Solรญa venir una semana a la casa que tenรญamos en el campo, coincidiendo con las verbenas de Felanitx. รramos mejores amigas desde pequeรฑas. Nos escribรญamos cartas, nos regalรกbamos cuentos; doblรกbamos dos o tres folios por la mitad, grapรกbamos una cartulina roja en el pliegue para hacer la cubierta, dibujรกbamos algo bajo el tรญtulo. A ella le salรญan bien los conejos. Conejos humanizados de ojos saltones que llevaban petos tejanos, deportivas, le habรญan dado un mordisco a una zanahoria y se llamaban Rabbit. Las dos tenรญamos fama de dibujar bien, aunque ella lo hacรญa mejor que yo. Escribรญamos a mano y tambiรฉn su letra era mejor que la mรญa; me salรญa demasiado pequeรฑa, como araรฑas que treparan hacia la esquina derecha de la cuartilla para escapar de una pรกgina en la que solo se respetaba el margen izquierdo.
Competรญamos sin parar, a ver quiรฉn leรญa mรกs rรกpido, quiรฉn sacaba mejores notas, cuรกl de las dos pesaba menos y llevaba el pelo mรกs largo. A veces, con los desconocidos, nos hacรญamos pasar por hermanas, pero ella era mรกs guapa. Tenรญa los ojos azules y eso le daba un montรณn de puntos. Ademรกs, era la novedad.
Quiero decir: cuando venรญa al campo, a finales de agosto, yo llevaba casi dos meses coincidiendo con los amigos del pueblo en la playa, y ya me tenรญan muy vista. Aunque, bueno, es una excusa: ella tambiรฉn tenรญa รฉxito en el colegio. Nunca nos lo confesamos, pero durante toda la EGB nos gustaron los mismos chicos en secreto. Yo tenรญa la impresiรณn de que le iban detrรกs a ella y pasaban de mรญ. Con el tiempo entendรญ que lo que ocurrรญa era que les preocupaban mรกs otras cosas, como los partidos de fรบtbol en el patio, las canicas y la mรกquina de Street Fighter del bar que habรญa enfrente. Puede que tambiรฉn les gustรกramos un poco. Despuรฉs de todo lo demรกs y en penรบltimo lugar.
Luego estudiamos en institutos distintos, y eso nos distanciรณ. Pero seguรญamos escribiรฉndonos y a veces me grababa cintas de Nirvana, Soundgarden y Elvis Presley. Mรกs adelante, la muerte de Kurt Cobain nos parecerรญa casi normal, como una evidencia romรกntica muy propia de Seattle, los veintisiete aรฑos y la chorrada del bonito cadรกver. Ella estaba enamorada de Eddie Vedder, asรญ que, cuando quedรกbamos –siempre llegaba tarde y yo la esperaba junto al buzรณn desde el que nos mandรกbamos las cartas; vivรญamos tan cerca que utilizรกbamos el mismo buzรณn, pero dรกrnoslas en mano no habrรญa tenido gracia–, รญbamos a una tienda de discos baratos, en las Avenidas, y se compraba lo que hubiera de Pearl Jam.
Se estaba volviendo guay, y yo disimulaba mi timidez con una especie de prepotencia que en BUP me contagiรณ una nueva amiga muy rotunda y bastante pija, colada hasta los huesos por Pep Guardiola y sobre todo Koeman. Hasta tal punto que hizo los exรกmenes de fin de curso con una bufanda del Barรงa porque acababa de ganar su primera Copa de Europa en Wembley.
Por lรณgica, aquel primer verano de instituto tendrรญa que haber sido mi nueva amiga quien viniera a Can Garruvรญ. Asรญ se llamaba la casa en la que mis padres, mis hermanos y yo pasรกbamos los veranos, a las afueras de Felanitx, en medio de la nada, frente al Puig de Sant Salvador, y en la que, por las noches, reptaban los dragones y se oรญan los grillos. Mis abuelos belgas la compraron cuando yo apenas tenรญa un aรฑo, y durante muchos fines de semana, a lo largo de mi vida, fuimos habilitรกndola y habitรกndola despacio. En una foto, mi padre, mis hermanos y yo aparecemos seรฑalando una lรกmpara encendida; por fin tenรญamos electricidad. En otra, una dรฉcada mรกs tarde, un zahorรญ busca agua con un pรฉndulo entre las piedras. Luego un camiรณn va introduciendo en la tierra unos tubos de un metro de diรกmetro y tres de largo; o de cuatro, o mรกs. Cada tubo es carรญsimo, nos lo han advertido antes de empezar. Si tocan roca, estamos jodidos, mi abuelo habrรก gastado una fortuna inรบtilmente.
