Son dos las pulsiones básicas que, además del deseo sexual, subyacen durante nuestra adolescencia: diferenciarnos y pertenecer. Pulsiones contradictorias que cincelan nuestra personalidad. Ser diferentes y formar parte. Todo cuanto hacemos de adolescentes, mucho de lo cual nos hará sonrojar años después, parte de esas necesidades, se halla orientado hacia esos dos únicos fines.
Así, asumida esta premisa, no es de extrañar que el trabajo del fotógrafo Miguel Trillo (Campo de Gibraltar, 1953), que ha usado su lente para documentar la evolución de las tribus urbanas en España y distintos movimientos juveniles dentro y fuera del país, llame poderosamente la atención sobre esta aparente contradicción. Cuando uno recorre Identidades, la retrospectiva que acoge la Sala Canal Isabel II de Madrid hasta el próximo 15 de noviembre, tiene la tentación de jugar con la famosa frase de L.P. Hartley y sentenciar que “la adolescencia es un país extranjero”. Un país extranjero que alguna vez todos visitamos y al que nunca podremos volver. Un país extranjero habitado por ciudadanos de paso, preparando las maletas sin saberlo o negándose a ello e intentando postergar la partida, resignados o entusiastas pero pasajeros en tránsito al fin. Resulta curioso comprobar que, frente a la lente de Trillo, los jóvenes son idénticos en sus diferencias se encuentren en Madrid, Mumbai, Tokyo o Nueva York; hoy incluso los rasgos raciales se confunden, todos esforzados habitantes de ese país llamado adolescencia. “Uno no puede decirle a un heavy que es igual que un rocker, porque cómo va a ser posible, y es verdad que son diferentes, pero sí resulta curioso cómo el esfuerzo por diferenciarse, por desmarcarse, y ese placer del propio cuerpo vestido, son iguales en un país y otro, generación tras generación”, explica Trillo, que se preocupa en fechar y señalar el lugar específico en que cada imagen fue tomada, porque “sin pie de foto sería imposible distinguirlas después, sólo se tiene veinte años una vez y las ganas de divertirse son siempre y en todas partes las mismas”.
Trillo empezó a tomar fotografías allá por finales de la década de los setenta, cuando Franco había muerto y el régimen dictatorial con él, y España entera, pero sobre todo el Madrid que en poco tiempo alumbraría La Movida, era territorio virgen, donde todo estaba por inventarse, labor a la que se entregaron los adolescentes de entonces. “Mi primer retrato es de 1978, el año de la Constitución, cuando empezábamos a respirar la libertad, a perder el miedo”, recuerda Trillo. La composición característica de buena parte de su trabajo ya estaba en esas primeras imágenes: un personaje o una pareja (menos frecuentemente un grupo amplio), chicos jóvenes y atrevidos con una pared a la espalda, mirando desafiantes y satisfechos a cámara, en el baño o el backstage de un concierto, o en plena calle: “Mis fotos han sido siempre así, aquí te pillo, aquí te mato. Y las paredes… la fotografía es bidimensional, y a mi me gusta respetar eso, me gusta que las fotos sean planas”. Recuerda, como anécdota, que cuando empezó estaba vigente la ley de vagos y maleantes, razón por la cual sus primeros retratados lo miraban con cierta desconfianza: “Algunos se pensaban que era policía, no era normal ver a un tipo con una cámara recorriendo las calles donde se reunían los jóvenes.
La fotografía de calle no existía por entonces”.
Si bien muchas de sus fotografías tienen como protagonistas a los personajes que construyeron y protagonizaron La Movida, nombres propios todavía reconocibles para el gran público, lo que realmente le ha interesado siempre han sido esos jóvenes anónimos que se acicalan para el concierto, que no son nadie pero actúan y se arreglan como si no hubiera más estrellas que ellos mismos. “Antes lo que me gustaba era buscar chicos y chicas en el backstage, en los pasillos, todos esos lugares que rodeaban al concierto, que era el centro de la actividad juvenil. Lo importante era el concierto y arreglarse para ese concierto. Hoy en día, gracias a la tecnología, el concierto está en todas partes, y los jóvenes ya no se arreglan para el momento específico de la noche, viven así, hay más lugares de exhibición”, cuenta el fotógrafo. Una actitud que le gusta calificar de teatro verité: “Los jóvenes pueden mentir con palabras, pero no con la ropa. Ese papel, ese personaje que crean con su indumentaria, es lo que realmente son. Mis personajes están representando su propia obra día a día, ellos eligen el vestuario y los escenarios”. Y si están representando una función, se encuentran ávidos de conseguir público. “Por supuesto, mi trabajo siempre se ha desempeñado con personajes que quieren ser fotografiados. Yo quiero fotografiarlos y ellos quieren aparecer en las fotos.” A Trillo, queda claro, le gusta la fotografía nacida de un acuerdo previo entre fotógrafo y fotografiado, nada más alejado de sus intenciones que robar una instantánea. “Yo siempre digo que en lugar de cazador, soy pescador. No me gusta nada eso de ‘disparar la cámara’. Mi trabajo no ha sido nunca furtivo y se caracteriza por la paciencia, como el del pescador”, explica.
Lejos de mirar al pasado con nostalgia, quien fuera considerado de “los fotógrafos de La Movida” junto a Ouka Leele, Alberto García-Alix y Pablo Pérez-Mínguez, ha proseguido en su empeño por retratar el universo juvenil, empresa que lo ha llevado, además de por toda la geografía española, a lugares aparentemente tan distantes como Mumbai, Seúl, Pekín, Delhi, Tokio, La Habana, Manila o Dubai. Si bien en sus inicios, un joven Miguel Trillo de veintipocos años podía confundirse entre las tribus juveniles que retrataba según fuera vestido ese día, hoy, con 56 años, el camuflaje sería en vano. Este distanciamiento, sin embargo, no parece haber afectado su trabajo, más bien al contrario: “Para nada, quizá sí en que hoy hago más fotografías de día, pero poco más. Últimamente trabajo sobre todo en Asia, a donde viajo de tanto en tanto, y ahí tanto mi edad como el hecho de ser occidental me ayudan. Cuando uno cuenta en Manila o Seúl que está haciendo fotos para una exposición en Barcelona, los chicos se desviven por facilitarte el trabajo”. Confiesa que no suele trabajar con intérprete en estas expediciones. ¿Cómo, entonces, establece ese dialogo inicial con sus personajes cuando no hay idioma compartido? “Uno se hace entender, está la cámara y yo soy de la generación que estudió mal el francés y el inglés he debido ir aprendiéndolo después, pero yo no quiero conversar, quiero tomar fotos, si uno se pone conversar no toma fotografías”, termina. ~
(Lima, 1981) es editor y periodista.