Hace tres meses y tres dรญas que muriรณ Guillermo Tovar de Teresa. Un nombre que abarca para mรญ a un hermano entraรฑable, un querido, queridรญsimo amigo y un admirado historiador, investigador, coleccionista, un hombre de cultura en el mรกs renacentista de los sentidos.
Muriรณ a los 57 aรฑos. Pero, y no exagero al decirlo, desde los siete parecรญa ya tener esa edad con una prodigiosa visiรณn universal de las cosas y de los seres. Muriรณ joven. Pero si pensamos en su precocidad y lo que reuniรณ y creรณ en ese corto tiempo pareciera que muriรณ a los 157 aรฑos. Cien aรฑos mรกs que para su vocaciรณn por el pasado y su comprensiรณn del presente hubieran sido preciosos para conocer y reflexionar sobre los mรบltiples temas que iluminรณ con su inteligencia y que se podrรญan resumir en una palabra: Mรฉxico.
Todos los que hablamos esta tarde fuimos cercanos a รฉl. Tere, Juan Ramรณn, Enrique, Carlos, Emilio (perdรณn por la informalidad, seรฑor Secretario). Todos lo conocieron mรกs allรก de la casualidad y lo fortuito. Buena parte de los amigos y familia que nos acompaรฑan hoy tuvieron una relaciรณn profunda con รฉl. Tenรญa esa particularidad, la de hacer de cada vรญnculo uno, รบnico e irrepetible. Le daba una intensidad tal, como si otros seres no existieran; algunas relaciones daban todo y otras pasaban a una renovaciรณn. Pero siempre mantenรญa afecto y lealtad.
Mi posiciรณn institucional me podrรญa complicar los adjetivos, pero su personalidad tan poco comรบn me lo facilita: pocas veces he tenido la ocasiรณn de estar prรณximo a alguien con una pasiรณn y curiosidad tal por su paรญs, por su memoria, por la preservaciรณn de sus grandes obras, sus grandes momentos.
La relaciรณn entre hermanos es una singular manera de convertirse en testigo presencial de una existencia. Con Guillermo tuve ese privilegio y la rara ocasiรณn de conocer, por su misma naturaleza polifacรฉtica, una existencia en toda su dimensiรณn. Naciรณ dos aรฑos mรกs tarde que yo y lo he visto morir tan joven, repito. De este modo me siento en confianza para hablar de รฉl y con รฉl, pidiendo me disculpen si abuso al mezclarme en su historia y hablar un poco de la mรญa. Pero es difรญcil disociarse en una afinidad y complicidad como las que tuve con Guillermo. Soy su hermano y finalmente tengo el derecho y la oportunidad de hablar de รฉl, con mayor razรณn por lo unidos que fuimos desde el inicio de nuestras vidas. Mรกs allรก de la sangre y de la lealtad fraternal que nos inculcaron siempre, construimos una singular amistad en la que fluyรณ una afinidad irrepetible.
Fue una relaciรณn ininterrumpida. Cuando Guillermo cumpliรณ 5 aรฑos, Fernando 4 y yo 7 abandonรฉ el paraรญso de una recรกmara individual porque mi madre decidiรณ que debรญamos compartir cuarto en nuestra casa. Es una de muchas decisiones que a ella mรกs le agradezco. Su intenciรณn era que creรกramos una relaciรณn cotidiana, de diรกlogo y de complicidad, cosa que ocurriรณ. Esa convivencia fue algo รบnico, sobre todo en la adolescencia, en que la intimidad encerrรณ en esos muros todas las confidencias que pueden compartir tres hermanos inseparables. Asรญ fue hasta el dรญa en que Guillermo cumpliรณ 22 aรฑos y se instalรณ ya de manera independiente. Pero eso no interrumpiรณ la comunicaciรณn que nos ha acompaรฑado a los tres.