Fotografรญas de mi abuelo con sombrero de paja y mis hermanos en baรฑador, mirando atentamente la perforaciรณn bajo unos algarrobos frondosos, a los que me encaramaba para leer, la corteza se me clavaba en el culo y despuรฉs tenรญa que comprobar que no me hubiera trepado una garrapata por las rodillas con la intenciรณn de sorberme los sesos. Las garrapatas las transportaban las ovejas que a veces pastaban a la sombra de esos algarrobos frondosos que guiaron al zahorรญ mejor que el pรฉndulo. Hasta que hicimos el pozo, nos las apaรฑรกbamos con la cisterna, que se llenaba cuando llovรญa. Y, como en Mallorca llueve poco, venรญa un camiรณn cada mes a vaciar su depรณsito. Recuerdo que una vez, en la cisterna, flotaba un ratรณn muerto. Y otra, al izar el cubo, encontramos dentro una culebra.
Con el cuarto tubo –¿cuรกntos metros de profundidad ya?–, tras un poco de fango a borbotones, el agua saliรณ a propulsiรณn, igual que un gรฉiser. En los vรญdeos caseros, bailamos bajo el chorro como si fuรฉramos indios, aplaudimos y en el rostro de los hombres que han hecho el trabajo tambiรฉn se percibe el alivio. Mis abuelos podrรญan vivir allรญ cuando se jubilaran, podrรญan tener huertos y regarlos, un tractor, la casa en el campo se convertirรญa en hogar y no serรญa solo un lugar donde pasar, verano tras verano, las vacaciones.
Ella solรญa venir la รบltima semana de agosto, porque el 28 es Sant Agustรญ, el patrรณn de Felanitx, y las verbenas se celebran los quince dรญas previos. Durante mucho tiempo –el tiempo de Mecano y Julio Iglesias–, las verbenas fueron famosas precisamente por eso: porque en el Parc Municipal habรญa tanta gente que, en los conciertos de Mecano y Julio Iglesias, eran necesarias mรกs de dos horas para cruzarlo desde la puerta hasta el escenario. Eso dicen, al menos, quienes aรบn recuerdan batallitas de entonces. A esas no fuimos, รฉramos demasiado pequeรฑas. Pero a partir de los doce aรฑos, nos dejaban quedarnos hasta las dos. La combinaciรณn musical fue rara aquella vez: El Norte, Hรฉroes del Silencio y Loquillo. Habรญa unas quince mil personas. Nosotras fuimos con paรฑuelos anudados a la muรฑeca, como si fuรฉramos rockers, y vimos una pelea entre bandas, sin sangre. A los quince, tuvimos permiso para quedarnos hasta las cuatro.
Mi abuelo, que tenรญa insomnio, era el encargado de venir a buscarnos. Llegรณ antes, por curiosidad. Y mientras nosotras bailรกbamos y nos desgaรฑitรกbamos con las canciones de Duncan Dhu que nos habรญamos aprendido de memoria poniรฉndolas una vez tras otra aquella tarde en la habitaciรณn –hoy el viento sopla mรกs de lo normal, las olas intentando salirse del mar–, รฉl se paseaba entre los tenderetes de garrapiรฑadas y algodones de azรบcar, que en casa llamรกbamos barbapapรก; observaba los coches de choque, tiro al pato de baรฑera, y una mininoria a la que por la tarde se montaban los niรฑos, y de noche, otros niรฑos colocados. Tambiรฉn habรญa una atracciรณn que sacudรญa a quienes se sentaban en ella mientras sonaba esa canciรณn de los payasos que ya entonces era vieja: en el coche de papรก, etcรฉtera.
Habรญan prohibido las bebidas de la รฉpoca de nuestros padres, los Sputnik y los Tiburรณn, mejunjes cuyas fรณrmulas secretas mezclaban tantos tipos de alcohol que lo raro es que sobrevivieran y lograran procrear. A nosotras no nos gustaba todavรญa la cerveza y tal vez nos habรญamos dejado invitar a un empalagoso Malibรบ con piรฑa por algรบn chico tres o cuatro aรฑos mayor. Volvรญamos al coche, los zapatos sucios de tierra, bombillas de colores en las barras donde servรญan en vasos de plรกstico, y mi abuelo comentaba que esos tipos del escenario se tenรญan que haber metido algo para aguantar asรญ. Y yo me preguntaba a quรฉ se referรญa exactamente; no porque ignorara quรฉ eran las drogas (alguna vez me habรญan ofrecido “chocolate”, que yo rechacรฉ fingiรฉndome escandalizada), sino porque me parecรญa increรญble que mi abuelo lo supiera. Y que insinuara, encima, que los de Duncan Dhu las tomaban.
