Foto: Patricia Nieto

Línea 7: Dentro del agujero del conejo

Entre las leyendas que viajan por las profundidades de esta línea y que algunos internautas aseguran haber corroborado están la existencia de un túnel secreto bajo la residencia Los Pinos.
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El pasado 20 de marzo, en la estación de Tacubaya, viajando en dirección el Rosario, el metro se detuvo por varios minutos; por las bocinas salían instrucciones incomprensibles que los pasajeros trataban de descifrar; el vagón se bamboleaba como una barca inestable, pero yo no lo noté en el momento porque leía un libro testimonial sobre el genocidio en Ruanda (una suerte de sismo más aterrador). Después corroboré, por el espanto en las caras de los pasajeros, que había temblado y fuerte, que había durado demasiado tiempo, y que extrañamente nadie entró en pánico, a pesar de estar en la línea del Metro más profunda de todas, de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco metros de profundidad, lo cual pudo ser motivo de un serio ataque de claustrofobia o bathofobia.

Entrar a la línea naranja es como bajar a los infiernos de Dante; las largas secciones de escaleras parecen eternas comparadas con las de cualquier otra línea. Llegar hasta el Rosario, la única estación en la superficie, da la impresión de salir del otro lado del mundo, resucitado, después de un viaje por las profundidades de la Tierra. Entrar a estaciones como Refinería o Aquiles Serdán es parecido a ser Alicia cayendo por el agujero del conejo, pues las escaleras circulares permiten ver lo profundo del descenso. Por estar construida al pie de la Sierra de las Cruces, la línea siete tuvo que compensar el nivel con túneles mucho más profundos, construidos con técnicas más complejas, lo cual hace que sea la línea en la que se utilizó más material en su construcción y la que tiene más escaleras eléctricas. Se comenzó a construir en 1981 y fue terminada, al menos como la conocemos hasta hoy, en 1988. Tiene una longitud de 18 kilómetros y 784 metros, catorce estaciones y tres correspondencias.

Los nombres de sus estaciones, como tantas otras del Metro, ocultan orígenes inesperados e imprecisos, como la estación de Camarones que debería llamarse en realidad Acociles, pues son estos pequeños crustáceos de río los que abundaban en el pueblo de 1790 que le dio nombre a la estación; o la estación de El Rosario, nombrada así por las tierras de los jesuitas que abarcaban una gran extensión de la zona y que dedicaron a la virgen del Rosario estos lugares, ahora menos santificados y más llenos de comercio ilícito y de diversos camiones que conectan con el Estado de México.

Entre las leyendas que viajan por las profundidades de esta línea y que algunos internautas aseguran haber corroborado están la existencia de un túnel secreto bajo la residencia Los Pinos, la cual se encuentra justo sobre el túnel que va de las estaciones Constituyentes a Auditorio; dicho túnel secreto serviría de refugio para la familia presidencial en caso de guerra o ataques nucleares. También se habla de apariciones de fantasmas en Barranca del Muerto, llamada así por estar construida donde en tiempos de la Revolución se arrojaron cientos de cuerpos de los caídos en batalla; incongruentemente con este pasado, son voces y risas de niños las que la gente asegura escuchar en la estación ya en la noche, cuando está casi vacía. A pesar de esa leyenda, la estación que siempre me ha parecido más tétrica, es Auditorio (una de las primeras inauguradas de la línea, en 1984), porque sus escaleras eléctricas rechinan como ningunas otras y cuando la estación está desolada ese gemido es el sustituto a las clásicas puertas abiertas o resonar de pasos en los cuentos de fantasmas.

Siempre ha sido mi línea favorita y creo que esto se debe precisamente a su sencillez y austeridad, carece casi por completo de los supuestos beneficios de las otras, ahora llenas de murales, vitrinas y esculturas, de conciertos y actividades culturales. La línea naranja es en cambio de lo más simple y silenciosa, funcional y hasta con menos publicidad en las paredes comparada con las otras. Sólo en Auditorio hay una serie de fotografías de varios metros del mundo como exhibición permanente. En Tacubaya están los murales de Guillermo Ceniceros, “Del Códice al Mural”, pero éstos se consideran parte más bien de la línea 1, varios metros más arriba. En las tres correspondencias, el Rosario, Tacuba y Tacubaya, están los comercios usuales y ninguno demasiado especial, tiendas de soya, tortas gigantes y expendios de Bimbo, usuales ya en tantas estaciones, al igual que las pizzerías Domino´s que particularmente en Tacuyaba por su colocación hacen que todo el lugar se llene de ese tentador olor; es también en esta estación donde se puede encontrar alguna variedad de dulceros y vendedores de juguetes de falluca como pelotas luminosas, frascos de burbujas y otras curiosidades.

La línea naranja es de las menos congestionadas, se satura sólo a pocas horas del día y casi exclusivamente en las correspondencias. Siempre tengo la impresión de que en esta línea los trenes tardan más de lo normal en pasar, lo cual da tiempo extra para pensar y para leer; también pareciera como si nadie ahí llevara tanta prisa, lo cual pudiera ser porque saben de antemano que el tren tardará; o tal vez sea el efecto de estar tantos metros bajo tierra el que nos vuelve misteriosamente cautelosos, inusualmente serenos, incluso en medio de un temblor.

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Es traductora, guitarrista de Doble vida y autora de los libros Amigo o enemigo y Fábulas del edificio de enfrente.


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