Desde el sábado 2 de marzo hasta el momento de escribir estas líneas, Luis Costa Bonino ha estado librando una encarnizada batalla tuitera para explicar y defender su visión de la pasada campaña presidencial de López Obrador. Aunque el asunto inició como un saludable intercambio de opiniones entre el estratega electoral y el periodista Julio Hernández López de La Jornada, al que eventualmente se sumó Marcelo Ebrard, inevitablemente atrajo la atención de los ubicuos linchadores de las sectas de izquierda. En estos momentos, Costa Bonino está batiéndose en varios frentes contra lopezobradoristas, ebrardistas, perredistas “institucionales” e “independientes”. No sabemos cómo vaya a terminar la batahola, pero no me cabe duda de que debemos agradecerle al ex-asesor de AMLO que la haya iniciado. Una vez que termine el “debate” entre trolls tuiteros, sería muy sano para la izquierda partidista que se pudiera continuar la discusión más allá de los 140 caracteres.
Los detalles del intercambio de tuits aparecen en la columna Astillero del día lunes 4 de marzo. En resumen, Costa Bonino, el protagonista del “charolagate” de mayo de 2012, rompió el silencio sobre su participación en la campaña presidencial para ubicar la responsabilidad de la derrota de AMLO en la negativa de Marcelo Ebrard de apoyar más activamente la campaña, así como en la decisión del candidato de retirar al estratega justo cuando la campaña iba en ascenso. Más allá de los estereotipos rioplatenses y la obvia necesidad de un consultor profesional de destacar lo más posible sus aportes al proceso para el cual fue contratado, Costa Bonino hace muy bien en atraer los reflectores sobre sí mismo y resaltar la importancia de su trabajo. Con ello, le hace un doble favor a la izquierda partidista. Por un lado, desinfla la teoría del “fraude” de Peña Nieto al destacar el peso de los factores internos en el negativo resultado electoral, abriendo el camino a la autocrítica. Por otro lado, coloca a la izquierda de frente a la impostergable necesidad de superar sus viejas fobias y prejuicios ante todo los que suene a “estrategia” electoral.
Hay que empezar por lo evidente. Luis Costa Bonino fue contratado como estratega electoral para la campaña de López Obrador, fue enviado a la cena de empresarios en casa de Luis Creel para exponer las condiciones y necesidades de la campaña y –directa o indirectamente- pasó la charola. Todo lo cual es perfectamente legal y absolutamente normal en cualquier democracia del mundo. Cuando surgió la grabación clandestina del encuentro, la reacción de la campaña de AMLO fue lamentablemente torpe; en vez de cortar de tajo el escándalo en ciernes aceptado abiertamente la relación de Costa Bonino con la campaña y defendiendo la absoluta legalidad de la reunión, López Obrador decidió jugar para los adversarios negando lo que era a todas luces obvio y echándose en brazos del terrible “sospechosismo” nacional. Su pésima reacción tan solo cimentó la equivocada percepción de que lo habían atrapado en algo turbio.
Aunque Costa Bonino inició responsabilizando a Marcelo Ebrard por su falta de apoyo a la campaña, si uno sigue la cadena de tuits y contra-tuits, se verá que gradualmente el peso de la culpa se transfiere al propio López Obrador. Fue el candidato el que se dio el tiro en la sien al dejar a la campaña sin estratega justo en la recta final, tirando así por la borda el gran avance que había mostrado durante el mes de mayo. Lo que Costa Bonino no analiza mucho es por qué se tomó esa decisión. Desde ahí es posible retomar el argumento.
López Obrador representa una visión dentro la izquierda partidista que no termina de entender la naturaleza y mecánica de la competencia electoral. Desde esta visión, el poder no es un espacio vacío al cual nadie tiene derecho a priori y se llena a través de los procesos democráticos, como lo postuló Claude Lefort, sino que es un espacio temporalmente usurpado por una “mafia” a la que hay que desplazar para poner en su lugar a quienes por derecho natural les corresponde ocuparlo: aquellos que verdaderamente representan al “pueblo”. Siguiendo esta idea, como el pueblo libre e informado es incapaz de atentar contra sí mismo, luego entonces unas elecciones libres no pueden tener otro resultado que el ascenso al poder de aquellos que claramente encarnan las aspiraciones del pueblo. Esta convicción hace innecesaria toda consideración de una estrategia electoral. La Verdad no necesita movimientos tácticos ni ajustes de campaña, no requiere pulir y calibrar el mensaje, prepararse para los debates, construir una relación con los medios, realizar encuestas, etcétera. “La estrategia soy yo”, resumió AMLO desde 2006.
Sin embargo, nadie que haya participado en una campaña electoral pensaría que se puede prescindir de estrategias y estrategas, operadores en el terreno y dinero, mucho dinero. El resultado es una esquizofrenia absoluta que recuerda el doblepensar orweliano: “Yo no tengo asesores” le dijo López Obrador a Costa Bonino, a quien había contratado como asesor. En la visión que tiene de sí mismo y de lo que representa políticamente, López Obrador no necesita asesores; lo que diga y haga en la realidad no altera la verdad de su percepción. Cuando negó conocer a Costa Bonina es muy probable que el candidato haya estado convencido de que no estaba mintiendo. Lamentablemente para él, su doblepensar no es compartido por los medios y la opinión pública.
Luis Costa Bonino es un profesional en su ramo. No sabemos qué habría pasado de haber continuado su labor en la campaña de 2012. Ojalá siga participando en este debate y esté abierto a considerar otros factores en la dinámica del pasado proceso electoral, como la irrupción de los jóvenes del #YoSoy132. Sin embargo, su análisis nos recuerda la urgencia de que la izquierda partidista se deshaga de sus atavismos pre-democráticos y se prepare seriamente cada vez que compite en la arena electoral. Con ello Costa Bonino ya le ha aportado mucho a la izquierda mexicana.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.