Es difรญcil hablar de Guillermo sin referirse al particular contexto familiar en el que naciรณ y creciรณ. Una atmรณsfera inundada de nostalgias, visitas regulares al pasado como si del presente se tratara, sensaciones de claroscuros de tiempos mejores que los nuestros, pero ya ajenos a nosotros, plenitud de expresiones culturales que a travรฉs de libros, discos, objetos รบnicos de todo tipo e historias familiares poblaron nuestra afortunada y original niรฑez.
Mi primer recuerdo de Guillermo no sรฉ si es real o adquirido. Fue en su bautizo, cargado por sus padrinos, mis queridos tรญos Carral, que nos acompaรฑan esta noche. Mi padre me balanceaba de los brazos durante el rito y recuerdo el ir y venir de una cadena que portaba una enorme medalla al ritmo suave de esa tarde en que mi hermano tomรณ el nombre de Guillermo, en honor a nuestro adorado abuelo. Recuerdo sus manitas aventando el ropรณn blanco que lo cubrรญa, mientras lloraba porque nadie respondรญa a su curiosidad, ya desde entonces presente, supongo, por saber quรฉ hacรญa ahรญ y por quรฉ.
Un llanto cierra el arco de nuestra relaciรณn existencial: el suyo de esa tarde del bautizo y el mรญo contenido de la semana pasada cuando todos los hermanos volvimos a abrir su casa, cerrada a piedra y lodo a las pocas horas de su muerte para que nadie violara la intimidad de su vida y de sus cosas. Al entrar vimos puesto en el comedor su lugar en la mesa, como si todavรญa lo esperara el ritual y la aventura interior en que convirtiรณ su vida cotidiana.
Un ritual no muy diferente al familiar que tuvo desde la niรฑez. Porque su realidad no estaba tanto en el mundo exterior como en su plenitud interior: las voces que le hablaban desde los libros; la mรบsica que inundaba su ser, desde los ritmos cubanos hasta las doscientas cantatas de Bach que silbaba de memoria mientras con la mano derecha marcaba su ritmo y sonreรญa sorprendido de su propio virtuosismo. O con la letra de algunos de los mรกs importantes manuscritos de nuestra historia nacional que pasaron por sus manos; los leรญa a pesar de su complicada caligrafรญa con la misma facilidad de quien revisa el periรณdico del dรญa.
Recuerdo su impresiรณn en esos aรฑos cuando en un enorme y antiguo Santiago Apรณstol estofado, que estaba al centro de la biblioteca de mi padre, descubriรณ una puerta secreta en su vientre que ocultaba una colecciรณn de ex votos y medallas de los primeros momentos de la conquista de Mรฉxico. Eran seguramente de soldados que se encomendaban a una determinada santidad. Como resultado, al poco tiempo se aficionรณ a las estampitas de santos que su nana Isabel empezรณ a regalarle y que comenzรณ a asociar con esas figuras, y luego las de barro que ella le traรญa de su pueblo hidalguense, colocadas sobre una repisa de donde las tomaba para confrontarlas con los estofados y cuadros religiosos que inundaban nuestra casa.
Cierro ahora los ojos y veo en nuestra recรกmara cuando menos diez imรกgenes, entre vรญrgenes, mรกrtires, escenas bรญblicas que nuestros amigos de entonces se sorprendรญan al verlos en lugar de grandes fotografรญas de coches, cantantes o personajes de Disney muy comunes entonces y a las que ellos estaban acostumbrados. Nosotros nos sonreรญamos de su sorpresa, igual que ellos de nuestros tan poco habituales adornos.
Mi padre se dio cuenta de estas cosas con fascinaciรณn y al poco tiempo la suma de las estampitas, las figuras de barro, los estofados y la increรญble inteligencia de Guillermo para comprender su significado, se extendiรณ a las visitas al centro de la ciudad e inmediatamente a las ciudades cercanas a nuestra capital. De este modo conociรณ conventos, iglesias, empezรณ su pasiรณn por los altares y su policromรญa y de ahรญ por la historia de los tres siglos del Virreinato. Pero solo lo entendรญa, decรญa Guillermo a sus once aรฑos, si se iba para atrรกs y para adelante en el tiempo. Para demostrarlo recitaba en orden cronolรณgico los gobernantes del Mรฉxico antiguo, los virreyes y los presidentes del XIX frente a todos nosotros, maravillados por su memoria y simpatรญa, porque para cada uno de los personajes cambiaba el gesto, subrayando que entendรญa la diferencia entre ellos.
