En estos días que abrí en este blog un fólder involuntario, azuzado por el breve alboroto que causara en las redes el súbitamente tema de la así llamada verga, circuló un interesante artículo firmado por Sophie Newman en The Atlantic Monthly, que aprieto en un resumen.
Enfrenta Newman a la verga a partir de una observación de David M. Friedman en A Mind of Its Own. A Cultural Study of the Penis (ese esencial vademecum de los estudios verguianos que es parcialmente legible aquí), en el que sostiene que, en estado de erección, “el pene es un globo virtualmente indemne a las ponchaduras y que puede ser reinflado a voluntad, sin importar cuántas veces se haya desinflado antes, ni por qué.”
De ahí rebota Newman a una bióloga de la Universidad de Massachussetts, de nombre Diane Kelly, que lleva veinte años dedicada a los estudios peniles, su evolución y su morfología.
“Es un tipo peculiar de estructura”, dice Kelly de la verga, “pues antes de poder ser empleada para fertilizar, debe cambiar su función mecánica de una forma realmente dramática”, es decir, transitar del estado estructural flexible que permite orinar al estado rígido que permite copular. Cargado de factores biológicos complejos, aeronáuticos y fibrosos, es un tránsito imposible de resumir.
Su izamiento es el motivo principal de la fascinación –o la repugnancia– que produce el pene. Pasar del estado de desinfle al neumático –como hemos visto en las anteriores entradas sobre el tema– tiene su equivalente lexical en el paso del pene a la verga. Que cuando se yerga pase de ser pene a verga, explica también la arcaica, arquetípica analogía que mira en la verga a un pájaro. Más aún: la deificación del falo tiene en su origen el hecho de ilustrar el frecuente paso de la muerte fláccida al erecto revivir. La verga es un fénix portátil.
Desde Leonardo da Vinci y Regnier de Graaf, los pioneros de su estudio anatómico, la verga ha sido considerada “una maravilla de ingeniería hidráulica”. No menos maravillosa es su elemental fisiología: la prostaglandina, la norepinefrina y la acetilcolina que rondan por el cerebro le ordenan al cuerpo que abra las puertas de dos cámaras que hay en el pene y que llevan el nombre macabro de corpora cavernosa. Abiertas que han sido las compuertas, la automática sangre entra en tumulto, impulsada por su obediente imbecilidad hidráulica, y ahí se queda atrapada, pues los conductos de salida han sido astutamente cerrados por… ¿por quién? ¿el cerebro susodicho? ¿el cuerpo autónomo, gratuito, laico y popular que ordena reproducirse desde un instinto ignoto? ¿el alma y su cohorte de deseos y sueños, miedos y apetitos? Misterio.
Es interesante que a partir de estos estudios de la verga –la tunica albuginea, las fibras calógenas y el esqueleto hidrostático– los científicos diseñan ahora “aparatos prostéticos, robots blandos y otros adminículos en los que la dureza y el cambio de forma son cruciales”. (Los robots blandosLa verga y su ingeniería son también importantes para el campo del biomimetismo (búsquese biomimicry.org), que es “la ciencia de aplicar los diseños de la naturaleza a la resolución de problemas humanos”.
Es inevitable evocar el famoso capítulo “¿Qué pasa en la eyaculación?” de la vieja película de Woody Allen Everything you Always Wanted to Know About Sex (1972) en el que se ilustra de manera bastante melodramática la fisiología de la cópula, y que puede, parcialmente, verse aquí. Esa película, como se recuerda, era una suerte de celebración paródica del clásico libro del mismo nombre con el que el Dr. David Reuben divulgó sexología en la “era de acuario”. En ese libro, el sagaz doctor Reuben comparó la erección de la verga con el lanzamiento de un cohete al espacio, y describió el trabajo de los neurotransmisores en términos similares a los que Allen emplea en su película (pp. 17 y ss):
Los receptores nerviosos en la piel del pene se conectan con el sistema eléctrico del cuerpo. Miden la temperatura de la vagina, la fricción, la presión de las paredes vaginales y el nivel de los lubricantes. Estos “reportes” informan a los centros sexuales en el cerebro y en la médula cerebroespinal que, en respuesta, envían más sangre al pene, aumentan la sensibilidad del órgano y acumulan energía nerviosa en el segmento inferior de la médula cerebroespinal…
Por último, habrá quien recuerde cómo hace unas semanas, como parte de la grotesca campaña republicana para elegir candidato a la presidencia de los Estados Unidos, el contendiente senador Marco Rubio, harto de que la cosa Trump lo apodara “little Marco”, insinuó que las manos de Trump eran muy chiquitas.
Todo mundo entendió, claro está, que lo que era chiquito era el pene de Trump (un meñique deplorable escondido bajo una peluca tiesa de spray). El desagradable potentado procedió de inmediato a jurar ante sus electores que no, que no hay tal, que en su cosita de él “no hay problema: lo garantizo”.
Bueno, pues según aquel libro del Dr. Reuben, es hecho científico: el tamaño de las manos es proporcional al de la verga.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.