Desde que en 2002 Orhan Pamuk recibiera por su novela Me llamo Rojo (Alfaguara, 2003) el premio al Mejor Libro Extranjero en Francia, el Grinzane Cavour en Italia y el premio Internacional IMPAC de Dublín, la proyección internacional de su persona y obra ha ido in crescendo. El pasado año, un hecho ajeno a la literatura encumbró a Pamuk como personaje mediático: su enjuiciamiento en Turquía, acusado de injurias al Estado por unas declaraciones suyas en el diario suizo Tages Anzeiger donde señalaba que negar las matanzas de un millón de armenios y alrededor de treinta mil kurdos constituía para la sociedad turca una herida abierta y un tabú injustificable. Afortunadamente, ayudado por la presión de la prensa occidental, tras la vista del proceso judicial, Pamuk sería absuelto (al igual que Elif Safah, también procesada por motivos similares). El acoso político contra el escritor turco –donde coincidían militares laicos, fundamentalistas islámicos, un sector de la prensa conservadora y numerosos escritores nacionalistas– le valió a Pamuk el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, galardón que, sin duda, le abría el camino hacia el Nobel, prevaleciendo su candidatura sobre otros eminentes escritores como Mario Vargas Llosa, Amos Oz, Adonis, Milan Kundera, Assia Djebar o Doris Lessing. Sin embargo, y en rigor, el reconocimiento de los méritos literarios de Pamuk no está determinado por ese incidente extraliterario. Su merecida reputación como excelente escritor ha sido un proceso paulatino: su primera novela, El orgullo de Cevded Bey (1982) fue distinguida en su país con el premio de prensa Milliyet y con el Orhan Kemal; La casa del silencio (Metáfora, 2001) fue galardonada en su versión francesa (Gallimard, 1988) con el premio de la Découverte Européenne; al publicar El astrónomo y el sultán (Edhasa, 1992), recibió numerosos elogios por parte de la crítica y especialmente de John Updike; y El libro negro (Alfaguara, 2001) supuso un impresionante éxito de ventas sin artificios de marketing y fue traducida a numerosos idiomas. Además de los títulos citados, también se ha publicado en español La vida nueva (Alfaguara, 2002), Nieve (Alfaguara, 2005) y Estambul (Mondadori, 2006). El próximo año Mondadori tiene previsto editar la última novela de Pamuk titulada El museo de la inocencia.
Según mi criterio, las dos novelas que forman la médula de la obra de Pamuk son El libro negro y Me llamo Rojo. Ambas se asientan sobre una arquitectura narrativa diseñada como un arquetipo que le permite mezclar distintos géneros literarios –desde la novela negra a la histórica– y acrisolar diversos elementos: una intriga que desvelar que conlleva un asesinato; una relación amorosa (ya sea abocada al fracaso o que suscita un exacerbado deseo); una polifonía de voces que explican el asunto desde distintas perspectivas; la inserción de referencias históricas o culturales (textos y autores místicos o filosóficos, tradiciones pictóricas, leyendas, clásicos de la literatura oriental, hitos históricos…); y, finalmente, localización de la acción en espacios reconocibles (especialmente Estambul). Entre todo este entramado resuenan los ecos de los añejos cuentistas orales. Esta edificación narrativa (no en balde Pamuk estudió arquitectura técnica, aunque después se licenciase en periodismo), bien premeditada y desarrollada, en la que la voz se materializa en palabra, es similar a la tradición de Las mil y una noches donde una historia lleva a otra y todas juntas conforman un único cuerpo narrativo. Ello ha motivado que a Pamuk se le califique como un híbrido entre Faulkner y Sherezade; aunque, ante esa calificación, el escritor puntualizaría que su escritura se debe más a la belleza nabokoviana y a los juegos simétricos de Borges. Asimismo, una característica que distingue a Pamuk es el empaque culto con el que nutre sus novelas. Si en El libro negro encontramos numerosas referencias a Ibn Arabi, El Attar, Ibn Sean, Mewlâna, Al Kindi o Chij Galip; en Me llamo Rojo abundan las citas sobre Fuzuli, Behzart, Ibn Sakir, Firdausi, El Cerzeyye, Rasidüddini o Haydar Duglar. Del mismo modo, mientras en El libro negro se hace referencia a las cofradías de los hurufíes y los Bektachis, en Me llamo Rojo el asesino pertenece a los derviches kalenderis. Esas referencias de los clásicos islamistas, pertinentes y sin que abrumen, no constituyen un ejercicio baladí. Pamuk subraya la rica tradición cultural islámica –que en general Occidente desconoce o ignora– para mostrar las diferencias inmensurables entre ambas civilizaciones, así como sus lugares de encuentro y mixtura (Coca-Cola versus Kokoretz).
El resto de sus novelas gravitan en torno a unas constantes temáticas: la memoria (recuento de la vida de sus personajes novelescos conjugado con la influencia del pasado en el presente; como así ocurre en La casa del silencio donde una viuda, desde su mansión a orillas del mar de Mármara, evoca los lancinantes recuerdos sobre el infausto destino de su familia); el desasosiego que ocasiona la tensión entre la tradición cultural de Oriente y la de Occidente; la ambivalencia entre un sentimiento de decadencia (hüzün o amargura por un pasado irrecuperable) y un anhelo de regeneración; la colisión entre identidad (la cultura otomana) y la atracción, sembrada de dudas, por la modernidad (los imaginarios de Occidente); la lucha entre laicismo y religiosidad (mostrada, dramáticamente, en Nieve); el doble o la reversibilidad de personajes antagónicos (el personaje de Galip suplantando a Celal en El libro negro; el astrónomo turco Münedjimmabachï y el conde veneciano Marsigli, ambos fascinados por el progreso técnico en el arte militar, cambiando de bando cultural en el relato El castillo blanco…); y, como último elemento relevante de la panoplia temática de Pamuk, la búsqueda incesante (de amor, conocimientos, para desvelar un arcano o el sentido y la identidad turca…) que en La vida nueva constituye la centralidad de la narración. Respecto a esta novela quiero señalar un detalle que da carta de naturaleza al engarce entre la renovación novelística de Pamuk y la tradición literaria turca: La vida nueva fue traducida en Francia para Gallimard por Munevver Andac, compañera del poeta Nazim Hikmet hasta que éste tuvo que forzosamente exiliarse de Turquía a Moscú. Andac moriría en París en 1988 pocos días después de terminar la traducción. ¿En qué consiste esa modernización de la novela que impulsa Pamuk? ¿Qué le diferencia de otros escritores turcos coetáneos suyos (Pinar Kür, Eminen Sevgi Ordamar, Celill Oler, Faruk Ulay, Yasar Kemal…)? Sin duda una encomiable aspiración: que las letras actuales turcas sean, como el puente sobre el Bósforo que une Asia y Europa, el vínculo entre lo mejor de la tradición islámica y lo mejor de la racionalidad progresista de Occidente. ~
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