Hace muchos aรฑos, mรกs de veinte, publiquรฉ, supongo que en la revista Vuelta (y luego en algรบn libro) un relato del que apenas recordaba el tรญtulo y que trataba del pรกnico de las nubes radioactivas que salen de los reactores nucleares colapsados.
Lo busquรฉ en la internet y lo encontrรฉ en la ediciรณn electrรณnica de la revista Ciencias, que publica el Departamento de Fรญsica de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Considero esto un honor, desde luego, aunque no recuerdo que me hayan pedido permiso. (Por lo menos no lo estรกn vendiendo.) ¿Podrรฉ reportarlo en mis informes como un “artรญculo cientรญfico”?
Mรกs honor –para ellos, claro– es que los fรญsicos de la UNAM no se hayan enojado conmigo ni me hayan gritado ignorante ni enemigo de clase de la fรญsica nacional ni nada.
En fin, ya alguien se enojarรก diciendo que cรณmo puedo hablar de manera tan ligera de algo tan espantoso como Chernobyl o, ahora, la tragedia de Japรณn.
Porque es espantoso.
Recuerdos de Chernobyl
Cuando la planta nuclear de Chernobyl, en la URSS, explotรณ y rociรณ de plutonio enriquecido a varios millones de habitantes y hectรกreas del continente europeo, convirtiรฉndolos en una probeta llena de carcinomas, yo vivรญa con mi familia en una universidad cerca de Londres.
Todas las noches veรญamos dรณnde andaba la nube que habรญa salido de Chernobyl: tenรญa aproximadamente el tamaรฑo de Francia y se movรญa con los vientos caprichosos. Cuando la locutora de la BBC decรญa que habรญa movido hacia Finlandia, dejรกbamos de aguantar la respiraciรณn. A la maรฑana siguiente volvรญamos a aguantarla hasta saber en dรณnde andaba. La paranoia se habรญa desatado. La gente se arremolinaba en los supermercados tratando de comprar agua embotellada, leche en polvo y colecitas de bruselas congeladas antes de la explosiรณn.
Los verdaderos problemas comenzaron la tarde en la que mi hijo de cinco aรฑos regresรณ del jardรญn muy emocionado por haber encontrado un pรกjaro muerto, que traรญa en la manita. Despuรฉs de que lo tallamos dos horas con FAB (al niรฑo), informรณ que se lo habรญa encontrado junto al estanque. Al fondo del jardรญn, vecino al patio de una escuela llena de aprendices de punk, estaba ese pond cuya profundidad siempre ignoramos y donde vivรญan unas ranas histรฉricas.
Enterrรฉ el cadรกver del pรกjaro en un montรณn de abono, cubriรฉndome las manos con bolsas de plรกstico y le prohibimos al niรฑo acercarse al estanque. Esa noche estรกbamos mรกs ansiosos que nunca, esperando que la locutora dijera dรณnde andaba la nube. Si anda por arriba del estanque, me dije, estamos perfectamente jodidos.
Andaba por Alemania Federal. Sin embargo al dรญa siguiente hubo dos pรกjaros muertos y tres el dรญa despuรฉs. Lo que habรญa comenzado como un pรกnico normal comenzรณ a convertirse en pรกnico excesivo. Cada maรฑana me cubrรญa de plรกstico y tapabocas para ir a inventariar pรกjaros muertos.
Estรกbamos hartos de aguantar la respiraciรณn y ya nos salรญa leche en polvo y colecitas de bruselas de las orejas.
El dรญa que hubo siete pรกjaros muertos, decidรญ consultar a Dora, la vecina, que era biรณloga. Nunca imaginรฉ los problemas en que nos iba a meter. Su nombre completo era Dora Highbrow, seรฑora de Bobby Highbrow. Otro vecino nos habรญa comentado antes que era un escรกndalo, pero que se sospechaba que Dora y Bobby no estaban del todo casados. Bobby era un gato calicรณ de treinta kilos. Yo, que respeto la uniรณn libre, no me escandalicรฉ. Dora estaba convencida de que hablaba muy bien el espaรฑol pues entendรญa mi impecable inglรฉs. Sin embargo se empeรฑaba en vocalizar muy lentamente cuando me hablaba. Cuando le contรฉ lo de los pรกjaros dio tres pasos en reversa hacia su casa tapรกndose la boca con la mano y diciendo Oh, dear! (que significa "Ay, querido" –no que entre Mrs. Highbrow y yo hubiera algo: Bobby era celoso y ella era vieja–, pero que en realidad es como "quรฉ barbaridad"). Una vez adentro de su casa, la escuchรฉ llamar a gritos a Bobby para contarle las malas nuevas.
