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¿Cómo era, digo, físicamente cómo era? Pregunta muy natural. ¿Cómo era el navegante don Cristóbal Colón, quien vislumbró en sus viajes ballenas sopladoras y el Paraíso Terrenal mismo? En la descripción de Fernández de Oviedo nos esperan sorpresas: “era Colón de buena estatura y aspecto, más alto que mediano y de rectos miembros; los ojos vivos y las otras partes del rostro de buena proporción; el cabello muy bermejo y la cara algo encendida y pecosa”.

Lo inesperado es que fuera sonrosado, pecoso, muy pelirrojo, que eso dice “cabello muy bermejo”. Pero, ¿esperaba otra cosa?, ¿qué?, ¿acaso el rostro de don Julio Villarreal en el film donde encarnó al esforzado marino con largos y lacios cabellos estilo Príncipe Valiente? No, la verdad es que no conjeturaba nada. ¿Pero si no anticipaba nada cómo me pude sorprender? Porque lo raro, en sentido de escaso, sorprende. No se necesita anticipar nada.

En la luminosa obra que Claudel escribió sobre el marino, El libro de Cristóbal Colón, figura esta acrobática acotación: una paloma (colombe, en francés, casi Colón) emprende el vuelo desde el fondo de la sala, pasa rasante sobre las cabezas del público y se posa en el hombro de Cristóbal Colón en el escenario. Según dicen, con esta puntería se representaba la escena en su estreno.

 

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“Fémina inquieta y andariega”, le reprocharon, y sí, era las dos cosas, pero impecablemente. La Inquisición, claro, la procesó por el Libro de su vida. Pero ¿cómo era?, ¿cómo era Santa Teresa?

Primero de lejos: “era de muy buena estatura, y en su mocedad, hermosa, y aun después de vieja, parecía harto bien”.

De más cerca: “era su rostro no nada común, sino extraordinario, las cejas de color rubio oscuro, de poca semejanza de negro, anchas y algo arqueadas; los ojos negros vivos y redondos. Era gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada, de muy lindas manos, aunque pequeñas…”.

De más cerca, como la vio el padre Carranza a los 37 años de su edad: “Fueron a visitar el convento de la Encarnación que en aquel tiempo era de 180 monjas, las cuales por su mucha multitud y poca renta vivían en grande parsimonia y pobreza, y en él vivía entonces una religiosa llamada doña Teresa de Ahumada… Era mujer de buenas partes, por ser de linaje esclarecido y de buen ingenio y habilidad. Era entonces de pocos años, que según le parecen serían de 30, era mujer morena y de buena estatura, el rostro redondo y muy alegre y regocijado y amiga de buenas y discretas conversaciones…” Qué hubiera dado por disfrutar una de aquellas buenas y discretas conversaciones con esa santa mujerona.

(Este último retrato figura en la gran biografía de Teresa de Efrén de la Madre de Dios, OCD, y O. Steggink, O. Carm., publicada por la BAC.)

 

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“Tiembla el bosque con fru-frú de fina seda”, escribió Amado Nervo. A Othón el rústico prodigioso le pareció repulsivo comparar las cosas de la naturaleza con objetos creados por industria humana. ¿Por qué? Porque en la naturaleza, alega Othón, “todo es inmenso, majestuoso y único”. Esto puede leerse en Los cauces poéticos de Manuel José Othón de Luis Noyola Vázquez. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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