La segunda mitad de la década de los años veinte inició con cambios sensibles en la vida del joven Octavio Paz. Además de la muerte de su abuelo el 4 de noviembre de 1924 y la lejanía de su padre por asuntos políticos, sufrió la partida de su primo Guillermo Haro y Paz, su mejor amigo de la infancia, cuando su familia emigró a La Habana, Cuba.
En ese entorno, al concluir la primaria, le tocó vivir las modificaciones a los modelos educativos impulsadas por el gobierno de Calles que, influidas por John Dewey, “traducían los ideales del régimen de unir estudio y trabajo, de despojar a la enseñanza de su carácter verbalista y fomentar actividades manuales y corporales”[1]. Las reformas condujeron a la creación de los estudios secundarios como antecedente obligatorio para ingresar a la preparatoria:
Las escuelas secundarias eran de reciente creación. Fueron instituidas, hacia 1926, para substituir al antiguo bachillerato a la francesa. En un esfuerzo por modernizar la educación pública, el gobierno había iniciado una serie de reformas inspiradas en el modelo norteamericano. Yo venía de una escuela católica y los nuevos métodos me desconcertaron.
La incertidumbre de Paz se incrementó al tener que afrontar, por diversas razones, el cambio de un colegio privado a uno público. Por lo anterior, sorprende lo poco que habló sobre su paso por la secundaria (1927-1929). Entre los testimonios al respecto, destaca el siguiente:
Mi familia era una familia en decadencia económica. […] Mi padre, y en eso creo que tenía razón, insistió mucho en que los colegios privados me aislaban de la realidad mexicana. Entonces, [las secundarias] eran escuelas del gobierno que además estaban en aquella época muy influidas por las teorías de la educación norteamericana […]. Me acuerdo que cuando entré a la escuela secundaria lo primero que me hicieron fue un examen mental, pero las preguntas eran tan disparatadas que ni yo ni mis amigos pudimos contestar[2].
El brusco cambio en los métodos de enseñanza no solo afectó a Paz, también “causaron desconcierto entre los maestros, quienes exageraron los trabajos manuales en detrimento de los académicos”[3]. La nueva pedagogía fue un motivo más de tensión entre las autoridades, el personal docente y la comunidad.
Paz ingresó a la Escuela Secundaria número Tres a principios de 1927, misma que “se encontraba en las calles de Marsella, en la colonia Juárez. Era una vieja casa que parecía salida de una novela de Henry James. El gobierno la había comprado hacía poco y, sin adaptarla, la había convertido en escuela pública. Los salones eran pequeños, las escaleras estrechas y nosotros nos amontonábamos en los pasillos y en una cour —en realidad: la antigua cochera— en la que habían instalado tableros y cestas de basketball”.
Sus intereses durante el primer y segundo año fueron dispersos, a pesar de su participación en el concurso de oratoria de 1928. Entre sus amistades figuraron Arnulfo Martínez Lavalle y Humberto Mata y Ramírez.
Su estancia en el tercer grado estuvo marcada por las convulsiones históricas de 1929. Los alumnos de su plantel se sumaron a las huelgas organizadas por la escuela de Jurisprudencia con miras a lograr la autonomía de la Universidad, incitados en buena medida por José Bosch, un compañero suyo de origen catalán que, según Paz, conoció en la clase de álgebra y fue quien lo inició en la lectura de los pensadores marxistas y lo involucró en la disidencia estudiantil, al grado que estuvo a punto de ser expulsado.
Después de las amenazas que recibió por parte de los directivos, Paz se dedicó a acreditar sus materias con miras a concluir el ciclo escolar. Fue entonces que hizo amistad con Salvador Toscano y Rafael López Malo, alumnos de la secundaria cuatro que coincidieron con él en las caminatas que organizaban los profesores a fin de que los jóvenes conocieran diferentes ecosistemas y zonas arqueológicas.
Para contrastar lo relatado por Paz, es necesario poner en contexto el funcionamiento de las Escuela Secundaria Tres cuando él estuvo inscrito. Por esos años, el plantel era exclusivo para varones y el director era Juan G. Holguín, “adorador de la ciencia, [a quien] se le ocurrió llamar con el nombre de científicos ilustres a cada uno de los grupos en que nos habían dividido”. Las evaluaciones eran trimestrales y la plantilla docente estaba integrada por personalidades que, al paso de los años, se convirtieron en exponentes destacados en sus respectivas áreas de estudio. Entre ellos se contaban: Hugo Conzzati, maestro de música egresado del Conservatorio Nacional; Jovita Elguero, una de las primeras profesoras de botánica; Elpidio López López, docente de geografía y promotor de la enseñanza de su asignatura a nivel nacional; Rosa Arriaga, actriz y maestra de teatro; también conformaba la nómina Manuel Rodríguez Lozano, pintor que fuera muy cercano a los Contemporáneos.
Los dos maestros que dejaron huella en la memoria de Paz fueron Carlos Gómez Robert y Soledad Anaya. El primero impartía la materia de inglés y, según consta en informes judiciales y en la relatoría de Guillermo Sheridan, era recordado por haber protagonizado una discusión con Bosch que se resolvió a bofetadas.
Soledad Anaya, a diferencia de todos los docentes mencionados, fue la única a la que el poeta aludió explícitamente en su recapitulación de este periodo: “Tuve una maestra [de literatura]: celosa, muy purista. Le escandalizaba que yo defendiese, un día en la clase, a Góngora. Leía además a los modernistas, a Rubén Darío por ejemplo”. Además de ser una connotada profesora, Anaya significó para Paz una concepción de la literatura ante la cual sublevarse, un criterio estético que guiaría sus primeros pasos en San Ildefonso.
[1] Loyo, Engracia, “La educación del pueblo”, en Dorothy Tanck de Estrada (coord.), Historia mínima de la educación en México, México, Colmex, 2010 (Versión electrónica).
[2] Entrevista a Octavio Paz en el programa A fondo, conducido por Joaquín Soler Serrano, 26 de junio de 1977.
[3] Loyo, Engracia, op. cit.
Nació en ciudad de México. Estudió la licenciatura en Derecho, es profesor universitario e investigador.