Can Garruvรญ estaba a unos ocho kilรณmetros de Felanitx y, al llegar, aรบn se oรญa el eco de la mรบsica sobre los viรฑedos y los almendros hasta que se hacรญa de dรญa. Nosotras cuchicheรกbamos, cada una desde su cama –yo pienso que le gustas a Tal, quรฉ dices, si estรก claro que le gustas tรบ–, deseando que la otra no cediera porque seguรญamos con esa estรบpida manรญa de encapricharnos del mismo, sin confesรกrnoslo directamente, y querรญamos creernos la versiรณn ajena y no la que enunciรกbamos en voz alta, protegiรฉndonos en una falsa modestia que nos ponรญa en lo peor. Pues a mรญ me ha parecido que te miraba. ¡Pero quรฉ va, si a ti te ha apretado el brazo! Cuando nos รญbamos, te ha dado dos besos despuรฉs que a mรญ, eso quiere decir que le gustas tรบ. Ademรกs, tienes mejor tipo. No digas tonterรญas. ¡Es verdad! Tรบ tambiรฉn tienes buen tipo. Y asรญ.
Una tradiciรณn, la de parlotear de madrugada, que adquirimos de niรฑas, cuando pasรกbamos algรบn fin de semana juntas, en casa de una o la otra. En esas ocasiones extraordinarias, a la salida del colegio, pasรกbamos por la papelerรญa, comprรกbamos chuches y nos preparรกbamos para el Festรญn de Medianoche. Ponรญamos el despertador a las dos o las tres, y aรบn con legaรฑas en los ojos, los pรกrpados pegados, nos zampรกbamos el regaliz rojo y el negro, las nubes, los ladrillos y los ositos de gominola que habรญamos comprado mientras inventรกbamos temas que nos obligaran a ahogar las risas para no despertar a nuestros padres y hermanos.
Hermanas no tenรญamos y de algรบn modo, intentรกbamos suplir su falta con esos gestos que les atribuรญamos: prestarnos la ropa y hablar. Por telรฉfono justo al llegar del colegio, aunque acabรกramos de pasar el dรญa en la misma clase, por carta, o de madrugada si pasรกbamos juntas el fin de semana. Contรกrnoslo casi todo, compitiendo sin que se notara, retรกndonos mediante una presuntuosa generosidad de obsequios y confidencias que no implicaban nada y que, en realidad, buscaban el elogio. Dos niรฑas de ciudad que van convirtiรฉndose en adolescentes, corren aventuras en el campo, la playa y las verbenas, y juegan con los sentimientos como juegan los cachorros con dientes y garras, sin hacerse daรฑo, para aprender a tolerarlos cuando lleguen los de verdad.
A los diecisรฉis nos dejaron salir la noche entera. Dormirรญamos en casa de un amigo que habรญa invitado a medio pueblo y tenรญa sofรกs de sobra, y colchones en el suelo. Hacรญa mรกs de un aรฑo que el Barรงa habรญa ganado en Wembley y empezรกbamos a ser unas desconocidas, tras pasar dos cursos separadas, cada una en un instituto distinto. Ella era guay y sabรญa de mรบsica, yo intentaba olvidar que estaba enamorada, convencida una vez mรกs de que ese primer novio al que intentรฉ olvidar tantas veces pasaba de mรญ. Ella y yo construรญamos, sin darnos cuenta, vidas nuevas que se alejaban.
Una parte del pรบblico habรญa echado a Jesรบs Vรกzquez del escenario a tomatazos, lanzรกndole tambiรฉn huevos y cubitos de hielo rescatados del fondo del vaso de plรกstico. El presentador solo tuvo tiempo de cantar su hit, que decรญa algo asรญ como “a dos milรญmetros escasos de tu boca” y luego dio paso al resto de grupos, que tocaron hasta el amanecer mientras bebรญamos vodka con naranja. Desayunamos en el bar de la plaza, siguiendo una tradiciรณn que aรบn cumplen los que aguantan. En casa de nuestro amigo, pusimos discos de los Ramones y bailamos con el pelo por delante de la cara. Creo que ella y un tipo del que me medio encaprichรฉ ese verano para olvidar que mi novio no me querรญa se besaron, pero la verdad es que ni me fijรฉ entonces ni lo recuerdo ahora. Luego nos fuimos todos a la playa en autobรบs y dormimos bajo un pino, desde el mar se oรญan los chillidos de los niรฑos.
