A la memoria de mi profesor
Dr. Raymundo García García
Su obra(de los intelectuales), por lo demás, no está
tanto en sus libros y escritos como en su influencia
pública y en su acción política. Octavio Paz[1].
I
A pesar de que el término se hizo popular quizá por las nociones de superioridad del conocimiento o como para eludir algunas responsabilidades y asumir otras, Octavio Paz se consideraba a sí mismo un escritor, no un intelectual, y la relación de los escritores ante la realidad específica era con la política y no con el poder; se trataba, pues, de un escenario menor al que otros intelectuales –ellos sí– se prefiguraban para sí mismos. Como estructura política, la de los intelectuales no incidía en las definiciones del Estado, sino que apenas podía causar ciertos sobresaltos en la esfera de la política. La fijación de la premisa escritor/política y no intelectuales/poder es básica para entender el diálogo crítico que estableció Paz con otros escritores[2]: el escenario era menor al deseado: sólo la política, no el poder –concebido esencialmente como coercitivo y por tanto ajeno al pensamiento– ni el Estado.
El debate no era nuevo, ni la referencia tampoco: viene desde Platón y el rey filósofo, las tres visitas de Platón a Siracusa para enseñar a Dionisio que el mejor rey era el que pensaba, filosofaba, razonaba, aunque los dos viajes fueron un fracaso no sólo para Platón sino para sus objetivos[3] y la definición clave del papel del intelectual ante el príncipe, la parresia o el hablar con la verdad y franqueza al poder[4]. Pero, en realidad, el ejercicio del poder no puede ajustarse a la filosofía; el poder –Hobbes, Constant, Weber, Gramsci[5], entre otros– es dominación, la filosofía es duda, el primero es fuerza, el segundo acaba en ética. Paz no llegó a muchas conclusiones en este punto y sus polemistas tampoco, a pesar de los esfuerzos de la izquierda marxista para racionalizar el modelo de la filosofía de la praxis.
El punto central del debate intelectual de Paz se localizó en el escenario del poder, de la política, de la ideología, de lo que podríamos llamar los usos de las ideas. El debate sobre el papel intelectual en México tuvo aparición hacia los años sesenta en torno a las revistas El Espectador, Política y el suplemento cultural La Cultura en México en la revista Siempre!: los espacios fueron estrechos; criticar desde fuera del sistema político o desde dentro; no hubo términos medios. Paz se colocó desde la periferia del poder para mirar, criticar y reflexionar; los demás intelectuales usaban el análisis, la palabra, para recomendar, aconsejar, influir, conducir, acotar, para meterse en el centro de la política. Ahí estuvo la diferencia entre el crítico y el militante. Sólo que el calor de la pasión por las ideas y la tendencia a fundamentalismos ideológicos impidió en realidad el debate, el intercambio, la reflexión; y Paz cayó paulatinamente en la trampa de sus interlocutores: la inflexibilidad en el análisis. Así, el diálogo de monólogos quedó establecido.
El poder ha ejercido siempre una fascinación al intelectual, desde la antigüedad griega: como espacio, como ejercicio y como influencia. Y no es para menos, diría Aristóteles, quien a la par de la filosofía llegó a la conclusión temprana de que el hombre es un “animal político”, un animal de la polis, un animal social, es decir, de poder en el Estado. El conocimiento de las ideas, la reflexión sobre el dónde está, el para qué y el hacia dónde, le dieron al filósofo la piedra de toque para colocarse en el centro de la política, entendida ésta, además de lo que ya sabemos, como un ejercicio del liderazgo, con derivaciones a la dominación, como lo estableció Weber[6].
Octavio Paz se vio a sí mismo como un poeta y un hombre de compromisos en sus circunstancias, pero con ciertos márgenes de maniobra. Fue cumplidor en sus tiempos de diplomático, aunque se permitió márgenes de libertad creativa no tanto para su poesía sino para su obra ensayística, Por ejemplo, El laberinto de la soledad –que irrumpió con enfoques históricos, sociológicos, de personalidad cultural del mexicano– lo escribió en 1950 desde una oficina diplomática en la cancillería mexicana y en esa indagación dejó entrever los primeros indicios del Paz como observador político crítico. De ahí el esfuerzo metodológico para identificar grosso modo las estaciones de Paz como pensador político en cuando menos tres escenarios políticos que lo vieron en activo, sin perder de vista que su tarea fundamental era la poesía:
— De 1936 a 1950: desde su participación en el movimiento antifascista alrededor de la guerra civil española, hasta su actividad como periodista y analista en El Popular, el diario de Vicente Lombardo Toledano y el Partido Popular, y como analista Paz estuvo subordinado al entonces gerente del diario, nada menos que Fidel Velázquez Sánchez, quien después sería el legendario líder de la CTM por más de cincuenta años. Fue la fase del Paz militante, de izquierda, con convicciones socialistas definidas como objetivo, escribiendo para influir, no para reflexionar: fueron artículos de fondo, no ensayos.
–De 1950 a 1970: en esos años apareció y se desarrolló el Paz de la reflexión política activa, ya decantando algunas preferencias: de su texto en la revista Sur criticando los campos de concentración soviéticos[7] en marzo de 1951 para encerrar a disidentes ideológicos a Posdata[8], su principal reflexión política de corte de caja y propuesta democrática para el México priísta, a partir de la explicación de los acontecimientos del 68, sobre todo de la represión en Tlatelolco el 2 de octubre.
–De 1971 a 1998: en este periodo se percibe al Paz más integral, no sólo con una mayor claridad sobre la realidad que lo rodeaba y con propuestas para salir de los atolladeros, sino embarcado en los debates políticos e ideológicos en el espacio del papel de escritor/intelectual; de la fundación en 1971 de la revista Plural a su muerte fue el Paz ya del debate, de la confrontación, del dardo envenenado, de los verbos expansivos al cerebro. En 1972 se dio el arranque formal –que nunca cerraría– del debate sobre los escritores/intelectuales y el poder/la política con la mesa redonda en la revista Plural con el tema “1972: los escritores y la política”[9] pero como respuesta rápida a las críticas del ya llamado Grupo Monsiváis –que luego comandaría Héctor Aguilar Camín– en el suplemento La Cultura en México dedicado sin duda al Grupo Paz[10]. El detonador del debate sobre el papel del intelectual fue el acercamiento del presidente Luis Echeverría a los hombres de letras y el apoyo de algunos de éstos al jefe del Estado, en torno a lo que Echeverría llamó la reactivación de la Revolución Mexicana.
En sus aproximadamente más sesenta años de vida creativa y en el aspecto de los temas políticos de la realidad, Paz fijó también cuando menos tres estaciones del debate-diálogo crítico con otros escritores:
–El socialismo y el poder. De cara a la política vista como práctica de gobierno, enfoque ideológico y posicionamientos de partidos ante el poder. Durante toda su vida, paz se declaró convencido del socialismo, sólo que no del autoritario y realmente existente. Su crítica a la Unión Soviética y Cuba, sobre todo, se basó en el autoritarismo, la falta de libertad y la opresión: era socialismo autoritario, burocrático y de Estado. Paz tuvo fases de socialista militante y luego de socialista romántico; sin embargo, los interlocutores no aceptaron el desafío de debatir con Paz en los terrenos del socialismo a través de las ideas; por eso Carlos Monsiváis redujo al absurdo a paz como un “hombre de recetas”[11].
–La cuestión de los intelectuales. Frente a otros escritores en debate sobre el tema concreto del espacio de acción no estrictamente creativo de los escritores. Esta etapa surgió cuando Paz vio que otros escritores utilizaban su posicionamiento social en la sociedad de la cultura para meterse en la definición de enfoques políticos e ideológicos. El detonador de la polémica de Paz en este tema, a mi parecer, fue el debate que se abrió en los escritores por la apertura democrática de Luis Echeverría en 1971, el apoyo de Carlos Fuentes a Echeverría y su pronunciamiento demoledor de que “dejar aislado a Echeverría sería un crimen histórico de los intelectuales”[12]. Paz le entró al tema en Plural de octubre de 1971. El debate no pudo cerrarse y se profundizó por los posicionamientos intelectuales polarizantes frente a agendas ideológicas nacionales e internacionales decisivas. A partir de 1971 Paz se vio en el centro de incontables polémicas intelectuales.
