La parla imprecisa del nacionalismo Vasco

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Entre los días 29 de abril y 2 de mayo de 2000, el diario Gara publicó una información seriada sobre el pacto que el Partido Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna habían alcanzado con ETA durante el verano de 1998. Los representantes de las tres organizaciones firmaron un documento en el que se comprometían a romper lazos con las fuerzas empeñadas “en la construcción de España y la destrucción de Euskal Herria”. Dicho acuerdo fue el antecedente inmediato del pacto de Lizarra y de la declaración de alto el fuego que ETA hizo pública en las postrimerías de aquel verano.
     Cada vez que el nacionalismo llamado democrático ha tenido tratos con la organización terrorista hemos acabado por conocer todos los detalles del mismo. El interlocutor enmascarado siempre lo ha dejado en evidencia. Pero los nacionalistas se sorprenden siempre como si fuera la primera vez. El entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, dijo en conferencia de prensa: “Nosotros creíamos que estábamos hablando con vascos y el vasco cumple su palabra, respeta el trato, no miente”. La expresión “palabra de vasco”, continuamente reivindicada por los nacionalistas, es, seguramente en lo que a ellos respecta, uno de los mitos más arraigados de la cultura contemporánea, sólo comparable, quizá, a la Revolución Cubana.
      
      
     “Cuando yo empleo una palabra —insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso— significa lo que yo quiero que signifique… ¡ni más ni menos!” “La cuestión está en saber —objetó Alicia— si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”. “La cuestión está en saber —declaró Humpty Dumpty— quién manda aquí”. Las palabras anteriores son, con toda seguridad, el pasaje más conocido de la obra de Lewis Carroll y han sido empleadas en muchas ocasiones para hablar de política y lenguaje. Ningún otro texto plantea con tanta claridad y concisión la cuestión política de la hegemonía y su capacidad de alterar el lenguaje como instrumento de comunicación. Pero sucede que el lenguaje es al mismo tiempo un instrumento básico para la formación del pensamiento, lo que explica en parte el galimatías que se está formando en el País Vasco desde que el nacionalismo inició su derrota soberanista.
      
      
     La neoparla nacionalista es, con permiso de Orwell, un espectáculo tan fascinante como abstruso. No es solamente imprecisa. Lo es, por supuesto, aunque con frecuencia se torne victimista, eufemística, insustancial, sobreabundante, perifrástica, etcétera.
      
      
     La primera de las definiciones que recoge el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para el término parla es “verbosidad insustancial”. Léase, a título de ejemplo, la siguiente declaración, hecha en 1999 por Joseba Egibar, portavoz del PNV durante los últimos doce años, como respuesta a la oferta de actuación conjunta hecha por Euskal Herritarrok1: “en la propuesta de EH se sitúa el zoom, el objetivo, en lo que puede ser la formación de la arquitectura, cuando tan importante como la fachada son los cimientos, porque, si los planteamientos básicos son contrastados, siempre hay posibilidades de entendimiento.”
      
      
     La parla nacionalista es, en primer término, un lenguaje construido con eslóganes banales, sentencias que pretenden ser axiomas pero que no pasan de tópicos refraneros: “el que niega el diálogo, niega la solución” o “no hay diques ni cauces que puedan contener la voluntad de este pueblo”, expresión acuñada por el lehendakari Ibarretxe, sin tener en cuenta que contener la voluntad de las personas, individual o colectivamente consideradas, es precisamente el fin para el que se inventó el derecho.
      
      
     Muy recientemente hemos sido testigos del triunfo de otro de estos eslóganes banales: “Hablando se entiende la gente”, que el Rey pronunció ante el presidente del parlamento catalán y que ERC convirtió en lema de campaña. La prueba de que no forzosamente hablando se entiende la gente es el caos, con crisis de gobierno, que organizó Carod Rovira con sus conversaciones en Perpiñán. ¿Hablando se entiende la gente? Depende, naturalmente, de qué se hable, de cómo se hable y de con quién se hable.
      
