Cuรกn a menudo desde aquel sรกbado sombrรญo y empapado โaquel helado dรญa de abril, hace ya quince aรฑosโ mi corazรณn ha albergado el sueรฑo, el deseo de dar a la muerte de Abraham Lincoln una reflexiรณn y un recuerdo. Mas, ahora que la esperada oportunidad se presenta, encuentro mis notas deficientes (ยฟpor quรฉ, cuando se trata de temas en verdad profundos, las declaraciones son tan vacuas?, ยฟpor quรฉ nunca llega la frase justa?) y el digno tributo con el que soรฑรฉ aguarda inconcluso, como siempre. La razรณn de mis palabras no estรก en lo que ellas sean por sรญ mismas o en lo que puedan contener, estรก casi solamente en el anhelo que siento por seรฑalar el dรญa, el martirio, mรกs allรก de toda palabra. Es con este propรณsito, amigos mรญos, que los he convocado. Aunque los aรฑos a su paso nos devuelvan a esta hora, demorรฉmonos en ella de nuevo, no importa cuรกn brevemente. Por mi parte, guardo el deseo y la esperanza de que, hasta el dรญa de mi muerte, cada 14 รณ 15 de abril reunirรฉ a unos cuantos amigos y guardarรฉ el trรกgico recuerdo de esa fecha. No un recuerdo estrecho o sesgado. El recuerdo pertenece a todos estos estados en su totalidad, no sรณlo al norte, sino al sur โquizรกs pertenezca al sur mรกs tierna y devotamente que a todos los demรกs; pues ahรญ estรก, en realidad, el linaje de este hombre. De ahรญ viene su estampa, desde ahรญ. ยฟPor quรฉ no habrรญa de decir que de ahรญ vienen sus mรกs nobles cualidades โsu universalidadโ, sus gestos y palabras a todas luces amables y sencillos, su determinaciรณn inflexible y la bravura de su corazรณn? ยฟNunca se han percatado, amigos mรญos, de que Lincoln, aunque traspuesto al oeste, es en esencia, en su porte y en su carรกcter, una contribuciรณn sureรฑa?
Y aunque de ninguna manera pretenda reanudar esta noche la Guerra de Secesiรณn, les recordarรฉ sucintamente las condiciones pรบblicas que precedieron a dicha contienda. Durante veinte aรฑos, y en especial durante los cuatro o cinco aรฑos previos al comienzo de la guerra, el panorama de los asuntos pรบblicos en Estados Unidos, aun sin el brillo de la agitaciรณn militar, deja ver mรกs que los contornos de una batalla, una larga campaรฑa, o incluso una serie de convulsiones naturales. Las acaloradas pasiones del sur โen el norte la extraรฑa mezcla de inercia, incredulidad y conciencia del poderโ, lo incendiario de los abolicionistas, la bellaquerรญa y la garra de los polรญticos, sin parangรณn en ninguna tierra, en ninguna era. Y a todo esto no puedo dejar de agregar la honestidad que mostraba por doquier el grueso esencial de la poblaciรณn โempero, con toda la furia y las contradicciones desbordantes de sus naturalezas mรกs crispadas que las olas del Atlรกntico en el mรกs feroz equinoccio. En materia de polรญtica, ยฟquรฉ podrรญa ser mรกs ominoso (pese a que en general pasรณ inadvertido entonces), quรฉ podrรญa ser mรกs significativo que las presidencias de Fillmore y Buchanan, que demostraron rotundamente que la flaqueza e iniquidad de los gobernantes electos nos pueden afligir aquรญ igual que en los paรญses del Viejo Mundo, con sus monarquรญas, emperadores y aristocracias? En ese Viejo Mundo se escuchaban por todas partes fragores subterrรกneos, que se apaciguaban sola y seguramente para volver. Mientras que en Amรฉrica, el volcรกn, aunque aรบn cรญvico, se estremecรญa cada vez mรกs โse volvรญa cada vez mรกs tormentoso y amenazante.
