Siento anticipadamente
el tedio y el cansancio general
que está engendrando la sagrada fiebre
del oro. Estos jóvenes romanos
–los distinguidos, no los disolutos–
buscan minas y acrecentar parcelas,
pero sin el tesón de sus ancestros,
que se las batían con chuzo y rueca.
Mira cómo se deslizan los de ahora
por las calles y el foro, más rellenos
que los cerditos de Circe y untados
con óleos de incremento. Escasea
en todos la rebeldía innata
para desatender el patrimonio.
Es verdad que hay algunos ostentosos
que tienen sus bibliotecas, sus colecciones,
sus academias con teóricos de corte
y un remolino de bobos brillantes,
pero los pervierte la codicia,
el poder y la vanidad, venenos
que sólo aumentan con los años. ~