–El sistema político. Revolución Mexicana, PRI, Estado, democracia, los temas de las definiciones del rumbo político de México. Frente a las diversas formas de la crisis en busca de algunas propuestas que el pensamiento no comprometido podría aportar salidas y –por qué no– hasta soluciones que el formalismo del poder marginaba del análisis, Paz entró a las discusiones primero para fijar parámetros de análisis y luego para acotar otros radicalismos. Ciertamente que Paz no era un gobernante ni un político, tampoco politólogo o historiador, pero su conocimiento de la realidad, su lectura de la historia y su interés por las ideas políticas –“todas las filosofías desembocan en una política”, escribiría en Itinerario[13]— le permitieron encontrar formas de análisis y planteamiento de algunas salidas de los conflictos de las sociedades. De ahí que Paz tocará todos los problemas a partir de fundamentos teóricos: Estado, sociedad, partidos, libertad, democracia y muchos otros. La ciencia política mexicana nos debe un análisis teórico de los textos políticos de Paz y sus fuentes en las ideas.
II
La relación del escritor/intelectual con la política/poder viene desde la fundación de la filosofía occidental: Platón (427-347 a.C.) creó la propuesta del rey filósofo[14]: gobernar sólo para el bien y el bien sólo se comprende a través de la filosofía. Pero una cosa es el rey con formación de filósofo que el mito del filósofo-rey. Platón se asume como el ejemplo: fue a Siracusa fue a ejercitar a Dionisio en la filosofía, no a gobernar. Y desde entonces se ha pergeñado, a través de los años, del tiempo y de la historia, el mito del filósofo-rey, el otro lado del espejo del rey-filósofo. Al final, los reyes con formación filosófica se encuentran que el poder es antitético de la filosofía, excluyente.
En México el espacio del poder en relación con los intelectuales ha sido PRIracusa, esa república ideal donde el rey gobierna con sus consejeros, la llamada “República de las Letras”[15] que nació en el funeral de Ignacio Ramírez El Nigromante y que fue inventada por Manuel Gutiérrez Nájera en 1879; más adelante adquirió nociones políticas al vincular al filósofo con la polis: la ciudad letrada[16], la Polis del excepcionalismo intelectual excluyente. Pero a lo largo de la historia nacional, los reyes en sus diversas referencias –altezas serenísimas, presidentes de la república, dictadores, hombres fuertes, jefes de las instituciones nacionales, caudillos, secretarios generales o agitadores de masas– han tenido sus relaciones perversas y conflictivas con sus consejeros: el poder es unipersonal, no se comparte, como lo supo en carne propia el propio Platón en dos ocasiones. A pesar de ello, sí han existido diferentes formas de consejerías: desde los legitimadores culturales, hasta los intelectuales orgánicos del poder. Al final de los días, los intelectuales que llegaron al poder lo hicieron a condición de ser políticos y gobernantes y no intelectuales, lo mismo Sierra que Vasconcelos, y Yáñez que Reyes Heroles.
El sistema político mexicano ha definido sus espacios intelectuales en sus características especiales: Estado hegemónico, presidencialismo autoritario y economía pública. Pero a ello se agregan otros tres subsistemas de dominación política: la cultura, la ideología y la historia. En 1963 el politólogo Gabriel Almond realizó una encuesta internacional sobre la cultura cívica e incluyó a México[17]. Entre muchos otros resultados, Almond registró el valor dominante de la estructura de poder y la historia en dos puntos concretos: la Revolución Mexicana y el presidente de la república, dos factores de dominación ideológica, sicológica y cultural; no por menos la cultura política es uno de los pilares esenciales del sistema político priísta. En estas coordenadas se han movido los intelectuales mexicanos en los diferentes tiempos políticos: la mitificación de la Revolución Mexicana y la expectativa del presidente de la república como los elementos de conjunción de los reyes filósofos. Como lo señaló Althusser, la educación y la cultura eran dos aparatos de dominación ideológica del Estado[18].
PRIracusa fue el territorio simbólico del campo de batalla de las ideas entre Paz y los intelectuales que se movían en los territorios pantanosos del sistema político priísta. Los adversarios de Paz se atrincheraban en el Estado social revolucionario, el papel de dador de vida del presidente de la república y el objetivo final de bienestar absoluto. Paz, en cambio, no creía ya en los mitos históricos y sus textos criticaban a las instituciones políticas de la Revolución Mexicana por convertirse en botín de la burocracia en el poder, es decir, el mecanismo de costo-beneficio de todo sistema político como espacio institucional para la relación Estado-sociedad. Ahí estaba el cruce dialéctico que ha definido las polémicas intelectuales de Paz: el pensamiento crítico por sí mismo y el pensamiento crítico del poder.
Los intelectuales mexicanos se movieron en esas aguas pantanosas, arenas movedizas ocultas y tramposas. A lo largo del periodo 1950-1992, de las primeras rebeliones sociales hasta el discurso de Salinas de Gortari excluyendo a la Revolución Mexicana de los documentos básicos del PRI[19], toda la vida política nacional fijó el marco de referencia de la crítica política-apoyo leal a la Revolución Mexicana, pero con el enfoque de criticar su terminación[20] pero manteniendo la esperanzas de su recuperación como compromiso político-ideológico; inclusive, la expropiación de la banca en septiembre de 1982 fue asumida como el último jalón de la Revolución y José López Portillo, quien, derrotado, se declaró “el último presidente de la Revolución mexicana”[21]; en 1992 el presidente Carlos Salinas fue al PRI a enterrar la Revolución Mexicana y exhumar al liberalismo social juarista[22].
Los intelectuales apelaron en los años 1955-1970 a la reactivación ideológica de la Revolución Mexicana y para ello usaron el contrapunto de la Revolución Cubana, como lo exhibieron las revistas El Espectador (1959) y Política (1960-1967). De hecho, la defensa de la Revolución Cubana era vista como un elemento dinamizador de la Revolución Mexicana cardenista, ambas idealizadas por ellos. Ahí está, como ejemplo, el artículo que escribió Carlos Fuentes en 1964 en la revista Siempre![23]junto con Fernando Benítez, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero y Francisco López Cámara– para explicar su salida de la revista Política y exponer el modelo analítico institucional –crítico pero institucional– de apoyo a la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz: al final de cuentas, diría ese razonamiento, Díaz Ordaz ya no iba a ser él sino el presidente de la Revolución Mexicana, un presidente más del régimen de la Revolución Mexicana; y Fuentes establecería el contrapunto más audaz que pensamiento político alguno pudiera razonar, muy al estilo de la dialéctica retorcida de Sartre[24]: el apoyo a Díaz Ordaz como el candidato del partido de las Revolución Mexicana y el socialismo como meta. Este ideal intelectual se hizo trizas muy pronto por el comportamiento autoritario de Díaz Ordaz ante el movimiento médico apenas al tomar el poder en diciembre de 1964[25] y más tarde se desmoronaría como ilusiones perdidas en el 68 estudiantil. Pero lo interesante de este punto fue que los intelectuales –Carlos Fuentes como la cabeza de playa de toda una corriente masiva de intelectuales progresistas y diríase como el elemento catalizador de la relación intelectual/poder de la primera mitad de los setenta– razonaban en función del sistema político en su vertiente progresista, revolucionaria y de izquierda institucional, y en el espacio de la crítica desde dentro para mejorar, no desde fuera para destruir. Paz pondría su juego abierto con Posdata, una crítica racional a la Revolución Mexicana hecha gobierno controlado por un partido, una burocracia y una ideología: una crítica desde el seno de la historia política del sistema priísta.
A partir de entonces el simbolismo de PRIracusa se asentó como el territorio comanche del conflicto dialéctico entre los intelectuales y el sistema político priísta a lo largo del periodo 1957-1977, pasando por el colaboracionismo político de Fuentes con Luis Echeverría, su embajada en Francia y de manera significativa, la participación de Fuentes en el consejo consultivo del PRI durante la campaña del candidato José López Portillo[26]. Fuentes encarnaría el ideal no platónico del rey filósofo sino el simbolismo maquiavélico del consejero del príncipe. En este contexto Fuentes se convirtió en el referente del intelectual sistémico, papel que luego tomarían Carlos Monsiváis como miembro del consejo consultivo del Programa Nacional de Solidaridad de Carlos Salinas, y Héctor Aguilar Camín como el consejero (in)orgánico de Salinas, ideólogo de la modernización salinista y beneficiario de contratos del Estado.