En el culmen de toda esta efervescencia y todo este caos, rondando al margen en un principio, y sumergida despuรฉs en su mismo vรณrtice, destinada a jugar un papel protagรณnico, aparece una extraรฑa y abstrusa figura. No olvidarรฉ fรกcilmente la primera vez que vi a Abraham Lincoln. Debiรณ ser alrededor del 18 o 19 de febrero de 1861. Transcurrรญa una tarde bastante agradable en la ciudad de Nueva York cuando รฉl llegรณ desde el oeste para permanecer unas cuantas horas y despuรฉs seguir hacia Washington, a fin de prepararse para su investidura. Lo vi en Broadway, cerca del lugar donde ahora se encuentra la oficina de correos. Bajรณ por Canal Street, me parece, para detenerse frente a Astor House. Los amplios espacios, aceras y calles del vecindario, ahรญ y a la distancia, estaban poblados por masas compactas de gente, muchos miles de personas. Los รณmnibus y otros vehรญculos habรญan sido detenidos, generando un sosiego inusual en aquella parte de la ciudad. Enseguida, dos destartalados coches tirados por caballos se abrieron paso con cierta dificultad por entre la multitud, e hicieron alto frente a la entrada de Astor House. Una figura espigada saliรณ por en medio de estos coches, se detuvo pausadamente en la acera, entornรณ la vista hacia las paredes de granito y la arquitectura inverosรญmil del gran y viejo hotel โluego, tras un reconfortante estiramiento de brazos y piernas, se volviรณ por cerca de un minuto para escudriรฑar lenta y gozosamente la apariencia de las multitudes vastas y silenciosas. No hubo discursos, ni cumplidos, ni bienvenida โhasta donde pude escuchar, no se dijo una sola palabra. Pero un gran desasosiego se escondรญa bajo la calma. Algunas personas precavidas temรญan algรบn insulto o indignidad conspicua dirigida hacia el presidente electo โy es que no tenรญa popularidad personal alguna y muy poca popularidad polรญtica en la ciudad de Nueva York. Sin embargo, era obvio que se habรญa llegado a un acuerdo tรกcito, que si los contados seguidores polรญticos del seรฑor Lincoln habrรญan de abstenerse por completo de cualquier manifestaciรณn de su parte, la inmensa mayorรญa, que eran todo menos sus seguidores, se abstendrรญan tambiรฉn. El resultado fue un silencio sรณlido, mohรญno, tal que sin duda nunca antes habรญa caracterizado a una multitud neoyorquina tan grande.
Recuerdo claramente haber visto a Lafayette casi en el mismo vecindario, en su visita a Amรฉrica en 1825. Algunos aรฑos mรกs tarde tambiรฉn vi y escuchรฉ personalmente cรณmo fueron recibidos Andrew Jackson, Clay, Webster, Kossuth el hรบngaro, Walker el filibustero, el Prรญncipe de Gales y otros hombres cรฉlebres, nativos y extranjeros โtodo ese estruendo y magnetismo humano indescriptibles, ese sonido รบnico en el universo โยกlos animados gritos atronadores de un sinnรบmero de gargantas humanas desatadas! Pero en esta ocasiรณn, ni una voz โni un sonido. Desde la parte superior de un รณmnibus (estacionado a un lado, cerca, flanqueado por la acera y la multitud), tenรญa, dirรญa yo, una vista capital de todo, y en especial del seรฑor Lincoln, de su mirada y su andar โsu perfecta compostura y sobriedadโ, su altura inusual e insรณlita, su vestimenta completamente negra, su sombrero de copa echado hacia atrรกs, su complexiรณn morena, su rostro surcado de arrugas pero afable, su cabello negro y tupido, su cuello desproporcionadamente largo, y sus manos, cruzadas por detrรกs mientras permanecรญa de pie, observando a la gente. Miraba con curiosidad ese inmenso mar de rostros, y el mar de rostros le devolvรญa la mirada con igual curiosidad. En ambos habรญa una pizca de comedia, casi de farsa, como la que Shakespeare pone en sus mรกs oscuras tragedias. La multitud que le rodeaba consistรญa, pienso, en unos treinta o cuarenta mil hombres, de los que ni uno solo era su amigo personal โy no me cabe la menor duda (asรญ de enloquecidos eran los fermentos de la รฉpoca) de que muchos cuchillos y pistolas homicidas acechaban en los bolsillos, junto a los muslos o el pecho, ahรญ, listos para actuar tan pronto sobrevinieran el enfrentamiento y el motรญn.