Aquel fue el รบltimo verano que pasamos juntas. No lo sabรญamos. Casi nunca sabemos cuรกl serรก la รบltima vez. Luego ella se puso a salir con un chico, yo seguรญ un tiempo con mi primer novio, luego las dos nos fuimos a vivir a Barcelona, pero allรญ nos vimos poco, como si nos molestara reconocer algo que pretendรญamos dejar atrรกs, aislado. La infancia, tal vez, la protecciรณn. Quizรก temiรฉramos que la otra nos juzgara, ahora que empezรกbamos a ser nosotras mismas, sin padres ni hermanos, sin viejos amigos ni familia. Solas. Cuando quedรกbamos, por cierta obligaciรณn cordial y porque, en la intenciรณn, nos apetecรญa hacerlo –ella llegaba tarde y yo no tenรญa un buzรณn de referencia en el que apoyarme–, estรกbamos incรณmodas. Ya no รฉramos cรณmplices, pero aรบn competรญamos, a ver a quiรฉn le iba mejor. O a ver quiรฉn era mejor, no sรฉ.
Eso se calibraba por los kilos que habรญas perdido: si estabas atacada de los nervios, no dormรญas por culpa del trabajo que te daban los proyectos de fin de curso y tenรญas problemas con los compaรฑeros porque estaban celosos de ti, entonces valรญas mucho. Asรญ creรญ que lo interpretaba ella, que se refugiaba de esos problemas adultos en la apacible vida domรฉstica que llevaba con su novio. Parecรญa tener las cosas claras y en eso, pero solo en eso, me daba envidia. Por lo demรกs, yo me tomaba el mundo de otra manera: cambiaba de pareja casi con la misma frecuencia con la que cambiaba de piso, mi carrera me importaba un cuerno y lo รบnico que querรญa era seguir escribiendo cartas y cuentos sobre conejos. A veces yo tambiรฉn fumaba, pero porros de ese “chocolate” que habรญa rechazado aรฑos antes. No se lo confesรฉ. A su lado, me sentรญa inmadura, pequeรฑa.
Luego mis abuelos envejecieron y vendieron Can Garruvรญ. Llorรฉ como si se hubiera muerto alguien. Aรบn sueรฑo a menudo con las ovejas, los algarrobos y los grillos, la tierra en los zapatos, el agua frรญa del pozo, la casa en la que pasรฉ veintisiete veranos y a la que no puedo volver. Veintisiete veranos, como las leyendas de la mรบsica que dejaron un absurdo y bonito cadรกver. En esos sueรฑos, siempre tengo miedo, no sรฉ por quรฉ. Aparecen desconocidos o fantasmas, o se oscurece el cielo, o se oyen ruidos.
Luego ella regresรณ a Mallorca y se fue a vivir al campo. A otro campo, tambiรฉn con algarrobos y viรฑedos y grillos. Luego trabajamos cada una de lo suyo, ella en la isla, yo en tierra firme, una tierra firme que se sacude como esa atracciรณn de las verbenas, en el coche de papรก, etcรฉtera. Luego siguieron pasando el tiempo, algunos hombres y la vida. Se casรณ. Luego tuvo un hijo. Lo supe a travรฉs de la distancia de Facebook, donde el lenguaje es siempre feliz y puedes marcar lo que te gusta y tienes mil amigos y ninguno es el mejor. Nosotras tenemos treinta y siete en comรบn, tantos como nuestra edad, casi todos del colegio. Su muro se llena de felicitaciones en su cumpleaรฑos, pero yo no necesito que me recuerden la fecha. Tambiรฉn me sรฉ de memoria aquel nรบmero de telรฉfono al que llamรฉ tantas veces y al que ya no responderรญa porque es el de sus padres.
Si hubiรฉramos nacido mรกs tarde, no me sabrรญa su nรบmero porque, en lugar de marcarlo cada dรญa despuรฉs de clase, habrรญamos chateado. Ademรกs tendrรญamos un montรณn de fotos juntas, selfies y eso. No tenemos ni una. En cambio, guardo cartas y cuentos ilustrados a mano, cintas de casete de Soundgarden, Pearl Jam y Ramones. Luego fue agosto otra vez y en Felanitx celebraron como siempre las verbenas, que han dejado de ser famosas. El Barรงa tambiรฉn dejรณ de ser imbatible, como antes de que empezara todo, o en todo caso, mi adolescencia. ~
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(Palma de Mallorca, 1977) es escritora y periodista. En 2010 ganรณ el Premio Josep Pla con la novela Egosurfing (Destino).