Negacionismo islámico y ceguera occidental

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Una anécdota “global”

Lo cuenta Matthias Küntzel.1 En 2005, hizo lo que miles de visitantes de la Feria del Libro de Frankfurt: comprar libros. Uno de ellos era el tristemente célebre Los Protocolos de los Sabios de Sión, en versión al inglés y de reciente publicación. Ahí estaba, expuesto y en lugar destacado, junto a otro clásico del antisemitismo: El judío internacional, de Henry Ford. Llamó su atención también otro volumen por la escandalosa cubierta: una estrella de David en rojo carmesí dominando una calavera gris y un mapamundi amarillentos. Obra de un tal Mohammad Taqi Taqipour, ostentaba el siguiente título, también en inglés: El cuento del “pueblo elegido” y la leyenda del “derecho histórico”. Los tres libelos antisemitas se ofrecían a la venta en la caseta de un editor iraní; habían sido editados en ese país, respectivamente, por la “Organización para la propagación del Islam de la República Islámica de Irán”, la “Oficina de traducción y Publicación / Organización de Cultura y Relaciones Islámicas” y la “República Islámica de Irán”.2

No era la primera vez que publicaciones declaradamente antisemitas eran puestas a la venta en la más importante Feria del Libro del mundo, pero en anteriores ocasiones se había tratado siempre de ediciones en árabe. Küntzel alertó a la prensa, y al menos una agencia contactó con la Feria para averiguar si sus organizadores contemplaban en estos casos algún protocolo de acción. La respuesta oficial fue que la policía local tenía instrucciones de intervenir sólo si recibía alguna denuncia de venta de publicaciones ilegalizadas (en Alemania se prohíbe la difusión de los Protocolos por su carácter de incitación al odio racial). El año anterior, en efecto, se había registrado una denuncia, pero la policía no intervino. Comentario de uno de los portavoces de la Feria: “No vamos a entrar en polémicas. No tenemos derecho a juzgar este tipo de cosas, y además no seríamos capaces de hacerlo”.

Recientemente, la Universidad de Leeds invitó a Matthias Küntzel para que dirigiera dos seminarios internos y pronunciara una conferencia en el campus. El politólogo anunció el título de su ponencia: “El legado de Hitler: antisemitismo islámico en Medio Oriente”. El pasado 13 de marzo, un día antes de la fecha en que se había programado la conferencia, las autoridades universitarias decidieron cancelar el evento y, de paso, la participación de Küntzel en las actividades pedagógicas del centro, sin explicación alguna. Pero lo más sorprendente de todo es que esa decisión ni siquiera estuvo motivada por amenazas; la secretaría de la Universidad sólo había recibido un puñado de e-mails de estudiantes musulmanes airados, en los que se pedía que se cancelara la conferencia. Esto bastó.

El contexto occidental

La anécdota dice lo que dice, y si viviéramos en tiempos menos sombríos (o, a secas, menos complacientes con el horror), bastaría con relatarla y dejar que el lector sacara las debidas conclusiones. Por desgracia, la masiva evidencia del antisemitismo fomentado en los países musulmanes lo es solamente para quienes, y no son legión, se niegan a distorsionar la realidad poniéndose las anteojeras de la corrección política. La mentada corrección política es artículo de fe para la mayoría de los medios de comunicación occidentales y valor intangible de la Realpolitik a la hora de modular respuestas a las agresivas políticas antisemitas vigentes en el mundo musulmán. Lo que no dice abiertamente ese credo se deja resumir en tres puntos: el antisemitismo es esa cosa infame del pasado europeo; hoy pervive solamente en grupúsculos fascistoides de extrema derecha, y “acusar” a los musulmanes de practicarlo es fomentar el “choque de civilizaciones”.