Me sentรญ como un leproso. Esa noche la nube se acercรณ al norte de Escocia. Ahora sรญ el pรกnico comenzรณ a acelerarse. Se organizaban brigadas que soplaran hacia el norte con objeto de impedir que cruzara la Muralla de Adriano. Pensรฉ en la conveniencia de regresar a Mรฉxico. Me imaginaba a mi hijo eructando burbujas de zonzilio fosforescente por la boca que iba a salirle en la nuca.
Luego Mrs. Highbrow, seguramente aconsejada por Bobby, decidiรณ delatarnos.
A la maรฑana siguiente tocaron la puerta dos hombres vestidos de astronautas de 2001: Odisea del espacio con un camiรณn lleno de antenas y radares. Cuando iba a preguntar quรฉ se les ofrecรญa me metieron en la boca un contador geiger bastante desabrido. Los hombres eran cruelmente eficaces, como deduje del hecho de que se negaron a beber una taza de tรฉ. Comenzaron a leer con su contador geiger toda la casa: el pan blanco sobre la mesa, el excusado, los pasaportes, el disco del "Flaco Ibรกรฑez".
Finalmente preguntaron por el estanque. Se meneaban como osos mientras nos dirigรญamos a รฉl. Habรญa tres pรกjaros muertos y uno agonizante. Mientras le pasaban el contador geiger, vi a Mrs. Highbrow y a Bobby pertrechados en la ventana de su casa, cubiertos con sendos tapabocas. Los hombres tomaron muestras del agua, secuestraron una rana y pidieron ver el cementerio de pรกjaros muertos. Al exhumar los cadรกveres dijeron: “¡Ay, querido, querido…!”
Pusieron todo lo que confiscaron en bolsas de plรกstico y me advirtieron cortรฉsmente que se pondrรญan en contacto. El fondo del jardรญn era ya como una tierra ignota de la que, en cualquier momento, emanarรญan unas ranas mutantes de dos metros, con colmillos de cristal goteantes de sangre, rugiendo como un mofle mexicano. Por si fuera poco, Dora y Bobby se encargaron de platicarle a los vecinos lo que sucedรญa en el Mexican's pond. El cartero aventaba las cartas desde lejos, al niรฑo lo sentaron hasta atrรกs del salรณn, el chofer del autobรบs nos negaba la parada. Hasta la princesa Diana nos miraba feo en la tele, cuando bautizaba un submarino.
Dรญas mรกs tarde llegรณ un oficial de la oficina de salubridad. Explicรณ que los pรกjaros se habรญan muerto por la culpa de la escuela que colindaba con el jardรญn. Rociaban ahรญ la basura con un veneno especial para aniquilar ratas inglesas que les provocaba una sed terrible y, cuando bebรญan agua, el veneno las enviaba a vรฉnganos tu reino. Pues bien: los pรกjaros tambiรฉn comรญan ese veneno, bebรญa agua en nuestro pond y se morรญan. No habรญa rastro de radioactividad. Le pedรญ, porfavorcito, que repitiera eso a Mrs. Highbrow.
Todo volviรณ a la normalidad. La nube iba y regresaba por el mapa de la BBC con cierta indecisiรณn hasta que, eventualmente, dejรณ de aparecer. Desde luego que toda Europa estaba chernobileada pero estaba claro que habรญa que olvidarse y ya. La locutora regresรณ a las catรกstrofes habituales, es decir, el clima. En la tele, la princesa Diana se sonrojรณ como apenada por lo que hacen en la escuelas inglesas para matar ratas. Meses mรกs tarde, Bobby asesinรณ a Dora para quedarse con la herencia.
Regresamos a Mรฉxico. Laguna Verde, la planta nuclear orgullosamente diseรฑada y construida por ingenieros mexicanos en el estado de Veracruz, segรบn el presidente comosellame, ya casi iba a estar lista. Inevitablemente, pensรฉ en la que se va armar el dรญa en que Laguna Verde estalle, porque va a estallar, arrastrando consigo un buen porcentaje de la cultura occidental. Pensรฉ precaverme, esconder dinero para pagar las mordidas que exigirรกn los inspectores cuyos contadores geiger no van a servir, almacenar agua, leche en polvo, huanzontles congelados.
Supuse luego que era inรบtil porque, cuando suceda, nadie va a enterarse. El gobierno no va a decir nada y, en caso de que diga algo (cuando no sea posible evadir mรกs el hecho de que el Golfo de Mรฉxico se ponga amarillo canario y amanezca junto a la ciudad de Puebla), seguramente serรก en el sentido de que todo estaba calculado, cรณmo todo funcionรณ adecuadamente, cรณmo nuestros heroicos juanes, etc. La tragedia de Laguna Verde se mutarรก en un gran triunfo; nosotros nos mutaremos en unas como marimbas de tripas; una de las bocas de Lolita Ayala dirรก que no hay ni una sola nube en ningรบn lado y el PRI declararรก, encendido de fervor, que ahora sรญ, por fin "¡La radioactividad es para todos!" .
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.