Al poco tiempo esos paseos se interrumpieron por la enfermedad y muerte de nuestro padre. Pero no se interrumpiรณ la pasiรณn que habรญa iniciado con รฉl en nuestra compaรฑรญa.
Ahรญ รญbamos Fernando, รฉl y yo, a bordo de un Juรกrez Loreto que tomรกbamos en la esquina, acompaรฑados por Francisco –el eterno empleado de la casa–, a quien mi madre nos encargaba con la รบnica recomendaciรณn de que llegara a tiempo para servir la mesa y que no nos dejara comer nada, refiriรฉndose a nuestra tentaciรณn de detenernos a comprar dulces de Celaya en Cinco de Mayo, buรฑuelos en el Cafรฉ Tacuba o aguas frescas en los puestos enfrente de la Iglesia de la Profesa, que era la que mรกs le gustaba a Guillermo y a la que donรณ, no hace mucho, varios importantes cuadros que pertenecรญan al templo y que habรญan sido saqueados durante las Guerras de Reforma.
En esos aรฑos ocurriรณ una historia, ya conocida, pero que no deja de ser notable en un niรฑo de doce aรฑos. Cuando a la boda de mi hermana Isabel asistieron el entonces presidente Dรญaz Ordaz y su esposa, sin timidez Guillermo se uniรณ al grupo que brindaba con los novios –sin copa, claro–. Empezรณ a platicar con el presidente Dรญaz Ordaz sobre el reciente incendio del Altar del Perdรณn de la Catedral metropolitana. A los pocos minutos, lo que era inicialmente una curiosidad por el tema, se convirtiรณ en el centro de la conversaciรณn.
Guillermo, con todo desparpajo, pedรญa la intervenciรณn del presidente para que no hicieran destrozos. Afirmaba que conocรญa muy bien los textos de los grandes estudiosos –como Francisco de la Maza, Justino Fernรกndez, Manuel Toussaint o Manuel Romero de Terreros– y que no se estaba realizando adecuadamente la restauraciรณn, como ya lo habรญa observado en sus viajes al centro de la ciudad en compaรฑรญa del mismo Francisco.
El presidente quedรณ atรณnito y al dรญa siguiente llegรณ en una motocicleta presidencial un sobre que decรญa “Niรฑo Guillermo Tovar de Teresa, presente”. Contenรญa una carta en la que lo nombraba su Consejero en Arte Colonial, acompaรฑada de un centenario que serรญa su pago. Durante dรญas y dรญas no se borrรณ la sonrisa de su cara y รบnicamente nos decรญa a Fernando y a mรญ: “¡ya ven, ya ven!” Aรฑos despuรฉs, ya solo, continuรณ sus pasiones con la complicidad del mismo Francisco, a quien pedรญa que engolara la voz para negociar los precios de libros antiguos que averiguaba por todos lados si estaban a la venta.
Asรญ empezรณ a hacerse de cosas extraordinarias que fueron la base de su idolatrada biblioteca, verdadera hija material de su pasiรณn bibliogrรกfica. Ampliรณ esa vocaciรณn por el coleccionismo y llegรณ a formar una colecciรณn de colecciones de los mรกs variados temas y objetos. Desde รกlbumes de estampas, objetos coloniales del mรกs diverso tipo, muebles, pinturas, miniaturas, cerรกmicas, herrajes, retratos familiares, marfiles, enconchados, daguerrotipos, fotografรญas, manuscritos.
