Aunque parezca un farol, el arte del futuro será la música. Esta profecía ya la hizo George Steiner hace treinta años (In Bluebeard’s Castle) pero nadie se la tomó demasiado en serio. Entonces (y todavía hoy) la inmensa mayoría de los críticos y publicistas creía que las artes plásticas eran las más representativas del Arte.
Cuenta Bertrand Dermoncourt en el número de octubre de la revista Classica Repertoire, una de las más apreciadas por los especialistas en música culta, que la crisis del disco y de los grandes sellos es tan sólo un espejismo mediático. Como es lógico, la transformación técnica siempre deja cadáveres en el camino, y así como en los comienzos de la pintura al óleo había fresquistas y muralistas que pensaban que aquello era una moda pasajera, así también los ejecutivos de las grandes firmas musicales creyeron que eso de bajarse música al ordenador era un fenómeno efímero. Ya han regresado todos a la universidad.
En apenas un mes, Tunes Music Store Europa, el lugar de descarga musical de Apple, ha comercializado cinco millones de productos. Las descargas se almacenan en un portátil llamado iPod. Más chocante aún, Universal Music y Bouygues Telecom se han unido para producir descargas musicales en teléfonos celulares. Ya el año pasado, los beneficios por descarga musical en móviles superaron a los de venta de singles. Detrás de cada musiquita (en constante transformación) hay un músico.
Ciertamente, éste es un mercado dominado por adolescentes (aunque en países como España la adolescencia se prolonga hasta los cuarenta años, e incluso más), pero es también la base sobre la que descansan segmentos menos masivos e imprescindibles como el de la música clásica. ¿Cuánto tardaremos en poder bajar al PC o al móvil la Séptima de Bruckner que dirigió Jochum en 1939? ¿Y qué sucederá entonces con los discos? En Francia ha descendido un 20% la venta de discos sólo en lo que va de año. El éxito de la música está matando al disco.
De todas las artes, la música es la que se ha adaptado con mayor facilidad a las tecnologías del simulacro. Ello no contradice otra profecía cumplida, la de Walter Benjamin cuando afirmaba que el arte del futuro era el cinema. Es cierto que gracias al vídeo, el DVD y las cámaras digitales la producción de imágenes está alcanzando una increíble saturación, pero la música tiene una característica muy peculiar que luego mencionaremos.
La película, en tanto que obra de arte, nace ya como copia sin original. La obra de arte original, la pieza única, es incompatible con la sociedad democrática de masas. En el mejor de los casos, las obras únicas y firmadas se comportan como material de anticuario, son mercancías carísimas para coleccionista, pero no influyen sobre la Historia del Arte. Las artes plásticas están condenadas a vivir en un mercado de unidades irrepetibles, excepcionales y carísimas.
La música, en cambio, aunque no nace (como el cine) sin original, desde que pudo conservarse en disco participa de la capacidad reproductiva de la literatura. La música enlatada no es la música original (y por eso Celibidache se negaba a grabar discos), pero nos hemos habituado con total espontaneidad a ella. La música de un concierto no es, en absoluto, la que reproduce el disco, pero así como una reproducción de Las Meninas no puede sustituir al original, en el caso del disco es un hecho que prescindimos del original sin mucha conciencia de pérdida. El simulacro auditivo es mucho más convincente que el simulacro óptico.
De todas las artes tradicionales, sólo la música ha sido capaz de esta admirable adaptación a la que ya se había prestado la literatura desde la invención de la imprenta. Los artistas plásticos se estrujan el seso para llegar a algo parecido, pero como demostraron los artistas de los años setenta, no hay manera. Incluso los más feroces destructores de la obra única, preciosa y firmada, están ahora en los museos con obra única, preciosa y firmada.
Así que la música, junto con el cine, va a dominar por completo el Arte del futuro, pero con la peculiaridad a que antes hice referencia y que no es otra que su escandalosa capacidad para recuperar el original, algo que el cine no puede hacer. Me explico.
La cada vez mayor accesibilidad de la música enlatada obliga a una cada vez mayor producción de originales, como ya ha sucedido en el terreno literario, en el que la demanda sube exponencialmente. Sin embargo, el original musical, como el original dramático, exige un estreno. Es cierto que muchas obras contemporáneas se estrenan directamente en disco (el sello Naxos, en su fascinante serie de música americana, es una mina de estrenos), pero el mercado del concierto en lugar de menguar está en alza. Es muy probable que esa capacidad de adaptación de la música le permita ser la única de las artes capaz de producir infinitas copias y sin embargo mantener el original, la música en directo, socialmente vivo.
Por un azar enigmático, la sumisión de la música a la técnica puede permitirle mantener intacto el soberbio galeón centenario del concierto, sin que eso le impida bogar por el océano de los simulacros posmodernos. –
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