Pero no sobrevino ni el enfrentamiento ni el motรญn. La alta figura volviรณ a estirar con alivio sus brazos y piernas; luego, a un paso moderado y en compaรฑรญa de unas cuantas personas de apariencia desconocida, ascendiรณ los escalones del pรณrtico de Astor House, desapareciรณ por la espaciosa entrada โy la pantomima terminรณ.
Vi a Abraham Lincoln con frecuencia durante los cuatro aรฑos siguientes. Cambiรณ mucho y con rapidez en los aรฑos de su presidencia โpero esta escena, y su presencia en ella, estรกn grabadas indeleblemente en mi recuerdo. El pensamiento que aquel dรญa, mientras estaba sentado sobre el รณmnibus y tenรญa una buena vista de รฉl, era vago e incipiente, se ha vuelto desde entonces bien claro: que cuatro clases de genio, cuatro manos magnรญficas y primordiales, serรญan necesarias para completar el futuro retrato de este hombre โlos ojos y el cerebro y el tacto de Plutarco y Esquilo y Miguel รngel, asistidos por Rabelais.
Y luego (el seรฑor Lincoln pasando de esta escena a Washington, donde fuera investido, rodeado en todo momento por la caballerรญa armada y los tiradores โel primer caso como รฉste en nuestra historia, y el รบltimo, esperoโ), luego, la rรกpida sucesiรณn de acontecimientos bien conocidos (demasiado bien โen estos dรญas casi nos parece odiosa su menciรณn, segรบn creoโ): el tiroteo contra la bandera nacional en Sumter; el levantamiento del norte, en medio de paroxismos de estupor y furia; el caos de los concejos divididos; el llamado a las tropas; la primera batalla de Bull Run; el sorprendente abatimiento, pasmo y consternaciรณn del norte; el torrente, en fin, de la Guerra de Secesiรณn. Cuatro aรฑos de guerra espeluznante, sangrienta, lรณbrega, homicida. ยฟQuiรฉn pintรณ esos aรฑos, con todas sus escenas? Los rudos combates, las derrotas, los planes, los fracasos, las horas, los dรญas de desaliento, cuando nuestra nacionalidad parecรญa pender de un manto de duda, un manto mortuorio, quizรกs; las burlas mefistofรฉlicas de los paรญses y los embajadores extranjeros, la temida Escila de la interferencia europea, y la Caribdis de los estratos latentes, tremendamente peligrosos, de simpatizantes de la secesiรณn a lo largo y ancho de los estados libres (mucho mรกs nutridos de lo que se cree); las largas marchas en el verano, el sudor ardiente, las numerosas insolaciones, como en el combate de Gettysburg en el 63; las batallas nocturnas en los bosques, como la de Hooker en Chancellorsville; los campos en el invierno, las prisiones militares, los hospitales (ay, ay, los hospitales).
