La Policía Federal se había apropiado del Hotel Palacio Real frente a la Plaza de Armas en el centro de Torreón, Coahuila. Ahí se “hospedaban” casi desde el inicio de la violencia que se había desatado en la región lagunera a partir del enfrentamiento de dos de los carteles más poderosos del país: el cártel de Sinaloa y los Zetas. Parte de esta nueva batalla por Torreón incluía también a las autoridades locales, estatales y federales. Todos participaban en las balaceras que tenían a la región en vilo desde el 2009.
Los ataques a las patrullas y uniformados de parte de los sicarios eran actividades diarias que se tenían que sortear en la ciudad. Durante octubre del 2012 la Policía Federal recibió más de siete agresiones, cuatro de ellas directamente en el Hotel Palacio Real. El centro de la ciudad estaba moribundo, pocos se animaban a pasear por la zona, el miedo se había posado como zopilote sobre la mente de los ciudadanos.
Varios meses atrás, tres amigos, que platicaron una y otra vez sobre la rabia que les producía la ineptitud del gobierno priista municipal encabezado por Eduardo Olmos, decidieron dejar atrás las teorías y pusieron en práctica una idea: llevar a los peatones a caminar la ciudad, sobre todo el tan dañado centro.
Elías Agüero, Jorge Alberto Ruvalcaba y José Antonio González ya habían participado en diferentes grupos activistas ciudadanos, pero nada que de verdad rindiera frutos. En esos grupos nada más se hacían berrinches y se perdía el tiempo en discusiones estériles. Los grandes robos a los coahuilenses ya se habían realizado sin que nadie se opusiera: la deuda millonaria que Humberto Moreira dejó (41 mil millones de pesos) y el gran negocio que significó para distintos personajes cercanos al PRI local, la construcción de la nueva presidencia de la ciudad y plaza que la acompaña. Cuando los tres escucharon que el gobierno local pretendía convertir en calle peatonal la avenida Morelos, calle emblemática del centro de Torreón, sin incluir las opiniones e inquietudes de los comerciantes y ciudadanos que viven y trabajan sobre la avenida, decidieron que era suficiente. Entonces decidieron tomar simbólicamente la avenida para desde ahí “construir una base social para estar alertas al momento en que quisieran llevar a cabo este proyecto, tuvieran que preguntarnos cómo debería ser y poder vigilar a la gente que toma las decisiones.” Política ciudadana en acción.
Cuando se dice que “tomaron la calle” habrá que explicar que la acción llamada Moreleando consiste en lo siguiente: se cierra la avenida al paso vehicular el primer sábado de cada mes desde las cinco de la tarde hasta las diez de la noche. 15 cuadras en donde las personas pueden pasear tranquilamente. Los autos también tienen derecho de cruzar la calle aunque no de circular sobre ella. En casi todos los cruces cerrados se puede encontrar a un agente de vialidad coordinado el paso cuidadoso de los automovilistas que desean cruzar. A diferencia del Paseo Morelos propuesto por el gobierno municipal, el cierre de Moreleando recupera la calle para los ciudadanos pero sin prometer soluciones mágicas, como lo planteaba el presidente Olmos. El colectivo sabe bien que para reactivar, no solo la calle, sino toda la zona, se necesita un proyecto integral que va más allá de cerrar al tránsito una avenida.
La manera en que consiguieron que el gobierno permitiera este cierre y que la ciudadanía saliera a la calle a pesar de todo la violencia y el temor por las constantes balaceras es la historia de una serie de acciones casi ingenuas que resultaron en, quizá, la única calle cerrada periódicamente desde hace dos años por un grupo ciudadano sin participación del gobierno en el país.
Era el 10 de noviembre de 2012, apenas tres semanas después del último ataque al hotel de los Federales, después de recibir el permiso del ayuntamiento para cerrar 15 cuadras, nace Moreleando, con miedo por otro posible ataque frente a la Plaza de Armas, lugar en donde estaba la última calle cerrada, pero confiados en que tal vez ese día no pasaría nada. Apenas cerca de 500 personas pasearon por la calle, tal vez un número ridículo pero alentador para los tres organizadores. También fue alentador que no se escuchó un solo disparo esa tarde.
