PIEDRA DE SOL, 50 AÑOS
Un poema que es a la vez muchos poemas: eso me pareció “Piedra de sol” la primera vez que lo leí. Y me enseñó que las palabras tienen vida, que se engendran las unas a las otras, en una sucesión sin fin. Un bosque de lianas o un cuerpo de latidos que se expanden en todas direcciones: hacia el vientre del ser, hacia los labios de la amada, hacia los filamentos frágiles de la memoria más remota. Pero también hacia el horror de nuestra historia de sangre y de crueldad. Recuerdo siempre unos versos situados hacia la mitad del poema: “todo se transfigura y es sagrado, / es el centro del mundo cada cuarto, / es la primera noche, el primer día, / el mundo nace cuando dos se besan”. Esa centralidad del amor, el milagro que nace en los cuerpos enlazados: qué aprendizaje para el adolescente tímido que fui, qué impagable liberación me brindaron estos versos transgresores. De algún modo tenía que responderles. Y supe desde entonces que el instante es la única morada de la vida, pero, ¿no es éste un saber abismático, no nos sitúa a cada instante al borde del instante, no hace que nos desesperemos como Goethe intentando detener lo indetenible? Y entonces surge la palabra como la única respuesta. La palabra de amor. Un estallido o un susurro, un grito o un soplo, una llamada o un silencio. Como esos árboles que en mis islas natales recogen la lluvia horizontal cuando las nubes se enredan con sus ramas para luego transformarla en gotas que dan vida, así la palabra, así esta piedra solar que todo lo refleja. Y que, cincuenta años después de publicarse, sigue reflejando nuestro rostro, todo rostro que se asome a su abismo de amor y de temblor.
– Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971)