ยฟLa Guerra de Secesiรณn? No, permรญtaseme llamarla la Guerra de Uniรณn. Pero sea cual fuere su nombre, aรบn estรก demasiado prรณxima a nosotros, es demasiado grande y nos ensombrece muy de cerca, sus ramas sin formar (pero ciertas) apuntan muy lejos hacia el futuro โy las mรกs grandes y reveladoras todavรญa son tiernas. De la era de esos cuatro aรฑos, de esas escenas, aรบn estรก por emerger una gran literatura, una era que abarca siglos de pasiรณn nativa, de imรกgenes excelsas, de tempestades de vida y muerte, una mina inagotable para las historias, el drama, el romance, incluso la filosofรญa de los pueblos por venir โen verdad, la mรฉdula de la poesรญa y del arte (y del carรกcter personal, tambiรฉn) para todos los futuros americanos, mucho mรกs grandiosa en mi opiniรณn, para las manos que sean capaces, que el sitio de Troya segรบn Homero, o las guerras francesas segรบn Shakespeare.
Pero he de terminar con estas especulaciones y regresar al tema que me he impuesto y al que me he limitado. Del asesinato del Presidente Lincoln, aun cuando tanto se ha escrito, quizรกs los hechos permanecen todavรญa muy indefinidos en la mente de la mayorรญa. Leo de mis apuntes, escritos en el momento, y revisados asidua y definitivamente desde entonces.
El dรญa, el 14 de abril de 1865, parece haber sido un dรญa agradable en todo el territorio โsiendo la atmรณsfera moral tambiรฉn agradable: la larga tormenta, tan oscura, tan fratricida, tan llena de sangre, duda y pesar, habรญa terminado al fin con el amanecer de una victoria absolutamente nacional, y la caรญda total del secesionismo. ยกCasi dudรกbamos de nuestros sentidos! Lee habรญa capitulado bajo el manzano de Appomattox. Los otros ejรฉrcitos, los flancos de la revuelta, le siguieron aprisa. ยฟAcaso era cierto, entonces? ยฟMรกs allรก de todos los asuntos de este mundo de infortunio y fracaso y desorden, habรญa en verdad llegado el signo certero, infalible, como un rayo de luz pura, del plan โdel gobierno justoโ de Dios? Asรญ que el dรญa, como decรญa, era propicio. Los primeros pastos, las primeras flores, habรญan nacido. (Recuerdo que donde vivรญa en aquellos dรญas, con la estaciรณn ya avanzada, habรญa muchas lilas en flor. Por uno de esos caprichos que penetran y ponen un cierto dejo en los acontecimientos, sin formar en absoluto parte de ellos, siempre me asalta el recuerdo de la gran tragedia de aquel dรญa ante la vista y el perfume de estas flores. Nunca falla.)
Pero no debo demorarme en lo accesorio. La acciรณn apremia. El popular diario vespertino de Washington, el pequeรฑo Evening Star, habรญa esparcido en cien lugares distintos de toda su tercera pรกgina, dividido de manera sensacionalista entre los anuncios: โEl Presidente y su esposa asistirรกn al Teatro esta noche…โ (A Lincoln le gustaba el teatro. Yo mismo lo vi ahรญ en varias ocasiones. Recuerdo haber pensado lo curioso que resultaba que รฉl, en cierto sentido el actor principal del drama mรกs tormentoso que el escenario de la historia real conociera en siglos, se sentara allรญ y permaneciera tan completamente interesado y absorto en esos muรฑecos de paja humanos, que se movรญan por ahรญ con sus pequeรฑos gestos bobos, su espรญritu remoto y su pomposo texto.)
En esta ocasiรณn el teatro estaba atestado, muchas damas en trajes alegres y atildados, oficiales portando sus uniformes, muchos ciudadanos reconocidos, gente joven, los racimos acostumbrados de lรกmparas a gas, el magnetismo usual de tanta gente alegre, perfumada, mรบsica de violines y flautas (y por encima de todo, saturรกndolo todo, la vasta, vaga maravilla, la Victoria, la victoria de la naciรณn, el triunfo de la Uniรณn colmando el aire, el pensamiento, los sentidos, con un regocijo mayor a toda la mรบsica y los perfumes).
