En 1973, en su primera conferencia de prensa como flamante dueño de los Yankees de Nueva York, George Steinbrenner dijo que pensaba mantenerse en un segundo plano y no entrometerse en los asuntos diarios del equipo. Sus siguientes 37 años de vida los dedicó a alejarse lo más posible –a veces con estruendo– de aquella declaración.
Aquellos Yankees eran un equipo en decadencia que se transformó con la administración de Steinbrenner: desde entonces hasta hoy han ganado siete series mundiales y conseguido once veces el título de liga. El valor de la franquicia, hoy, se calcula en poco menos de dos mil millones de dólares, sólo por debajo del equipo inglés de futbol Manchester United. Pero, más allá de los banderines deportivos y de su pródiga chequera, los Yankees de Steinbrenner se convirtieron en un emblema con resonancia mundial, a veces atizado por la admiración y a veces por el odio, pero siempre lejos de la indiferencia.
¿Cómo consiguió “The Boss” reinventar al clásico equipo neoyorquino? Con cañonazos de millones de dólares, por supuesto, pero también con el olfato y la habilidad suficientes para saber cómo, en qué y sobre todo en quién gastarlos. En efecto, desde la ya lejana contratación de Catfish Hunter, Steinbrenner le dio un nuevo significado a la cotización de los peloteros y abrazó el concepto de “agencia libre” con desproporcionado entusiasmo (Reggie Jackson y el “Ganso” Gossage fueron las adquisiciones más resonantes de aquellos años).
Con esta información, parecería que hablamos solamente de un empresario muy pudiente y muy capaz, pero Steinbrenner era algo más que eso. Su personalidad caprichosa, explosiva y rotundamente vertical terminó por transformar el respetable mote de “Bombarderos del Bronx” por el de “Zoológico del Bronx” (o “Imperio del mal”, según un resentido de Boston). Los años setenta y ochenta fueron de verdadera locura en las oficinas de los Yankees, con despidos y contrataciones a ritmo de vértigo. Ejemplos: el irascible y genial estratega Billy Martin fue despedido y recontratado en cinco ocasiones, a veces con diferencia de días. Yogi Berra, el legendario receptor, miembro del Salón de la Fama, comenzó el año 1985 como mánager del equipo, pero al alcanzar la cifra de 6-10 (seis partidos ganados contra diez perdidos), Steinbrenner lo echó con cajas destempladas. Furioso, Berra prometió no volver a pisar el estadio hasta que el “Jefe” se disculpara, cosa que Steinbrenner hizo… catorce años después. Con sus jugadores, podía ser cariñosísimo (casos de Paul O’Neal y Derek Jeter) o feroz, como con Dave Winfield, a quien apodaba “Mr. May” para contrastarlo con Reggie Jackson, a quien se conocía como “Mr. October” por su desempeño en postemporada. A Winfield le traía tantas ganas que le pagó cuarenta mil dólares a un conocido apostador para que buscara información que pudiera dañar al pelotero… ¿Qué quieren que les diga? Steinbrenner era un chacal y un tiburón en toda forma: un temible depredador en la cadena alimenticia de Nueva York. Una anécdota reciente: con la construcción del nuevo estadio de los Yankees (parte central del legado de Steinbrenner), un albañil seguidor de Boston (némesis de los Bombarderos) enterró una casaca de David Ortiz, gran toletero de los Medias Rojas, en algún lugar del parque en obra para que sobre el local cayera una maldición. Cuando se enteró, “El Jefe” gastó cincuenta mil dólares en tractores y palas hasta dar con la infiltrada camisa. Sobre el beisbol, deporte algebraico, baten las alas de la superstición.
Arquetipo del empresario deportivo moderno, feroz e inmisericorde, George Steinbrenner consiguió su cometido principal: edificar una franquicia ganadora. “Odio perder, odio, odio, odio perder”, solía decir. Su personalidad fue fácilmente caricaturizable, y fue retratado en numerosas ocasiones (siempre de espaldas y con la voz de Larry David) en la famosa serie Seinfeld como jefe de George Constanza. Aquí y aquí se puede gozar de una antología de su personificación. Steinbrenner no sólo autorizó que su personalidad fuera canibalizada en la comedia televisiva, sino que se prestó a hacer algo más que un cameo en una escena que se puede ver aquí. Tenía sentido del humor y hasta de la autocrítica, siempre y cuando fuera ganando… Cuando en 1974 se le preguntó si el miedo y la amenaza eran sus herramientas de control, respondió: “Algunas personas se ganan su liderazgo a través de un respeto real y genuino… pero yo no soy ese tipo de líder”. Admiraba a los generales de la Segunda Guerra Patton y MacArthur, y les prohibía a sus jugadores que se dejaran la barba o el pelo largo (para la exasperación de muchos, incluido este redactor). La sombra del caudillo llegó hasta el Bronx, sí, pero ese caudillo supo reinventar al mejor equipo del rey de los deportes.
George Steinbrenner murió antier, a los ochenta años de edad, el día en que los mejores jugadores de las Ligas Mayores se reúnen para celebrar el Juego de Estrellas de media temporada. Frente a cientos de miles de espectadores, todos guardaron un momento de silencio en su memoria. Para alguien que había prometido mantenerse en un segundo plano, fue una salida perfecta.
– Julio Trujillo