Paz se encargó varias veces de develar el escenario de la fascinación de intelectuales mexicanos por PRIracusa. Lo hizo a veces hasta con grosera insistencia, pero siempre con referentes de los propios intelectuales metidos en los espacios sistémicos. Por cierto, en esos debates ninguno de los intelectuales referidos –Fuentes, Monsiváis, Aguilar Camín– razonó su participación en los espacios institucionales; al final de cuentas, Paz no condenaba la participación de los intelectuales en la política, sí debatía su cercanía y dependencia del príncipe porque entonces pasaban a ser políticos y abandonaban el espacio de la creación intelectual en la libertad por beneficios personales de corto plazo.
III
El papel, la función, la tarea, los objetivos de los intelectuales con la realidad fue uno de los temas torales del accionar de Paz. Y ahí la agenda no fue tan amplia como pudiera esperarse porque se redujo a tres puntos:
- El intelectual frente a la realidad conflictiva.
- El intelectual ante sí mismo.
- El intelectual en el sistema político.
El tema no fue nuevo sino histórico.
En los debates intelectuales se ha fijado el final del siglo XIX como el origen formal del intelectual moderno metido al debate político y la figura dominante sería Emile Zola ante el caso Dreyfus. Pero el tema viene de muy atrás: por ejemplo, el intelectual como el hombre de razón nació con la ilustración en el siglo XVIII al combatir el oscurantismo de la iglesia. Y un poco después, en el segundo cuarto del siglo XIX francés, el crítico mordaz Sainte-Beuve (1804-1869) habría sido el primero en marcar los territorios intelectuales. Sainte-Beuve era un gran crítico pero más versificador que poeta. Se da por hecho que Sainte-Beuve fue el primero que utilizó la cuña “torre de marfil” al referirse a Alfred de Vigny (1797-1863), al que gustaba vivir alejado del mundanal ruido. Lo dijo Sainte-Beuve en una suerte de versos que dirigió a un tal Villemain en 1837, en los cuales habla de tres de los grandes poetas románticos franceses (Lamartine, Hugo, Vigny):
Lamartine reinó; cantor alado que suspira,
Se cernía sin esfuerzo; Hugo, duro miliciano
(se ve como a Dante, un barón feudal,
florentino o de Pisa), combate bajo la armadura,
y tiene alta su bandera en medio del murmullo:
La mantiene aún; y Vigny, más secreto,
Como en su torre de marfil, antes de mediodía,
Volvía a entrar.[27]
Puede decirse que hay tantas representaciones de los intelectuales como intelectuales en lo individual existen. En un esfuerzo entre serio y divertido, quizá iconoclasta, aquí estableceré algunos tipos de intelectuales por función, papel y actividad, a partir de las tres caracterizaciones de Max Weber: individuos históricos, fenómenos históricos recurrentes y conceptualizaciones:
- Platón: el intelectual ideal: rey-filósofo como la síntesis entre ideas y poder.
- Girolamo Savonarola (1452-1498): el clérigo.
- Niccolò Machiavelli (1469-1527): el consejero del príncipe.
- Michel de Montaigne (1533-1592): el intelectual de las ideas.
- Voltaire (1694-1778): intelectual de la razón.
- Alfred de Vigny (1707-1863): la torre de marfil.
- Víctor Hugo (1802-1885): el intelectual con armadura.
- Sainte-Beuve (1804-1869): el crítico de los intelectuales.
- Emile Zola (1840-1902): intelectual de causas disidentes.
- 1Julien Benda (1867-1956): la militancia.
- Henry Barbusse (1873-1935): el intelectual agitador.
- Antonio Gramsci (1881-1937): el intelectual orgánico.
- John Reed (1887-1820): el intelectual dirigente revolucionario.
- Vicente Lombardo Toledano (1894-1968): el intelectual colaboracionista.
- Jean-Paul Sartre (1905-1980): el compromiso.
- Albert Camus (1913-1960): pensamiento del mediodía.
- Carlos Fuentes (1928-2012): el intelectual Manchuria.
- Julio Cortázar (1914-1984): el ambivalente: intelectual-escritor / soldado de la revolución.
- Octavio Paz (1914-1998): el crítico del príncipe.
- José Revueltas (1914-1976): intelectual revolucionario.
- Enrique González Pedrero (1930): el intelectual sistémico.
- Roberto Fernández Retamar (1930): el comisario burócrata.
- Víctor Flores Olea (1935): el intelectual molusco.
- Gabriel Zaid (1938): el intelectual absoluto.
- Carlos Monsiváis (1938-2010): el intelectual acomodaticio.
- Héctor Aguilar Camín (1946): el intelectual del poder.
En sus polémicas, quizá el perfil que más tuvo que enfrentar Paz fue el del intelectual Manchuria. Se trata de una reproducción del modelo estadunidense derivado de la película El candidato de Manchuria (1962, con Frank Sinatra) tomada entonces como ficción pero luego revelada como parte de estudios de control mental de la CIA[28]. Se trata de personas a quienes les instalan un pensamiento específico y lo guardan en el inconciente hasta que alguna orden específica los despierta y los hace operar en función de algo deseado; en el pasado se hablaba de un pensamiento introducido por hipnosis y drogas y hoy vía un chip. Los intelectuales Manchuria funcionan con el pensamiento inconciente de la Revolución Mexicana. Carlos Fuentes sería el ejemplo más cercano: socialista confeso varias veces, simpatizante del marxismo en el 68 francés, radical en sus planteamientos políticos e ideológicos, al final destacó por su acción política real en torno a la Revolución Mexicana: su novela La muerte de Artemio Cruz en un reclamo literario a la traición a la Revolución y la escribió pensando en Lázaro Cárdenas; en Tiempo Mexicano hay varios homenajes a Cárdenas; la participación de Fuentes en el Grupo El Espectador y la revista El Espectador fue clave y en torno a la apertura de un espacio para el debate político dentro del sistema político priísta de 1957 y en torno a objetivos político-periodísticos concretos, como lo revelan los compromisos políticos e ideológicos de la revista en su número 1:
- El cumplimiento estricto de la Constitución, hoy por hoy sustituida por oraciones retóricas que pretenden suplantar la ley.
- Respeto incondicional del voto en las escalas municipal, estatal y federal.
- Independencia del sindicalismo, respeto a la voluntad de los trabajadores en cuanto a la selección de dirigentes se refiere.
- Definición independiente de actividades políticas en México, Primer paso hacia la creación de auténticos partidos políticos que encarnen la división real de las fuerzas sociales y de sus respectivos intereses.
- Eventual integración de un congreso independiente del ejecutivo y representativo de las diversas tendencias políticas del país.
- Manifestación efectiva del pensamiento público y liquidación de la tácita censura que actualmente hace de la prensa mexicana un coro uniforme del pensamiento oficial[29].
Por tanto, el inicio de la participación política de Fuentes ocurrió dentro de los parámetros del sistema político priísta, no de fuera, en la vertiente de los críticos al conservadurismo pero dentro del sistema político que le da cabida a sus críticos, como señalara no sin ironía Mario Vargas Llosa al referirse a México como “la dictadura perfecta”[30]. En 1964, al renunciar a Política, Fuentes de nueva cuenta redefinió sus posibilidades de lucha dentro del sistema; inclusive proponiendo para México, desde su socialismo, el neocapitalismo[31]. El 68 estudiantil lo pasó en París y desde ahí escribió un texto de simpatía que terminaba con la esperanza de que la revolución –ahora sí socialista, se supone– iba a llegar inevitablemente. En 1971 apoyó a Echeverría por el halconazo, en 1972 hizo la declaración histórica del “crimen histórico” de los intelectuales y en ese 1972 precisó su lucha dentro del sistema en el ensayo “Opciones críticas en el verano de nuestro descontento”[32] y en octubre de ese año, por si quedara duda, reafirmó las tesis en la mesa de debate sobre “Los escritores y la política” en Plural. En 1975 fue designado embajador de Echeverría en parís y en 1976 participó como miembro del consejo consultivo del PRI en la campaña de López Portillo. En 1977 renunció a la embajada por la designación de Díaz Ordaz, al que defendió en 1964 ante los ataques de Política, y de hecho abandonó ya los debates políticos e intelectuales, salvo algunos artículos ya opacos en 1994 ante el alzamiento zapatista, aunque se negó a ir a Chiapas a invitación del subcomandante Marcos.