En las cancillerías occidentales y en las salas de redacción se dispone de toda la información necesaria para saber que el antisemitismo en los países musulmanes cuenta ya con una larga historia, y que desde hace dos décadas se difunden en las aulas, la prensa y las televisiones de esos países ideas en todo punto idénticas a las de la “edad de oro” del antisemitismo europeo, de Drumont al Dr. Goebbels. Da igual que el fuego ideológico desde el que se salte a la sartén antisemita sea el sunismo wahhabita, el djihadismo de los Hermanos Musulmanes de Egipto, el agresivo nacionalismo de Baas o la milenarista teocracia de los imames chiitas. Las cruentas divisiones doctrinales que siempre han recorrido el mundo musulmán, y que constituyen uno de los principales obstáculos para la modernización de sus sociedades, desaparecen como por arte de magia cuando de judíos, y no digamos nada de “la entidad sionista”, se trata.

¿Y a qué se dedican los “forjadores de opinión” en Occidente, cuál es la respuesta diplomática de la “comunidad internacional”? Mayoritariamente, mirar a otro lado. Los más hábiles comprenden que, por desagradable que sea el tema, a veces hay que tomarse la molestia de encararlo. Eso sí, a la “occidental”: conocemos a “nuestros árabes”, no por nada han sido nuestros súbditos coloniales, y ya se sabe: son muy dados a la exageración y la retórica. No es inteligente detenerse en detalles, como que Al-Manar, la televisión por cable de Hizbulá (financiada por Irán), haya serializado los Protocolos en forma de telenovela, o que Hamás (retoño palestino de los Hermanos Musulmanes financiado por Arabia Saudita) afirme, en el artículo 32 de su Carta fundacional, que “el proyecto [de los sionistas] aparece expuesto en los Protocolosde los Sabios de Sión, y la mejor prueba de ello es su actual comportamiento”. Qué importa que a los niños se les enseñe en las escuelas, de Teherán a El Cairo pasando por Ramala, que los judíos no tienen relación histórica alguna con Próximo Oriente,3 o que en las prédicas de los viernes en El Cairo, en Gaza, en Damasco, en Riyad se estigmatice a “los descendientes de los simios y los cerdos”. Todo eso son “detalles” (que es exactamente lo que piensa alguien como Jean-Marie Le Pen que fueron las cámaras de gas: un “detalle de la historia de la Segunda Guerra Mundial”). A ver si nos vamos enterando: detrás de todas esas gesticulaciones y soflamas propagandísticas anidan verdaderas luchas de poder. Hay radicales y moderados, hay chiitas y sunitas, y talibanes y djihadistas, y gobiernos nacionalistas y regímenes teocráticos. En esto hay que fijarse, no en la banalidad del “detalle” del antisemitismo.

Este razonamiento es la ceguera que cultiva Occidente, con las adecuadas dosis de mala conciencia del antiguo colonizador convertido en ultra anticolonialista. Con todo, cabía albergar la esperanza de que la costumbre de no darse por enterado cayera en desuso ante actuaciones que van más allá de la propagación del odio antisemita en las sociedades musulmanas. Que un país miembro de Naciones Unidas se atreva a anunciar su intención de borrar del mapa a otro país miembro de esta organización o que desafíe las reglas del juego definidas por el Tratado de No Proliferación Nuclear parecen constituir “detalles” más amenazadores que el hecho de financiar la publicación de odiosos libelos. Que ese mismo país organice oficialmente una conferencia sobre el Holocausto de los judíos europeos con la confesa intención de rebatir la historicidad y veracidad del mismo también debería alertarnos acerca de las intenciones de su gobierno, habida cuenta de que el Estado que sus dirigentes amenazan con borrar del mapa es Israel. Pero asistimos, una vez más, al sempiterno ballet onusiano, en el que alternan amenazas de sanciones declinadas en enérgicos fouettés con seráficas promesas de “diálogo” plasmadas en enternecedores pas de deux. Los coreógrafos de la “comunidad internacional”, después de haber recibido a Mahmud Ahmadinejad en el inicio de la sesión anual de la Asamblea General, en septiembre de 2006, como si fuera una estrella de Hollywood, se han avenido a adoptar una resolución (a/61/l.53) de “condena sin ninguna reserva [de] cualquier negación del Holocausto”, en la que se exhorta a los Estados miembros de Naciones Unidas a “rechazar cualquier negación del Holocausto como evento histórico, total o parcialmente, y cualquier actividad destinada a este propósito”. Aplaudamos esta muestra de audacia política: la resolución del 26 de enero de 2007 repite casi frase por frase una anterior resolución, la 60/7 del 1 de noviembre de 2005. ¿Qué no serían capaces de hacer nuestros aguerridos defensores de la “legalidad internacional” si el día de mañana quienes aguardan impacientes la llegada del doceavo imam, el Mahdi, la “sombra de Alá”, decidieran apurar la espera y precipitar el deseado fin de los tiempos lanzando una bomba atómica sobre Tel-Aviv? No cabe dudar que los pasdaranes y los imames y ayatolás iraníes tiemblen de antemano ante el castigo que les espera.

