El análisis de la movilización social siempre ha partido de considerar a su objeto de estudio como una anomalía. Al principio, para muchos teóricos marxistas la anomalía era el no-evento, la ausencia de la efervescencia de masas que según las leyes del desarrollo histórico debería corresponder a ciertas “condiciones objetivas”. Hacia la década de los sesentas, para las teorías del pluralismo democrático la anomalía era precisamente lo contrario: la ocurrencia de movilizaciones sociales al margen de las instituciones en sistemas políticos teóricamente abiertos a la representación de todos los intereses.
Los movimientos sociales siguen siendo un dolor de cabeza, académicamente hablando. Uno año después de haberme quemado las pestañas leyendo estudios de política comparada que afirmaban que la estabilidad autoritaria se había integrado al ADN de las sociedades del Medio Oriente, la región estalló en una “primavera árabe” detonada, según las primeras explicaciones, por el acto desesperado de un hombre que se prendió fuego. Posteriormente, Brasil, el mayor éxito latinoamericano en reducción de la pobreza, vivió varias semanas de movilizaciones masivas que iniciaron como protestas contra el alza en el transporte. En Europa, Grecia es un polvorín sociopolítico, lo cual parece perfectamente normal dado su colapso económico; pero Portugal e Irlanda, otras de las economías bajo el agua, permanecen en relativa calma.
Si algo ha aprendido la academia sobre los movimientos sociales es que no es posible aplicar modelos de causalidad simple o linear que permitan predecir cuándo surgirá una protesta, cuándo una protesta particular desencadenará una oleada de movilizaciones más amplias y/o cuándo las movilizaciones tendrán efectos en la arena política institucional. Es decir, ningún estudioso de la realidad social que se respete se atrevería a argumentar que la variable X (por ejemplo, un aumento a la tarifa del metro, la apertura del sector energético a la iniciativa privada, etcétera) influirá siempre en la variable dependiente Y (niveles de protesta social). Ahora bien, nada impide que el estudioso de la realidad social, armado de una sólida teoría crítica con una clara dimensión normativa, argumente que las políticas económicas que se expresan en aumentos a los servicios públicos y la apertura de áreas estratégicas de la economía al sector privado deberían ser impugnadas a través de la movilización social.
El problema, tal y como se expresa en México en estos días, es que el filo crítico que descubre las profundas inequidades y potenciales dislocaciones sociales de ciertas medidas económicas, desaparece para dar lugar al más pedestre positivismo que inútilmente trata de entender la falta de respuesta social a la denuncia. Toda la capacidad intelectual desplegada en el análisis socioeconómico se detiene a las puertas de la táctica política. Una vez reveladas las formas del saqueo económico y su complicidad en el aparato gubernamental, se espera que se produzca una reacción automática de los sectores sociales a los que se ha señalado como principales víctimas. Y cuando esa reacción no se produce surgen las dolorosas interrogantes. ¿Por qué los sindicatos no salieron en masa a las calles a protestar por la reforma laboral de 2012? ¿Por qué los padres de familia no se manifiestan contra la reforma educativa con la misma intensidad que la CNTE? ¿Por qué el pueblo no acudió al llamado de Morena en el cerco al Senado contra la reforma energética?
Las redes sociales se han vuelto un escaparate de resentimiento y recriminaciones baratas contra el “pueblo” porque éste sigue sin hacer caso al llamado a las barricadas. No faltan líderes de opinión, como muestra la caricatura que introduce este texto, que se regalan el placer de acercarse a linchar al pueblo en Twitter y Facebook. ¿Por qué no despierta la gente? Esta pregunta, que me hice yo mismo en agosto de 1994 cuando no podría creer que después de los seis meses más intensos en la vida política del país termináramos con el mismo partido de siempre tan campante en el poder, continúa atormentando a muchos activistas y académicos. La cuestión, me parece, es de una obviedad apabullante, ¿y qué tal si la gente no está dormida?
¿Qué tal si el gusto por las telenovelas y el futbol o el culto guadalupano no son intrínsecamente un impedimento para entender y comprometerse con la solución, no solo de los propios problemas, sino de los problemas de México en general? ¿Qué tal si la racionalidad económica de cada persona difiere de la del activista urbano de clase media y alto nivel educativo? ¿Qué tal si la gente desconfía tanto de los políticos encumbrados ahora en el poder como de los que disfrutaron las mieles del régimen al que ahora denuestan con todas sus fuerzas, como los senadores Manuel Bartlett y Layda Sansores, dos de las caras legislativas más visibles del rechazo a la reforma energética? ¿Qué tal si la gente no está dispuesta a seguir decretos de movilización popular emitidos en un tono tan autoritario como los que provenían del viejo PRI?
Poco sabe la academia de los detonantes de una movilización social a gran escala, excepto que pocas veces las movilizaciones ocurren en el vacío. Generalmente hay algún tipo de organización, redes o estructuras de vinculación social que pueden ser políticas, económicas, culturales y hasta deportivas, que sirven para recibir y propagar la chispa del descontento, la cual, esa sí, puede ser un evento totalmente contingente. En muchas partes de México, desgraciadamente, ese tejido cívico sobre el que se pueden montar las movilizaciones sociales simplemente no existe debido a la reducción de espacios para la vida pública, la persistencia del autoritarismo priísta a la más vieja usanza y hasta la violencia del crimen organizado. Por lo mismo, uno pensaría que debiera ser una prioridad reparar esos tejidos sociales que crean las redes de solidaridad necesarias para la movilización.
En estos días se lleva a cabo una movilización contra el alza del costo del boleto del metro. Es una iniciativa de académicos y periodistas que optaron por inyectar una saludable dosis de voluntarismo para alentar la movilización contra varias medidas de gobierno que rechazan. Bajo la lógica aquí descrita al movimiento se le avizoran pocas posibilidades de éxito dada su autocontención en el mundo de los activistas de las redes sociales, así como a la táctica del GDF de no dar lugar a una represión legitimadora. Sin embargo, bien pudiera éste ser el elemento que hacía falta para vincular un tema de política nacional, las reformas del gobierno de Peña Nieto, con la situación cotidiana de millones de personas, y entonces este blog reconocerá que de verdad no sabe nada sobre movimientos sociales.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.