Parejas políticas

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Dice Ortega, en sus Estudios sobre el amor, que nada dice más sobre quiénes somos, sobre lo que hay en el “fondo decisivo de nuestra individualidad”, que la elección amorosa: elegir al ser amado es revelarse, afirmar las fibras primordiales que nos constituyen de la manera más radical.

“Es el amor un ímpetu que emerge de lo más subterráneo de nuestra persona, y al llegar al haz visible de la vida arrastra en aluvión algas y conchas del abismo interior. Un buen naturalista, filiando estos materiales, puede reconstruir el fondo pelágico de que han sido arrancados.”

Profanemos, sólo por un instante, esa idea. Supongamos que su lógica es aplicable en otros ámbitos más o menos ajenos al que ocupa a Ortega, que hay otro tipo de elecciones que también arrojan a la playa de lo tangible restos que expresan algo sobre lo que bulle en sus profundidades submarinas.

Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos tomaron, recientemente, la decisión más importante de la contienda: eligieron a su compañero de fórmula, es decir, a su pareja política. Y aunque esa elección brote menos de una intimidad individual que de una, digamos, intimidad política; aunque emane no tanto de una voluntad que se manifiesta sincera y espontáneamente como de un forcejeo entre múltiples intereses y condiciones, preferencias y posibilidades; eso no la hace menos susceptible de ser interpretada como sintomática de lo que ocurre, si no en el fuero interno de cada candidato, sí al interior de sus respectivas campañas.

Para los demócratas, Joe Biden es una elección segura, anticlimática, sobria. Se trata de una figura ya probada, de un demócrata moderado con una larga trayectoria en el Senado. Para los republicanos, Sarah Palin es lo contrario. Una elección arriesgada, imprevisible, escandalosa. Una ilustre desconocida del ala más conservadora del partido y con muy pocas horas de vuelo en política. La nominación de Biden demuestra que la campaña de Obama no quiere sobresaltos, que camina con la calma de quien se siente tranquilo con el paso que ha llevado la carrera. La de Palin, en cambio, evidencia que los republicanos pretenden un golpe de efecto, que buscan agitar las cosas porque su candidato no entusiasma, no convoca, no repunta.

Palin contribuye a la pareja republicana con carisma, juventud y la cuestión del género. Es una cara nueva pero con aire de familia, que podría ser la de cualquiera: una “hockey mom” que invita a los electores a identificarse con ella, con su historia, que se les presenta como una de ellos. Biden aporta a la pareja demócrata prestigio, conocimiento y experiencia. Su imagen es la de un político bien curtido, un “insider” que sabe cómo funciona Washington. Lo que procura inspirar es, sobre todo, respeto. Pero semejantes atributos corresponden a un horizonte de expectativas distinto: con los de Palin se ganan elecciones, con los de Biden se gobierna. Palin llega a la boleta para hacer a McCain más candidato; Biden, para hacer a Obama más presidente.

Aunque sus posiciones coinciden en prácticamente todo lo fundamental, Biden se encuentra ligeramente más a la derecha del centro-izquierda que define a Obama. Su incorporación corre la boleta demócrata un poco más hacia el centro e insinúa, en consecuencia, una estrategia electoral de conciliación dirigida al votante medio, a capturar el centro. Las posiciones de los candidatos republicanos también son afines, pero Palin milita más a la derecha del centro-derecha en el que se ubica McCain. Su llegada jala la fórmula republicana a la derecha y sugiere una estrategia de polarización, que apuesta por movilizar a la base conservadora. Carlos Castillo Peraza diría que con la elección de su vicepresidente Obama se declara misionero reclutando infieles y McCain párroco llamando a misa a sus devotos.

Ambas son, finalmente, elecciones políticas: coyunturales, imperfectas, discutibles. Pero el ánimo que cada campaña manifiesta con respecto al curso de los acontecimientos, el diagnóstico de sí misma que confiesa en el perfil de su nominación a la vicepresidencia, es diferente. Obama se inclinó por un colega suyo, por alguien con quien ha convivido y debatido ampliamente. Es una decisión ponderada, muy cómoda para el candidato demócrata. McCain escogió a alguien con quien ha conversado, si acaso, en un par de ocasiones. Se sabe que Palin no estaba, ni de lejos, entre sus primeras opciones. Es una decisión dramática, que al candidato republicano se le ve forzada.

En la elección de su pareja política, Obama exhibe seguridad; McCain, angustia.

– Carlos Bravo Regidor

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es historiador y analista político.


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