No interrumpo la ceremonia de entrega del premio Xavier Villaurrutia 2014 para elogiar a su ganador, Alvaro Uribe, sino para denunciarlo como novelista, es decir como falsificador de la vida. Soy un personaje, y no menor, aunque muy soslayado, de la novela galardonada, Autorretrato de familia con perro (colección Andanzas, de Tusquets editores), en la que se me difama presentándome como un palabreador tonto, incapaz de hilar las frases de un monólogo interior, como le ocurría a la cachonda señora Molly Bloom en el final del Ulises, de Rolls-Royce, perdón, de James Joyce (que era marca de automóvil más interesante). Uribe me difama nombrándome Canuto, aunque en nada me parezco a una caña pequeña acotada por dos nudos, ni a un rollo de hojaldre relleno de crema, ni a un sorbete mexicano de leche, huevo y azúcar cuajado en moldes que tienen precisamente la forma de canuto, etc., etc. ¿Por qué, pues, el insultante mote Canuto? ¡Al menos, si al diccionario de la Real Academia Española nos atenemos, Uribe me hubiera llamado Canute, el más poético de los seres que había en la edición decimonovena del susodicho léxicón! Allí la bella definición del canute, en segunda acepción y como murcianismo, iba de este modo:
“canute. Gusano de seda que enferma después de recordar y que muere a los pocos días.”
¡Oh, el canute era nadie menos que el Marcel Proust de los gusanos!
No se sabe por qué ese admirable trágico animalillo desapareció de las siguientes ediciones del susodicho lexicón, pero debo decir que a mí, que soy muy recordador y de lengua sedosa, me hubiera encantado llamarme Canute. En cambio… ¡se me nombra Canuto, un apodo que rima con palabra burdelera!
La ofensa hubiera sido menos grave si se hubiera producido en una novela de menor calidad, pero, por contraste, crece desmedidamente en una obra maestra de la novelística en español, un libro de sabia y elegante aunque a veces muy divertida prosa narrativa en que Uribe, puesto que novelista al fin y al cabo, es un historiador del reverso de la vida, ese lado dizque secundario que a veces resulta más vivo que el lado dizque principal, o sea el anverso de la vida (la vida y no la realidad, que es sólo la mera piel cuando no el mero pellejo de la vida). Y aquí se debe anotar que un novelista y un historiador alternan en el libro. Son un mismo protagonista que arteramente (es decir con arte, es decir con engaño) se desdobla en los gemelos Adán Urquidi y Alberto Urquidi, personajes con las mismas iniciales, AU, de quien firma el libro. Y estos dos no semejantes gemelos, y coautores junto a Álvaro Uribe, son los que, acompañados de otras voces, se mueven (cuando se mueven) en la novela, y se empeñan en creer, en demostrar, a veces en fingir, que existe o existió la madre de ellos, la deliciosa, traviesa, irritante, fascinante Malú. Toda la acción del libro, acción sobre todo interior, o digamos espiritual, ocurre en torno de Malú, que es el personaje que, a la manera de la Dulcinea del Toboso o Aldonza Lorenzo, la del Quijote, tanto más está en el relato cuanto más ausente está. Malú no tiene en la novela presencia directa, digamos física, no tiene voz en el coro de voces del relato, y puesto que no tiene voz narrativa, es el sueño de los personajes y sobre todo de sus hijos, es el fantasma que ellos pretenden hacer encarnar o reencarnar, es decir que la inventan como dando presencia a un fantasma, a un ser soñado o insomniado, y a final de cuentas central. Es que ellos también son autores, también crean un personaje, y hacen a Malú con palabras para así poseerla de veras, oh incestuosos. Y eso mismo hubiera hecho yo, si me hubieran puesto a decir palabras menos inconexas para significar el sentido fantástico de toda la historia, siempre presentada desde anverso y desde reverso y nunca como sola y pura historia.
Autorretrato de familia con perro, aunque parece nunca escapar de una realidad posible, es una hermosa novela subterráneamente fantástica, ultraprotagonizada por la deseable e irritante Malú, la que está y no está, el fantasma que ya se sitúa entre los personajes magnos de la feminoteca literaria mexicana.
¡Pero Uribe debió llamarme Canute!
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.