El presidente llegรณ a buena hora y, junto con su esposa, presenciรณ la obra desde los grandes palcos del segundo piso, dos convertidos en uno y profusamente engalanados con la bandera nacional.
Los cuadros y escenas de la pieza โuna de esas composiciones escritas de manera singular que tienen al menos el mรฉrito de dar sosiego total a un pรบblico ocupado durante el dรญa en la acciรณn mental o en las emociones y preocupaciones de los negocios, ya que no apela ni remotamente a la naturaleza moral, emocional, estรฉtica o espiritualโ, una pieza (Nuestro primo americano) en la que, entre otros personajes, un supuesto yankee, sin duda uno como nunca se lo ha visto, o lo menos parecido a lo que se ha visto en Norteamรฉrica, llega a Inglaterra, un sin-sen-ti-do variado de charla, argumento, escenografรญa y demรกs parafernalia para componer una obra popular moderna. Habรญan avanzado tal vez un par de actos cuando, en medio de la comedia, o no comedia, o como quiera llamรกrsele, y para compensar, o para completarla, como burla de la Naturaleza y de la gran Musa frente esta pobre pantomima, vino a interpolarse una tal escena, no para ser descrita a cabalidad o con exactitud (pues hasta hoy parece que en los muchos cientos que estaban ahรญ no dejรณ mรกs que una niebla pasajera, un sueรฑo, una mancha) โy pese a todo, para ser descrita parcialmente como procedo a hacerlo ahora. Hay un cuadro en la obra que representa un salรณn moderno donde el imposible yankee informa a un par de damas inglesas sin precedentes que no es รฉl un hombre de fortuna y, por ende, no resulta deseable con fines maritales; tras lo cual, y una vez terminados los comentarios, el trรญo dramรกtico hace mutis, dejando el escenario diรกfano por un momento. En este intervalo sobrevino el asesinato de Abraham Lincoln. Descomunal en la diversidad de secuelas que lo rodearon y que se extienden hacia el futuro por muchos siglos, en la polรญtica, en la historia, en el arte, en fin, del Nuevo Mundo, en los hechos el punto principal, el asesinato en sรญ transcurriรณ con la discreciรณn y simpleza de cualquier ocurrencia ordinarรญsima โla apertura de un capullo o una vaina en medio de la vegetaciรณn, por ejemplo. A travรฉs del murmullo generalizado que siguiรณ a la pausa en escena, con el cambio de posiciones, llegรณ el sonido amortiguado de un disparo que en ese momento no escuchรณ ni una centรฉsima parte del pรบblico โy aรบn asรญ, llegรณ tambiรฉn un instante de sosiego, de alguna manera, sin duda, un tenue y pavoroso estremecimientoโ y luego, por el ornamentado, engalanado palco del presidente, por sus estrellas y barras, una figura sรบbita, un hombre, se yergue con manos y pies, se detiene un momento en la barandilla, salta hacia abajo al escenario (una distancia de unos catorce o quince pies), cae descompuesto, pues el tacรณn de su bota se ha atorado en el espeso cortinaje (la bandera americana), se desploma sobre una rodilla, se recupera prestamente, se levanta como si nada hubiese pasado (en verdad se lastima el tobillo, pero no lo siente entonces) y asรญ, la figura, Booth, el asesino, vestido con paรฑo liso y negro, descubierta la cabeza, la cabellera espesa, brillante, azabache, y sus ojos como los de un animal desquiciado, centellantes de luz y osadรญa, pero con una cierta calma extraรฑa, sostiene elevado en una mano un gran cuchillo, sigue caminando, no mucho mรกs allรก de las luces del proscenio, se da la vuelta por completo hacia el pรบblico, su rostro de una belleza estatuaria, iluminado por esos ojos de basilisco, radiantes de desesperaciรณn, quizรกs locura, lanza con una voz firme y templada las palabras Sic semper tyrannis y luego, a un paso que no es rรกpido ni lento, cruza el escenario en diagonal, y desaparece. (ยฟToda esta terrible escena โque hiciera del artificio previo una insensatezโ, toda ella, no habrรญa sido ensayada previamente, sin ornamentos, por Booth?)
