algo de verdad.

La actual presidenta, Rosa Otunbayeva, acusa al propio Bakíev de fomentar la violencia, pero la palabra no es nueva en un país que ha tenido dos revoluciones en cinco años. ¿De dónde proviene tanto odio? ¿Cómo es que un país tan pequeño –un poco mayor que la superficie de Sonora— guarde tantos rencores?

De la violencia reciente, los involucrados se culpan los unos a otros. Pero hay más consenso para explicar la raíz del problema. Tiene nombre y apellido: Josef Stalin.

Kirguizistán es un país pequeño, agricultor, boscoso —tiene la mayor concentración de nogales por metro cuadrado del mundo— y pobre. Es una de las cinco repúblicas centroasiáticas que nacieron tras el derrumbe de la Unión Soviética en 1991 y está en el valle de Fergana, que formaba parte de la ruta de la seda durante los XVIII y XIX; había mantenido una cierta paz y prosperidad hasta que fue invadida por el imperio ruso en el siglo XIX. No hubo mayores cambios en la organización territorial interna hasta que Stalin decidió, en los años veinte y treinta, dividirlo en tres países: Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán. Y no se quedó conforme con eso: en cada república soviética dejó una población, pequeña pero significativa, de las minorías colindantes. Para darnos una idea, la mayoría kirguiza del país (85%) es rural y pobre, mientras que la minoría uzbeka (un 15%, asentada en el sur del país) es urbana y burguesa.

Mientras el mando soviético permaneció firme no hubo ningún problema, pero a partir del derrumbe de la URSS comenzaron los problemas. Primero, con la aparición del dictador Askar Akáyev, derrocado en 2005, y el posterior ascenso de Kurmambek Bakíev, quien pronto “se olvidó de todas sus promesas democráticas e impuso un régimen donde el nepotismo y la corrupción eran iguales o mayores que durante su predecesor”, según describe Georgina Higueras en El País.

Así que se trata de un país acorralado por dictadores, sumergido en conflictos étnicos y tan pobre que su mayor exportación son las mencionadas nueces y otros cultivos. Pero que ha vuelto a hacer otro esfuerzo por alcanzar una estabilidad: este viernes aprobó su nueva constitución. Y quizá hay esperanza, después de todo. En Lonely Planet, una de las turistas que se arriesgaron a visitar el país opina que “nunca pensó que un país sin un gobierno sólido y con tensiones raciales pudiera coexistir sin convertirse en un caos”. Reconoce que “no está en Osh”, pero que en su visita a la capital kirguiza, Bishkek, se sorprendió por la tranquilidad de la ciudad, todavía lejana a las tensiones amenazantes del sur.

—Verónica Calderón

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(ciudad de México, 1979). Periodista. Encargada de información internacional en Tercera Emisión de W Radio y redactora de El País en Madrid.


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