En el último año del sexenio de Ávila Camacho, Octavio Paz había dejado atrás un ciclo de penurias económicas y de sequía intelectual. Consiguió hacerse de un puesto en la embajada mexicana en Francia, aunque ignoraba si el cargo sería “provisional o definitivo”[1].
La falta de certidumbre entre los miembros de la burocracia, motivada por el cambio de poderes, provocó la creación de algunos grupos que aspiraban ganar presencia en la nueva administración. Desde el punto de vista de Enrique Krauze, los unía una inquietud común: “construir a México, construirlo a través del autoconocimiento y la expresión literaria, musical, arquitectónica o cinematográfica; construirlo en su vida editorial, sus leyes e instituciones jurídicas, en su ciencia económica y su conciencia histórica”[2]. De uno de esos grupos da noticia el número 127 de Letras de México, fechado el 15 de septiembre de 1946: “Se ha fundado la Sociedad Mexicana de Estudios y Lecturas con doce distinguidos intelectuales, a saber: Arturo Arnaiz y Freg, historiador; Alberto Barajas, matemático; Fernando Benítez, literato; Jorge Carrión, psiquiatra; Carlos Graef Fernández, físico; Guillermo Haro, astrónomo; José Iturriaga, sociólogo; Carlos Lazo Jr., arquitecto; Octavio Paz, poeta; Jorge L. Tamayo, geógrafo; Leopoldo Zea, filósofo; Raúl Anguiano, pintor. Es requisito para pertenecer a la Sociedad no tener más de 35 años de edad”[3].
Todos los miembros de esa sociedad nacieron entre 1911 y 1915, además, tenían como antecedentes el haber estudiado en la Escuela Nacional Preparatoria o en la Universidad Nacional y pertenecer a la peña de amigos que se reunía en el ‘Café París’. Es válido especular que Paz se sumó a la Sociedad considerándola una tribuna ante su posible vuelta al país por el cambio de gobierno. El escritor nacionalista Clemente López Trujillo criticó duramente su inclusión: “Hasta se nos ha informado que […] el poeta, quien actualmente despilfarra su imaginativa vegetación poética en la ciudad de París, está preparando su baúl y el mundo de sus ideas, para emprender el viaje a México. Sí, exclusivamente para dictar una conferencia o enigmatizarnos con la lectura de sus poemas más recientes”[4].
De acuerdo con Águeda Pía Fernández, pareja de Raúl Anguiano, los asociados tenían un mote peculiar: “Las doce violetas, así les llamaban. Las esposas asistíamos a las conferencias que impartían y luego nos mandaban a nuestras casas. […] Casi siempre tenían lugar en el Palacio de Bellas Artes, en la sala Manuel M. Ponce”[5]. Leopoldo Zea atribuyó la autoría de ese apodo florido a Fernando Benítez[6]. Oswaldo Díaz Ruanova afirmó irónico que éste se debía a “la modestia única de sus componentes”[7].
La curiosidad que provocaron llevó a José Moreno Villa a asemejarlos con la generación española de 1927: “Aunque […] está integrada por profesores, doctores, ingenieros, y profesionales de categoría y responsabilidad, cuyos trabajos ‘arman ruido’ fuera de la patria, su juventud, la vitalidad de algunos tiene una fuerza tan expansiva, que suena, hace ruido materialmente escandaloso en el ámbito donde se congrega. Es un grupo que me recuerda mucho al de Dalí, García Lorca y Buñuel”[8].
Otra de sus actividades consistió en organizar homenajes a los maestros más destacados de las generaciones precedentes. El primero de noviembre se llevó a cabo una cena en honor de Alfonso Caso, Luis Enrique Erro, Leopoldo Salazar Viniegra, Diego Rivera y Rafael Heliodoro Valle. Los miembros justificaron la ausencia de Paz argumentando que seguía en el extranjero, sin embargo, aseguraron que en sus vacaciones de fin de año estaría en México y la Sociedad ofrecería “al público […] la conferencia que corresponde al elogiado poeta”[9]. El suplemento Jueves de Excélsior apuntó: “Nadie se explica cómo […] Octavio Paz es miembro de la reciente Sociedad Mexicana de Estudios y Lecturas, desde París… A menos que telegrafíe su cuota y asistencia valiéndose de la Torre Effiel”[10].
Las conferencias alcanzaron gran popularidad, de modo que no lograron sustraerse de las enconadas polémicas de la época:
En la Sala Manuel M. Ponce presencié una pelea entre escritores, después de la conferencia del historiador y miembro de la Sociedad Mexicana de Estudios y Lecturas, Arturo Arnaiz y Freg. Subimos algunas personas al estrado para saludarlo, cuando de repente se empezaron a pelear Rafael Solana y Salvador Novo. Tenían una polémica de prensa. Novo le dio un aventón a Solana quien se alcanzó a coger de la solapa de Novo y ambos azotaron tremendamente en la duela. Entonces se pararon y Novo se le fue a Solana a arañazos y el otro a puñetazos. Una cosa que pasó como relámpago y que casi nadie vio fue que León Felipe llegó por la espalda de Novo y con su bastón lo enganchó del cuello, lo jaló y le dio un azotón. León Felipe huyó, tenía fama de cobarde; al correr se le cayó el sombrero. Cuando llegó la policía y después de que los ánimos se calmaron le entregaron su sombrero y dijo: “Nomás esto me faltaba, está manchado con la sangre de Novo”[11].
