Màrius Torres, lejos de Coyoacán

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La historia de la poesía del siglo XX nos ha dado algunos grandes poetas que nunca persiguieron la gloria y que incluso no llegaron a conocerla. En ocasiones, la razón de ese anonimato no ha sido tanto la negligencia de una época o de una sociedad que no supieron ver la grandeza de un artista, como la relación especialmente secreta que esos escritores han querido mantener con la poesía, conscientes de que ésta no se deja engañar por objetivos espurios como la fama.
     A fines de 1942 moría, a los 32 años, Màrius Torres, una de las voces más hondas de la poesía catalana contemporánea. Moría de una tuberculosis que se le había manifestado siete años antes, y moría sin ver publicado ninguno de sus poemas. Las circunstancias de su final fueron además especialmente trágicas. De familia de larga tradición liberal y republicana —su padre fue durante los años de la República vicepresidente del Parlamento de Cataluña—, Màrius Torres murió en el sanatorio de Puig d'Olena, alejado de la casa familiar de Lleida, que al término de la Guerra Civil Española fue saqueada y confiscada, y de su padre y hermanos que, exiliados en la Cataluña francesa, no muy lejos de Màrius, supieron de la agonía y muerte del poeta sin poder compartir con él sus últimos momentos, ni acudir siquiera a su entierro. Sólo Núria, su hermana pequeña, pudo cruzar clandestinamente la frontera en octubre de 1942 y convivir con él durante quince días, convirtiéndose más tarde, y a lo largo de toda su vida, en la mejor embajadora de la obra poética y la memoria viva de su hermano.
     Cinco años después de la muerte del poeta, en diciembre de 1947, se publicó en Coyoacán, en México D.F., y en su lengua original, la catalana, la obra poética de Màrius Torres. El volumen reunía 96 poemas, en la selección que el propio autor consideró definitiva. Se tiraron 142 ejemplares y la edición estuvo al cuidado de Joan Sales, escritor y editor catalán, fiel amigo del poeta, exiliado en México tras la Guerra Civil. En una relación epistolar que duró los años de la guerra y los inmediatamente posteriores, Joan Sales, siguiendo paso a paso las indicaciones de su amigo, pudo editar su poesía. La edición se demoró cinco años, porque el padre del poeta quería que la obra de su hijo viera la luz en la tierra en la que fue escrita, pues confiaba en una intervención en Espa-ña cuando acabase la Segunda Guerra Mundial que permitiese la instauración de un régimen democrático y el regreso de los exiliados.
     En el más absoluto anonimato, y en unas circunstancias históricas y personales absolutamente dramáticas, Màrius Torres construyó una obra en la cual la vida expresa su más acendrada y honda belleza en la progresiva asunción de la muerte, a la que el autor llega a través de la contemplación de la naturaleza y del milagro cotidiano de la luz. Para el poeta, en su diálogo último con la poesía, "la eternidad es sólo un presente que se ensancha", y algunos de sus mejores poemas nos permiten pe-netrar en esa presencia efímera e insondable de la vida que se aboca, ya sin temor, a la muerte: "Hojas del álamo,/ quién tuviese también/ en la ribera/ un vivir tan sensible,/ una muerte secreta."
     Con la levedad y la hondura de la hoja que cae, la vida y la obra de Màrius Torres fueron breves y secretas. La singular pureza de su poesía nace de la necesidad de expresar esa belleza efímera y eterna del mundo en toda su verdad. Como Carles Riba supo expresar con lucidez en una de sus cartas al poeta, no hay en su poesía magia de artista que pretenda llenarla ni organizarla: "Un hombre se entiende con la Realidad Última —escribe Riba— gracias a una especie de pacto de confianza y aceptación […]. De ahí el tono, entre el de la oración y el de la maravilla, siempre tan ajeno a cualquier virtuosismo, tan a media voz."
     La poesía de Màrius Torres tuvo posteriormente, ya en Cataluña, sucesivas ediciones que añadieron nuevos poemas inéditos. Sin embargo, la edición mexicana es todavía la que se considera canónica por respetar la voluntad última del poeta. En la actualidad, la obra poética de Màrius Torres, pese a su brevedad, se revela como una de las más significativas de la literatura catalana de nuestro tiempo. Sin embargo, lejos de Coyoacán, el lugar donde vieron la luz, sus poemas, aunque gozan de una excelente edición en su lengua original, todavía no cuentan con una edición completa en castellano que los devuelva a la tierra que con tanta hospitalidad acogió a los exiliados catalanes que la publicaron en México.
     He afirmado al principio de este artículo que en la historia de la poesía moderna ha habido grandes poetas que no salieron del anonimato no tanto por culpa de la sociedad de su época como por su voluntad secreta de vida. Sin embargo, el hecho de que la obra de un poeta de la calidad de Màrius Torres no haya alcanzado, sesenta años después de su muerte, no sólo el reconocimiento póstumo que merece, sino ni siquiera la difusión editorial necesaria en España, y a partir de ahí su natural proyección en México y el resto de países de habla hispana, debería hacernos pensar en que verdaderamente algo grave sucede en nuestra poesía, en nuestra cultura y en nuestras instituciones.
     Hace seis años una pequeña editorial de Barcelona quiso traducir la obra poética completa de Màrius Torres al castellano y publicarla en edición bilingüe. Habida cuenta de que el poeta de Lleida era en esas fechas prácticamente inédito y desconocido fuera de su tierra natal, los editores creyeron justificado y necesario acudir a las instituciones catalanas pertinentes para pedir una ayuda. No sin asombro, recibieron entonces la noticia de que entre las atribuciones de la Institució de les Lletres Catalanes cabían las ayudas a la traducción de un autor catalán a cualquier lengua, sí, excepto al castellano. ~

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