El repaso de Fuentes tiene, para mí, los referentes de los debates de Paz; es decir, Fuentes le dio, en un horizonte político de largo plazo, el contexto a Paz; y en palabras de Paz, Fuentes llevó una “pasión desdichada” con la política. Paz, en realidad, planteaba la independencia del escritor ante la política, no la ruptura: a Scherer le dijo, un una entrevista, que el escritor sí podía participar en política pero “a condición de que sepan guardar las distancias con el príncipe”[33].
La otra polémica que debe registrarse fue la establecida con Carlos Monsiváis a propósito justamente de la entrevista con Scherer por el Premio Nacional en Letras: Monsiváis publicó un artículo de respuesta a Paz y se entabló un debate no de altura sino de posicionamiento de los interlocutores[34], aunque ya venía de 1972 cuando La Cultura en México de Monsiváis caracterizó como de derecha a los intelectuales “liberales” de Paz[35]. Los temas centrales de la polémica Paz-Monsiváis, entre otros, fueron el socialismo, Cuba, la Unión Soviética y los Estados Unidos y el destino de México. El intercambio de artículos no ha resistido el paso del tiempo pero debe registrarse el hecho de que Monsiváis defendía al socialismo realmente existente y Paz criticaba el socialismo autoritario de Moscú y La Habana. Debajo de los florilegios de palabras esa polémica marcó un parteaguas en los temas intelectuales: Paz fue encajonado en la derecha y Monsiváis en la izquierda; pero la discusión era más amplia que la geometría política: la urgencia de localizar el espacio de los intelectuales frente a las doctrinas políticas.
Como asunto circular, los temas se han retroalimentado y el destino ha alcanzado a los protagonistas. En el tema del socialismo autoritario/democrático, la historia puso a cada quien en su lugar en 1989, con la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento en 1991 de la Unión Soviética. Pero cada quién lo asimiló como quiso. En 1999 la historia alcanzó a Monsiváis. En un texto sobre “Octavio Paz y la izquierda”[36], un artículo que no llegó a ensayo, caótico en su revisión, elusivo ante sus debates con Paz y mezquino en la recuperación histórica, Monsiváis resolvió un diferendo ideológico, intelectual y político con doce palabras: La caída del Muro de Berlín le dio la razón a Paz.
Nada más. No explicó por qué. Y lo que todos esperaban no era la disculpa con Paz sino una explicación de los intelectuales socialistas en reconocimiento de sus equivocaciones y las razones asumidas en esos yerros. El asunto de fondo no era sólo reconocer el posicionamiento de Paz, sino que se esperaba de Monsiváis una autocrítica de su atrincheramiento ideológico desde sus crónicas del 68 en que irrumpió en el panorama cultural, de sus razones y sinrazones al defender el socialismo soviético y cubano, de los debates con Paz. El asunto no requería sólo de darle la razón a Paz así como así y luego vuelta de hoja, sino de revisar los tiempos históricos de los debates; Sartre llegó a ser más cínico: apoyaba el socialismo autoritario de Moscú en tanto existiera como socialismo y listo, ni se despeinaba. Monsiváis fue muy mezquino al rehuir un debate post mortem con Paz, algo, por cierto, que Monsiváis y Héctor Aguilar Camín, del mismo grupo político, se negaron a hacer en 1990 durante el Encuentro patrocinado por Paz y en 1992 en el Coloquio polémico de nexos. El desdén intelectual a Paz se reconfirmó por Monsiváis sin un reconocimiento honorable a las razones de Paz.
El otro tema de debate de Paz fue la vida política mexicana. No es el tema de esta mesa pero no quiero soslayarlo. Resumo el pensamiento político de Paz en el contexto de los debates intelectuales en textos seminales:
- El laberinto de la soledad, 1950.
- Posdata, 1969.
- Carta a Adolfo Gilly, 1971[37] por el libro La revolución interrumpida.
- El ogro filantrópico, 1978[38].
- Tiempo nublado, 1983[39].
- Pequeña crónica de grandes días, 1990[40].
- PRI: hora cumplida 1929-1985, 1985[41].
Se trata de ensayos que profundizaron el debate político con intelectuales y no, lamentablemente, con los políticos; en el fondo y por razones de temor intelectual, los políticos ninguneaban a Paz o eludían el debate. En estos textos había dos vertientes no comprendidas: obviamente el del contenido político e histórico pero también el del intelectual; la mayor parte de las veces leyeron estos ensayos como programas políticos de un intelectual sin partido y sin objetivos de alcanzar el poder, y siempre con el prejuicio de la caracterización de Paz como conservador de derecha. De ahí que haga falta una relectura histórica de los ensayos de Paz sobre la realidad política nacional porque ahí hay un itinerario de la lucha mexicana por la democracia, no sólo un análisis estructural del sistema político. Más aún, la ciencia política debe también una lectura de teoría política en los ensayos de Paz: el Estado, el partido, el sistema político, el desarrollo, las ideas, la democracia, la cultura, las transiciones, las burocracias y el socialismo, entre otras líneas de investigación a partir de la ciencia política; si bien a Paz le faltó sistematizar sus reflexiones teóricas, un esfuerzo podría llegar a definir las aportaciones teóricas de Paz a la política.
IV
Si ya conocemos ampliamente la crítica de Paz a los intelectuales del poder que sueñan con ser consejeros del príncipe, existe un hecho histórico real en el que el poeta Paz actúo como una especie de consejero (no formal) del príncipe.
En 1968, a raíz de las movilizaciones estudiantiles en el mundo, Paz tuvo contacto escrito con el entonces secretario mexicano de Relaciones Exteriores, Antonio Carrillo Flores. Paz era en ese año embajador de México en la India, con una carrera diplomática de casi un cuarto de siglo en casi todo el escalafón de la burocracia de la cancillería. En ese contexto tenía la tarea de informar a la SRE de los problemas en el país huésped y área circunvecina, incluyendo algunas evaluaciones políticas. Las cartas de Paz y Carrillo Flores fueron publicados por la revista Vuelta en 1998, un mes y medio antes de la muerte del poeta[42].
La carta de Paz a Carrillo Flores del 6 de septiembre de 1968 registró la inquietud estudiantil en la India y en Europa pero, de paso, aportó opiniones que no le solicitaron sobre México sobre el escenario mexicano no diferente al internacional; fue una decisión audaz de Paz, no diplomática, pero de utilidad si en la Cancillería se procesaba adecuadamente. Además de exhibir la coherencia del pensamiento de Paz respecto a la realidad mexicana del 68, esos materiales permiten percibir el tono de un Paz como consejero no formal del príncipe, sobre todo a partir de sus opiniones cuidadosas sobre la crisis política y la demanda democrática que puede contratarse con las opiniones contundentes ya en su ensayo Posdata de un año después y fuera de la burocracia diplomática.
Las opiniones no solicitadas de Paz sobre la crisis estudiantil buscaron sólo los ojos del canciller Carrillo Flores, pero éste, en una carta enviada a Paz a Nueva Delhi, le informó que se las entregó –y las comentó– al presidente Díaz Ordaz; luego de leerlas, el jefe del ejecutivo le dijo a su canciller: “la intuición de los poetas es a veces la más certera”.
Paz escribió dos cartas informativas, una larga el 6 de septiembre y una corta el 9 de septiembre, las dos de 1968. Pero luego de conocer las informaciones de las agencias de prensa sobre la noche de Tlatelolco del 2 de octubre, Paz escribió una tercera fechada el 4 de octubre en la que criticaba la represión con mayor dureza y solicita pasar a disponibilidad –embajador con cargo aunque sin funciones, una situación común considerada por la Ley del Servicio Exterior Mexicano– asentando que se trataba de una solicitud formal acreditada a la represión en la plaza de Tlatelolco, sede, por cierto, de las oficinas centrales de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.
