Microcosmos inanimado

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(sobre la exposición El arrecife fantasma de Christian Maciá en el Centro Cultural Border)

Todavía a principios del siglo XIX existía la teoría de la generación espontánea; se creía que la vida se originaba en la materia inerte e, incluso, que una especie podía provenir de otra distinta: las larvas nacían de la carne en descomposición y las abejas en las flores. Ahora sabemos que no es así, aunque tampoco tenemos la certeza de cómo fue que las moléculas de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno produjeron esa excepción que llamamos vida. Desde esta perspectiva e inspirado en los robots, extraterrestres y fantasmas que la ciencia ficción, la literatura fantástica y los juegos de video han delineado, Christian Maciá indaga en el origen de la vida para hacer brotar organismos de materiales inesperados. Esta búsqueda ha arrojado diversos ecosistemas escultóricos que toman la forma de animaciones e instalaciones.

Christian creció en los años ochenta junto con la tecnología del videojuego. Practicó la maquinita, Intelevision, Atari, las diversas variedades de Nintendo, Play Station; es fan de Star Wars y actualmente juega con un X-box. Por eso no resulta extraño que sus piezas construyan mundos paralelos que sugieren la estructura de los juegos de plataforma -donde el personaje debe avanzar en el entorno evitando obstáculos, como Super Mario Bros.– y en los de simulación -donde las situaciones se sienten reales porque el jugador tiene el control total de lo que pasa, por ejemplo en Sim City, The Sims o Second Life. Al mismo tiempo, utiliza las herramientas de un anatomista; conoce a la perfección la forma, topografía, ubicación, disposición y relación entre los órganos que componen la arquitectura de un ser vivo. E incluso se convierte en biólogo molecular o en Víctor Frankenstein al forzar esos materiales a parecer otra cosa, sin que estos pierdan sus características originales: una fruta puede ser una nave espacial o varios envases de PET y algunas tiras de plástico de colores forman medusas

En su trabajo es posible entrar –tal y como con un joystick se pone en movimiento una narrativa en la pantalla– en El laboratorio del Dr. K (2005), un mural pintado con la estética de las caricaturas cuyo único detalle en tercera dimensión son algunas mangueras anaranjadas que “conectan” las maquinas entre sí, simulando el centro de experimentación de un científico loco. Sumergirnos en Sólo tú (2006)

una animación cuyo personaje principal es un invertebrado acuático que sufre un proceso de mitosis al ritmo de la canción del mismo título. Hacer un inventario con los fósiles marinos reunidos en Sin título (2009), hallazgos arqueológicos construidos con taparroscas, pelotas, ligas, cerillos, clips, popotes, palillos y vasos de plástico. O atrapar Mantis Orquídea (2009), una serie de híbridos entre flor e insecto, construidos con hojas de papel de colores chillantes que sobresalen de la pared como los libros en 3D para niños.

No es extraño que el proyecto más reciente de Christian Maciá sea la construcción de un arrecife: la fauna marina es la más primitiva que existe, es la más cercana a ese misterioso inicio en el que aparecieron las primeras bacterias. Los animales del fondo marino, además, tienen una anatomía muy parecida a la estética de vida extraterrestre que concebimos hoy. El arrecife fantasma es una instalación escultórica que invade el espacio de la galería con repisas repletas de corales, pólipos, esponjas y algas calcáreas, pero de cerca cada uno de estos especímenes deja ver su composición real: unicel, limpiapipas, cotonetes, hule espuma, chaquiras y alambre. Materiales rígidos perfectamente reconocibles han sido transformados físicamente para simular un microcosmos inanimado que bien podría ser el entorno de un nuevo juego de video.

Así como un buque naufragado es una catástrofe ecológica que eventualmente dará vida a un arrecife artificial o servirá de morada fantasma para las especies migrantes, en la pieza de Christian Maciá el unicel -un material ligero y resistente, que no se pudre, no se enmohece ni se descompone y uno de los plásticos más tóxicos que ha producido nuestra era- alberga un bosque marino en el que en cualquier momento podrían generarse espontáneamente formas alternativas de vida.

– Verónica Gerber

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(ciudad de México, 1981). Artista visual que escribe.


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