      
     La banalidad de estas propuestas descansa su lógica aparente sobre “palabras talismán”, términos cuya sola invocación exime de la necesidad de argumentar razonadamente: conflicto, paz, diálogo, el ámbito vasco de decisión, la consulta, el inmovilismo, los derechos colectivos.
      
      
     Aquí lo que hay es un conflicto, vienen a decir los nacionalistas. “¡Qué suerte tienen estos vascos!”, podría pensar un australiano atraído hasta Euskadi por las campañas de turismo del gobierno vasco. “Tener sólo un conflicto, con la cantidad de ellos que tengo yo mismo, sin ir más lejos.”
      
      
     Parece, en efecto, algo reduccionista una visión de la existencia que hable del conflicto, así, por antonomasia. La vida es, como se sabe, una sucesión de conflictos entre dos conflictos clave para el ser humano: el del nacimiento y el de la agonía que precede a la muerte. Son conflictos la infancia, el desarrollo del organismo en la adolescencia, el sexo y las relaciones amorosas, las de pareja; tenemos conflictos de carácter laboral, con nuestros hijos y su educación; son conflictos la enfermedad, la jubilación, el deterioro físico e intelectual en la vejez, la soledad, el miedo a la muerte y, finalmente, la muerte misma. No hay, en fin, ninguna etapa de nuestra vida libre de conflictos. Nos acostumbramos a pensar que no aparecen y se solucionan, sino que muy a menudo se transforman para aparecer nuevamente bajo una apariencia distinta.
      
      
     Las palabras que apuntalan el discurso no tienen un significado unívoco, y esa es una de las razones fundamentales para que en Euskadi no se comparta ningún discurso, por básico que sea. Ni siquiera hay acuerdo sobre el nombre de la cosa, de la patria. El Estatuto de Guernica establece que el nombre oficial de la Comunidad Autónoma es “Euskadi” o “País Vasco”. Los nacionalistas usan mayoritariamente el primero, los populares, el segundo, y los socialistas uno y otro indistintamente. El PNV intentó imponer “Euzkadi”, con la grafía sabiniana, en contra del parecer de todos los demás partidos, nacionalistas o no, y contra el dictamen de Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca). Hoy, el PNV mantiene una posición esquizofrénica: usa “Euskadi” en las instituciones y “Euzkadi” en sus actividades y comunicaciones partidarias, aunque desde el inicio de su deriva soberanista ambas expresiones están siendo sustituidas en el habla de los nacionalistas por “Euskal Herria”, voz que hasta entonces era patrimonio, si bien no exclusivo, de la izquierda abertzale. Manuel Fraga Iribarne dijo en los años ochenta que él nunca diría “Euskadi”, por tratarse de un neologismo aranista impropio: “siempre me referiré a la gran Euskal Herria, que es la tierra de mi madre”. El primer presidente de Euskaltzaindia, Resurrección María de Azkue, impartió una conferencia en Bilbao en los albores del siglo XX. Durante la misma, cada vez que decía “Euskal Herria”, los miembros del recién creado Euskeldun Batzokija2 le corregían gritando: “Euzkadi”.
      
      
     Es una parla distraída, lo que da lugar a dislates que a veces resultan divertidos, como el de la vicelehendakari del gobierno vasco, al decir: “Mayor Oreja sigue la estrategia del txipirón, que es defenderse atacando”. Ese podría ser, en todo caso, el mecanismo de defensa del jabalí —llamarle estrategia parece un acto excesivo de prosopopeya—, pero el txipirón o calamar, que se sepa, lo que hace para defenderse es soltar un chorro de tinta y aprovechar la confusión ambiental para escapar.
      