Recuerdo que de niรฑo coleccionรณ monedas, una de sus pasiones iniciales que frenรณ a los ocho aรฑos, cuando discurriรณ enterrar unas de plata muy antiguas (que mi papรก nos reglaba regularmente), y afirmar con toda autoridad que eran de la รฉpoca de la Conquista. Incluso consiguiรณ palas con la indicaciรณn de que tiraran la casa porque ahรญ se encontrarรญan seguramente muchas mรกs, junto con otras cosas y respuestas a nuestra historia; puso al jardinero y al servicio –obedientes, porque lo adoraban por su gracia y cariรฑo hacia cada uno–, a excavar hasta que prรกcticamente tiraron un fresno que casi destroza el techo de un coche. Guillermo se tuvo que enfrentar a la furia materna, razรณn por la cual yo creo que no quiso volver a asociar las monedas a su vida.
En un raro caso de niรฑos precoces, tuvo un desarrollo intelectual pleno que finalmente desembocรณ en una de las grandes aportaciones a la historia del arte en Mรฉxico, cuando menos al arte virreinal. Fue impresionante el nรบmero de artistas que aรฑadiรณ al repertorio iconogrรกfico, lo que habrรญa implicado dรฉcadas de trabajo acadรฉmico para crear una nueva visiรณn de nuestra historia cultural a travรฉs del estudio estรฉtico de varias รฉpocas, las monografรญas sobre artistas olvidados e interpretaciones de la historia. Decidiรณ no asistir a la universidad, porque decรญa que sus maestros serรญan los grandes nombres de la historiografรญa mexicana, cuyas primeras ediciones coleccionaba desde los diez aรฑos.
Su formaciรณn se basรณ en fuentes directas. Siempre rehuyรณ la vida acadรฉmica. La respetaba pero no era para รฉl. Sus maestros eran los autores de las obras canรณnicas de nuestra historia y literatura. Conocรญa de memoria a Alamรกn, Fray Servando, Carlos Marรญa de Bustamante, Garcรญa Icazbalceta, Herrera, Sor Juana, Riva Palacio y los podรญa recitar de un golpe. Esa biblioteca era su universidad y de ahรญ salieron sus obras, cada una de las cuales le habrรญa valido acaso, por su aportaciรณn a la historiografรญa, un doctorado, lo que por otra parte nunca fue su objetivo.
Repito: lo respetaba pero decรญa que no era lo suyo. Los manuscritos que coleccionรณ y estudiรณ le permitieron conocer datos de nuestra historia inaccesibles para muchos. Un importante nรบmero de ellos, a los que me referirรฉ mรกs adelante, quedarรกn en este recinto para la consulta de los estudiosos.
Nunca tuvo un cargo pรบblico, salvo los aรฑos en que honorariamente se desempeรฑรณ como cronista de la ciudad de Mรฉxico y nunca recibiรณ ningรบn tipo de sueldo o prebenda oficial. Su trabajo era libre y sin ataduras.
Su obra merece ser reeditada y lo haremos. Recolectaremos sus textos dispersos e inรฉditos en una gran visiรณn de Mรฉxico. Su trabajo sobre el rescate del centro histรณrico de esta ciudad fue notable y las aportaciones para su defensa son de todos conocidas. Digitalizaremos su libro Crรณnica de un Patrimonio Perdido.
Y lo mรกs importante: al entrar en su biblioteca la semana pasada, me topรฉ con un disco compacto que tenรญa como tรญtulo Historia de Mรฉxico, GTT. Unos metros adelante, Margarita, su querida asistente, quien nos acompaรฑaba esa tarde, me puso en las manos el texto completo de una obra que รฉl me habรญa platicado en lo general pero que nunca conocรญ, salvo algunos pasajes sobre el siglo XVIII mexicano. Se trata de una historia general de Mรฉxico, y sobre todo de una reflexiรณn acerca de ella, que cubre desde los orรญgenes del mundo prehispรกnico hasta finales del siglo XX. Seguro serรก otra aportaciรณn mรกs a la historia de nuestro paรญs. Inmediatamente la tomรฉ en mis felices y tristes manos y procedรญ, con el consentimiento familiar, a registrarla en derechos de autor para que esta obra enriquezca mรกs su bibliografรญa.
