La pelota vasca, la piel contra la piedra, de Julio Medem, ha sido estrenada comercialmente en España tras un mes de polémicas. Dejemos de lado las declaraciones de la ministra de Cultura y las denuncias de algunos entrevistados. El documental de Medem puede ser valorado por lo que es (por lo que dice y por cómo lo dice) en el doble ámbito al que pertenece: el de la cinematografía documental y el de la compleja realidad vasca que pretende documentar. En sus 115 minutos desfilan testimonios de escritores, intelectuales, políticos, profesores y otros ciudadanos, mayoritariamente vascos, acerca de las causas y actual realidad del llamado “conflicto” o “problema” vasco. Estos testimonios se nos presentan en montaje paralelo entreverado con secuencias que pretenden ilustrar aspectos del País Vasco: folklore y tradiciones (pelotaris en un frontón, haizkolaris partiendo leños), tomas de paisajes, secuencias extraídas de diversas fuentes fílmicas. El ensamblaje de todo este material heterogéneo sigue el hilo de unos temas que se supone representan los parámetros fundamentales de dicho “conflicto” o “problema”.
Medem trata la palabra de sus entrevistados como una materia bruta a la que aplica las tijeras del montador. El resultado es una concatenación de frases y discursos amputados. Estamos, pues, ante el simulacro de un diálogo, del que el autor, por otra parte, invoca una y otra vez las virtudes.1 Visto el resultado, el método invalida sus intenciones declaradas o bien oculta intenciones no manifiestas. De ser cierto lo primero, Medem es un cineasta torpe o inepto; si lo segundo, un manipulador. Por lo demás, el final es elocuente: la cámara se despide con un zoom hacia el rostro de cada entrevistado, al que deja atrás para perderse en el paisaje de fondo. ¿Qué mejor manera de significar que lo importante no son ellos sino ese inmutable fondo, la tierra, el cielo, el mar, el “ser” vascos?
Por añadidura, la palabra de unos se respeta más que la de otros. Las de Elorza en su primera aparición, entre Saizarbitoria y Atxaga, están tan amputadas que no se entiende lo que dice. O bien algunos entrevistados son anunciados en solitario. ¿El primero? Xabier Arzalluz (¿el político vasco por antonomasia?). ¿El segundo? Eduardo Madina, secretario de las Juventudes Socialistas de Euskadi, a quien una bomba lapa de ETA le voló una pierna (¿la víctima ejemplar?). Por cierto, ¿qué dice Madina de lo que le sucedió, o mejor, cuál es la palabra que más veces pronuncia (o retiene el cineasta)?: “suerte”. Madina tuvo “suerte”. Macabra definición: ya sabemos qué “suerte” corren la mayoría de quienes son declarados “enemigos del pueblo vasco” por ETA (el ostracismo social, el exilio, la muerte).
