Roberto Calasso es uno de los autores contemporáneos más originales e imprescindibles. Su tetralogía, compuesta por
La ruina de Kash, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Ka y K., a caballo entre la narrativa y la mitología, ocupa un lugar central en la literatura de nuestro tiempo.
Conversamos, en entrevista exclusiva, con el autor florentino durante su estadía en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Unos días antes, durante la cátedra “Octavio Paz” que dio en la sala “Juan Ruiz de Alarcón” del Centro Cultural Universitario de la Ciudad de
México, había presentado el libro La locura que viene de las ninfas, de la editorial
Sexto Piso. Roberto Calasso, hombre generoso y afable, de una cultura amplísima, accedió a abrirnos las “puertas de la percepción”
en esta charla acerca de la locura y la
posesión como estrategias para la creación y
descubrimiento de la literatura.
En La literatura y los dioses y en La locura que viene de las ninfas, usted ha planteado la idea de que existen potencias mentales que son capaces de poseernos o de poseer al artista bajo la forma del delirio erótico, la locura o la embriaguez. ¿De qué modo se manifiestan estas potencias?
Lo primero que quiero decir es que esas potencias no atañen sólo al artista. Nos atañen a todos. Tienen que ver con la forma en que estamos hechos todos. En segundo lugar, la posesión es un fenómeno que, paradójicamente, en la época de los griegos estaba considerado, tanto por un autor como Platón como por una entidad de inmensa importancia política y religiosa como Delfos, como un hecho central de la vida.
Hoy es un fenómeno que suscita, en general, cierto temor y bochorno, y de inmediato se lo cataloga dentro de la patología. Es un cambio radical respecto de la época de la Grecia antigua que es, al menos para Europa, el fundamento de la civilización.
¿Y este cambio se relaciona con el surgimiento de las teorías psicoanalíticas en torno a la esquizofrenia?
Exacto. Hay una hermosa frase de Jung que cito en La literatura y los dioses: “Los que eran dioses se han convertido en enfermedades”. Y no es porque los modernos sepan más, sino porque saben menos.
Eso también es paradójico. En los inicios del psicoanálisis, en los primeros años, tanto en Freud como en Jung, hubo un intento genial de comprender en términos nuevos este fenómeno. Desde luego que Freud y Jung lo abordaron desde perspectivas opuestas. Sin embargo, al final, no tanto en sus obras como en las repercusiones sociales, clínicas y cotidianas del psicoanálisis, se creó un mecanismo de rechazo y de defensa de cara a este fenómeno en la dirección que mencionamos antes.
¿Qué es para usted lo divino: los dioses siguen manifestándose o son las ninfas primigenias quienes prevalecen en el imaginario de la literatura y el pensamiento moderno?
Para los griegos antiguos, incluso antes de que hubiera dioses singulares, con un nombre y una historia, existía lo divino como evento. Una expresión griega dice: “lo divino es”, lo divino indeterminado. Este hecho existe en la experiencia de todos. No es algo que pertenezca sólo a un momento determinado de la historia. Pertenece al tejido de nuestra vida.
La verdadera diferencia estriba en reconocerlo o no. Que haya o no conciencia de ello es el punto donde se dividen las aguas. A partir de ahí pueden tomarse los rumbos más diversos.
Usted plantea que, para distinguir el rapto de las ninfas de otra forma de la posesión, habría que referirnos a un conocimiento del fenó-meno mucho más articulado y lúcido que el nuestro. ¿Qué se le ha revelado al desentrañar estos testimonios?
En el ensayo sobre La locura que viene de las ninfas, la primera referencia de un texto griego es el Fedro de Platón. En el Fedro, quien habla de la posesión es Sócrates. Por lo tanto, quien habla de este fenómeno aparentemente patológico es el pensador que representa el símbolo de la razón y del control en la historia del pensamiento occidental. Eso es muy paradójico.
Sócrates estaba perfecta-mente consciente. Al final
habla del contraste entre la
sophrosyne –la palabra griega canónica para aludir al control de uno mismo, a la facultad de dominar la propia vida, uno de los grandes hallazgos de los griegos–, y de la manía, la palabra griega para el delirio, la locura.
En ese punto, Sócrates dice que la manía es superior porque procede de los dioses, en tanto que la sophrosyne es una gran virtud, pero procede sólo de los humanos. De hecho, la palabra griega es un término técnico ritual, ligado a hechos míticos, y en el Fedro se la atribuye a sí mismo: él mismo es el poseído.
