Poesía y crítica

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ensimismarse. (De en sí mismo). prnl. abstraerse.

|| 2. Sumirse o recogerse en la propia intimidad.

|| 3. Bol., Col., y Hond. envanecerse

(|| ensoberbecerse o ponerse vanidoso).

Hoy en día, la crítica de la poesía en México suele ser escasa. Víctor Manuel Mendiola es uno de los pocos poetas que continuamente se ha dedicado a reflexionar y a cuestionar lo que sucede a su alrededor. Lástima que continuamente se equivoque. Lástima que una y otra vez sus argumentos viscerales lo distraigan y le impidan realizar una crítica objetiva y rigurosa. Recientemente, en el número de febrero de 2009 de la revista Nexos, publicó un artículo titulado “Sobre Divino tesoro de Luis Felipe Fabre”, una reseña sobre esta muestra de poetas nacidos entre 1976 y 1990, donde más que intentar comprender el lenguaje de esta generación, se dedica a defender lo que él asume que es la poesía mexicana, indignado, entre otras cosas, porque algunos poetas jóvenes la consideran una poesía conservadora.

En cuanto a la obra de los poetas, Mendiola dice poco: “El verso les queda chico o grande. No es su forma.” Menciona que “domina el verso libre o más bien una prosa cortada” y luego recomienda, como un médico condescendiente, que utilicen el poema en prosa, que sería lo más favorable para sus ocurrencias, como si el verso libre, alcanzable sólo para talentos superiores, fuera una categoría cerrada y homogénea. Creo que la poesía ya no se puede limitar a las estructuras convencionales, cada poeta elige su propia respiración y su propio oído en una búsqueda constante por la forma dentro de un marco contextual mucho más abierto. El verso libre no es algo genérico, sería demasiado elemental ignorar que sus variantes se han ampliado: el verso proyectivo, los experimentos sonoros, la poesía visual, la composición por campo, las nuevas geometrías, el lenguaje cinematográfico, la recuperación de los cantos primitivos como cualidades compositivas elementales e incluso la aparente superficialidad de la cultura visual que nos invade y nos distrae tanto actualmente, son referentes imprescindibles que ya forman parte de la tradición del siglo XX.

Es natural que Mendiola y parte de su generación se hayan opuesto al lenguaje radical de las vanguardias y que hayan intentado proponer una síntesis entre tradición y modernidad. En otro ensayo el mismo Mendiola dice: “Hoy, al alejarnos de los convencionalismos de la poesía tradicional también tenemos que retirarnos de los lugares comunes de la experimentación. Podemos realizar una doble negación: decir no a las manías modernistas y, al mismo tiempo, decir no a las fobias de las vanguardias. Ni espiritistas ni narcisos, podemos levantarnos todos los días más despiertos y sincronizados.” Hasta aquí todo bien. Esto se llama descubrir el agua tibia. Mantenerse en equilibrio. Pero en el fondo, Mendiola aborrece la vanguardia y esto le impide proponer una verdadera síntesis, su nostalgia por las buenas costumbres siempre se acaba imponiendo. Coincido con Mendiola, la vanguardia fue demasiado dogmática, sin embargo, la medianía no es el punto hacia donde debe moverse la poesía, sino hacia un permanente empuje que tenga en cuenta que las rupturas de hoy son en realidad la tradición de mañana y que no tenga miedo a la pérdida del equilibrio, a levantarse todos los días con resaca y taquicardia.

Donde Mendiola raya en lo cómico es cuando asume una absurda postura nacionalista: “Los nuevos poetas de México desean ‘argentinizar’ o ‘peruanizar’ a nuestra poesía. ¿Podrán pensar lo contrario?” ¿Qué clase de argumento es este? ¿Qué es lo contrario? ¿Mexicanizar al mundo? ¿Exportar la exactitud analógica y la catadura crítica de nuestros heroicos versos? Luego se lanza contra los tutores de los nuevos poetas, Hugo Gola y Eduardo Milán (¿serán estos los advenedizos sudacas arribistas que se han instalado en nuestra noble patria para perturbar a la gran familia poética mexicana?), que según él “ignoran que en la ‘continuidad’ puede haber cortes radicales” y que además “tienen la falsa pretensión de haber enriquecido las lecturas mexicanas”. Pues sí, lo siento, es evidente que han enriquecido las lecturas mexicanas y les han abierto nuevas perspectivas a esta generación de poetas. Por algo será. El desplante es contradictorio, ¿no dice Mendiola que una de las virtudes de la poesía mexicana es su cosmopolitismo? Es verdad que la ciudad de México es uno de los lugares más activos en la difusión de la poesía actual y lo es precisamente por su carácter incluyente que ha permitido que distintos escritores confluyan en ella. También lo es gracias a estos nuevos poetas, que en sus lecturas no se limitan a una tradición nacional. El acceso a la información sobreabundante ha moldeado su criterio, sus afinidades, sus tradiciones. Esta es su mayor virtud y también su mayor defecto; por supuesto que existe una dispersión caótica que muchas veces no tiene sentido ni profundidad, pero a la vez es una provocación adolescente frente a las generaciones anteriores. Lo mismo leen a Deniz que a Vallejo, que a Roubaud, que a Antin, que a Zurita, que a Bonvicino, que a San Juan de la Cruz, que a Lyn Hejinian, que a sus contemporáneos. Es obvio entonces que piensen que la poesía mexicana es conservadora.

Otra de las obsesiones de Mendiola es decir que la poesía mexicana actual se encuentra en crisis, en un tono parecido al de “todo tiempo pasado fue mejor”. No creo que esto sea así, vivimos tiempos de transición, de irregularidad, pero también de reinvención. ¿No eran así los tiempos de Baudelaire? ¿Los de Catulo? ¿Los de Celan? Mendiola se preocupa porque antes “el poeta ocupaba el lugar más alto en la escala de la creación, porque un poema representaba una suma total. Ahora, desposeído o autodesposeído, el poeta ocupa el lugar más bajo.” Es verdad, la poesía ya no ocupa el centro de la vida intelectual, pero se mueve, a pesar de los catastrofistas. Los poetas son seres ensimismados por naturaleza y eso en ocasiones ciega sus juicios. La poesía no necesita estar en el centro, puede estar arrinconada observando en escorzo las transformaciones de su tiempo. Con rigor crítico. Sin lamentos. Sin ansiedades por estar en los lugares más altos.

– Juan Carlos Cano

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