La literatura de ciencia ficción sin literatura

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Confesión de entrada: jamás he solicitado admisión a un Departamento de Letras ni Estudios Literarios. Jactarme de mi autodidactismo sería como pedirle a un lisiado intentar un centro al área con la precisión asesina de un Zidane o un Cristiano Ronaldo. Mis lagunas, unas más extensas que otras, bien podrían calificar de vastos océanos. Por eso no tengo empacho en decir que los suplementos literarios, el legendario Sábado batiztiano, el Semanal de Roger Bartra y la impar Jornada Semanal capitaneada por Juan Villoro —y supongo que para muchos otros lectores— fueron mi personal universidad desconocida. Incluyo ahí, por supuesto, a Babelia, el suplemento sabatino que cada semana nos traen las cigüeñas parisinas que hacen escala en Barajas.

Detesto ponerme filosófico, pero los suplementos son como la vida misma, tienen días gloriosos, días regulares, días miserables y cuando te despiertas a deshoras el fin de semana (como es natural), francas y pavorosas tardes de perro. Pues bien, el pasado sábado 19 de julio de 2008 (año que por cierto bien podría ya anunciar su final, empezar a ponerse un poco más crepuscular), le pido el habitual País con Babelia a mi voceador —un simpático ex-alcohólico chimuelo y siempre sonriente al que empiezo a tenerle más confianza que a los críticos del mundo de Babel.

Regreso a casa e inicio la caprichosa lectura (lees lo que te interesa y lo que no lo mandas al diablo, por eso los suplementos son mejores que las universidades). El tema de la semana: la literatura de ciencia ficción, con título y subtítulos que se anuncian provocadores: “El futuro mata a la ciencia ficción. La realidad deja sin argumentos a la literatura de anticipación”. Interesting and challenging subject, indeed —pero explíquense.

Pues bien, me ajusto los anteojos y las neuronas y comienzo a leer los tres textos temáticos de la semana: “Una galaxia que se apaga”, “La ciencia ya no es ficción” y “La era de las mutaciones”. Reviso las predecibles listas de autores canónicos y los no tanto, y comienzo a sospechar que, o bien mi cacumen se está apagando a la par de las galaxias, o el hemisferio de mi materia gris que aloja a la esquiva memoria pasa, la muy pobre, por una escalofriante era de mutaciones irreversibles. Entre los textos de marras, aparecen quienes no pueden faltar a semejante cita con la literatura de ciencia ficción: Huxley, Verne, Wells, Arthur C. Clarke, Bradbury, JG Ballard, Philip K. Dick y compañía.

Lo raro, lo que me llama la atención esta tarde se sábado, es que en los textos de marras no aparezca George Orwell. Otra vez, insisto: no me voy a poner filosófico, lo raro es hoy ya cosa común, a veces hasta puede ser un atributo. Pero lo francamente patético es que en los textos dedicados a la literatura de ciencia ficción del número de Babelia no aparezca el nombre de Yevgeny Zamyatin, autor de la novela We, publicada por primera vez fuera de la Unión Soviética (cosa que sólo ocurrió hasta 1988) en Inglaterra hacia 1924 bajo el prestigioso sello Dutton, y sin cuya lectura directa Orwell sencillamente no habría llegado a 1984. Y no lo digo yo ni las intuiciones de mis lagunas trasatlánticas; lo dice el profesor emérito de la universidad de Princeton, Clarence Brown, el traductor más reconocido de la novela de Zamyatin y autor de una imprescindible antología de crónicas y prosas varias de Osip Mandelstam cuyo título merecería la mejor novela de ciencia ficción o de cualquier otro género que jamás se haya escrito (y que por lo visto, a juzgar por algunas informadas plumas de Babelia, jamás se escribirá): The Noise of Time.

En fin, sobre el tema de la influencia y recepción de la novela ausente en el inventario babeliano, dice el buen profesor de Princeton en su magnífico (y breve, o sea dos veces magnífico) prólogo a la novela de Zamyatin: “Para George Orwell, autor de 1984, así como para otros autores de la época interesados en la creación de sus propias distopías artísticas, We aparece como la experiencia literaria crucial.”

No me meto en la trama ni en el tema de la novela, distopía, anti-utopía u obra de ciencia ficción, porque además creo que es más que eso. El dictador omnipotente, el Big Brother, el Condor jüngeriano, el Stalin de quinta, son apenas una imagen pobretona del terrible “Benefactor” de We, título que por cierto proviene de la prohibición para hacer uso de la primera persona entre los habitantes de “OneState”, una pesadilla que engloba lo mismo a la extinta Unión Soviética que a Gran Bretaña, Alemania o Estados Unidos.

En Babelia del sábado pasado te dicen algunos que la ciencia ficción está de capa caída, que el género ha muerto y por la misma razón vengan ya esos nuevos autores que la industria editorial y los lectores están reclamando vorazmente. Sí, que vengan y que invadan una vez más la Tierra, porque tengo para mí que el estricto apego a las tradiciones puede ser tan fastidioso como las aburridas lecciones de un apolillado profesor universitario. Pero, en una discusión callejera sobre literatura de ciencia ficción, afirmar que “el futuro ya no es lo que era” equivale a organizar una cena cuyos invitados, tus más queridos enemigos, degustan un mefítico potaje que, minutos más tarde, les provoca dejar de leer y tumbarse a echar la siesta eterna.

– Bruno H. Piché

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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