La hipótesis de vincular a las ninfas con el delirio erótico aparece en diversas obras, incluso usted la ha encontrado en Lolita, de Vladimir Nabokov. Hablemos de cómo las ninfas han irrumpido en la literatura a través del tiempo.
Nunca han estado ausentes, ni en la literatura ni en las artes figurativas. Si uno sigue la historia, por ejemplo, de la pintura europea, desde principios del siglo XV hasta finales del XVIII, vemos una continua aparición y reaparición de esos seres divinos, ya sea porque los cuadros representan alguna de las historias de la mitología griega o porque las ninfas aparecen como elemento decorativo en las fuentes o en las cornisas de los palacios.
En la literatura también. Por ejemplo, la principal obra mitográfica tardía de la Antigüedad, en la mitología romana, las Metamorfosis de Ovidio, está llena de historias de ninfas, y son algunas de las más hermosas. En el Renacimiento, con el descubrimiento y la nueva vida que cobra el pasado clásico, las historias de las ninfas aparecen en la literatura y en el arte.
Sin embargo, Nabokov lo hace evidente…
Sí, extrañamente, este hecho había pasado inadvertido. De vez en cuando hay secretos tan evidentes que nadie los nota. Pero si pensamos en el extraño contraste de una palabra que ingresó a nuestro vocabulario y que creo que se emplea aun en la pornografía –nymphet–, está claro que Nabokov la usa deliberadamente, y en Lolita hay alusiones a esta pasión por la ninfa que domina toda la novela. Pero en la literatura acerca de Lolita este tema está ausente. Nadie habla de eso. Se habla de la relación de un hombre de cierta edad con la niña, se habla de Estados Unidos y de tantas cosas, de la relación entre Estados Unidos y Europa… pero la ninfa, que es el fundamento del libro, está ausente.
Hablemos de los elementos que co-
existen alrededor del delirio erótico y de la posesión: el agua, la serpiente, el ojo…
Sí, es omnipresente en la mitología. Le daré un ejemplo: la figura correspondiente a las ninfas en la mitología de la India son las Apsaras, esas mujeres bellísimas que se aparecen y que comparten muchos rasgos con las ninfas. Ellas también están vinculadas con el fluir, el agua, esas formas ondulantes que no son sólo un hecho de la naturaleza sino que son caracteres de la psique, de la mente, de la vida mental.
En torno a la idea de que la posesión es una forma de conocimiento, en la Antigüedad era evidente que las divinidades actuaban sobre el mundo. En el mundo contemporáneo, ¿cómo se da la relación entre posesión y conocimiento?
Del mundo griego puedo dar un ejemplo clarísimo, que es Delfos: Delfos fue considerado durante muchos siglos, en Grecia, como el lugar del conocimiento. Delfos es un lugar que, en palabras de Plutarco y de varias fuentes, está dominado por dos dioses, no sólo por Apolo. Apolo domina una mitad y la otra la domina Dionisos. Estos dos dioses, que más tarde aparecerán en El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, fundan el conocimiento en la posesión. ¿Por qué? Sabemos que Delfos tenía un gran poder político. Cuando surgían conflictos irresolubles acudían a Delfos, consultaban al sacerdote de Delfos para hallar una solución. Así surgieron las célebres máximas de Delfos, la más famosa de las cuales es: “Conócete a ti mismo”.
En el mundo griego la posesión es central. En el mundo actual obviamente puede ser central en los manuales de psiquiatría, pero no es reconocida. Esto no significa que no actúe hoy como antes, aun más que antes, porque es parte de la respiración de nuestra mente. Actúa bajo otros nombres, en una vida clandestina que hasta puede ser peligrosa.
¿Y eso nos conduce a un mejor conocimiento de nosotros mismos?
Hay una ilusión, la de que esta relación de las potencias dominantes de la mente pueda ser, como se dice en las películas, eliminada, y que todo pueda estar bajo control. Esto no es posible por lo que sabemos de la vida a partir de la vida más elemental. Sin embargo, hay un mecanismo de defensa en el pensamiento, que induce a alejar el reconocimiento de esas potencias, porque dan miedo.
