Facta horribila
A principios de esta semana eran ya más de 120 los exalumnos de seis colegios católicos alemanes los que que habían roto el silencio para denunciar que fueron víctimas de abusos sexuales por parte de sus pastores. ¿Se trata tan sólo de la punta del iceberg, como hacen presentir casos similares en otros países? Lo cierto es que cuando, en enero de este año, el rector del colegio jesuita Canisius, Klaus Mertes, abrió el expediente de investigación de las denuncias de abuso sexual de menores que habían sido presentadas contra dos hermanos de esa orden, en ningún momento se imaginó que con ello se desencadenaría el mayor escándalo de abuso sexual religioso de la historia germana.
De esa forma, el alemán, como una cuenta más de un rosario maldito, se suma a la serie de escándalos sexuales que han sacudido la credibilidad de la Iglesia en lo que va del siglo. Los más escalofriantes:
– El antecedente norteamericano: En 2002 salió a la luz que, desde 1950, más de 5,000 religiosos habían abusado sexualmente de más de 12,000 menores de edad. La Iglesia se vio condenada a pagar más de 2,000 millones de dólares de indemnización.
– El caso irlandés: En noviembre de 2009 se dio a conocer el informe Ryan, en el que quedan documentados un total de 35,000 casos de maltrato y violación de menores por parte de miembros de la Iglesia Católica de ese país.
Pero al descubierto ha quedado, asimismo, la forma poco piadosa que la Iglesia tiene de enfrentarse a ese tipo de faltas. Merced a un edicto del Papa Juan XXIII, promulgado en 1962 y ratificado en 2001, la Iglesia está autorizada (más aún: obligada) a tratar los casos de gravis pasionis aestus (eufemismo para designar la ruptura del voto de castidad –ésta, a su vez, un eufemismo de la actividad sexual de los clérigos–) como secretum pontificium y resolverlos internamente, es decir, al margen de las leyes civiles. Únicamente con una licencia papal especial pueden ser hechos públicos y puestos a disposición de las respectivas jurisprudencias. La estrategia tradicional, sin embargo, consiste en un triángulo vicioso cuyos lados perversos son: la ocultación (ante una denuncia, se opta muchas veces por comprar el silencio de las víctimas), la reubicación (los religiosos acusados son enviados a otras diócesis, sin que nadie se entere de las causas de su traslado) y la repetición (el eclesiástico paedófilo puede reiniciar sus ataques, y el juego infame vuelve a empezar desde el principio).
Y, así, sobre todo considerando que desde el punto de vista de la matemática eclesiástica ese tipo de faltas consituyen un pecado al cubo, pues no sólo violan el celibato, sino que, en su mayoría, son de naturaleza homosexual y, para colmo, las víctimas son menores de edad, ha quedado de manifiesto que la Iglesia declina tomar partido por las víctimas.
Quaestio disputata
A raíz del caso alemán, la querella acerca de las causas se ha vuelto a recrudecer.
Voces prominentes, como las de los teólogos Hans Küng y Eugen Drewermann (ambos destituidos por el Vaticano), adjudican tal desvío a la inhumana abstinencia sexual infringida a los clérigos católicos, y reclaman, enardecidas, la abolición del celibato. Su argumento: La libido es indómita y, cuando se ve constreñida, se desboca y se descarga en los objetos más accesibles, en este caso, los niños y jóvenes feligreses, indemnes ante la autoridad sacerdotal.
Otros, como los psiquiatras Wolfgang Berner y Hans-Ludwig Kröber, oponen que es al contrario, que quienes eligen la sotana lo hacen para acceder a un entorno y un estatus que les facilita la satisfacción de sus inclinaciones paedófilas. Enarbolan como prueba que, de acuerdo a un informe elaborado por una comisión episcopal estadounidense en 2004, entre 1950 y 2002 fueron acusados de paedofilia 4,392 eclesiásticos norteamericanos, es decir el 4% de los religiosos activos durante ese periodo, mientras que a nivel mundial el porcentaje de adultos masculinos afectado por esa parafilia es del 1 % –los pastores, ¿un rebaño de ovejas negras?
Voluptas mistica
Queda por reflexionar acerca de la especificidad de la paedofilia cristiana. Lo primero que salta a la vista es que, de forma abrumadoramente predominante, se trata de una paedofilia homosexual y, en el contexto del discurso litúrigo, posee tintes de incesto simbólico: El padre mantiene una relación sexual con el hijo simbólico.
–Salomón Derreza
Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.