Dos años después, los organizadores contabilizaron aproximadamente a 13 mil personas recorriendo la calle.
Probablemente llegaron a esa cantidad, no solo por la obstinación de sus organizadores, ahora un grupo más grande y que apenas acaba de convertirse en asociación civil, sino también a cierta fortuna que les trajo el enfrentamiento que tuvieron con la administración del alcalde Eduardo Olmos.
Después del primer fin de semana descubrieron que la calle no tenía suficiente iluminación para que los visitantes se quedaran en ella hasta entrada la noche. La nueva presidencia con su gran plancha eran una fuente de luz que sobresalía sobre la Avenida Morelos, pero el resto tenía trechos completamente oscuros.
Los organizadores comenzaron, con formalidad y apegados a la ley, a exigir que el gobierno municipal alumbrara la calle. Lo intentaron desde noviembre del 2012 hasta septiembre del 2013. Siempre fueron ignorados. De nuevo, con cierta ingenuidad, decidieron hacer el trabajo ellos mismos. Después de una pequeña investigación encontraron que cada luminaria valía 1000 pesos, más la grúa para la instalación y el especialista todo costaría alrededor de 1700 pesos. No era demasiado, pero la calle completa necesitaba 55 focos para quedar completamente iluminada. La organización no recibía dinero de nadie, solo eran tres tipos que utilizaban sus ganancias personales para cerrar calles, invitar amigos artistas a expresarse gratuitamente y les daban oportunidad a pequeños comerciantes de ganar un poco de dinero los sábados por la tarde al abrir un mercado de dos cuadras sobre las banquetas. Sin tener un plan económico que pudiera garantizar la compra de todas las luminarias, comenzaron comprando una. Cuando tuvieron la lámpara, fueron de nuevo ignorados por la administración. Entonces, no solo consiguieron la grúa y un ingeniero que la colocara, sino la presencia de los medios al momento de hacer la instalación. Al día siguiente los encabezados dejaron en evidencia la ineptitud del gobierno local. Fue un pequeño triunfo hermoso, que motivo a que los comerciantes y vecinos de la zona aportaran lo suficiente para comprar e instalar otras diez luminarias.
Para los organizadores la intención de Moreleando y sus organizadores es hacer política, no en el sentido deforme y empantanado en el que se hace a diario en el país, sino como una forma de involucrarse con lo que hacen los gobernantes sin pertenecer a ninguna plataforma partidista, “ahora sabemos que la fórmula que no funciona es dejarle el trabajo al gobernante. Por eso tenemos que involucrarnos. Por años no hubo esta vigilancia del ciudadano, ahora sí nos corresponde hacerlo, sobre todo a las clases privilegiadas, somos los que tenemos tiempo para dedicarle esfuerzo a este tipo de alternativas. Tenemos el privilegio de estar cómodos, tenemos tiempo de pensar, somos lo que tenemos la responsabilidad de buscar influir en las decisiones de gobierno.”
Los resultados están a la vista, desde que existe Moreleando, sin que sea esta la única razón, el centro se ha reactivado y aparecieron más de 20 comercios en unos cuantos meses; la nueva administración tuvo que iluminar por completo toda la avenida y la cantidad de paseantes sigue aumentando al punto que incluso se quedan ocupando la avenida cuando la intervención ha terminado y las calles son reabiertas.
El futuro de Moreleando incluye ser un contrapeso a las decisiones políticas de los gobiernos locales que afecten directamente al ciudadano, sobre todo en cuanto a temas de movilidad. Los organizadores afirman que el sistema partidista local está sorprendido por la respuesta de la población sin que exista acarreo ni despensas. Tal vez no es tanto una sorpresa, sino cierta incredulidad, pero la participación de la sociedad para mejorar la forma de vida de una ciudad no puede ser ignorada al momento en que los gobiernos toman decisiones. Moreleando es un ejemplo de cómo los ciudadanos pueden incidir en las políticas públicas para el bien común.
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)