      
     Es un lenguaje impasible, al que no afecta el contraste con la realidad. Cuando ETA declaró el 16 de septiembre de 1998 lo que convinimos en llamar “la tregua”, el entonces ministro del Interior calificó de “tregua-trampa” el alto el fuego. La expresión le valió las descalificaciones de todos los portavoces del nacionalismo, que le acusaban de no haberse enterado de la gestación de la tregua, algo que ellos mismos le habían ocultado con gran empeño. La propia ETA admitía en la serie de Gara citada arriba que Mayor Oreja tenía razón, que su declaración de tregua no era parte de un proceso de paz, sino de soberanía: “Euskadi Ta Askatasuna entiende que el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, sí efectuó una lectura correcta de la misma al acuñar el concepto de ‘tregua-trampa’.” ¡Por supuesto! ¡Era un instrumento dirigido contra los gobiernos francés y español! Y, en la misma medida, “una trampa para la estrategia de sumisión a España que habían desarrollado hasta entonces PNV y EA.” A pesar de esta información, que parece relevante, los nacionalistas siguen reprochando hoy a Mayor Oreja su razonable definición de la tregua de ETA como trampa.
      
      
     Es un lenguaje victimista y al mismo tiempo ambiguo e impreciso, pero que sobre todo es narcisista. El 11 de marzo, un día que tendremos pegado para siempre en la memoria, el lehendakari hizo una declaración institucional para comentar el terrible atentado que se había perpetrado un par de horas antes en Madrid. Entre otras cosas, dijo: “no son vascos de ninguna manera quienes cometen estas atrocidades; son simplemente alimañas, simplemente asesinos”. Ibarretxe acertó en la primera parte de la propuesta: no eran terroristas vascos sino fundamentalistas islámicos. Pero acertó sin querer, porque al decir esto él creía que eran de ETA. O sea, vascos, aunque la correspondencia entre los términos “vasco” y “terrorista” no es, evidente y afortunadamente, biunívoca.
     No son alimañas, dijo. El único animal capaz de alimentar el odio contra sus iguales en toda la escala zoológica es el ser humano, sólo las personas son capaces de la crueldad y el ensañamiento. Las alimañas y las fieras se guían por el instinto; matan por la supervivencia, para defender su camada y su guarida, para saciar el hambre o conjurar el miedo. Respecto a los terroristas de ETA, está claro que sí son vascos. Términos como vasco o español son sólo gentilicios, no adjetivos calificativos. No parece pertinente discutir la condición de vasco a los que han llegado tantas veces hasta el asesinato para afirmar sus señas de identidad, para subrayar su cualidad de vascos. Pero aun suponiendo que no fuese gentilicio y que el ser vasco admitiera grados, ¿quién podría discutir la identidad a quien mata a fuer de vasco? Un terrorista tan cualificado como Iñaki de Juana Chaos lo explicaba en un artículo periodístico: “la mayoría de los vascos lo que queremos es ser vascos” (Egin, 1 de junio de 1998).
     Si hubiera sido ETA la autora de la masacre podríamos decir que ésta la habían causado unos seres humanos, que eran vascos, nacionalistas y asesinos. En vez de eso, han sido seres humanos, que eran árabes, integristas y asesinos.
      
      
     ¿Por qué niegan los nacionalistas su condición de vascos a los etarras en los momentos del horror y de la sangre? Es por narcisismo. Lo dijo el presidente del PNV, Josu Jon Imaz: “al enterarnos de que no había sido ETA nos quitamos una losa de encima”. Un profesor de Periodismo decía en ETB al día siguiente del atentado: “sentí una sensación de alivio al saber que no habían sido compatriotas míos”.
     Aquí está la oscura raíz de la culpa, de una complicidad moral no racionalizada. No tendría sentido preguntarse quién es más español, si el doctor Severo Ochoa o Antonio Anglés. Sería una cuestión irrelevante: los dos lo eran. El primero fue una eminencia científica, uno de esos hombres que hacen progresar la humanidad, y el segundo es el violador y asesino de las niñas de Alcásser. Pero nadie, por muy nacionalista español que sea, puede imaginar que el mero hecho de compartir nacionalidad con ambos le dote del talento del primero o le traspase la culpa del segundo.
      
