Aflicciรณn
Estoy de duelo: Muriรณ Cรฉsar, no sรณlo mi amigo, sino mi padrino en Alcohรณlicos Anรณnimos. Era nacido en Guatemala, antropรณlogo, y mรกs que eso, era un filรณsofo, un filรณsofo antiguo del buen vivir, como Epicteto, Sรฉneca o Marco Aurelio, que habรญa alcanzado y trasmitรญa la asombrosa serenidad que debe conquistar quien se ha rehabilitado de veras de alguna adicciรณn esclavizante. Fuimos compaรฑeros e interlocutores incansables, como han de ser los buenos amigos; hicimos juntos un viaje a Morelia, de noche, en tren, cuando todavรญa la caรณtica ineptitud polรญtica que padecemos no acababa con รฉse, el mรกs gentil de los medios de transporte. Cรฉsar era un hombre muy bueno, y con eso digo, creo, lo mรกs alto que se puede decir de persona alguna.
De elemental cortesรญa
Varรณn de mediana edad, de oficio conocido, viaja en un automรณvil con dama de mediana edad, profesionista, y por hacer plรกtica le dice:
โMira, ya estรกn floreciendo las jacarandas.
Supongamos que la mujer respondiera:
โNunca me han interesado las flores y menos las que crecen en los รกrboles.
La pregunta es: ยฟEstarรญa esta seรฑora siendo descortรฉs con este seรฑor? Cordial no es, desde luego, pero ยฟes descortรฉs? Observemos que la dama estรก sรณlo siendo sincera, veraz. Lo que es una virtud. Bien que tambiรฉn se muestra รกspera. Confesemos que a menudo la franqueza es asรญ, รกspera. ยฟHay descortesรญa en la franqueza, en la aspereza? No, pero hay un cierto derecho a la franqueza: la declaraciรณn de la dama no tiene el mismo sentido si la pareja acaba de conocerse en un aviรณn y comparten taxi a la ciudad (en este caso, hay descortesรญa en la respuesta de la seรฑora), que si son marido y mujer desde hace veinte aรฑos (en este caso no hay descortesรญa).
ยฟEntonces? Los lรญmites no estรกn bien dibujados aquรญ. Las reglas de cortesรญa son aptas para cubrirnos y desaparecer a las miradas. James Joyce, por ejemplo, que era en extremo reservado, era tambiรฉn muy cortรฉs, se ocultaba en el protocolo.
La dama del coche se exhibe, ostenta su predilecciรณn. El punto de descortesรญa yace en que la dama faltรณ a las reglas de la conversaciรณn. No se estaba hablando de las flores en general, ni, por supuesto, se estaba requiriendo su opiniรณn acerca de lo que no se estaba hablando y, sin embargo, ella abruptamente emitiรณ su รญntimo parecer. El seรฑor enunciรณ simplemente que cierto รกrbol estaba floreciendo. Es decir: estaba hablando del tiempo, de la sazรณn de las cosas. Y por ese carril debiรณ haber ido la conversaciรณn.
Ahora generalicemos. La conversaciรณn, como mostrรณ el refinado Paul Grice en memorables Papers, tiene reglas tan sutiles que pasan sin ser vistas. Y estas mismas reglas, mรกs fรกciles de localizar y explicitar en el habla que en el trato, se aplican a la cortesรญa.
Sombrero
โHe comprado algo ademรกs: un sombrero americano, gris, exactamente igual al que lleva Gilbert Roland en Margarita Gautierโ, se regocija Luis Cernuda, un dandi en el vestir.
Ah, los placeres y ensueรฑos del atavรญo. Lamento la extinciรณn del sombrero en el guardarropa. Alcancรฉ el tiempo de los sombreros, no lleguรฉ a usarlos, pero sรญ a verlos en la calle y en las pelรญculas sin ninguna extraรฑeza, como lo normal y adecuado. El sombrero permitรญa formas de cortesรญa, y aun de galanterรญa, que se han ido de entre nosotros.
Miramiento
Matizar, aceptar lo trรกgico sin buscar culpables, son prendas muy altas de lo civilizado. Frente a esto se alza el bรกrbaro placer de hallar culpables, la orgรญa delirante del chivo expiatorio en que se complacen los mediocres. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.