La conspiración de libros de instrucciones y folletos

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Dicen que en nuestra sociedad consumir suele tener un efecto sedante, aunque de corta duración. Pero cuando uno compra un producto que incluye un libro de instrucciones de uso o montaje y pretende utilizarlo, no sólo se esfuma el efecto sedante, sino que aflora en su lugar una angustia incontenible, tan de nuestro tiempo. Los textos de las instrucciones suelen ser ilegibles, algo así como la traducción del chino al español perpetrada por un canadiense de padres croatas que atendió un curso intensivo de español de una hora para sordos. La sensación de orfandad que se siente al intentar comprender las instrucciones para poner en marcha un aparato que no necesitabas, o para montar un mueble muy barato que no te cabe en el salón, es realmente desagradable, aunque encierre una magnífica lección moral sobre los excesos de nuestra sociedad consumista. Si te enfrentas solo a las instrucciones, te sientes más solo e idiota que nunca. Y si lo haces en pareja, tras la consabida y acalorada discusión, además de sentirte muy solo, llegas a la conclusión de que tu pareja es idiota. Y todo por unas malditas instrucciones. Si encima eres uno de esos bichos raros que respetan su idioma y tratan de vapulearlo lo menos posible en sus conversaciones o escritos, entonces la experiencia se convierte en terrorífica. Naturalmente, de este tipo de problemas no se ocupa el Ministerio de Cultura, y en cuanto a los traductores de instrucciones, si existen, deben de cobrar un paquete de chicles por libro, y uno llega a dudar si cobran poco, o demasiado.
     Pero estas letrillas no pretendían convertirse en un alegato contra los libros de instrucciones, aunque tampoco hubiera estado mal. Todo viene de un día cualquiera en el que entré en una librería y me dieron un folleto. O quizá me lo enviaron por correo, que más da. El caso es que el folleto en cuestión apareció encima de mi escritorio. Se trataba de publicidad de La conspiración, la última novela que se ha publicado en nuestro país del estadounidense Dan Brown. Supongo que los lectores habrán oído y leído sobre Dan Brown y sus indescriptibles aventuras. Ha vendido más de cuatro millones y medio de libros en España. Quien no haya visto alguna de las portadas de El Código da Vinci en el metro, en la calle, en la oficina, en casa de un amigo, o en el aeropuerto, es que es ciego. Ciego de verdad, se entiende. No tengo nada contra él, incluso me cae simpático. Es un escritor malísimo, sus novelas han servido para que de una vez por todas tengamos que aceptar que la mayoría de la población es técnicamente analfabeta, pero él no tiene la culpa.
     Pues bien. El folleto en cuestión también estaba escrito por un canadiense de padres croatas que atendió un curso intensivo de español de una hora para sordos. Y lo grave es que es un folleto pensado, editado y distribuido para vender libros, y que la editorial española, Urano, gana lo suficiente con Dan Brown como para preocuparse de que alguien que al menos sepa redactar traduzca los textos publicitarios. Leamos la frase de la portada del folleto: “El autor de El Código Da Vinci, combina de nuevo la acción trepidante con la más apasionante investigación, en una aventura llena de acción, giros inesperados y enigmas científicos”. Ni siquiera la puerta de mi dormitorio chirría tanto. Lo bueno es que a todos nos ha quedado claro que las páginas de La conspiración sudan acción por todos y cada uno de sus poros. Sigamos con el comienzo de la siguiente página: “Cuando un nuevo satélite de la NASA detecta señales de la presencia de un objeto increíblemente extraño enterrado en las profundidades del hielo Ártico, la agencia espacial que está pasando por una profunda crisis, proclama una victoria indudablemente necesaria para su supervivencia…”. ¿Han podido leerlo de corrido? ¿Cuántas comas se les han atragantado? ¿Siguen allí? Para no volverse loco, es mejor fijarse solamente en los desatinos más graciosos. ¿Qué agencia espacial es la que proclama “una victoria indudablemente necesaria”? Si es la agencia espacial “que está pasando por una profunda crisis”, supondremos que será la rusa. Los rusos no están precisamente para tirar cohetes, ¿no? Así que los rusos se han enterado del feliz descubrimiento de la NASA, y van a hacer todo lo posible por arrebatar a los estadounidenses ese increíblemente extraño objeto… Pero no es así; es mucho menos emocionante, el lector no tiene que imaginarse de qué agencia espacial están hablando. Simplemente, se han olvidado de una coma (la agencia espacial, que está pasando), y es la NASA la que no levanta cabeza.
     Y como regalo envenenado, el folleto incluye un avance del prólogo de La conspiración, que comienza así: “La muerte podría llegar de innumerables formas en este lugar dejado de la mano de Dios. El geólogo Charles Brophy había soportado el salvaje esplendor de aquel paraje durante años y, sin embargo, nada podía prepararle para un destino tan bárbaro y tan antinatural como el que estaba a punto de acontecerle”. Bien, obviando las consideraciones de estilo, adelantemos que al pobre Charles le asesinan unos hombres que llegan en helicóptero y, si les soy sincero, su destino me parece tan bárbaro y antinatural como el de cualquier otro ser humano. Y continúa: “Mientras los cuatro huskies de Brophy tiraban del trineo que transportaba su equipo de sensores geológicos por la tundra, los perros redujeron bruscamente la marcha y levantaron los ojos al cielo”. ¿Quiénes son los pobres huskies, que tiran del trineo mientras unos perros se detienen, libres de toda carga, para admirar el paisaje? ¿Esclavos alienígenas? ¿Amigos de Frodo Bolsón, el protagonista de El señor de los anillos? ¿Pertenecen a una tribu indígena explotada por el geólogo Charles Brophy, un hombre blanco, una tribu situada por debajo de los perros en la jerarquía terrestre? ¿Qué aspecto tendrán los esforzados huskies? ¿Conocen algún tipo de lenguaje, los huskies? ¿Hemos conocido alguna vez a un huskie de carne y hueso? Una vez más, qué pena, la respuesta es poco emocionante. Gracias a nuestra singular cultura perruna, sabemos que los huskies no son más que perros. Y queda claro que, en este caso, son capaces de hacer varias cosas al mismo tiempo: mientras tiran del trineo, reducen la marcha y miran hacia arriba. Enhorabuena. Se decía de un presidente norteamericano que era incapaz de mascar chicle y andar a la vez. Si los huskies no murieran en la página siguiente, podrían haberse presentado a las elecciones en Estados Unidos.
     Bien, no merece la pena seguir. La única conclusión que he sacado es que es posible, si no probable, que Dan Brown y sus traductores escriban ayudándose de libros de instrucciones, y no de estilo. Lamento que ustedes no tengan el folleto, que es una verdadera joya. Y les dejo, porque Dan Brown me ha enganchado y salgo pitando a comprarme su novela. –

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(Madrid, 1970) es narrador y guionista. Su libro más reciente es Antón Mallick quiere ser feliz (Destino, 2010).


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