Un momento de quietud, un clamor, el grito de asesinato, la seรฑora Lincoln inclinรกndose hacia fuera del palco, sus labios y mejillas de un tono cenizo, con un sollozo involuntario, seรฑalando hacia la figura en retirada: Ha matado al presidente. Y aรบn, por un momento, el suspenso incrรฉdulo, extraรฑo… ยกy entonces el diluvio!, entonces esa mezcla de horror, retumbos, incertidumbre (el sonido, en alguna parte del fondo, de herraduras de caballo traqueteando con velocidad), la gente se desborda sobre sillas y barandales, y los destruye, la confusiรณn y el terror son inextricables, las mujeres se desmayan, las personas algo dรฉbiles caen, son pisoteadas, se escuchan muchos gritos de agonรญa. De pronto el amplio escenario se llena hasta la asfixia con una multitud densa y variopinta, como si de algรบn horrendo carnaval se tratase, el pรบblico se abalanza sobre รฉl, al menos los hombres fuertes, los actores y las actrices estรกn todos ahรญ, con sus disfraces y sus caras maquilladas, con un miedo mortal asomando a travรฉs del rubor: los gritos y los clamores, las palabras confusas redoblan, se triplican, dos o tres logran atravesar el escenario contra las aguas hasta el palco del presidente โotros intentan encaramarseโ, etcรฉtera, etcรฉtera.
En medio de todo esto, los soldados de la guardia presidencial, junto con otros, se ven atraรญdos repentinamente al escenario, irrumpen en รฉl (unos doscientos en total), toman el teatro por asalto, todos los pisos, en especial los superiores, henchidos de rabia, literalmente acometiendo al pรบblico con bayonetas caladas, mosquetes y pistolas, gritando ยกAbran paso!, ยกabran paso! hijos de… Tal era el cruento paisaje, o mรกs bien un indicio de รฉl, dentro del teatro esa noche.
Afuera tambiรฉn, en la atmรณsfera de pasmo y delirio, las multitudes llenas de frenesรญ, y listas para desfogarlo a la primera oportunidad, se juntan y asesinan a varios individuos inocentes. Uno de estos casos resultรณ especialmente apasionante. La masa enfurecida la tomรณ con un hombre por alguna razรณn, ya por las palabras que profiriera, ya sin causa alguna quizรกs, y estaban a punto de colgarlo de una farola cercana, cuando el hombre fue rescatado por unos cuantos policรญas heroicos que lo rodearon y en medio de un gran peligro se abrieron camino hasta la estaciรณn. Fue un episodio a la medida de toda la cuestiรณn. La masa embistiendo y arremolinรกndose de un lado a otro โla noche, los gritos, los rostros pรกlidos, tanta gente asustada intentando en vano salir de ahรญโ, el hombre violentado, aรบn presa de las mandรญbulas de la muerte y con la apariencia de un cadรกver, la media docena de policรญas silenciosos, resueltos, sin ningรบn arma mรกs que unos pequeรฑos palos, pero severos y firmes entre todos esos enjambres apiรฑados โtodo constituรญa una escena adyacente adecuada a la gran tragedia del asesinato. Los policรญas lograron llegar a la estaciรณn protegiendo al hombre, y lo dejaron bajo vigilancia durante la noche, y lo liberaron por la maรฑana.
Y en medio de tal pandemรณnium, de los soldados enfurecidos, del pรบblico y las multitudes, del escenario y todos sus actores y actrices, sus colores, sus lentejuelas y sus lรกmparas a gas โla sangre viva de esas venas, la mejor y la mรกs dulce de esta tierra, gotea lentamente, y la exudaciรณn de la muerte ya da paso a sus minรบsculas burbujas sobre los labios.