Artistas y universitarios quisieron incorporarse a los trabajos de la Sociedad; sin embargo, los fundadores optaron por cerrar filas. Elvira García narra el caso de Pita Amor, quien “perseguía sin descanso a Iturrriaga porque quería seducirlo y así convencerlo para que pugnara por su inclusión […]. Una noche […] lo siguió en taxi hasta la calle de Chihuahua […]. Al salir y mientras intentaba abordar un ruletero, Guadalupe lo interceptó y saltó del auto diciendo alegre y seductora: ‘ha llegado la reina de la noche para robarte’, y se lo llevó”[12].
La notoriedad lograda por la Sociedad alcanzó su cenit en 1947, cuando recibió una invitación del secretario de Educación con motivo de las sesiones de la UNESCO, que estaban por celebrarse en el Distrito Federal, en la que se especificaba:
En la próxima Conferencia, el gobierno de México presentará los trabajos y puntos de vista que se estimen pertinentes, previa formulación de dictámenes y estudios elaborados por el medio educativo y cultural. Para el debido desarrollo de las actividades del Gobierno Mexicano y su asesoramiento en dicha conferencia, el C. Presidente de la República ha acordado la constitución del Consejo Nacional Consultivo del Gobierno Mexicano ante la UNESCO, con las instituciones y hombres de ciencias y letras, entre las cuales figura esta Sociedad Mexicana de Estudios y Lecturas[13].
Arturo Arnaiz envió puntual respuesta en la que nombraba como representante de la Sociedad a Carlos Lazo Jr. En 1948 los compromisos de cada uno de los integrantes fueron llevándolos por senderos distintos, a la par que iban consolidándose en sus respectivas áreas de estudio y de trabajo. Octavio Paz no visitó México en el periodo de su ejercicio y, según confesó a Alfonso Reyes, estaba trabajando en Libertad bajo palabra y buscando opciones de publicación.
Algunos intelectuales consideraron benéfica la disolución de la Sociedad; tal fue el caso de Agustín Cué Cánovas, quien publicó un elogio al libro de Iturriaga La estructura social y cultural del México, añadiendo que el autor “pudo encontrarse a sí mismo cuando se desligó de la Sociedad de Estudios y Lecturas”[14].
Así concluyó el paso anecdótico de Octavio Paz por una organización que pretendió congregar a los jóvenes más destacados de su generación. El poeta mantuvo amistad con algunos de ellos al paso de los años, sobre todo con Guillermo Haro, uno de los impulsores de su ingreso al Colegio Nacional; y con Alberto Barajas, sobre quien dijo: “Lo traté y lo admiré mucho. Era un hombre tímido, muy buen tipo. Quizás debí ser científico. La ciencia me apasiona”[15].
[1]Paz, Octavio, Carta a Rodolfo Usigli. (Correspondencia personal, 25 de octubre de 1945)
[2]http://www.enriquekrauze.com.mx/joomla/index.php/biogr-retrato/99-biogra-de-la-sociedad-civil-y-la-ciudadania/517-castor-mexico.html
[3]Alatorre Escobedo, Arturo, “Anuncios y presencias”, Letras de México, núm. 127, 15 de septiembre de 1946.
[4]López Trujillo, Clemente, “El minuto de México”, El Nacional, 17 de agosto de 1946, p.p. 3 y 4.
[5]Fernández, Águeda Pía, Una mujer en vilo, México, Ediciones del Ermitaño, 1999, p. 100.
[6]Zea, Leopoldo, “Los tributos finales”, Revista Época, 28 de febrero 2000, p. 24.
[7]Díaz Ruanova, Oswaldo, “Nuestra gran capital”, Observador, s.n. 1953, p. 8.
[8]Moreno Villa, José, Los autores como actores y otros intereses literarios de acá y de allá, México, El Colegio de México, 1951, p. 151.
[9]Información encontrada en el Archivo Carlos Lazo, ubicado en el Archivo General de la Nación.
[10]“Cabeza de autor”, Jueves de Excélsior, 21 de noviembre de 1946, p. 31.
[11]Anguiano, Raúl, Remembranzas, México, Universidad Autónoma del Estado de México, 1995, pp. 86-87.
[12]García, Elvira, Redonda Soledad. La vida de Pita Amor, México, Grijalbo, 1997, p. 118.
[13]Información encontrada en el Archivo Carlos Lazo, ubicado en el Archivo General de la Nación.
[14]Cué Cánovas, Agustín, “Notas de historia”, El Nacional, 21 de febrero de 1952.
Nació en ciudad de México. Estudió la licenciatura en Derecho, es profesor universitario e investigador.