Discursos vacíos como el de la publicidad y la política nos han maleducado para pensar que todas las historias tienen una moraleja; de ahí que cuando alguien está listo para entrevistar a un artista, la inevitable pregunta es: ¿y qué quiso decir con su obra? Pienso en esto porque el fin de semana asistí a Mental Movies, un proyecto internacional multimedia creado por Editorial Clase Turista y producido, en México, por la Cineteca Nacional, el Museo de Arte Carrillo Gil y la Fonoteca Nacional.
La idea es genial. Se le pide a un escritor –en este caso a cineastas– que imagine y escriba el argumento de una película como si tuviera todo el presupuesto de Hollywood. Basados en ese texto, artistas visuales diseñan el póster de la película y músicos, la banda de sonido. En esta segunda edición mexicana, se presentaron dos películas. Ámpulas (historia de Fernando Eimbcke, arte del Dr. Alderete y música de Natalia Lafourcade) y El corazón del cielo (relato de Nicolás Pereda, arte de Fernanda Brunet y música de Torreblanca).
La gracia, por supuesto, consiste en que la película no existe o, mejor, en que nosotros como público tenemos que imaginarla. El espectáculo, como yo lo imaginaba, sería una performance en la cual los directores, los artistas y los músicos me dieran los elementos suficientes para construir eso que no está y por lo que todos estábamos reunidos, la superpirotécnica película ausente.
Pero no fue así, y lo menos importante es que el show comenzó casi dos horas después de lo prometido, o que no había micrófonos, o que se tronaron dos consolas de audio. El problema fue que, salvo por la participación del Dr. Alderete, todo lo demás se vio improvisado. La presentación hizo evidente que lo que los anfitriones no querían era perder su reservación en la cantina más cercana –y claro, si ya eran casi las ocho de la noche– y se dedicaron a apurar el programa. Sus preguntas a Fernando Eimbcke –que de por sí no es un modelo de elocuencia– fueron triviales (¿Cómo se te ocurrió la idea? ¿Qué hay del monstruo? ¿Qué quisiste decir en tu película?). A Nicolas Pereda –cuyo trabajo admiro y disfruto– no lo pudimos escuchar porque no vive en el país. Fernanda Brunet se camufló en el público y no quiso subir al escenario porque le daba pena. Las fallas de sonido hicieron que Torreblanca sonara como grupo de garaje y la canción de Natalia Lafourcade, que en realidad necesitaba una guitarra y sus pedales, un micrófono y una mezcladora, ocupó a ocho o nueve personas en el escenario.
¿Y las películas? Hubo tanta prisa que nadie presentó El corazón del cielo y nadie se enteró de qué iba Ámpulas (salvo porque hay un monstruo). Dos horas después de lo planeado, salimos con los dos pósters y los dos cuentos –estos sí magníficamente editados, porque editar sí saben, se nota– y con la tarea de leerlos “para que ya en sus casas se enteren de qué van las películas”.
¿De qué se trató el show? ¿De que debería tratarse? Para empezar, no estaría mal aprovechar el escenario para hacer algo. En lugar de un entrevista mal hecha, una lectura en voz alta. En lugar de una escueta presentación en power point, que los músicos toquen mientras el artista proyecta las distintas etapas de su obra. Que se integren los participantes: que el director cuente qué opina de la canción, o que el músico nos hable sobre la relación entre el póster y el cuento. Que entre todos propongan finales alternativos y que, en resumen, haya dinámicas menos planas durante la presentación. Que el público sea más que un pretexto: que haya diálogo y participación y que la música se incluya con el póster y el texto. Jugar con la iluminación habría estado bien: si vamos a la presentación de una película, el elemento visual no debería pasarse de lado tan fácilmente. Algo, para que esa película apócrifa en realidad exista en nuestra mente y, al salir, sintamos que hemos sido parte del proceso de creación de una obra de arte.
Esta historia no tiene moralejas, pero sí muchas posibilidades, por eso desgasta y frustra que una idea tan buena termine arruinando una tarde.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.