Las dos cartas informativas revisaron críticamente los movimientos estudiantiles en varias partes del mundo, aunque en ellas se notó el lenguaje del intelectual-funcionario: eludió Paz el tema de la democracia, le dio la vuelta a sus percepciones sobre el colapso del PRI y dijo casi nada sobre el programa social de la Revolución Mexicana, pero dejó entrever que las razones de la crisis política estaban en el subdesarrollo y la falta de democracia. Estos textos podrían leerse hoy como una versión del Paz en funciones de consejero del príncipe: aceptar la crisis y presentar opciones políticas de salida. No hubo en esos textos ninguna mentira ni elusión de problemas, sino más bien se notó en el estilo elíptico el propósito la intención de jalar la atención presidencial a temas centrales de la crisis política pero sin confrontaciones con el poder. Fueron cartas redactadas con pasión intelectual pero acotamientos diplomáticos, toda vez que el embajador era un empleado de alta jerarquía del presidente de la república. Pero repito: ahí se pudo ver fugazmente al Paz consejero del príncipe en una situación de crisis.
Luego de hacer una revisión de la crisis estudiantil en Europa Occidental, Europa del Este y los Balcanes y definir el marco teórico de análisis a partir del agotamiento de las bondades de la democracia representativa y la democracia socialista, Paz le entró a México. En la carta del 6 de septiembre asentó como la parte central de su análisis la concepción de crisis del desarrollo que luego explotaría más críticamente en Posdata: el México desarrollado y el México subdesarrollado; señaló también los efectos de esta crisis en la “estructura misma de la sociedad mexicana”; y aterrizó la sugerencia de que se requieren de reformas democratizadoras para distensionar los conflictos sociales. Sus referencias al PRI fueron cuidadosas –no tan contundentes como en sus ensayos posteriores–, diríase que hasta generosas. Eran obvias entonces las limitaciones burocráticas, pero Paz fue más allá de los acotamientos institucionales aunque sin destruir el sistema político priísta. Escribió:
El Partido (sic por la mayúscula en el original) ha representado un compromiso, originalmente saludable (cursivas de CR), entre las necesidades del desarrollo económico y el programa social y político de la Revolución[43].
En lugar de decir –como lo diría en Posdata— que la del 68 era una crisis del sistema autoritario y su partido ante una sociedad demandante de democracia y un Estado anquilosado, Paz señaló como embajador que “la gente desea mayor participación en la vida política”, sobre todo porque “es natural que, al cabo de cuarenta años, el sistema presente ya ciertos síntomas de rigidez”. Mucha suavidad en el análisis cuando poco después hablaría de arterioesclerosis, de autoritarismo sistémico y de un sistema sin salidas democráticas. Por eso como embajador, en la orilla de la renuncia, Paz habló de “encontrar formas de participación (cursivas de OP) política y económica que den a los ciudadanos la posibilidad de discutir los asuntos públicos”. Eso sí, en esa carta fue duro contra la televisión privada por la manipulación, rechazó la expropiación y aconsejó la creación de “consejos u otros organismos que se encargasen de la dirección de los programas de radio y televisión; podría ser un experimento en la democracia social de la participación”.
Luego de disculpas reiteradas por presentar “reflexiones que nadie me ha solicitado” y “apreciaciones personales sobre la situación mexicana porque no pude ni quise contenerme”, en su breve carta del 9 de septiembre –después del duro discurso del IV informe presidencial, de la mano extendida y de la justificación de la fuerza y de las marchas de agosto– Paz dio un paso adicional en sus consejos al príncipe, vía el canciller Carrillo Flores: reiteró que la crisis social y las movilizaciones eran efecto del desarrollo distorsionado y dual, afirmó que las expresiones en las calles de una “nueva clase media y un nuevo proletariado” eran producto de la falta de “desarrollo político y social” que “no corresponde al desarrollo económico”.
No se trata de una revolución social –aunque muchos de sus dirigentes sean revolucionarios radicales-. Sino de realizar una reforma (cursivas de OP) en nuestro sistema político- Si no se comienza ahora, la próxima década de México será violenta[44].
Las opiniones de Paz como embajador, aún con todas las restricciones, eran mucho más avanzadas que las que recibía Díaz Ordaz de Gobernación y de la Secretaría de la Presidencia. Obviamente Paz carecía de cercanía al príncipe y no participaba de la estructuras de toma de decisiones políticas del poder ejecutivo, pero de todos modos sus opiniones llegaron al presidente Díaz Ordaz a través del canciller Carrillo Flores. Por la forma de estructurar el análisis, de dictaminar la dimensión de la crisis y de presentar la única opción de la reforma política, Paz estaba en ese momento funcionando –repito– como una especie de consejero (informal) del príncipe. Sin embargo, la sordera del príncipe fue, como lo vimos después, de antología: la represión llevó a aumentar las tensiones políticas y México entró en los setenta –como lo predijo Paz– al decenio de la violencia política: secuestros, guerrilla, asesinatos políticos y acciones revolucionarias de grupos derivados del movimiento estudiantil del 68.
En su carta del 4 de octubre al canciller Carrillo Flores para solicitar su condición de disponibilidad, Paz dio otro paso adelante y endureció sus puntos de vista, pero sin llegar al tono de Posdata, no en ese momento: volvió a criticar la relación Partido-Revolución, “ese compromiso fue saludable en su origen, ya no lo es”. También arremetió contra el papel de sordina política de la televisión y reiteró su consejo de que “era necesaria una reforma de nuestro sistema político”.
La respuesta de Carrillo Flores a Paz fue comedida en lo personal pidiéndole a Paz que reconsiderara su solicitud de pasar a disponibilidad e inclusive insinuó que el príncipe en Palacio Nacional necesitaba de consejeros inteligentes y comprometidos y le dijo que las opiniones de su larga carta del 6 de septiembre “no sólo fueron consideradas oficiosas (cursivas de CR) sino muy pertinentes y dignas de estudio”. Más aún, Carrillo Flores le dio a Paz argumentos para quedarse: “creo que es precisamente en esta hora cuando se necesita la cooperación y colaboración de las mejores inteligencias de nuestra patria”, reconociendo que necesitaba a Paz dentro de la estructura porque fuera de ella “la mecánica política” en ese momento haría difícil la cercanía al poder y llevaría a Paz –como fue, en realidad– a radicalizaciones intelectuales. No se sabe si realmente hubo alguna oferta especial a Paz para quedarse como embajador-asesor del príncipe, aunque la insinuación de Carrillo Flores puede entenderse hoy como una invitación a aconsejar al presidente de la república.
Al parecer la carta comedida de Carrillo Flores carecía de apoyo institucional: ese mismo 16 de octubre, en un telegrama cifrado, Carrillo Flores el funcionario aceptó la solicitud de Paz de pasar a disponibilidad y fríamente le dijo a Paz que “los hechos a los que usted se refiere no ocurrieron como informaron sobre ellos algunas agencias periodísticas internacionales y que esta Secretaría le habría proporcionado, como lo ha hecho a otras embajadas, versión exacta sobre ellos de haberla usted pedido”. La carta y el telegrama llevan la misma fecha, lo que indicaría que Carrillo Flores en realidad no había invitado a Paz a ser consejero del príncipe, sino que a lo mejor Carrillo Flores quería dejar sentado en una carta personal generosa que iba a tomar decisiones burocráticas duras contra el embajador. De todos modos, repito, las cartas de Paz del 6 y 9 de septiembre tuvieron el tono de un consejero del príncipe.
Así pues, no se tuvieron datos si Carrillo Flores en realidad necesitaba consejos de Paz sobre la crisis estudiantil, si Díaz Ordaz los aceptaría o si había condiciones para que Paz se incorporara sólo como consejero del príncipe; ni tampoco si la frase de Díaz Ordaz sobre “la intuición de los poetas” había sido real o sarcástica. El caso fue que Paz efectivamente pasó a disponibilidad pero con la seguridad de no regresar nunca más al servicio público –ni siquiera cuando Carlos Salinas le ofreció crearle la Secretaría de Cultura y el poeta titubeó por la sombra no ideal de Malraux[45]–, tomó la oferta de dar cursos en los Estados Unidos, redactó en 1969 su ensayo Posdata, dio el apoyo activo por breve tiempo a la iniciativa de Heberto Castillo de crear un partido político de izquierda y en 1971 aceptó la proposición de Julio Scherer, entonces director de Excelsior, para hacerse cargo de la edición de una revista cultural y política Plural, donde permaneció hasta julio de 1976 en que el gobierno de Echeverría, el aperturista tan elogiado por Carlos Fuentes, movió los hilos del poder para provocar una crisis interna en el diario y empujar la salida de Scherer, colaboradores y reporteros.
