La Indonesia musulmana. De la tolerancia a la aceptación

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Sin mucha información previa sobre Indonesia, es fácil olvidar en las calles de Yakarta que uno está en el país musulmán más grande del mundo. No abundan las mujeres cubiertas con el hiyab –el velo islámico–, no se ve a gente deteniéndose en medio de sus actividades para rezar con dirección a la Meca. Se trata de un país religioso en el que parecería que la religión no ocupa el lugar central de otras naciones musulmanas. Parecería: en Indonesia, todo es cuestión de apariencias.

En Yakarta, el tráfico se congestiona incluso los domingos por la tarde, y no sirve de mucho caminar por las aceras, tomadas como están por los vendedores ambulantes y los ubicuos puestos de comida que ofrecen ayam goreng y otras delicadezas de la cocina local. Veo todo este tráfago desde un bus en el que me encuentro junto a otros escritores invitados a la Bienal Literaria Fuerza Mayor, organizada por la comunidad cultural Utan Kayu. Fuerza Mayor: este es un país dramático, de tsunamis y analogías climatológicas por todas partes. En el bus, los escritores opinan sobre Indonesia. Un poeta libanés, Hassan Daoud, dice que en Yakarta no hay líneas rectas; un escritor malasio, Jerome Kugan, dice que Indonesia le recuerda a un cuento de Borges, por lo laberíntico de su cultura. Un poeta de Singapur, Cyril Wong, señala que en la batalla por el desarrollo económico en Asia esta nación de doscientos millones de habitantes no se encuentra entre las privilegiadas, pero que nadie le gana en cuanto a un exceso de “alma”. Y yo me pregunto cómo es que en Europa y América Latina sabemos tan poco de este país que es más bien un continente (tiene quince mil islas, de las cuales cinco mil todavía no han sido bautizadas).

Las primeras noches están dedicadas a la lectura de las obras de los escritores invitados. Los encuentros se llevan a cabo en Komunitas Utan Kayu, un lugar vibrante, centro neurálgico del mundillo cultural en Yakarta. Aquí se debate con seriedad, pero sin perder una saludable irreverencia, sobre el futuro de la cultura islámica en Indonesia, y sobre todos los otros temas reprimidos durante treinta años de la dictadura de Soeharto.

En el viaje en tren de Yakarta a Magelang –ocho horas bucólicas, de campesinos trabajando en los campos y platanares agitándose en la brisa suave–, hablo con Muhamad Guntur Romli acerca de mis impresiones tan favorables sobre Indonesia. Debería saberse más de un país musulmán moderado, tolerante, le digo. Debería saberse más de la cara apacible del islam. Guntur Romli me escucha con seriedad, nada dispuesto a creer que su país coincida con esta imagen tan optimista que le pinta un extranjero que no ha pasado más de cuatro días entre los suyos. Guntur no ha cumplido los treinta años, es moreno y tiene lentes de marcos cuadrados. Pertenece al Liberal Islamic Network, un grupo de ocho activistas –tres de ellos mujeres– dentro de Utan Kayu cuya misión es liberalizar la sociedad islámica.

Jamás se me habría ocurrido que algún día podría estar dialogando con un intelectual a la vez musulmán y liberal. Guntur, quien alguna vez fuera estudiante de filosofía y teología de la prestigiosa universidad al-Azhar en El Cairo, publicó este año en Indonesia He estado en el cielo, un libro de ensayos sobre el lugar del islam en la sociedad indonesia actual. El libro ha vendido casi tres mil ejemplares y ha recibido reseñas mixtas: algunos lo han condenado, otros lo consideran “importante”. El título se refiere a una frase de Salik Firdaus, uno de los terroristas responsables de los atentados de Bali en octubre del 2005. Firdaus, miembro del Jemaah Islamiah, un grupo radical relacionado con al Qaeda, dejó un mensaje en un video, antes de hacer que explotara la bomba que mató a tantos inocentes y acabó con su vida. Para Firdaus, si alguien veía su mensaje significaba que su jihad había tenido éxito y él ya estaba en el cielo.

En el prólogo, Guntur escribe: “La palabra en árabe para cielo es jannah… Si cambiamos una letra, jannah se convierte en jinnah, y ya no significa ‘cielo’ sino ‘locura’ (al-junun). Es cierto, el cielo ha vuelto locos a muchos hombres. Los terroristas que se suicidan y matan a otros a la vez están ‘locos’ por culpa del cielo… Esta locura quiebra nuestra racionalidad y consciencia, y de hecho nos aparta del camino al cielo… ¿Son ciertos los llamados de la nación del islam a luchar con promesas de recompensa celestial como la frase al-jannah tahta dzilal al-suyuf (‘El cielo descansa en el brillo de una espada’)?… La fascinación por el cielo no sólo contamina las justas recompensas que provienen de nuestra sinceridad incondicional hacia Dios, sino que también convierte a la religión en un infierno en la tierra”.

Para Guntur, el hecho de que la sociedad indonesia sea tolerante es un logro notable, pero todavía falta mucho por hacer. Los intelectuales del Liberal Islamic Network distinguen de manera enfática entre una sociedad tolerante y una que de verdad acepta al otro. Dentro del islamismo moderado, hay un Islam que es tolerante; es el de la “mayoría silenciosa”, la que no participa de las actividades radicales que le han dado tan mal nombre a la fe musulmana en la última década. En el islamismo liberal, se trata más bien de una tradición hermeneútica, pues aquí no hay islam como tal, sino sólo interpretaciones del islam. El islam moderado tolera otras religiones, pero cree que la suya es la correcta; la versión liberal acepta las otras religiones y no privilegia la suya sobre las demás.

