México vivió en los últimos días de abril una contingencia de salud pública que inmovilizó al país y generó pérdidas económicas catastróficas para la ya decaída economía. A pesar de estas graves consecuencias la respuesta del gobierno ante la amenaza fue la adecuada. Como lo muestra la ciudad de Nueva York, que hasta ahora ha cerrado cientos de escuelas, la decisión de suspender las clases en su totalidad fue buena. La seriedad de la amenaza queda clara: por primera vez en 41 años la OMS declaró ayer que la influenza ya es pandemia.
Si bien la respuesta fue adecuada, ante una epidemia como esta pudimos haber estado mejor preparados. No lo estuvimos por un problema que viene de mucho antes, y el origen no es la falta de conocimiento de tecnología, o de inversión en ciencia en México, sino de coordinación. ¿Cómo es posible que la Secretaría de Salud tenga como protocolo ante un nuevo virus mandar las cepas al CDC en Estados Unidos y a Toronto? ¿Cómo puede ser que no exista una colaboración estrecha entre las instituciones de investigación (UNAM, INMEGEN, CINVESTAV) y la Secretaría de Salud? Para secuenciar un virus con apenas unos cientos de bases de ADN no se necesita tecnología de punta; tenemos lo suficiente para hacerlo aquí.
Mucho se ha discutido sobre la falta de inversión pública en ciencia (que no es más del 0.37% del PIB), pero lo más grave es la falta de un proyecto científico y la falta de voluntad política para dar a la ciencia mexicana su lugar entre las actividades prioritarias. Creo que la crisis por la que acaba de atravesar el país es una oportunidad histórica para lanzar sobre un nuevo camino a la ciencia en México.
Birmex, una empresa asociada al gobierno, que actualmente produce la vacuna de poliomielitis y tétanos anunció hace poco que no será hasta 2012 que se generarán en México dosis suficientes para vacunar a la población contra el nuevo virus de influenza atípica. Es demasiado tiempo, y no debemos perder la oportunidad de ganarle la carrera al virus. Cada año empresas extranjeras fabrican vacunas a partir de las cepas anuales de influenza y tardan en promedio 9 meses en completar el proceso.
México tiene que responder al reto de fabricar de manera propia una vacuna contra la nueva influenza en el tiempo más rápido posible, es decir en poco menos de un año. Tiene que ser un esfuerzo conjunto con apoyo político y de la opinión pública. Una especie de Proyecto Manhattan mexicano, capaz de responder al reto de mantener la soberanía y no depender de tecnologías extranjeras.
Si un proyecto como éste es conducido con éxito, no sólo será un beneficio económico y una prueba de fortaleza, sino que podría ser la semilla que hará renacer el ímpetu y la confianza de que México puede tener un proyecto científico propio de grandes alcances.
– Pablo Meyer
Vive en Nueva York con el corazón en México, estudió física en la UNAM y es Doctor en Biología por la Universidad Rockefeller.