      
     El pasado mes de febrero, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, John Kerry, se refirió en un acto de campaña al “terrorismo de los vascos”. Era evidente que se trataba de una generalización abusiva y falsa. En consecuencia, los nacionalistas protestaron: los colectivos de vascos en la diáspora, los senadores de Idaho y el gobierno autónomo pidieron a Kerry una rectificación y Anasagasti exigió al Ministerio de Asuntos Exteriores una protesta diplomática.
      
      
     “Nos criminalizan”, acostumbran a decir, con un verbo inexistente al que el nacionalismo vasco ha dado carta de naturaleza en el lenguaje político español. No es improbable que en alguna próxima edición del Diccionario de la Real Academia, más de uso que normativo, acaben los inmortales por incluir esta palabra. ¿Quién criminaliza a los nacionalistas? Cualquier adversario que resalte la comunidad de fines entre el nacionalismo no violento y el terrorista. Sin embargo, abundan en las hemerotecas ejemplos de cómo los propios portavoces del soberanismo han explicitado en no pocas ocasiones sus lazos de afinidad con la organización terrorista. En marzo de 1991, Xabier Arzalluz y Gorka Agirre mantuvieron una entrevista con tres representantes de KAS en el País Vasco francés. Durante la entrevista, de la que sus interlocutores levantaron acta, Arzalluz dijo: “No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”. Asimismo, en septiembre del 93 el entonces portavoz del PNV, Joseba Egibar, participó en un debate televisivo con su homólogo batasuno, Floren Aoiz. Durante el cara a cara, Egibar espetó a su oponente un argumento irrebatible: “Si ETA y HB existen es porque antes existió el PNV”.
      
      
     También se deben a Arzalluz las expresiones siguientes: “ETA es la espuma y nosotros la cerveza”, “No es buena la derrota de ETA, no es buena para el nacionalismo” y “Los vascos somos mucho más directos que los catalanes. Nadie se imagina a un catalán con un arma en la mano. A un vasco, sí”. En esta última expresión, el desprecio de la civilidad se hace acompañar por el desconocimiento de la historia. Le habría bastado a Arzalluz con haber leído cualquier manual de historia de España del siglo XX o La verdad sobre el caso Savolta para saber que en Barcelona, en los años veinte del siglo pasado, había pistoleros de la patronal y pistoleros de los sindicatos, pistoleros del gobierno civil a las órdenes del siniestro Severiano Martínez Anido y pistoleros acogidos al régimen de autónomos. Barcelona era la ciudad de Europa en la que había más pistoleros por metro cuadrado con mucha diferencia sobre las demás.
      
      
     Otro ejemplo notable de victimismo es el testimonio del anterior presidente del PNV sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco, contenido en el libro coordinado por la periodista María Antonia Iglesias Ermua. Cuatro días de julio. En dicho libro, Arzalluz escribe un testimonio que lleva por título “El dolor es nuestro”, una expresión que es un modelo de ambigüedad y polisemia. Podría interpretarse como una fórmula cortés de pésame, antónima de “El gusto es mío”, pero también cabe suponer que es un ejercicio de narcisismo, de minimizar el dolor de las víctimas, al que se antepone el orgullo herido o consideraciones alternativas de orden muy menor. A lo largo de las 19 páginas que ocupa el texto de Xabier Arzalluz, no hay un párrafo entero dedicado a mostrar piedad por la víctima, sus familiares y correligionarios. Todo el testimonio está recorrido por consideraciones acerca de las injustas críticas de las que son objeto él y su partido, sobre la justeza de sus posiciones y por anécdotas insustanciales que trivializan la tragedia.
      