V
En los primeros escarceos de Carlos Monsiváis con Octavio Paz –un hecho que se conoce pomposamente como “la polémica Paz-Monsiváis”– a raíz de las declaraciones del poeta a Julio Scherer en Proceso a finales de 1977 aparecieron los indicios de la rencilla cultural más destacada de los años setenta, ochenta y noventa y también, sin duda, de la más viva sobre la función de los intelectuales en la realidad-real del país y del mundo. Pero el asunto venía de atrás: hacia finales de 1971 Carlos Fuentes había circulado su libro Tiempo Mexicano con varios ensayos del ambiente cultural y de cultura política, pero le había agregado varios párrafos para dictaminar, a vuelapluma, una primera explicación propia del halconazo contra estudiantes el 10 de junio en San Cosme, con saldo de estudiantes heridos y sobre todo por la aparición del cuerpo paramilitar conocido como Los Halcones, controlados desde finales de los sesenta por el Departamento del Distrito Federal. Fuentes dijo que ese ataque, que todos vieron como organizado por el poder político, había sido preparado por los enemigos de Luis Echeverría. El tema provocó luego algunos pronunciamientos de Fuentes y Fernando Benítez en apoyo a Echeverría, pero con frases desafortunadas que alimentaron las críticas, sobre todo una: “dejar solo a Echeverría, un crimen histórico de los intelectuales”.
En ese 1972 también se dio la participación de Fernando Benítez con su declaración contundente de “Echeverría o el fascismo”[46].
La polémica real Paz-Monsiváis comenzó en 1972, luego de que el suplemento La Cultura en México, a finales de los sesenta, se abrió a Paz y a sus principales aliados. En agosto de 1972, el suplemento La Cultura en México, dirigido por Carlos Monsiváis después del retiro de Benítez, incluyó cuatro textos que abordaron el papel de los intelectuales en la política y que fueron secuela del caso Fuentes y el halconazo y sobre todo la durísima crítica del poeta Gabriel Zaid a Fuentes por su participación en el poder político. La clave del asunto fue la caracterización del grupo Monsiváis del tipo de intelectuales de Paz: los liberales; sin referirse específicamente a Paz, ese suplemento iba dirigido justamente al poeta y a los intelectuales en la revista Plural, desde entonces los liberales, suponiendo que los de La Cultura en México eran los progresistas, los revolucionarios o –con ganas de simplificar– los sartreanos del intelectual comprometido. Dos detalles: Monsiváis defendió a Fuentes sin decirlo y hubo un texto curioso sobre los intelectuales en la historia de la primera mitad del siglo XX mexicano escrito conjuntamente por dos historiadores, entonces compañeros de banca en el doctorado de historia de El Colegio de México: Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, los dos después confrontados duramente entre ellos, Krauze se sumaría más tarde al grupo de Paz y, por su parte, Aguilar Camín desbancó a Monsiváis de la jefatura del grupo y luego consolidó su liderazgo con la fundación en 1978 de la revista nexos.
El texto de Monsiváis fijó los términos del debate: la crítica a los intelectuales en el contexto de la crítica política. Para el cronista, la crítica a los intelectuales por parte de “los liberales” rayaba en lo que llamó “antiintelectualismo”; es decir, el grupo de Paz en Plural y en algunas otras trincheras en realidad no criticaba posiciones políticas sino a los intelectuales; de ahí la precisión de Paz en el número 13 de Plural respecto a que se asumía como “escritor” y no como intelectual. De alguna manera Monsiváis buscaba encapsular la crítica a escritores que opinaban de política –y como Fuentes y Benítez, de manera tan contundente y apocalíptica– como una crítica a su condición de intelectuales, no al contenido de sus declaraciones, aunque en la realidad las declaraciones adquirieron valor mediático en función de sus autores como intelectuales reconocidos. Con ironía obvia, Monsiváis además lanzaba la provocación de que la crítica a los intelectuales aliados de La Cultura en México en realidad estaba promoviendo la jefatura de un grupo político y que la disputa era por “el cetro de la Autoridad Moral de México”. En el texto de apertura del debate de Plural Paz titulaba su ensayo justamente con una referencia tangencial: “La letra y el cetro”.
La polémica no prendió porque se guardaron las formas, los participantes no le entraron con inteligencia y en La Cultura en México sólo Pereyra fue directo al calificar como reaccionario el pensamiento político de “los liberales”, aunque sin mencionar a Paz y los colaboradores de Plural. Pereyra, un sociólogo que tuvo después una muerte prematura, porque rompía lanzas contra “los liberales” y los encajonaba en el sector de los reaccionarios, ya sin florilegios. De ahí la reacción de Paz: en el número de octubre de Plural abrió un debate sobre “los escritores y la política” y Paz tuvo el tino –¿malicia de intelectual?– de invitar a esa discusión a Carlos Monsiváis, quien escribió un ensayo que se notó nervioso, elusivo al estilo Monsiváis, sin aterrizar conclusiones. Y también participó un Carlos Fuentes ya tocado por las secuelas de su apoyo a Echeverría, dando más y más explicaciones de ese hecho y ahí mismo profundizando su polémica con Gabriel Zaid en torno a fijarle límites y resultados al apoyo o condenar al poder por la demagogia de anunciar investigaciones sobre represiones pero sólo para eludir resultados reales.
En esas dos ediciones se fijaron los términos de la polémica que nunca terminó, ni siquiera cuando Monsiváis, en Letras Libres, la revista de Enrique Krauze, aceptó con desdén superficial que Paz había tenido la razón en su crítica al socialismo autoritario. Si en el debate La Cultura en México–Plural se profundizó acerca de los intelectuales, en la polémica personal Paz-Monsiváis se dieron elementos de fondo –entre dimes y diretes– sobre el socialismo realmente existente que en 1977-1978 estaba ya en la mesa de discusiones. Al final, ciertamente, la historia real le dio la razón a Paz: el socialismo se derrumbó por los excesos autoritarios y su competencia contra el imperialismo estadunidense, pero sin que los intelectuales sartreanos-monsivaiseanos ofrecieran un razonamiento de sus equivocaciones. El Coloquio de nexos de 1992 no ofreció ninguna explicación política, intelectual e ideológica sobre el desmoronamiento de la Unión Soviética ni hubo tampoco ninguna reflexión respecto a si el socialismo, el marxismo y el materialismo histórico dependían exclusivamente de Moscú, lo que a la larga derivó en una derrota no sólo de la URSS sino de la propuesta socialista y dio la razón a los liberales críticos en el sentido de que el socialismo realmente existente estaría hundiendo a la ideología marxista.
La falta de una profundización del debate por parte de los intelectuales revolucionarios –extremismo en aras del resumen de posiciones– sirvió sólo para desdramatizar las justificaciones y sencillamente dar la vuelta a la hoja.
VI
Como intelectual Paz eludió una clasificación: se decía escritor, no intelectual, asumiendo al segundo como un participante directo en la vida pública. Pero desde el principio de su irrupción en el ensayo cultural y sociológico no rehuyó caracterizaciones. El capítulo siete de El laberinto de la soledad está dedicado a “La “inteligencia” mexicana”[47], con las comillas un poco criticando y otro posicionando. Ahí estableció con claridad el hecho central: la obra de los intelectuales no está en su creación sino en sus comportamientos públicos y políticos, al final los dos como uno solo. Se trató de una fijación de límites aún antes de entrarle de lleno al debate sobre el papel de los intelectuales que formalmente inició cuando su libro ya estaba en circulación a propósito de las denuncias de Rousset sobre los campos de concentración soviéticos para internar a disidentes; si acaso, esa frase de El laberinto de la soledad sería un eco de la crisis en las militancias intelectuales que estalló en el congreso antifascista de Valladolid en 1936 a propósito, sobre todo, de los ataques contra André Gide por su libro Regreso a la URSS en donde criticaba el autoritarismo y la represión del gobierno socialista.
