Mi padre fue un refugiado de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, con cinco aรฑos, sobreviviรณ junto a su familia a cinco meses de travesรญa desde Prusia oriental hasta el oeste de Alemania. Escapaban del Ejรฉrcito rojo, que en enero de ese aรฑo invadiรณ la regiรณn. Muchos refugiados murieron, bien por el frรญo del camino, bien porque se embarcaron en el MV Wilhelm Gustloff, el crucero que el gobierno nazi fletรณ para evacuar a los alemanes desde Danzig: un submarino soviรฉtico lo torpedeรณ y murieron alrededor de 9.400 personas. Es el accidente naval con mรกs vรญctimas mortales de la historia. Salvaron la vida gracias a la obcecaciรณn de mi abuela, que no se fio de los rumores y decidiรณ seguir a pie. Hoy, mi padre se emociona al ver las muestras de cariรฑo de paรญses como Alemania y Francia hacia los refugiados que llegan por miles a Europa. Todavรญa recuerda el hostil recibimiento de muchos pueblos por donde pasรณ junto a su familia.
Despuรฉs de los desplazamientos forzosos de la guerra y la posguerra, las innumerables mudanzas de mi padre fueron voluntarias. La inmigraciรณn estรก en su sangre. Su estancia media en una casa es de alrededor de 5 aรฑos. Su mudanza mรกs reciente, hace apenas dos semanas, la marcรณ hace aรฑos en el calendario como su retiro definitivo. Esa posibilidad y libertad de rehacer su vida es un lujo.
Europa es un continente de refugiados. Segรบn Herรณdoto, Europa es hija del rey Agรฉnor de Fenicia, llegรณ a la isla de Creta y dio a luz a una dinastรญa real. Europa es una refugiada libanesa. En El miedo a los bรกrbaros (Galaxia Gutenberg, 2008), Tzvetan Todorov explica la importancia de esto:
Una mujer doblemente marginal se convierte en su emblema [el de Europa]: es de origen extranjero, una desarraigada, una inmigrante involuntaria, y vive en los confines, lejos del centro del territorio, en una isla. Los cretenses hicieron de ella su reina; los europeos su sรญmbolo. El pluralismo de los orรญgenes y la apertura a los otros se convirtieron en la marca de Europa.
La crisis de los refugiados es humanitaria. No pone en peligro la identidad europea, como creen los partidos europeos de extrema derecha. La identidad europea, segรบn escribe Todorov, su espรญritu de “unidos en la diversidad”, reside en “otorgar el mismo estatuto a las diferencias”. Su รฉxito depende precisamente de ello. En sus Cartas Persas, de 1721, Montesquieu razona, desde la idea de tolerancia religiosa, que la pluralidad de sectas es deseable porque fomenta la competencia: las iglesias compiten por sus fieles y en el proceso contribuyen al bienestar general. Todorov enumera varios filรณsofos que llegan a conclusiones similares. Voltaire lo observa desde la visiรณn antidespรณtica y considera que el poder eclesiรกstico ha de estar dividido en varias iglesias para no corromperse. Hume cree que la pluralidad estimula el pensamiento crรญtico: “gracias a la distancia que le separa de la cultura que observa, el observador no comparte los mismos prejuicios. Con la mirada del otro sobre sรญ, o de sรญ sobre sรญ mismo imaginรกndose como otro, es posible diferenciar ‘costumbre’ y ‘naturaleza’, separar los argumentos fundamentados en la autoridad de la tradiciรณn de los argumentos racionales.”
Cuando Viktor Orbรกn, infame primer ministro hรบngaro, dice proteger la tradiciรณn cristiana de Europa frente a los refugiados “musulmanes”, defiende un continente que actualmente solo existe en su mente retrรณgrada: una civilizaciรณn xenรณfoba y autoritaria, iliberal y reaccionaria. La valla que ha construido en la frontera con Serbia solo sirve para protegerlo a รฉl y a sus ideas de Europa, no a Europa de los refugiados. Su defensa de la civilizaciรณn es muy comรบn en los partidos europeos de ultraderecha, profundamente nacionalistas en el plano institucional (Bruselas es para ellos un infierno represor) y muy proeuropeos en el cultural. Defienden la Europa de la que la propia Europa lleva aรฑos escapando.
Orbรกn no solo quiere un muro para evitar el paso de refugiados, sino tambiรฉn para cercar unas fronteras europeas que no son nunca definitivas: las รบnicas lรญneas rojas de la UE son la democracia, los derechos humanos y la libertad. Sus limitaciones geogrรกficas son tabรบ. Sus fronteras son siempre de carรกcter provisional. La UE, dejando de lado su diseรฑo institucional y su aspiraciรณn federal, se parece mรกs a un club laico y democrรกtico, una suerte de OCDE que, casualmente, se encuentra en Europa, que a esa Europa cristiana homogรฉnea con la que sueรฑan Orban, Le Pen, Wilders y compaรฑรญa.
La crisis actual de los refugiados no es comparable a la de la posguerra. Es consecuencia del fracaso de la Primavera รrabe. La inacciรณn europea ante ella, segรบn escribe el politรณlogo Jan-Werner Mรผller en un artรญculo publicado en esta revista, serรก recordada dentro de cincuenta aรฑos. La crisis de deuda, en cambio, no serรก mรกs que una nota a pie de pรกgina de la historia de la Uniรณn Europea. En Alemania se ha acuรฑado el verbo Merkeln, que consiste en dejar pasar los problemas y no mojarse nunca en nada. En la crisis de los refugiados, la canciller, fiel a su visiรณn a largo plazo de la polรญtica, ha sabido ver la UE dentro de cincuenta aรฑos y ha comprendido que lo correcto, lo humano, es dejarlos pasar. A la Uniรณn Europea le viene muy bien la competencia interna.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacciรณn de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemรกn' (Libros del Asteroide, 2023).