      
     Manuel Zamarreño fue el último concejal del Partido Popular asesinado por ETA antes de la tregua. La misma mañana en que ETA lo asesinó, los ciudadanos nos habíamos desayunado con un titular de prensa en el que Joseba Egibar, el portavoz del partido-guía, explicaba que “lo más feo que ha hecho ETA en los últimos años” había sido desvelar el ofrecimiento que la organización terrorista había dirigido tiempo atrás a ela-stv de no atentar contra los suyos, un precedente de la tregua catalana. El reconocimiento por parte de ETA de que no todos los ciudadanos vascos son igualmente victimables para ella es juego sucio, quizá porque rompe la apariencia de igualdad y el concepto sacrosanto de la equidistancia.
      
      
     El carácter victimista de este lenguaje se torna paranoico en ocasiones. Al día siguiente de la reproducida declaración de Egibar, unas horas antes del entierro de Zamarreño, Arzalluz comparecía en conferencia de prensa para quejarse del “linchamiento masivo, político y mediático” que estaba sufriendo su partido. El presidente Arzalluz acusa a sus adversarios de linchar masivamente al PNV. La acusación es redundante (el linchador siempre actúa en cuadrilla, no se conocen casos de linchadores solitarios). Todo este asunto hubiera sido ridículo si no fuese tan trágico, porque su rueda de prensa, el simbólico árbol del ahorcado de donde pendía el simbólico cadáver del PNV, se celebraba junto a la imagen real del cuerpo reventado de Zamarreño, junto a su barra de pan también real, tronchada y sucia por la explosión de la bomba.

Es un lenguaje agónico. A pesar de que la fiesta del Aberri Eguna se estableció en la Pascua de Resurrección, en conmemoración de aquel domingo de Pascua en que Luis Arana y Goiri reveló a su hermano Sabino la verdad de que él no era español, mientras ambos paseaban después de misa por el jardín de su casa de Abando, lo característico del lenguaje nacionalista es que tiende a colocarse siempre en el Viernes Santo, el viernes de dolores, tan cerca de la pascua florida y sin embargo tan lejos.
      
      
     El central del Athletic Andoni Goikoetxea fue sancionado en 1982 con varios partidos de suspensión, tras una salvaje entrada a Maradona. La revista Euzkadi, que entonces editaba el Partido Nacionalista Vasco, sacó en su portada la imagen del defensa del Athletic como el personaje central del cuadro de Goya Los fusilamientos de La Moncloa, con el titular “Goiko, ¡te fusilan porque eres vasco!” No era cierto. A Goiko lo sancionaron por haberle roto el tobillo a Maradona. El fusilado por vasco fue nombrado unos años más tarde segundo responsable de la selección española de fútbol en la época de Javier Clemente.
      
      
     Es, por último, un lenguaje ubicuo. Lo que hace imbatibles a los nacionalistas en el terreno dialéctico es que están en todas las posiciones al mismo tiempo. Al igual que Saulo de Tarso, salen gentiles de casa y llegan cristianos a Damasco, pero, a diferencia de él, con la inapreciable ventaja de no haberse caído del caballo en ningún punto del recorrido.
      
      
     George Orwell tiene un librito esclarecedor, Notes on nationalism, en el que dice:

En el pensamiento nacionalista hay hechos que son verdaderos y falsos al mismo tiempo, que se conocen y que se desconocen. Un hecho sobre el que se tiene conocimiento puede ser tan insoportable que se arrincona sin que se le permita ser procesado lógicamente. O también puede ser objeto de cálculo sin que llegue a admitirse como un hecho […]
     Al nacionalista le obsesiona la creencia de que el pasado puede ser alterado […] Sucesos que se piensa no deberíanhaber sucedido se silencian y en último lugar se niegan […] Se alienta la indiferencia ante la verdad objetiva, sellando un mundo de otro, haciendo así más duro el poder descubrir lo que realmente está pasando […] Si una persona alberga en su mente un odio o lealtad nacionalista, algunos hechos son inadmisibles aunque se sepa que son ciertos.
      
      
     Hay un refrán en Guernica que resume todo esto. Dice aproximadamente así: “En Gernika hay cosas que son verdad aunque no hayan susedido“. ~

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