Hace veinte años, el 28 de septiembre de 1991, en un hospital de Santa Mónica, se apagó, a sus 65 años y con medio siglo de soplar música, uno de los grandes jazzmen de todos los tiempos y desde luego uno de mis tres o cuatro favoritos: Miles Davis, un poeta de la trompeta cantante, el sucesivo mago del bebop, del cool, del hardbop, de la íntima melodía en sordina de acero Harmon; Miles, el gran improvisador que, siguiendo el hipnótico ritmo del fascinanate andar de Jeanne Moreau por la noche parisiense, hizo de la mediana película Ascensor para el cadalso de Louis Malle una gran película sólo por la aportación de sus monólogos trompetísticos en alternancia de frases cortas y largas; Miles que puso en una dimensión milesiana los temas de la ya por sí misma portentosa Porgy and Bess de Gershwin y que jazzificó como nadie se atrevería o lograría hacerlo las saetas del flamenco y el adagio del Concierto de Aranjuez, y los ritmos africanos orientales, y sobre todo las voces solitarias y monologantes en infinitas calles nocturnas, trazando en el impalpable espacio una línea sonora como una raya de gis o de punta de navaja en un gran muro, una línea que aspiraba a la eternidad, o por lo menos a esa fugaz pero permanante eternidad, la de mi recuerdo y el de todos los amigos que, cada uno en su noche y sin saber que con los otros participábamos en algo como un culto, oíamos el diálogo de Miles con la trompeta y el de ellos dos, juntos, con la noche…
Y cómo olvidar, cuando oyes el soundtrack de Ascensor para el cadalso, eso que cuenta Boris Vian en la contraportada de la cubierta del disco Fontana 460.603 ME-1957: ese momento ocurrido durante la grabación, en el cual un pequeño fragmento de la piel de Miles se le desprendió de un labio y entró en la boquilla de la trompeta, obstruyéndola parcialmente, y él, “como esos pintores que a veces deben al azar la inusitada calidad plástica de un errado pincelazo” (dice atinadamente Vian), siguió con su soplo, adoptando gustosamente ese inesperado elemento sonoro y lo trató en una serie de maravillosas, milagrosas, miliunanochescas, milesianas variaciones que cómo olvidarlas.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.