Oráculo es una revista de poesía, casi exclusivamente de poesía: celebremos. Lleva nueve años publicándose con (cierta) puntualidad, trimestralmente: ¡milagro! Por si fuera poco, durante esos nueve años ha publicado a poetas noveles, novísimos y recontranuevos, a poetas latinoamericanos de escasa difusión en México, a poetas traducidos de los más dispares rincones y algunos buenos artículos de crítica literaria. Además tiene textos sobre arte y, últimamente, un dossier de ensayo titulado “Hojas de laurel”. Algunos de los nombres que han desfilado por sus páginas, entre muchos otros, son: Enriqueta Ochoa, Damaris Calderón, Paulo De Jolly, Joseph Beuys, Eduardo Chillida, Henri Michaux, Carmen Berenguer, Jorge Fernández Granados, Leslie Scalapino, Víctor Cabrera, Alejandro Tarrab, Mario Santiago Papasquiaro, Karen Plata, Enrique Lihn, Julián Herbert, Diego Maquieira y Raúl Zurita.
Pero sobre todo, y a pesar de la diversidad de sus voces, Oráculo ha conseguido una significación que la emparenta con las revistas de poesía más memorables: la revista como diálogo, como grupo de amigos con intereses y apuestas en común, como identidad literaria compartida y fluctuante. Oráculo, cosa notable, se hizo de una fama entre los lectores jóvenes sin necesidad de publicar manifiestos o difundir panfletos maquillados de críticas. Su reputación de radical le viene exclusivamente de un preguntar constante, de un ofrecer respuestas sinceras y arriesgadas.
Empezó como un folio doblado, con un diseño –digámoslo– un tanto precario. Empezó, además, en la casa de Enriqueta Ochoa, entre un grupo de gente que asistía allí a un taller y que quiso publicar algo. Hoy es un objeto mucho más producido, con un diseño excelente y un cuidado editorial bastante inusual. Su número más reciente es uno doble; acaba de aparecer e incluye la obra gráfica de cuatro artistas, además de textos inéditos de Tedi López Mills, Eduardo Milán, María Baranda, Jorge Esquinca, José Coronel Urtecho, María Rivera y otros varios más. Pero este índice tan notable tiene, en el fondo, una razón casi funesta: Oráculo anuncia su final y con esta se despide. Se va, como puede verse, con broche de oro, habiendo cosechado un merecido reconocimiento entre poetas y lectores de varias generaciones.
Oráculo significó, para muchos poetas, no sólo el primer espacio dispuesto a imprimir 500 ejemplares con los pininos de uno, sino también la idea –convertida en empresa editorial– de que la poesía es, de forma fundamental, riesgo. Y no hablo de la radicalidad del gesto, sino de una convicción profunda: que una experiencia poética es, necesariamente, algo que modifica nuestra visión del mundo. Así, la visión del mundo y de la poesía que sostuvieron quienes hicieron esta revista fue mutando notablemente durante nueve años. Como bien apunta Rodrigo Flores en el prólogo del número de despedida, “basta leer las cuartas de forros del primero al último número para percatarse de las vacilaciones, preguntas, afirmaciones y vaivenes que fueron nuestro soporte: de la confianza ciega en el arrebato lírico, al escepticismo ortodoxo; del tono religioso, al juego de palabras”.
Solamente quiero decir que, por más inocuo que parezca el empeño de editar, en medio de una crisis perenne, una revista dedicada a la poesía, al final se hace evidente que el panorama poético mexicano actual –y, sobre todo, el que está por venir– le debe mucho a Oráculo. La revista es, y seguirá siendo aún durante un tiempo, motivo de crítica y de debate, de elogios y de exabruptos. Eso demuestra que, a pesar de la despedida, Oráculo sigue y seguirá siendo una revista viva.
– Daniel Saldaña París
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).