Los principales intelectuales contemporáneos del islam liberal son egipcios: Milad Hanna, un pensador copto, y Aly Abdurraziq, un ferviente defensor de la separación entre la religión y la política. Sin embargo, Guntur Romli señala que la tradición liberal dentro del islam es muy larga y proviene por lo menos del siglo VIII. “Necesitamos recuperar esa tradición”, dice Guntur cuando llegamos a Magelang. “El mundo literario nos puede ayudar porque es más abierto, aquí no se habla mucho de la ley islámica, de la tradición conservadora del fikih, de la jurisprudencia islámica”.

En las afueras de Magelang, visitamos las ruinas majestuosas del templo hindú de Mataram, y Feryal Ali-Gauhar, una escritora paquistaní, se sorprende al ver recorriendo las ruinas a una mujer indonesia musulmana con velo. “Esto sería impensable en Pakistán”, dice Feryal. “Allí el fundamentalismo ha hecho que uno no pueda admirar otras culturas ni siquiera desde lejos. Los fundamentalistas musulmanes en mi país estarían felices si pudieran dinamitar todas las huellas de otras culturas”. Otra prueba de la apertura de la sociedad indonesia. Pero hay que andar con tiento; ya Guntur me ha enseñado a no idealizarla.

La presidencia de Susilo Bambang, por ejemplo: ¿no es moderada? En la reciente polémica sobre la sharia (ley islámica religiosa), leo en el Yakarta Post que el portavoz de la Asamblea Consultiva del Pueblo –el equivalente indonesio del Congreso–, Hidayat Nurwahid, ha dicho que los deseos de grupos islámicos de implementar la sharia no deberían referirse a cambiar la ley, sino enfocarse en una “superación moral”. La sharia es vista con cierta ansiedad por las minorías no musulmanas, debido a que quienes la interpretan de manera extrema piden castigos públicos con látigos a mujeres que usan maquillaje o a miembros corruptos de la administración pública, o desean cerrar iglesias católicas. “El islam no discrimina a las minorías”, ha señalado Hidayat. “En el Corán, la sharia se refiere a la moral, no a ley”. Sin embargo, los políticos en el gobierno no se animan a criticar a quienes atacan las iglesias católicas con bombas. Y el Concilio Islámico, que agrupa a clérigos y ataca constantemente el pluralismo religioso, el liberalismo político y el secularismo, recibe dinero del gobierno.

Chris Keulemans, un escritor holandés que participa en el encuentro y que ha escrito mucho sobre Indonesia, me da varios ejemplos de sharia: el año pasado Lilis Lindawati, una ama de casa de Tangerang –un distrito cercano a Yakarta–, fue arrestada por la policía por llevar lápiz labial en su cartera; debió pasar tres días en la cárcel. Existen diferentes niveles de sharia en cuarenta de los cuatrocientos distritos de Indonesia. En Solok, al oeste de Java, tanto musulmanes como no musulmanes deben seguir códigos estrictos a la hora de vestirse; en Cianjur, todos están obligados a estudiar el Corán una hora al día. En algunas municipalidades de Sulawesi, el silencio es obligatorio cuando llega el llamado a la oración. “Hay que tomar muy en serio a quienes propugnan la sharia”, dice Chris. “Poco a poco, están avanzando en las provincias, en los pueblitos rurales. Pero cualquier rato llegan a la capital”.

De regreso a Yakarta, en los cómodos sillones del legendario Café Batavia en la plaza Fatahillah –uno de los mejores bares del mundo, de acuerdo a Newsweek–, bajo las aspas de los ventiladores en los techos altos del segundo piso, me siento en uno de esos escenarios coloniales tan bien descritos por Graham Greene. Allí, mientras tomo ese café tan negro y áspero que se toma en Indonesia, Nong Darol Mahmada me cuenta de los logros de Liberal Islam Network: las charlas dominicales en la radio con el ex presidente Gus Dur; el continuo crecimiento en lectores del sitio en la red (www.islamlib.com); las páginas de artículos y publicidad en las ediciones del viernes y el sábado en periódicos como el Goa Post; el grupo hermano de mujeres liberales activistas en Malasia. La lucha es larga, pero a los activistas del grupo los anima el deseo de preservar la separación entre el Estado y la religión, principio central en la constitución de Indonesia.

Goenawan Mohamad escribió en uno de sus ensayos: “Si creemos que no hay coerción en la religión, si nos abrimos lo suficiente como para vivir dentro de la poesía de las palabras de Dios y no sólo dentro de sus amenazas, entonces tenemos que confiar en el hombre y en su libertad”. Ése es el espíritu que rige a los miembros de la comunidad Utan Kayu en Yakarta, tanto los activistas políticos como los artistas. En un momento crucial para el islam, cuando la religión se halla amenazada por grupos radicales que desconfían de la libertad del hombre, las palabras sabias de Goenawan y los ensayos críticos de Guntur Romli son más necesarios que nunca. Quién sabe, quizás puedan algún día lograr que una sociedad tolerante logre vencer a sus fantasmas extremistas y se convierta en una sociedad capaz de aceptar de veras al otro. ~

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(Cochabamba, 1967) es escritor. Su libro más reciente es Los días de la peste (2017).


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