Operación Triunfo como metáfora

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Operación Triunfo demuestra la aplanadora fuerza de la televisión, que hace que unos imitadores desafinados vendan más discos que los artistas en que se inspiran. Martínez, con la ironía que caracteriza su salaz pluma, desmenuza hasta la desintegración los postulados sobre los que se sostiene este inusitado programa.
El programa televisivo Operación Triunfo es uno de esos programas que ha adquirido dimensiones de boda de infanta. Dimensiones de boda de infanta: a) puede tener un presupuesto altísimo, pero b) lo rentabiliza al 100%, dado que a pesar de poseer c), una estructura sencilla, d) esa estructura se repite non-stop en los monitores de televisión de todo el país, provocando una e) experiencia que f) confirma tu creencia en la monarquía /los concursos televisivos, o bien g) te reconfirma tus inquietudes antimonárquicas. Sorprendentemente, también es h) un éxito de masas.
     El mecanismo del programa es sencillo como un botijo. Un grupo de jóvenes que hacen gorgoritos son recluidos en un centro de alto rendimiento para cantautores. Durante toda la semana el espectador que así lo quiera los puede ver cantando, ensayando o cortándose las uñas. Un día a la semana, hacen una gran gala. Los dos chicos que peor cantan, a los que se les ha olvidado alguna estrofa, que han tenido un lapsus y en vez de madre-qué-será-lo-que-quiere-el-negro han interpretado el Himno de Riego, son conminados por un jurado, compuesto por profesionales en la gestión del mercado musical, a una autocrítica. Posteriormente son expuestos al público, que por voto telefónico los bota. Hasta aquí la estructura es la estructura clásica de un programa de principios del siglo XXI. Los programas de principios del siglo XXI son programas muy parecidos a los que ven los guardias jurados cuando se pasan la noche mirando un monitor de circuito cerrado. De lo que se deduce que el ciudadano del siglo XXI tiene un no sé qué de guardia jurado. El programa, empero, presenta unos paralelismos con la realidad inquietante, unas salvedades con la realidad puramente televisivas y un dibujo gore de nuestra cultura. No se vayan, amiguitos.
     Paralelismos con la realidad imperante. Varios. Los chicos pierden el decoro a tiempo real. Por otra parte, tienen la edad cósmica del contratado en prácticas. Lo que invita a pensar que son una metáfora del contratado en prácticas. Otro paralelismo con la realidad es que, en los chorrocientos días que llevan encerrados sin otro juguete que ellos mismos, ninguno se ha comido, snif, una rosca.
     Salvedades con la realidad puramente televisivas. A pesar del dramático realismo social del concurso y de sus concursantes, la realidad que el programa dibuja tiene unos aspectos que sólo se dan en la tele. Por ejemplo, la chica favorita, la que está ganando por ko y la que cae bien a todo el mundo, es una gorda. Aunque, como todos los niños y niñas saben, las gordas, las top-models con lepra en la frente o los republicanos federales en el mundo real sufren un violento rechazo. Otro ejemplo de realidad paralela televisiva es que a pesar de la extrema competencia del concurso, todos se quieren, sufren cuando un competidor queda neutralizado o, en fin, se comportan con sencillez y revindicando en todo momento el carácter sincero de su comportamiento ante la cámara. Tan aparentemente sincero que uno no puede por menos que recordar la pregunta emitida un día por un discípulo del rabino de Vilma —"Maestro, ¿cómo hemos de hablar con Dios?"—, la respuesta del rabino de Vilma —"Con Dios se ha de hablar con sinceridad"—, y el comentario del discípulo del rabino de Vilma a la respuesta del rabino de Vilma —"Para ser sincero con Dios se ha de ser muy astuto"—.
     El dibujo de nuestra cultura. Este programa de la serie televisiva es una metáfora de otras series culturales. Incluida la literatura. Verbigracias. Los concursantes, jóvenes, cantan canciones de toda la vida. Lo que invita a pensar que el único valor que se permite transmitir a la juventud es, curiosamente, su juventud. Y ningún punto de vista nuevo. Los concursantes logran transmitir su obra gracias a que están en un medio. Esa obra, como todas las canciones son iguales, no es otra que su rostro. Como un escritor, que si no trabaja en un medio está perdido. Es decir, nadie se queda con su nombre o su cara. Los concursantes, después de presentar su actuación —es decir, su obra—, pasan por el filtro del mercado —el jurado ese, con grandes ideólogos de las discográficas—, que decide quién sí y quién no, y luego entrega el resultado al público, sin pasar por la crítica. Que, por otra parte, en este programa/este país, es inexistente. Sucede algo así con la literatura. La última gran metáfora es que el programa está teniendo un éxito que tira de espaldas, si bien los escritores que hablan de él en prensa lo dejan verde. De lo que se deduce que nuestra cultura es incapaz de verbalizarse a sí misma, que cuesta mucho opinar y crear polémicas culturales, que las polémicas culturales por aquí abajo sólo son polémicas personales —que se lo digan a Ignacio Echevarría y la polémica que inauguró en estas páginas hace cuatro días—, y que nuestra cultura necesita de la televisión para polemizar de una manera inocua, divertida y con gracejo hispano, como los artículos que sobre Operación Triunfo han aparecido en el terruño. Quizás nuestra cultura se parece a la tele. Es decir, sólo tiene acceso como cultura de masas. Hasta otra. ~

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