Menos visible que la manipulación de los testimonios pero tan revelador es el temario que agota Medem. Por orden de aparición:
los orígenes del pueblo vasco y su identidad, amenizado por la melodía preferida de nacionalistas “moderados” y elkarristas: la equidistancia, y aderezado con referencias a la excepcionalidad vasca. Un Arnaldo Otegi corderil, que en esta oportunidad no habla de “puños de hierro” ni de banderas que “apestan”, evoca a un amigo cubano que le dice que los vascos son los últimos indígenas de Europa, es decir, repite la fábula de Sabino Arana, quien, menos modesto que el cubano de Otegi, sostenía que no contentos con ser los aborígenes de Europa, los vascos también lo son de África;
la historia: el paraíso del foralismo perdido. Opiniones dispares y contradictorias se suceden vertiginosamente en una secuencia destinada a hacernos creer que es este un punto de doxa, de opiniones comunes que se equivalen, y como si algunas de las aquí vertidas no fueran mitos nacionalistas. De guinda, Guernica, ante cuyo tratamiento por Medem podemos imaginar la sorpresa que causará a los historiadores del futuro el que su bombardeo haya pasado, en menos de un siglo, de simbolizar la agresión del fascismo contra la República española a significar exclusivamente una masacre más del pueblo vasco en manos de sus enemigos de siempre;
la ETA gloriosa del atentado a Carrero Blanco y la ETA de la democracia española, salomónicamente dividida entre víctimas y victimarios mediante el montaje en paralelo de las declaraciones de la viuda de un ertzaina asesinado por miembros de la banda y las de la esposa de un preso de ETA. Secuencia que merece estudiarse en las escuelas de cine como ejemplo de manipulación ideológica;
la democracia española, que no ha cambiado nada para el pueblo vasco. Julen de Madariaga nos ofrece la enésima versión del discurso incólume acerca de “la dominación colonial” española, y Javier Sádaba nos alecciona sobre los peligros del “ultranacionalismo” español vehiculados por… la actual Constitución; la tortura. Queda no denotado pero sí connotado (¿habrá leído Medem a Jakobson o a Hjelmslev?) que la Guardia Civil tortura sistemáticamente, como en tiempos de Franco. Si a esto se agrega lo anterior que nada ha cambiado y el “conflicto” vasco es fruto de “la dominación colonial”, entonces todo, si no se justifica, al menos se explica;2
la oferta de diálogo, como la entiende el actual lehenda-kari: hablemos sólo de lo que quiero hacer, y preferiblemente después de haberlo hecho; la negativa al diálogo, imputable sólo al pp: un montaje de imágenes de informativos muestra, en cámara lenta, primero a Aznar moviendo la cabeza de un lado a otro y dibujando con los labios un “no”, después a Ibarretxe desplegando su gran sonrisa infantil y moviendo la cabeza en inequívoca señal de “sí”. Ah, y la Ley de Partidos, unánimemente condenada.
Estos temas son los que el nacionalismo vasco, blando o duro, acepta como los únicos dignos de ser abordados a la hora de “dialogar” acerca del “problema” vasco. Ofrecen una síntesis de la lectura de la historia del pueblo vasco cara al PNV, partido que ha logrado la cuadratura del círculo a la que aspiran otros nacionalismos peninsulares: dictar las reglas del juego desde el gobierno y simultáneamente presentarse como víctima de las reglas del juego que dictan “los otros”. Quedan “no invitados” al diálogo: el asesinato de Miguel Ángel Blanco y la repulsa ciudadana que suscitó en el País Vasco; la diversidad de las víctimas de ETA, entre las que figuran también profesores, periodistas, abogados, empresarios y numerosos políticos con “mala suerte”; el análisis que hacen algunos historiadores, como Juan Aranzadi, a los que podría Medem haber invitado a “dialogar”, de la misma manera que ha convocado a un sacerdote irlandés que nos instruye sobre lo que el Sinn Féin entiende por diálogo; el actual puesto que ocupa el pp en el País Vasco (segunda fuerza política), realidad que la ausencia de sus representantes no basta para borrar.
Evidentemente, Medem tiene derecho de verse a sí mismo como un “pájaro de mirada limpia”. Tiene aun el derecho de infligirnos una prosa sensiblera y cursi, capaz de competir con las memeces cuajadas de “luceros” y “albas” que prodigaban los vates de la Falange y la Cruzada franquista. Pero a lo que no tiene derecho es a suponer que su film queda eximido de juicio crítico. Y ese juicio, basado en lo que su película dice y muestra, no puede por menos que rechazar la grotesca mezcla de ingenuidad, ignorancia y desprecio de quien se presenta ante el público con la “mirada limpia” del “ojo de pájaro” y una cinta que es un manipulador simulacro de diálogo, con las visibles huellas de unas manos más bien sucias de tanto haber traficado, no entre la piel y la piedra, sino, tijera en ristre, entre el celuloide y la realidad. ~
(Caracas, 1957) es escritora y editora. En 2002 publicó el libro de poemas Sextinario (Plaza & Janés).