Dialogar a ciegas con los negacionistas

Por lo expuesto hasta aquí se comprenderá que la conferencia de Teherán del 11 y 12 de diciembre de 2006 representa a la vez un hito y un nuevo anticlímax en las relaciones entre la República Islámica de Irán y los países occidentales. No poca tartufería ha habido en la repulsa a medias que ha suscitado, como tampoco ha faltado el ingrediente necesario para esquivar, una vez más, el muy grave asunto del antisemitismo musulmán: dividir a los negacionistas en buenos y malos, en más o menos antisemitas.

La “Conferencia Internacional sobre la Revisión de la Visión Global del Holocausto”, auspiciada por el Instituto de Estudios Políticos e Internacionales (ipis) del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán, atrajo lógicamente la atención de los medios de comunicación. No era la primera vez que “expertos” negacionistas se congregaban para repetir la letanía del complot judío mundial a través de la instrumentalización de un Holocausto que no tuvo lugar o, según la versión menos hard, ha sido escandalosamente exagerado. Pero los media respetables nunca se hacen eco de los congresos en Australia, Alemania o Estados Unidos a los que asiste la flor y nata de los seguidores de Rassinier, Faurisson y Garaudy.4 En Teherán se dieron cita los australianos Fredrick Toben y Michelle Renouf, el francés Georges Theil, el canadiense Shiraz Dossa y la estadounidense Veronica Clark, y las indiscutibles “estrellas” de la conferencia iraní: el mismo Robert Faurisson y David Duke, antiguo gran jefe del Ku Klux Klan. Y la prensa en el mundo musulmán, específicamente, se refociló con la presencia de un puñado de miembros de la secta ultraortodoxa judía Neturei Karta, activos opositores del Estado de Israel y el sionismo laico.

Los medios occidentales, a pesar de su amplia cobertura, y los dirigentes políticos que manifestaron su repulsa se han cuidado mucho de hacer lo único que permitiría comprender el significado y alcance político del encuentro negacionista iraní. Que no estriba en el freak show de una docena de supuestos investigadores perfectamente deslegitimados en sus respectivos campos, ni siquiera en el hecho de que una conferencia de estas características haya sido organizada y financiada por una institución oficial de un Estado miembro de la onu. Hubiera bastado con evocar la trayectoria de los principales dirigentes iraníes para ver en ello un paso más en la escalada antisemita y antiisraelí de un Estado que pretende hoy convertirse en el referente ideológico y político del mundo musulmán. Pero hacerlo obligaría a revisar el enfoque occidental de la región, con su habilidoso juego de sombras chinescas entre fondo y forma, “detalles” y Realpolitik. Desde luego, Ahmadinejad engaña a quien haya decidido que le conviene dejarse engañar. La negación del Holocausto no es un útil conejo que el antiguo pasdarán ahora se saca de la chistera, sino una constante en su trayectoria política. Menos de seis meses después de su elección a la presidencia de la República Islámica dio una conferencia en La Meca, en el marco de un encuentro de la Organización de la Conferencia Islámica, para anunciar urbi et orbi que el Holocausto era un invento de los judíos, y que en caso de que no lo fuera, les tocaba a sus perpetradores, los europeos, acoger en su suelo “la entidad sionista”, no a los musulmanes. Desde entonces, durante dos años, el iluminado adorador del Mahdi no ha dejado de repetirse; a George W. Bush le escribió una carta de dieciocho folios en la que, entre delirantes conminaciones a que Estados Unidos abrazara la única fe digna del nombre, invitaba al presidente estadounidense a sumarse a la lucha global para liberar el mundo de “la dominación sionista”.

