Siria es uno de los mayores desastres humanitarios de las últimas décadas. Sin embargo, a pesar de la magnitud de la tragedia, el caso no recibe mucha atención por parte de las almas nobles que no pierden oportunidad de pronunciarse sobre la dramática situación de las poblaciones palestinas. Entre los millones de personas atrapadas en el conflicto sirio, la población kurda ha sido castigada desproporcionadamente. Tan solo en una semana a mediados de septiembre, más de 150 mil kurdos sirios cruzaron la frontera hacia Turquía, en donde llegaron a engrosar las filas de refugiados de la guerra civil en su país, que ya llega a más de un millón en Turquía, un millón en Líbano y unos 700 mil en Jordania. Los kurdos sirios son el blanco más reciente de la ofensiva genocida del llamado Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, ISIL o IS, según el humor del angloparlante que lo mencione) que ya se había estado cebando en las poblaciones kurdas del norte de Irak, entre ellas la minoría religiosa de los Yazidi, entre quienes los extremistas islámicos asesinaron a hombres adultos y jóvenes a sangre fría y secuestraron a cientos de mujeres y niñas.
Este texto plantea una pregunta y adelanta una posible respuesta, pero quiere dejar la interrogante abierta en vista del carácter inacabado del conflicto y las posibilidades de abordarlo. ¿Por qué las mismas personas que hace poco exigían en todos los tonos una toma de partido en torno a los bombardeos israelíes en Gaza han guardado un absoluto silencio sobre las masacres, desplazamientos de poblaciones, secuestros de mujeres con fines de esclavitud sexual y matanzas de niños que han ocurrido en Siria durante los últimos años? El conflicto sirio, y en especial el sufrimiento de la población kurda en su contexto, no carecen del tipo de imágenes que suelen conmover a las conciencias: desde escenas dantescas de niños asesinados (muchas de las cuales fueron recicladas para hacerlas pasar como parte de los bombardeos en Gaza) hasta historias de depravaciones sin límite cometidas contra mujeres y niñas. ¿Qué explica el contraste entre las reacciones frente a uno y otro caso, sobre todo si tomamos en cuenta que los eventos en Gaza y Siria tienen una innegable coincidencia en el tiempo y el espacio?
La referencia a la población kurda entre los millones de afectados por el conflicto en Siria no es casual. Los kurdos son un grupo étnico cuyas vicisitudes por su lucha para obtener derechos políticos y culturales en los países que habitan son similares a las de otros grupos que pueblan el imaginario de las izquierdas latinoamericanas, como los vascos y los pueblos indígenas de nuestro continente. Sin embargo, hasta donde me alcanza la memoria no recuerdo un reconocimiento de la situación kurda ni un pronunciamiento de solidaridad con los kurdos y contra la represión política, lingüística y cultural que han sufrido. La distancia geográfica no me parece un factor decisivo para explicar la falta de interés en el Kurdistán entre los latinoamericanos; como tampoco me lo parecen las barreras lingüísticas o religiosas. El factor que me parece más influyente en nuestra amnesia hacia los kurdos es la ausencia del Kurdistán en el discurso anticolonialista global. Es como si los kurdos fueran aquejados por dos males a la vez: estar sujetos al colonialismo de sus vecinos y el hecho de que sus martirizadores no sean considerados como potencias coloniales dignas de ser denunciadas.
Como los vascos, los kurdos alguna vez formaron pequeñas entidades políticas autónomas, las cuales eventualmente fueron absorbidas por los poderosos estados multinacionales de los que eran vecinos: turcos al oeste y persas al este. Cuando el declive del imperio otomano fue aflojando el yugo que el sultán mantenía sobre sus múltiples nacionalidades, los kurdos buscaron aprovechar el momento para alcanzar la independencia; pero, a diferencia de búlgaros, rumanos, árabes y serbios, el Kurdistán permaneció bajo el dominio de Turquía tras el fin del imperio. Las maquinaciones imperiales de británicos y franceses se contentaron con arrebatar las regiones con mayoría árabe de manos turcas y no contemplaron el establecimiento de un estado propio de los kurdos, y así la parte sur de su región histórica quedó dividida entre los nuevos países de Siria e Irak.
En los años 80, el nacionalismo kurdo se vistió de rojo, declaró la guerra al estado turco, y fundó la contraparte local de ETA: el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PTK), con las mismas banderas que su primo vasco: Unificación de todos los territorios kurdos en un sólo estado independiente y socialismo. Como ETA en España, el PTK bien pronto agotó su capital político entre la izquierda turca al tirarse sin freno en la pendiente del terrorismo. Sin embargo, lejos de los excesos de la lucha armada, las demandas kurdas frente al Estado turco deberían ser perfectamente legibles para la izquierda en la era de la multiculturalidad: derecho a expresarse en su idioma, contar con medios de comunicación propios, autonomía regional y protección cultural.
En Irak, la población kurda fue blanco permanente del régimen de Sadam Hussein, quien llegó al extremo de convertir a aldeas enteras en laboratorios de pruebas para sus armas químicas. Por ello no tiene nada de extraño que los kurdos iraquíes hayan recibido a las tropas de Estados Unidos como libertadores y alcanzado un nivel de autonomía sin precedentes en el malhadado estado iraquí de George W. Bush, y que por lo mismo, ahora sean las principales víctimas del avance de ISIS en ciudades como Mosul y Tikrit.
Los kurdos son una espina clavada en los gobiernos de los países que habitan por razones que parecen hasta contradictorias. Por un lado, son innegablemente un grupo con una fuerte identidad propia que resiste a disolverse en la salmuera de los proyectos nacionales homogeneizadores, por muy modernos que se pretendan, como bien se dieron cuenta los Jóvenes Turcos en los años 20 del siglo pasado. Por otro lado, los kurdos poseen un alto grado de diversidad interna (religiosa y lingüística) que no los hace susceptibles de ser reclutados en proyectos sectarios, como saben bien los “califas” de ISIS. Debido a esta doble condición, los kurdos viven permanentemente al borde del genocidio, el cual, no es descabellado afirmar, está tomando forma frente a nuestros ojos en Siria e Irak.
El Kurdistán, pese a sus décadas de lucha por la supervivencia como entidad étnica y cultural y, en muchos casos, simplemente contra el exterminio, no forma parte de las grandes epopeyas del postcolonialismo a la Frantz Fanon y el Che Guevara. Por esa razón, a buena parte de la izquierda, aún la más cosmopolita, le cuesta trabajo percatarse del enorme sufrimiento de la población kurda en la actualidad. Aunque pretendamos que nuestro humanismo es universal, la verdad es que nuestra aplicación del mandamiento guevarista de indignarse ante todas las injusticias es políticamente motivada y coyuntural. Agradeceré infinitamente que se me demuestre que estoy equivocado.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.