Nuestros clásicos (melodrama en tres cartas)

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I

Martín Luis Guzmán tiene 28 años, una esposa y tres hijos. Vive exiliado en Nueva York, donde también se encuentra de paso el dominicano Pedro Henríquez Ureña, tres años mayor que él, líder del desperdigado Ateneo de la Juventud. El 9 de marzo de 1916 Guzmán escribe a Alfonso Reyes, otro miembro del Ateneo, exiliado en Madrid:

Mi querido Alfonso:

Usted ve que le escribo en máquina: estoy en los Estados Unidos. El Spagne nos trajo con inquietudes y con mal tiempo; llegamos a Nueva York con dos días de retardo.

[…]

Me he instalado ya: vivimos en una excelente casa que nos cuesta (asómbrese usted) cincuenta dólares mensuales, o sean 250 pesetas cada mes. Con algo más de cien dólares hemos amueblado nuestras cinco habitaciones maravillosamente: sala, tres alcobas, comedor. Cuarto de baño como el nuestro no lo hay ni en el hotel Palace de esa querida ciudad. Naturalmente, Pedro vive en casa.

[…]

A Pedro lo encontré peor que nunca; peor no en cuanto al trato que da a sus amigos, que es excelente: suave y fácil como un resbalarse por el skating-ring. Peor en cuanto a la nerviosidad de su ser físico y a lo sensible de ser espiritual. […] Afortunadamente para Pedro, y para nosotros todos, yo he sido un puerto que llega; mis aguas tranquilas le han dado refugio. ¿Me creerá usted si se lo digo? En ocho días Pedro ya es otro; lo he obligado a hacer vida de hogar; trabajamos todo el día, pero cenamos en familia todas las noches, rodeados de my little ones y al calor del vapor que sale de una sopera. Jugamos a las damas, a las cartas; lo hago acostarse, lo converso, lo arrullo, lo duermo… Tengo cuatro hijos.

II

Un año y nueve cartas después, cuando Henríquez Ureña se ha marchado ya de Nueva York y vive en Madrid, Guzmán escribe a Reyes:

Mi querido Alfonso:

[…]

Trato todo el día con ladrones y sinvergüenzas de la peor calaña. Mis hijos y mi mujer son los únicos seres civilizados con los que hablo. Me está llevando el demonio de desesperación y de ahogo porque veo que mi vida se me escapa y no hago aún ni haré ya parte al menos de lo que yo esperaba de mí. Me siento abandonado de todos, sin esperanza de ninguna ayuda, sin contactos de ninguna especie confortante. Y cuando esto me sucede, pasa Pedro por aquí como una exhalación y no se da cuenta ni le importo un bledo. Se cree él que yo soy muy feliz porque me gusta hacer dinero, porque tengo dinero –aún cuando yo diga que no lo tengo– porque soy un ser de tendencias.

[…]

Escríbame más frecuentemente. Disfrute usted de Pedro y dígale que le perdono que me haya dejado. Adiós.

La carta, fechada el 10 de julio de 1917, es, al parecer, la única de toda la correspondencia que se conserva en mal estado –rota, incompleta.

III

Unas semanas más tarde, el 2 de agosto, Reyes responde a Guzmán:

Mi querido Martín: Su carta explosiva me llegó estando Pedro a mi lado. Él la abrió y empezó a leerla. Se la arrebaté, la leí y después –tras un breve prólogo en que le dije cómo creía yo que tenía Ud. una poquilla de razón– se la entregué. Tuvo un momento de hilaridad, después de risa nerviosa, más tarde de disgusto profundo; al fin, de apaciguamiento. Pero en su interior ¿quién sabrá lo que hay? Él no me ha devuelto la carta; dice que se propone romperla o quemarla; tal vez ya lo hizo.

Notas: Rafael Lemus

Todas las cartas cruzadas entre Guzmán y Reyes pueden encontrarse en el libro Medias palabras / Correspondencia, 1913-1915, editado por Fernando Curiel, UNAM, 1991.

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es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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