Bueno, de acuerdo, Ahmadinejad es un iluminado, un fanático. Nada nuevo bajo el sol del islamismo extremo. Pero resulta que nuestros hábiles intérpretes de la política medioriental agregan que no hay que tomárselo tan en serio, ya que en Irán hay luchas soterradas entre diferentes facciones y tendencias, y de lo que se trata es de evitar demonizar a los unos y, en cambio, favorecer a los otros. El guía espiritual de Irán, Ali Khamenei, es en realidad más “moderado” que Ahmadinejad, así como el ex presidente y rival de Ahmadinejad, Akbar Hashemi Rafsanjani. Respecto de la “moderación” de Khamenei, uno de los principales asesores políticos de Ahmadinejad, Mohammad Ali Ramin, en una entrevista al diario Resalat revelaba recientemente que el célebre primer discurso del presidente iraní, en noviembre de 2005, en el que anunció su voluntad de “borrar del mapa” a Israel, así como la conferencia negacionista de Teherán de diciembre de 2006 habían sido consensuados con Khamenei (“es imposible abordar asuntos de vital importancia para el país sin contar con la aprobación del ayatolá Khamenei”). Khamenei es amigo personal del negacionista Roger Garaudy (ayer comunista y antesdeayer católico), y en una intervención pública en defensa del autor de Los mitos fundadores de la política israelí ha declarado que “es un hecho probado que los sionistas mantuvieron estrechas relaciones con los nazis alemanes y han inflado las estadísticas sobre los asesinatos de judíos”.5 En cuanto a Rafsanjani, su moderación es tal que en un sermón del viernes retransmitido por Radio Teherán, el 27 de octubre de 2000, no dudó en sentenciar: “Hitler mató sólo a 20.000 judíos, no a seis millones.”

¿Cómo sorprenderse ante estas manifestaciones de antisemitismo negacionista? En la teocracia islamista iraní, los dirigentes son hijos espirituales de Ruhollah Jomeini, ese gran hombre en el que la progresía occidental quiso ver la punta de lanza de la lucha de los pueblos musulmanes oprimidos contra el imperialismo americano y el expansionismo sionista. Un hombre que en su principal obra política, El gobierno islámico (publicado en Francia antes de la caída del Sha), ya anunciaba la postura oficial de los actuales dirigentes de la República Islámica que él forjó: “Israel, ese tumor cancerígeno, debe desaparecer, y los judíos deben ser condenados y perseguidos hasta el fin de los tiempos”.

Mientras llega el fin de los tiempos, antes de que regrese aquel último descendiente de Mahoma que desapareció al ser asesinado el mártir Hussein en Kerbala, podemos seguir cultivando nuestros juegos de salón en las embajadas y las salas de prensa. Decirnos que no pasa nada, que todo es mera retórica oriental. Considerar que un acontecimiento como la conferencia negacionista de Teherán apenas es “un incidente”, como ha declarado el canciller austriaco Wolfgang Schüssel, o felicitarse de la reacción del futuro secretario general de la onu, Ban Ki-Moon, quien amenaza, “cuando y donde la situación lo requiera”, con “entablar un diálogo con el pueblo iraní”. O, para quienes vivimos en al-Andalus, sumarnos a la “alianza de civilizaciones” promovida por Annan, Zapatero y Erdogan e ideada por otro iraní, el hodjatoleslam y ex presidente Mohammad Jatami. En cualquier caso, no dejemos que el destino incierto de los judíos, esos eternos aguafiestas, nos obligue a abrir los ojos y adaptarlos a la lancinante luz de la realidad. ~

         

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(Caracas, 1957) es escritora y editora. En 2002 publicó el libro de poemas Sextinario (Plaza & Janés).


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