¿Por qué son peligrosas? Antes que nada, es peligroso todo lo que es más fuerte que nuestro poder de control. Lo que nos pone en una situación de incertidumbre, de duda, de inseguridad sobre el origen de lo que pensamos, y esto se traduce en una especie de pánico.
Para los griegos, que además elaboraron la noción del control sobre uno mismo, no existía esta ilusión: sabían perfectamente que ese control podía ser destruido con gran facilidad. Es una visión más próxima a la realidad.
A lo largo de su obra, desde El loco impuro hasta el libro sobre Kafka, pasando por su prólogo a Schreber y el ensayo sobre Ecce homo de Nietzsche, se intuye una obsesión por la locura. Esa locura sagrada ¿tiene que ver con este principio de posesión que explora en La locura que viene de las ninfas?
Sin lugar a dudas. Si pensamos en mi primer libro, El loco impuro, el delirio de Schreber es un fenómeno de posesión. El esquizofrénico se siente poseído por voces que le ordenan hacer cosas, le revelan secretos y le despiertan delirios de persecución: esto es una forma de posesión. Schreber es un ejemplo invaluable para mí, porque ese hombre era un magistrado, consagrado al respeto absoluto del orden, y en el momento en que empieza a ser asediado por esas voces se vuelve el autor de un gran sistema gnóstico.
Las Memorias de un enfermo de nervios pueden leerse al lado de los grandes textos gnósticos como los descubiertos en Nag Hammadi mucho después de la muerte de Schreber. De manera que, si revisamos el pasado de Schreber, podemos ver lo que es la pura psicopatología, habida cuenta de que Schreber escribió sus memorias en el manicomio, y Freud tomó como material clínico para estudiar la paranoia, lo que es un genuino sistema mitológico muy similar a ciertos sistemas gnósticos.
Al estudiar el caso de Schreber, cuando quería publicarlo, me resultó casi irresistible escribirlo en términos narrativos, porque me parecía casi inútil la idea de hablar del delirio que no acepta ser tratado si no es a través de otro delirio. Aquí está el meollo. Reducir un delirio a la dimensión de la cordura significa perder lo más importante del delirio. Y es lo que ocurre con la teoría de Freud sobre la paranoia: no es una de las facetas más sólidas de su pensamiento.
En El loco impuro cambié la perspectiva irónicamente: Schreber es el psicoanalista y Freud, que estaba lleno de imágenes obsesivas en su vida, lo sabía muy bien y lo reconocía. La interpretación de los sueños, en gran parte, está conformada por sueños muy extraños del propio Freud, así que me resultó natural seguir esa vía. Desde luego que también está escrito analíticamente, pero no a propósito de las Memorias de Schreber, sino de las reacciones de los sanos, los estudiosos ante ese libro, que ha tenido vivencias muy extrañas. Por ejemplo, la familia lo hizo destruir y sobreviven muy pocos ejemplares. Muy pocos.
Da la impresión de que algunos autores y filósofos tuvieron alguna experiencia en este sentido. ¿Usted ha presentido alguna vez la posesión de las ninfas?
No es un asunto personal. Nos ocurre, como dije antes, a todos. Las formas son múltiples. Las consecuencias son múltiples. De ahí nace toda la elaboración mental que nos atañe a cada uno y que hace de nosotros personas diversas. El fenómeno es perenne y constante, de otro modo sería como vivir sin pulmones; es simplemente una cosa que nos permite sobrevivir a todos. No es algo raro o extraño. Raras y extrañas son las formas que asume, las consecuencias, los resultados, la manera de elaborarlo.
Recuerdo un caso patético. Un estudioso muy serio, que hizo un libro acerca de la posesión, la estudiaba y quiso experimentar en sí mismo lo que sucedía con los grandes personajes. Así que realizaba experimentos, se fumaba cosas, para tratar de entender. Resultaba cómico, porque para experimentar la posesión no se necesita de nada de esto, sino que ocurre al despertar, al salir a la calle. Walter Benjamin, por ejemplo, escribe en alguna parte que esta experiencia es como una droga que producimos nosotros mismos, que nuestra propia mente produce por sí misma, y que así cobra vida y hace que todo surja. Puede hacer surgir incluso la locura.
Curiosamente, Aristóteles –y esto me sorprendió–, cuando habla de la posesión, precisamente de la locura que proviene de las ninfas, la relaciona con la felicidad. Esto es muy sorprendente. ~