Como noctuelles atrapadas al vuelo en una alta noche en que Mozart o Schubert o Chopin o Kiri Te Kanagua o Miles Davis, u otros, distrajeron y deleitaron el insomnio del melómano ferviente (aunque apenas sepa dónde está el Do en el piano), van aquí algunos aforismos o desaforismos o greguerías que suscitó la Música, es decir el arte al que según Walter Pater aspiran todas las demás artes.
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El violinista pega mejilla y oreja al violín como auscultándole el corazoncito.
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El clavecín suele ser un instrumento enervante: cuando no suena como una crisis de histeria, suena como un esqueleto que largamente se derrumba.
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A El mar de Debussy sólo le falta un bello, un profundo, un muy evocador y nostálgico instrumento de humo y de viento: la bocina de un barco de vapor.
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Bach: músico de templo. Offenbach: músico de templete.
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Logró resucitar la canción de protesta: él canta y el público protesta.
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Creo que era Groucho Marx el que definía la ópera como un espectáculo en el cual si se apuñala en la espalda a un personaje, éste, en lugar de sangrar y morir, sigue vivo y cantando.
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Lo malo de ser baterista –decía Gene Krupa– es que mientras tras el final de la sesión te demoras en desmontar la batería, ya los otros de la banda están yéndose con las chicas más bonitas del público.
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Al guitarrista de flamenco le fascina el negro y vacío agujero de la guitarra, ese pozo del que espera que surjan sus antepasados (“mis muertos”, dice él).
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Erick Satie: greguerista musical.
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Tal vez el instrumento más autobiográfico de Mozart, aquel en que juega a hablarnos de su alma, sea el clarinete.
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Poética obscenidad de la violonchelista pasando el arco por las cuerdas del violonchelo colocado entre los muslos.
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Se diría que el Bolero de Ravel quiere ser la versión en música del Eterno Retorno de lo Mismo.
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Sueño feliz: a un guitarrista de rock duro se le enreda el largo cabello en la guitarra eléctrica y se desploma electrocutado. (Creo que esto lo deseaba Anthony Burgess a los sin embargo tan dulces Beatles.)
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Más o menos a partir del número 300 del catálogo Köchel, Wolfgang Gottliebe empieza a quitarse la librea y la peluca, a soltarse el pelo y a ser el libre, el grande, el inmarcesible Mozart.
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En la campanilla del final de línea era donde la máquina de escribir (pobrecita, ¿la recuerdan?) quería ser instrumento de música.
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Dizque la música es el idioma internacional, pero Johann Sebastian Bach era John Bach en London y Giovanni Bacci en Milano.
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En un concierto filarmónico a veces se nota que el tambor es de los que redoblan en los fusilamientos.
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La terrible música del gran órgano catedralicio: estomacal, totalitaria, con soplar y resoplar de lovecraftiano monstruo submarino.
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El violonchelo es para mí (y quizá para todo el mundo) uno de los instrumentos más seductores, pero no soy tan confianzudo como para llamarlo Chelo como si fuese cualquier primita o novia de provincia.
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La Blaserserenade de Mozart llamada Gran Partita es como un melancólico pero feliz día de campo en el cielo.
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Se recomienda oír un cuarto de hora de solo de acordeón, o de harmónica, o de órgano, o de clavecín, a aquel que quiera darse ánimos para el suicidio.
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Tantas cosas mexicanas de las que el mexicano dice que están entre las mejores del mundo… Pero los bellos, los hondos, los melancólicos, los oscuros, los desgarrados valses mexicanos, ésos sí.
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Mi ópera italiana ideal estaría cantada enteramente sottovoce.
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En el dúo de la anagnórisis entre Papageno y Papagena, de La flauta mágica, Mozart elevó a la música el tartamudeo, ¿o quizá el jadeo de la cópula?
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La frase “Eppur si muove!”, dicha por Galileo ante la Inquisición, quedaría muy bien como el íncipit de un aria para tenor o bajo (a escoger).
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En Amadeus, la película de Milos Forman, el celoso, el rencoroso Salieri ve a Mozart como la criatura favorita de Dios. Pero ese Salieri fílmico se equivoca: Mozart no es el favorito de Dios. Mozart es Dios.
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“¿Para qué releer a Platón, cuando un saxofón también nos hace entrever otro mundo?” (Cioran)
(Publicado en Milenio Diario, 28-X-2012)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.