Inclusive, Paz fue muy claro en establecer los linderos de sus opiniones políticas e históricas: las hacía como escritor pero, sobre todo, como poeta:
No soy historiador ni sociólogo ni politólogo: soy un poeta. Mis escritos en prosa están estrechamente asociados a mi vocación literaria y a mis aficiones artísticas. Prefiero hablar de Marcel Duchamp o de Juan Ramón Jiménez que de Locke o Montesquieu. La filosofía política me ha interesado siempre pero nunca he intentado ni intentaré escribir un libro sobre la justicia, la libertad o el arte de gobernar. Sin embargo, he publicado muchos ensayos y artículos sobre la situación de la democracia en nuestra época: los peligros externos e internos que la han amenazado y la amenazan, las interrogaciones y pruebas que enfrenta. Ninguna de esas páginas posee pretensiones teóricas; escritas frente al acontecimiento, son los momentos de un combate, los testimonios de una pasión. Su mismo carácter circunstancial y episódico me da, ya que no autoridad, sí legitimidad para hablar ante ustedes de la democracia. No van a oír a un pensador político sino a un testigo[48].
Como escritor Paz logró fijar parámetros claros que fueron sostenidos por la congruencia, aun en situaciones que pudieron leerse posteriormente como equivocadas, quizá un poco contradictorias y complacientes. Pero a Paz hay que leerlo primero para interpretarlo después. Por ejemplo, su opinión favorable hacia Carlos Salinas de Gortari no se dio como concesión de coyuntura sino porque Paz vio en el momento histórico-económico del funcionario y presidente a un modelo de acotamiento del Estado, y criticando como contraparte los abusos del neoliberalismo. Lo malo para Paz fue que el país fue sumido –no sólo metido– en una polarización ideológica y geométrica que a veces llegaba al absurdo y hasta la violencia.
Fue obvio que Paz no era el títere de Reagan, como lo tildó la ultraizquierda furiosa en 1984 y por ello quemó su efigie afuera de la embajada de los Estados Unidos en México[49], luego de las críticas del poeta al sandinismo. Tampoco fue el antiestatista que sirvió de argumento para consolidar su teoría del Estado en El ogro filantrópico, sin reconocer la lectura que hizo Paz de Hobbes sobre el Estado. Ni el hijo de Azcárraga por usar la televisión para la difusión de la cultura, y menos en uno de sus textos más profundos sobre el papel de la televisión[50]. No hay asideros para asumirlo como el reaccionario, si al final tuvo el sueño de un socialismo democrático. Si acaso, muchas de sus ideas brillantes se hicieron obsoletas con la caída del Muro de Berlín o se vieron como coyunturales en la lucha cotidiana o se leyeron como crítica al populismo y al socialismo.
Veo hoy, a la distancia, a Paz en el espacio doloroso de Camus ante la guerra de Argelia y la polarización que ilustró la teoría de los dos demonios: el demonio del Estado represión y violento y el demonio de la guerrilla igualmente criminal y violenta. Al introducir sus Crónicas sobre la guerra de Argelia a finales de los cincuenta, Camus apeló al “pensamiento del mediodía”, el que se colocaba en el justo medio aristotélico entre el amanecer violento y el anochecer atormentado. Escribió Camus asumiendo todos los riesgos, ante la polarización de la violencia argelina:
Por desgracia, la verdad es que una parte de nuestra opinión piensa oscuramente que los árabes han adquirido, en cierto modo, el derecho a degollar y mutilar, mientras que otra parte acepta legitimar todos los excesos de alguna manera. Cada uno se apoya, para justificarse, en el crimen del otro. Hay ahí una casuística de la sangre en la que un intelectual, me parece, no puede participar, como no tome él mismo las armas. Cuando la violencia responde a la violencia en un delirio que se exaspera y convierte en imposible el simple lenguaje de la razón, el papel de los intelectuales no puede ser, tal como lo leemos todos los días, el de excusar desde la lejanía una de las violencia y condenar la otra, con lo que se consigue el doble efecto de enfurecer al violento al que se condena y animar a una violencia mayor al que se aplaude. Si no se van a unir ellos mismos a los combatientes, su papel –¡más oscuro, sin duda!– debe ser únicamente el de trabajar en pro de la pacificación para que la razón vuelva a encontrar su camino.
Larga cita que Camus complementa párrafos adelante:
El papel del intelectual consiste en discernir, en cada campo según sus medios, los límites respectivos de la fuerza y de la justicia. Es necesario, pues, iluminar las definiciones para desintoxicar los espíritus y apaciguar los fanatismos, incluso aunque sea a contracorriente[51].
De ahí la soledad de Octavio Paz en su propio laberinto como intelectual. Al recibir el premio nobel, se autodefinió a sí mismo como nadie pudo hacerlo. Una frase lo retrató, no sin amargura: “me siento desalojado del presente”, aunque, paradójicamente, siempre presente con textos en Plural y Vuelta que levantaban más polémicas que las referidas a la circulación de ejemplares impresos. A Paz no lo desalojaron del presente sino que lo marginaron estando siempre presente. Si Gutiérrez Nájera oficializó la “República de las Letras” en el sepelio de El Nigromante, en sus polémicas, por la furia de las respuestas, Paz mostró que vivíamos en un Municipio de las Letras lilliputiense por la mezquindades y localismos hasta de los universalistas, y esta fue, sin duda, una aportación en los hechos al ambiente cultural dominado por las capillas culturales o por las burocracias intelectuales, algo divertidamente ilustrado por Enrique Serna en una divertida novela[52].
¿Dónde colocar a Paz? Yo me atrevería a tratar de ensayar una ubicación singular: en el justo medio aristotélico o, para ser más poético, en el espacio del pensamiento del mediodía de Albert Camus para combatir las desmesuras de su tiempo[53], entre los dos demonios radicalizados, la única forma de combatir el absolutismo histórico. Paz murió en 1998, hace tres lustros, y con su muerte se fue el espíritu del debate, aunque quedó el de la confrontación. La crisis política llevó al país y a los intelectuales a una crisis moral y ahora vemos una severa crisis del pensamiento crítico, del pensamiento libre. En materia intelectual seguimos rumiando el debate de los setenta. La verdadera crisis provocada por el desmoronamiento de la Unión Soviética no fue la victoria del capitalismo –sumido en una crisis sin sentido y sin salida– sino la crisis intelectual, como si la caída del socialismo autoritario y burocrático hubiera sido la única opción ideológica.
En sus debates Paz demostró que el mundo intelectual se había quedado hundido en el pantano del maquiavelismo, la política mirada por los intelectuales como fines/medios, el intelectual como el consejero del príncipe, la perversidad sólo como una forma de conservar los principados, y ahí Paz como el antimaquiavelo interesado en consolidar el espacio de la razón de las ideas, no de la justificación de los sistemas, la relación directa razón/oscurantismo que hizo brillar el siglo de las luces. Cosa curiosa: el Paz caracterizado como el intelectual de la derecha fue certero, insistente y claridoso en la caracterización de sus adversarios intelectuales progresistas, radicales, socialistas y marxistas como los medievales tardíos Robert Filmer[54] (1680) o Jacques-Bénigne Bossuet[55] (1709), los ideólogos conservadores que en el siglo XVI justificaron el poder divino de los reyes y que en el siglo XX revivieron como intelectuales para avalar esa divinidad de los reyes modernos: los presidentes o los secretarios generales de los politburós o los comandantes en jefe.
27 de octubre, 2013.
(*) Texto base de la conferencia sobre el primer centenario del natalicio de Octavio Paz, organizado por el Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla los días 7 y 8 de noviembre de 2013.
[1]Paz, Octavio (1993), El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta a El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, pág. 164.
[2]Paz, Octavio (1972), La letra y el cetro, revista Plural No. 13, octubre de 1972, pág. 7.
[3]Platón (1993), Cartas, Akal Ediciones, México.
[4]Foucault, Michel (2004), Discurso y verdad en la antigua Grecia, Ediciones Paidós, España, págs. 36-41.
[5]Hobbes, Thomas (2003), Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, editorial Fondo de Cultura Económica, México. Constant, Benjamin (2010), Principios de política aplicables a todos los gobiernos, Katz Editores, España. Weber, Max (1983), Economía y sociedad, editorial Fondo de Cultura Económica, México. Gramsci, Antonio, El intelectual y la cultura, de Antonio Gramsci.
[6]Weber, págs. 172.
[7]Paz, Octavio (2001), Octavio Paz. Sueños de Libertad. Escritos políticos, Editorial Seix Barral Biblioteca Breve, México, págs. 349-352.