Su disfrute de la cultura era infinito. Oรญa mรบsica, ensayaba al piano ragtimes y paseaba de adolescente por la casa tocando en la trompeta el inicio de un concierto de Haydn. Leรญa poesรญa y รบltimamente sentรญa pasiรณn por conseguir primeras ediciones y manuscritos de los principales textos literarios del siglo XX. Recorrรญa el centro histรณrico por las noches para ver una fachada, revisaba catรกlogos de subastas para estar al dรญa en el mercado del arte. Y leรญa y leรญa. Su biblioteca fantรกstica no era una colecciรณn de libros, sino un universo permanente de lecturas que le permitiรณ conocer las fuentes directas, no los intermediarios de ellas, como argumentaba, pero tambiรฉn estaba al dรญa en las obras importantes contemporรกneas.
Tenรญamos un trato: cualquiera de los libros que yo considerara importante para mi disfrute y que fuera un tema comรบn, lo tenรญa que comprar por partida doble y mandรกrselo de inmediato porque no resistรญa que le hablara de algo nuevo a lo que no tuviera acceso luego luego. El primer momento en que tomรฉ conciencia de que ya no lo verรญa mรกs fue en la รบltima Feria del Libro de Guadalajara, a los pocos dรญas de su muerte, cuando en mi primera ronda de compra estaba pidiendo dobles ejemplares hasta que me di cuenta de que ya nunca mรกs lo podrรญa hacer para รฉl.
La obra de Guillermo merece ser recordada, especialmente la pasiรณn que demostrรณ desde niรฑo, y que tanto nos inculcaron en mi familia, por conservar el patrimonio cultural que nos enorgullece a los mexicanos, las luchas que dio por รฉl, la dedicaciรณn y el esfuerzo que opuso al descuido, principalmente de la ciudad de Mรฉxico, a la que llegรณ a amar y conocer al punto de convertirse en la gran autoridad moral e intelectual sobre su patrimonio.
Esta pasiรณn se concretรณ tambiรฉn con el rescate y la bondadosa entrega a la Biblioteca Nacional de Antropologรญa e Historia de varios miles de documentos histรณricos, entre incunables, publicaciones periรณdicas, daguerrotipos y ambrotipos, ex libris, manuscritos, entre un vasto archivo que contiene materiales que datan incluso del siglo XVI.
Entre estas donaciones destaca una de las primeras ediciones, la de Parรญs de 1512, del cรฉlebre tratado de arquitectura de Leรณn Battista Alberti, que contiene las mรกs antiguas indicaciones de la traza de la ciudad de Mรฉxico con anotaciones personales del Virrey de Mendoza: en sรญntesis, la concepciรณn original de la capital de la Nueva Espaรฑa. Pueden mencionarse tambiรฉn otros textos relevantes de la vida colonial, un cรณdice de Huexotzingo con pictogramas de 1568, villancicos de Sor Juana, documentos de nuestra independencia y mรกs de 900 ex libris de ilustres personajes de la historia de Mรฉxico, desde el siglo XVIII hasta el XX, entre muchas joyas de la historia de nuestro paรญs.
Por todo ello, sus hermanos Isabel, Lorenza, Gabriela, Fernando, Josefina y yo, hemos decidido concretar la donaciรณn al INAH de estos documentos a travรฉs de un prรณximo convenio que establecerรก el Fondo Guillermo Tovar de Teresa, respetando, celebrando y continuando la voluntad de mi hermano. Asimismo, para crear un premio con su nombre que reconozca cada dos aรฑos la trayectoria de un mexicano en su lucha por la preservaciรณn de nuestro patrimonio, aportaremos a tรญtulo familiar, en cada ediciรณn, 500 mil pesos, mรกs la contribuciรณn institucional, privada y de los amigos que decidan sumarse.
Querido Guillermo: espero haberme expresado con sobriedad y pudor, como siempre seรฑalabas que todo deberรญa ser; el privilegio de tu hermandad, mi agradecimiento a tu amistad y mi admiraciรณn por el extraordinario hombre de cultura que fuiste, son el รบnico motivo de mis palabras y la razรณn de muchos hechos positivos, muy positivos y enriquecedores de mi vida.
Museo Nacional de Antropologรญa, 13 de febrero de 2014