He aquรญ los incidentes y los contornos visibles del asesinato de Abraham Lincoln, tal como ocurrieron. Asรญ tocรณ a su fin el intento de secesiรณn de estos estados; asรญ terminaron cuatro aรฑos de guerra. Pero las cosas fundamentales llegan mรกs tarde, sutiles e invisibles, quizรกs mucho mรกs tarde โy no son las militares, las polรญticas, ni (por grandiosas que รฉstas sean) las histรณricas. Pues ciertos resultados secundarios e indirectos, producto de la tragedia de esta muerte, son en mi opiniรณn aรบn mรกs grandes. No se trata del acontecimiento mismo del asesinato. No es que el seรฑor Lincoln hilara los hitos y los personajes principales del perรญodo, como cuentas, sobre la hebra รบnica de su carrera. No es que su idiosincrasia, en su apariciรณn y desapariciรณn sรบbitas, haya marcado a esta Repรบblica con un sello mรกs profundo y duradero que el que cualquier hombre nos haya dado hasta hoy (mรกs incluso que el de Washington), sino que, aunado a todo esto, el valor y el significado inconmensurables de toda esta tragedia yacen, para mรญ, en los sentidos que en รบltima instancia son mรกs caros a una naciรณn (y aquรญ y ahora, los mรกs preciados para nosotros): el sentido de la imaginaciรณn y el del arte โel sentido literario y dramรกtico. No segรบn un significado comรบn o bajo de dichos tรฉrminos, antes bien, segรบn un significado glorioso para la raza y para todas las รฉpocas. Al fin, una larga y diversa serie de acontecimientos contradictorios llega a su mรกs fino desenlace poรฉtico, singular, nodal, pictรณrico. Todo el intrincado, desconcertante, multiforme revuelo del perรญodo de secesiรณn se define y conviene en un breve destello de luz relampagueante โun acto simple, brutal. Esta culminaciรณn tajante, esta soluciรณn dirรญase, a tantos problemas sangrientos y rabiosos, ilustra esos momentos de clรญmax en el escenario del Tiempo universal, en los que la Musa histรณrica en una entrada y la Musa trรกgica en otra, bajando repentinamente el telรณn, cierran un inmenso acto en el largo drama del pensamiento creativo, y lo dejan refulgir, un cuadro viviente mรกs extraรฑo que la ficciรณn. ยกUn digno fulgor, un digno final! ยกCรณmo adora estas cosas la imaginaciรณn, cรณmo las adora el estudioso! Amรฉrica tambiรฉn las puede tener. Pues de entre todas las muertes notorias, ni las lejanas ni las cercanas โni Cรฉsar en el Senado romano, o Napoleรณn agonizando en la feroz tormenta nocturna de Santa Elena; ni Paleรณlogo en su caรญda, luchando desesperadamente, arrojado sobre un mar de cadรกveres griegos; ni el viejo y sereno Sรณcrates, bebiendo la cicutaโ ninguna conquista ese confรญn de la Guerra de Secesiรณn, en la vida de un solo hombre, aquรญ entre nosotros, en nuestro propio tiempo โese sello de la emancipaciรณn de tres millones de esclavos, ese parto y alumbramiento de nuestra Repรบblica al fin libre en verdad, nacida de nuevo, para emprender desde aquรญ su camino de genuina, homogรฉnea Uniรณn, compacta, coherente consigo misma.