[8]Paz, Octavio (1970), Posdata, Siglo XXI Editores, México.
[9]Textos de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Tomás Segovia, Luis Villoro y Gabriel Zaid, Plural No. 13, octubre de 1972, México, págs. 21-28.
[10]“En torno al liberalismo mexicano”, textos de Carlos Monsiváis, Carlos Pereyra, Héctor Manjarrez, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, No. 5489, 9 de agosto de 1972, págs. 2-7, México.
[11]Polémica Paz-Monsiváis, “Respuesta a Octavio Paz”, Carlos Monsiváis, revista Proceso No. 59, página 32, 19 de diciembre de 1977; “Aclaraciones y Reiteraciones”, Octavio Paz, revista Proceso No. 61, página 20, 2 de enero de 1978; “Rectificaciones y relecturas: y sin embargo lo dijo”, Carlos Monsiváis revista Proceso No. 62, página 27, 9 de enero de 1978; “Repaso y despedida”, Octavio Paz, revista Proceso No. 63, pág. 28, 16 de enero de 1978; “Recapitulaciones y conclusiones a cargo del lector”, Carlos Monsiváis, revista Proceso No. 64, página 25, 23 de enero de 1978.
[12]Fuentes, Carlos (1972), Dejar aislado a Echeverría, crimen histórico de los intelectuales, periódico Excelsior, 22 de junio, México, pág. 1.
[13]Paz, Octavio (2001), editorial Fondo de Cultura Económica, pág. 54.
[14]Platón (1993), La República, enDiálogos, Editorial Porrúa Colección Sepan Cuantos No. 13, México, pág. 528.
[15]Gutiérrez Nájera, Manuel (2003), Obras, editorial Fondo de Cultura Económica, pág. 451.
[16]Rama, Angel (2009), La ciudad letrada, UANL y FINEC Editorial, México.
[17]Almond, Gabriel, y Verba, Sidney, Encuesta Almond (1970), La cultura cívica. Estudio sobre la participación político democrática en cinco naciones, Fundación Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada y editorial Euroamerica, España.
[18]Althusser, Louis (1988), Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Editorial Nueva Visión, Argentina, págs. 11-12.
[19]Salinas de Gortari, Carlos (1992), Discurso del liberalismo social, 4 de marzo, PRI, http://inep.org/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=4132.
[20]Ross, Stanley R. (1981), ¿Ha muerto la Revolución Mexicana? Premiá Editora, México.
[21]“López Portillo habla de todo: fui el último presidente de la revolución”, entrevista de Elías Chávez, revista Proceso No. 836, página 1, 9 de noviembre de 1992, México.
[22]Salinas, 1992.
[23]Fuentes, Carlos et. al. (1964), “Díaz Ordaz ante el dilema de México!”, revista Siempre! No. 585, 9 de septiembre, págs. 8-11 y 62-63.
[24]El Sartre de El fantasma de Stalin y Los comunistas y la paz, en Problemas del marxismo tomos I y II, Editorial Losada, Argentina.
[25]Pozas Horcasitas, Ricardo (1993), La democracia en blanco: El Movimiento Médico en México, 1964-1965, Siglo XXI Editores, México.
[26]Fuentes, Carlos (1976), “Soy miembro del consejo consultivo de Luis Echeverría, no soy del PRI”, periódico Excelsior, 23 de octubre, primera plana, México.
[27]Debo la precisión de datos y fechas y el poema traducido a mi amigo Marco Antonio Campos, poeta y traductor.
[28]Thomas, Gordon (2001), Las torturas mentales de la CIA, Ediciones B, España-.
[29] Citados por Careaga, Gabriel (1971), Los intelectuales y la política en México, Editorial Extemporáneos, México, págs. 76-77.
[30]Vargas Llosa, Mario (1992), Desafíos a la libertad, Editorial Aguilar, México, págs. 124-129.
[31]Fuentes, Carlos (1964), “Cinco intelectuales explican por qué han resuelto dejar de escribir en Política”, revista Siempre! No. 560, 5 de agosto de 1864, págs. 6-7; “Nos negamos a ser cómplices de una farsa y a vivir bajo el signo del comercio y el alarido”, revista Siempre! No. 560, 5 de agosto de 1964, 14-17; y “¿Qué hará la izquierda en el futuro? Díaz Ordaz ante el dilema de México”, texto conjunto de Fernando Benítez, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero y Francisco López Cámara, revista Siempre! No. 585, 9 de septiembre de 1964, págs. 8-11 y 62-63, México.
[32]Fuentes, Carlos (1972), Opciones críticas en el verano de nuestro descontento, revista Plural No. 11, agosto, México, págs. 3-9.
[33]Entrevista de Octavio Paz con Julio Scherer García, director de la revista Proceso. “Octavio Paz habla a Proceso: que el intelectual guarde las distancias con el príncipe”, revistas Proceso No. 57 y 58, págs. 1-7 y 1-6, 5 y 12 de diciembre de 1977, México.
[34]Ibid., polémica Paz-Monsiváis, ver nota 11.
[35]Monsiváis, Carlos, et. al. (1972), En torno al liberalismo mexicano de los setentas, suplemento La Cultura en México No. 548 de la revista Siempre!, 9 de agosto de 1972, México, págs. II-VII.
[36]Monsiváis, Carlos (1999), revista Letras Libres No. 4, abril, págs. 30-35.
[37]Paz, Octavio (1972), Carta a Adolfo Gilly, revista Plural No. 5, febrero, México, págs. 16-20.
[38]Paz, Octavio (1978), El ogro filantrópico, revista Vuelta No. 21, agosto, México, págs. 38-44.
[39]Paz, Octavio (1983), Tiempo Nublado, editorial Seix Barral, México,
[40]Paz, Octavio (1990), Pequeña crónica de grandes días, periódico Excelsior, 8, 11, 15, 18, 22 y 25 de enero, primera plana.
[41]Paz, Octavio (1985), revista Vuelta No. 103, junio de 1985, México, págs. 7-12.
[42]Paz, Octavio (1998), Un sueño de libertad. Cartas a la Cancillería, revista Vuelta No. 256, marzo, México, págs. 6-14.
[43]Ibid, pág. 9.
[44]Ibid, pág. 10.
[45]Paz, Octavio (1996), Carta. La comedieta de Ponce, revista Proceso No. 1003, página 12, 22 de enero, México.
[46]“Echeverría es la única opción para los intelectuales: Fernando Benítez”, entrevista del reportero Raúl Torres Barrón a Fernando Benítez realizada en Kioto, Japón, Excelsior primera plana, 12 de marzo de 1972; Artículo firmado por Fernando Benítez “El intelectual ante el poder público”, periódico Excelsior 4 de abril de 1972, primera plana para explicar su frase de “Echeverría o el fascismo”.
[47]Paz (1993), págs. 163-187.
[48]Paz, Octavio (1998), Democracia: lo absoluto y lo relativo, texto leído el 27 de noviembre de 1991 en el ciclo de conferencias organizado por las revistas Claves y Revista de Occidente, publicado en la revista Vuelta No. 261, agosto de 1998, México, pág. 18.
[49]http://www.letraslibres.com/revista/dossier/octavio-paz-en-1984-la-querella-del-dialogo-y-el-ruido.
[50]Paz, Octavio (2010), Televisión: cultura y diversidad, http://silencio-roto.inmyclan.com/t361-television-cultura-y-diversidad-por-octavio-paz.
[51]Camus (2006), Crónicas Argelinas (1939-1958), Alianza Editorial Biblioteca Camus, España. Págs. 14-21.
[52]Serna, Enrique (1995), El miedo a los animales, editorial Joaquín Mortiz, México.
[53]Camus, Albert (1982), El hombre rebelde, Alianza Editorial Biblioteca Camus, España, págs. 347-348.
[54]Filmer, Robert (2010), El patriarca o el poder natural de los reyes, Alianza Editorial, Madrid.
[55]Bossuet (1940), Discurso sobre la historia universal, Editorial Cervantes, España, (1974), Política sacada de las sagradas escrituras, Editorial Tecnos, Madrid.
Lic. en Periodismo, Mtro. en Ciencias Políticas, periodista, columnista político, autor desde 1990 de la columna “Indicador Político” en El Financiero.