Y nunca encontrarรกn los futuros patriotas y unionistas americanos, no importa en quรฉ lugar de esta tierra, si en el norte o en el sur, una mejor enseรฑanza de su lecciรณn. Despuรฉs de todo, la contribuciรณn final de los hombres mรกs grandes de una Naciรณn no se remite a sus actos en sรญ mismos, ni a su relaciรณn directa con su รฉpoca o su paรญs. La finalidad de una vida heroica, eminente โy en especial la de una muerte eminentemente heroicaโ es su filtraciรณn indirecta hacia la naciรณn y la raza, y tambiรฉn, a menudo despuรฉs de numerosas mudanzas, pero con certeza, รฉpoca tras รฉpoca, dotar de carรกcter y temperamento al personalismo de los albores y la madurez de cada era, y de la humanidad. Existe entonces un lazo comรบn a toda la gente, un lazo sutil, mรกs fundamental que cualquier cosa en la constituciรณn escrita, en las cortes o en los ejรฉrcitos โa saber, el lazo de una muerte identificada a cabalidad con toda esa gente, por en encima de todo, en nombre de todos. Resulta extraรฑo (ยฟo no?) que las batallas, los mรกrtires, las agonรญas, la sangre, e incluso el asesinato condensen de tal forma โquizรกs sรณlo asรญ verdadera y permanentementeโ una nacionalidad.
Lo reitero: las muertes grandiosas de la raza, las muertes dramรกticas de cada nacionalidad, son el legado mรกs importante, en cierto sentido superan a la literatura y el arte (asรญ en el hรฉroe que excede su mรกs prolijo retrato, asรญ en la batalla que supera el cantar y la รฉpica mรกs exquisitos). ยฟNo es รฉsta en realidad la cuestiรณn que subyace a toda tragedia?, ยฟa las famosas piezas de los maestros griegos y de todos los maestros? Ay, si los antiguos griegos hubiesen tenido a este hombre, ยกquรฉ trilogรญas โquรฉ รฉpicasโ habrรญan surgido a partir de รฉl! ยกCรณmo lo habrรญan recitado los rapsodas! ยกCon quรฉ premura habrรญa entrado esa figura alta y peculiar a la regiรณn donde los hombres vivifican a los dioses y los dioses divinizan a los hombres! Pero Lincoln, sus tiempos, su muerte โgrandiosos como cualquier, cualquier รฉpocaโ pertenecen a nuestra era, y son autรณctonos. (En ocasiones pienso que sรญ, nuestros tiempos americanos, nuestro propio escenario, los actores que conocemos y con los que hemos intercambiado saludos y palabras โmรกs fatรญdicos que todo Esquilo, mรกs heroicos que los guerreros que rodeaban Troyaโ, han dado a nuestra Democracia reyes mรกs orgullosos que Agamenรณn, modelos de carรกcter encantadores y bravos como Ulises, muertes mรกs piadosas que la de Prรญamo.)
Cuando, dentro de siglos (pues han de pasar siglos, segรบn creo, antes de que la vida de estos Estados, o de la Democracia, pueda ser realmente escrita e ilustrada), los principales historiadores y dramaturgos busquen un personaje, un acontecimiento seรฑalado, lo suficientemente incisivo como para marcar con un corte profundo y fijar en la memoria รฉste nuestro turbulento siglo XIX (no sรณlo en los Estados, sino en todo el universo polรญtico y social), algo que clausure acaso esa esplรฉndida procesiรณn del feudalismo europeo, con toda su pompa y sus prejuicios de castas (de cuyas largas secuelas aรบn somos en Amรฉrica herederos sin remedio); algo que identifique con una identificaciรณn terrible lo que hasta ahora ha sido el paso revolucionario mรกs grande en los Estados Unidos (tal vez el mรกs grande del mundo, en nuestro siglo), la extirpaciรณn y borradura absolutas de la esclavitud en los Estados, esos historiadores buscarรกn en vano cualquier cosa que sirva mรกs justamente a su propรณsito que la muerte de Abraham Lincoln.
Caro a la Musa, caro en grado sumo a la Nacionalidad โa toda la raza humanaโ, preciado para la Democracia, preciado por siempre y sin palabras, fue su primer gran Adalid y Mรกrtir. ~
Traducciรณn de Marianela Santoveรฑa